La actualidad del estado de la civilización me inclina en esta intervención sobre Comienzos de análisis , a interrogar a qué sirve el uso que se hace hoy de los diagnósticos y las clasificaciones. Sin dudas, son los estados de la civilización y su incidencia sobre la subjetividad, los que llevan a que cada vez , se trata de la revisión del “momento actual de la clínica del síntoma”. (E.Laurent, “El Otro que no existe y sus Comités de ética”)
Entrar en “Los inicios del tratamiento” de Freud (1912)(1) es encontrar no sólo indicaciones relativas a la definición de lo que es psicoanálisis, lo que no lo es, sino también de hallar advertencias relativas a no “errar el diagnóstico”. Para ello, nos dice, hace falta un “tiempo de entrevistas ya que éstas son el único medio de prueba de que disponemos (…) para llegar a conocer el caso y decidir si le es aplicable el psicoanálisis”. Estas tienen además una “motivación diagnóstica”.
Este tiempo de prueba,- breve para Freud- con Lacan serán las entrevistas preliminares a toda entrada al análisis. No tienen una duración previa fijada, incluso pueden prolongarse, como de hecho sucede. Esa motivación diagnóstica también está presente en Lacan.
En una larga cita en ese texto, Freud nos advierte del valor del que dota al diagnóstico y las clasificaciones : no todo síntoma, equivale a la estructura. El hecho de que haya identificaciones histéricas u obsesivas, nos dirá, no hacen a la neurosis como estructura. Es una indicación preciosa porque esta advertencia tiene en nuestra época actual, toda su vigencia.
Es ésta la cuestión a la que estamos irremediablemente enfrentados en nuestra época y no debemos desatender en estos tiempos donde, a una velocidad de vértigo insospechado, se han producido cambios de discurso en los discursos que nos bañan.
Cambios que inciden en la subjetividad y se presentan bajo nuevas formas sintomáticas que nos llevan a interrogar el estado de la teoría de la clínica del síntoma, a los fines de la dirección de la cura.
No es nueva esta preocupación. Hace ya tiempo que el psicoanálisis de orientación lacaniana estudió en los encuentros dedicados a ese fin, lo que encontrábamos como “casos raros”, casos que no entraban en las clasificaciones ni en los diagnósticos , cuya elucidación de esa zona de la práctica desembocó en “Los Inclasificables de la clínica psicoanalítica” (1999) y en esa aproximación que no se pretende una categoría cerrada y que J.A.Miller llamó “Las psicosis ordinarias “.
De hecho es una preocupación que hoy nos concierne aún más, al no ser ajena a la realidad inédita que atravesamos: ese real de un virus que, además de poner patas arriba el lazo social, la economía, tiene efectos mortíferos sobre la vida, sobre el cuerpo que se tiene y nos tiene. Instantes de conmoción que sin dudas traerán, por las variables presentes durante su actividad, mutaciones sobre el parlêtre, que aún desconocemos.
Presencia de un real que ya ha incidido sobre una de las condiciones sine qua non de encuentro entre analizante y analista como lo es la presencia de los cuerpo en la experiencia analítica. En efecto, nos enseña que toda clínica implica el encuentro con lo real, de lo que hay que dar cuenta
Eso que Freud, en un momento intenso de presencia de lo real, descubrió como el malestar en el corazón de la civilización, nos sirve para afirmar y no desconocer que cada civilización tiene su síntoma al que la clínica del síntoma del momento., debe responder.
Eric Laurent (2) al respecto comenta: “Ante este estado de la civilización, no sabemos cuáles serán los nuevos síntomas que organicen la distribución del goce en nuestra civilización”.
Aunque podemos poner en serie los hechos que la atraviesan: 1. Las consecuencias de un desvanecimiento de la función del padre; 2. La emergencia de los movimientos feministas en toda su diversidad; 3. La incidencia de esto en la relación entre los sexos y 4. Estar afectados por los discursos que están en el mundo como agentes de producción de sentido y de ofertas de goce: la ciencia, el capitalismo, la técnica.
