“Uno habla solo a menos que se ponga a dialogar con un psicoanalista”
Jacques Lacan, Seminario XXIV, L’insu….
Inédito.
Para comenzar a situar las cuestiones quisiera indicar que no todo ser hablante que llega a la consulta con un analista, entra en análisis.
En general podemos comprobar que el llamado a un analista se produce por un sufrimiento que se torna insoportable, ocasionado por un goce que se le impone a alguien desde el im-propio cuerpo o desde los pensamientos -goce del sinthoma-, así como también desde los modos de gozar de los cuerpos que lo rodean: hijos, padres, hermanos, partenaires amorosos o sexuales, compañeros, jefes, etc.
Es decir, que se sufre por el goce de un cuerpo que se tiene pero que aparece como ajeno, y también por el goce que aparece en el cuerpo de los otros amados/odiados, que le presentifican al ser que habla la extimidad del goce del cuerpo como tal.
El momento del llamado da cuenta, también, de que alguna contingencia produjo un desenganche sinthomático que desestabiliza el equilibrio en que se mantenía la vida de ese que habla hasta ese momento porque se ha desanudado del goce real del cuerpo. Cuando eso ya no marcha, aparece entonces la insatisfacción, la tristeza, los síntomas, las inhibiciones, los olvidos, los recuerdos, los miedos o la angustia … Y en el mejor de los casos, se recurre a un analista.
¿Y cuál es la demanda que se le dirige? La demanda es la de hacer desparecer el sufrimiento mágicamente -vg. el medicamento- y además, la de llevarlos a un estado de felicidad, dado que este es un ideal ancestral que el discurso imperante en el mercado no se priva de ‘vender’ por todos los medios. Pero la demanda que subyace siempre es la demanda de amor, incluso bajo la forma de la demanda de significación. Y es por eso que Freud hablaba de la ’regla de abstinencia’ para el analista y Lacan afirmaba que no hay que responder a la demanda. Lo que sí debe hacer el analista es combatir al real del goce que se le impone a ese que llega. Veremos cómo lo hace.
En principio, ese sufrimiento que deriva en la demanda, debe ponerse en forma bajo transferencia, transferencia que puede estar presente antes del llamado (por la vía de una relación previa al psicoanálisis o a la persona que hace la derivación), y que debe ponerse en marcha en función de que supone ya una interpretación: la de que ese sufrimiento tiene un sentido.
Se comienza, entonces, por lo que Sigmund Freud llamó “ensayo previo” en su texto “La iniciación del tratamiento” y lo que Jacques Lacan, llamó “entrevistas preliminares” de las que afirmó en el Seminario El saber del psicoanalista (1971): “no hay entradas en análisis sin entrevistas preliminares”. Pero aclaremos, que tanto Freud como Lacan ponen el acento en que las normas del dispositivo, en estas entrevistas, son las mismas que para las de un análisis ya en curso. Es decir, que la posición del analista es siempre la misma.
Por la vía del amor, que es siempre de transferencia, se comienza a tejer un lazo durante esas entrevistas preliminares, ya que es el amor el que posibilita la puesta en su lugar de un discurso que suple la ausencia de relación entre las palabras y las cosas y entre los cuerpos hablantes entre sí.
Lo que Sigmund Freud denominó transferencia e incluso neurosis de transferencia y que Jacques Lacan desarrolló por la vía del SSS, supone el camino que va del amor al saber, y más allá, al goce del cuerpo, trayecto que tiene por efecto un sujeto en tanto falta en ser-por eso demanda ser- y un producto que es el goce segregado que no por eso deja de ser signo de un goce innombrable, proceso que da cuenta de la posición de un tercero, el Otro como lugar del inconsciente.
Esto quiere decir que para que haya una entrada en análisis, tiene que haber un síntoma puesto en forma bajo transferencia. Este lazo transferencial inaugural es lo que con Lacan llamamos discurso del Inconsciente o discurso del amo.