Verificamos día a día la insaciable, cambiante emergencia de nuevos semblantes- no anclados a lo real del cuerpo- , que sirven a tratar el real, sin ley, que les escapa. Esos semblantes, no son los mismos que encontramos en la neurosis. En ese cruce, es en el que conviven los síntomas antiguos con los síntomas nuevos, a los que nos toca interrogar qué función cumplen, a qué sirven , sin desconocer las incidencias de la época y sin que podamos acoger sus clasificaciones y sus diagnósticos rápidamente.
Constatamos que éstas , conllevan un uso ético que conviene, al menos no dejar de destacar. A veces se usan como “abuso de saber” (2) para alojar ahí lo que las descargue de un no-saber clínico, además de estigmatizar al sujeto por un trastorno o un síntoma de la estructura. Pero también tiene otra vertiente, la buena:
La de establecer una dirección de la cura, o bien, rectificar la posición del analista (3). Incluso , un uso decisivo como marco que inscribe diferencias .
En nuestra época, nos encontramos con casos que se situan en la frontera entre neurosis y psicosis – ya no tenemos las “boquitas de oro” y los obsesivos de la época de Freud- y son estos casos, los que agujerean las clasificaciones y los diagnósticos. Es uno de los problemas con los que nos enfrentamos en nuestra clínica y no se trata de que no haya un limite como el que establece neurosis, psicosis. Incluso perversión, sino que en ellas siempre hay algo que o bien desborda ese límite o falta. En la práctica, encontramos que lo que escapa a los protocolos es justamente lo que atrapa lo singular y concierne al caso por caso
Miller lo dice muy claramente:” toda clasificación bien hecha, debe incluir la clase de los inclasificables”. (4)
Son esos inclasificables los que los convierten en una zona de la práctica que ofrece dificultades en la dirección de la cura, en la maniobra de la transferencia.
Recordemos que tiempo atrás, a esta zona de la práctica y desde distintas escuelas, se llamó Borderline, estados frontera, estados límites. Justamente por entrar en una zona, en un borde que se acercaba a veces a la neurosis y otras, a la psicosis, y ponía a prueba al máximo el deseo del analista además de hacer límite a la teoría psicoanalítica.
Abro tan solo el problema, sin avanzar, por lo que nos interesa respecto a los comienzos de análisis en esta época.
J.A.Miller caracteriza el modo de goce contemporáneo, en términos de “estamos ante un nuevo régimen del Otro”. De eso, tenemos que estar advertidos en nuestra práctica.
Lo dejo ahí.
Abierta esta problemática, vamos a los Comienzos del Análisis.
Al principio de las entrevistas partimos de la idea que el síntoma que trae a un análisis, está hecho de sustitutos de lo olvidado y que tiene sus raíces en la historia de sus identificaciones y fijaciones de goce allí enlazadas. La tarea a la que un analista está presto es a la regla de oro de la asociación libre del analizante.
Que es la menos libre, dado que la materialidad del lenguaje y sus leyes sirven al enmascaramiento del punto traumático configurado en al menos dos tiempos primeros: uno el traumatismo del encuentro con la lengua, sin sentido; el otro, el acontecimiento de goce localizado en el cuerpo como impacto de ese encuentro.
Esas experiencias y marcas es lo que reencontramos en el síntoma mudo, bajo la forma del modo en que el sujeto goza de su inconsciente. Sin saber que goza. Sin saber de qué está hecho ese nudo.
Cuándo viene a consultar? Cuando algo se abre, se desestabiliza. Momentos de crisis. De pérdidas. Viene por algo que no va bien en su vida, en el campo de su realidad, en su cuerpo. Desconoce cómo salir de ese “estado de malestar” y su embrollo.
Eso que lo trae puede ser un síntoma, pero también un fenómeno, un trastorno. Formas que toma el malestar y que en el dispositivo analítico se enmarcan bajo los efectos de la transferencia y pueden alcanzar el estatuto de síntoma analítico, al descifrar el sentido que porta y conmover el goce que le da soporte.
Pero ese paso que va de las entrevistas preliminares con las que comienza un proceso, no sucede por sí sólo. Es un paso que dará, o no, lugar a una entrada en análisis.
Los comienzos son tan variados como diversas son las demandas. Pero ciertamente que sin demanda, no hay comienzo. La oferta de hablar, recordaba Lacan, crea demanda. Y es la intervención del analista, en su acto quien la produce.
Aún habría que añadir que la entrada en el dispositivo analítico no asegura ni su continuidad ni su paso a la entrada al análisis .
Las entrevistas sirven de manera esencial para situar la posición del sujeto en la estructura y establecer la relación que los síntomas mantienen con lo real de la estructura. Más aún hoy que cada vez con más frecuencia vemos casos en los que no es fácil decidir de qué lado se inscriben: si en la neurosis, en la psicosis o más bien en una zona NI.(5)
Las entrevistas sirven en ese tiempo inicial al establecimiento de la transferencia cuyos signos son brújula que orienta. “ Es un
instrumento epistemológico”!., afirma E. Laurent
En el comienzo está la transferencia. Mejor dicho: la transferencia es el comienzo, sin la cual no hay ninguna posibilidad de tratamiento de lo real, en los casos graves, y siempre en todos los casos , de la neurosis.
Sin reglas que fijen normas pero no sin principios: el de responder al tiempo que hace falta para producir una entrada en análisis.
Un tiempo en el que se muestre cuáles son los partenaires del sujeto, con qué cartas juega su partida y si esos semblantes que lo representan, se enganchan a lo real del cuerpo o bien son simulacros que hacen “como si” lo fueran.
El “estado de malestar” con el que alguien llega a un analista y del que se queja, aún no es idéntico al síntoma tal, que sirve a saber algo de ese no sabido, conjurado en una equivocación que se conjugó sin estar al alcance del sujeto, pero del cual él resulta instituido.
Sin embargo hay algo que se da en el comienzo: es la oportunidad del encuentro con un saber que se distingue del conocimiento, un saber no sabido que exigirá, en su paso al discurso del inconsciente un largo recorrido hasta conseguir, vía el deseo del analista, otros posibles anudamientos, otro modo de gozar del inconsciente.
Del lado del analista, sirven a desvelar la posición ética del sujeto que consulta y permite sostener otra ética : la del psicoanálisis cuando como ocurre a veces, no hay que escucharlo todo ni se puede sostener una escucha ante cualquier posición subjetiva si ésta desvía la ética del psicoanálisis.
Subrayemos por último que el comienzo, por todo lo que venimos diciendo, si bien no coincide con la entrada en análisis , a la vez, las entrevistas pueden continuarse bajo un modo terapeútico si, como afirma Lacan “se trata de permitirle a un sujeto una supervivencia”, un poco menos tonta , más amable.
Finalizo.
Los casos célebres de Freud son la mostración paradigmática de los síntomas propios de la época de una función del Nombre del Padre y sus efectos de sintomatización, de la cual hemos aprendido todo lo que sabemos de la histeria, de la obsesión, la fobia y de aquellos que también en esa época, se escapan de ese marco preciso.
Hoy, el nuevo régimen del Otro que caracteriza nuestra civilización, nos convoca a elucidar los síntomas nuevos emergidos de la incidencia de lo que opera como discurso del Amo, sin el Nombre del Padre o con sus “simulacros” o suplencias.
Este es y ha sido el motivo de mi intervención, apretadísima, a los que se interesen en el discurso del psicoanálisis de orientación lacaniana, un discurso que como lo expresara Lacan “ es aún un discurso por descubrir”.
Mónica Unterberger
Intervención en el debate “Comienzos de análisis” celebrado online el 25 de septiembre 2020.
- Freud, S. Los inicios del tratamiento, 1912
- Laurent, E. El Otro que no existe y sus comités de Ética, 1999
- Soler, C. La querella de los diagnósticos
- Miller, J.A. Los inclasificables de la clínica psicoanalítica
- Soria, N. ¿Ni neurosis ni psicosis?, 2011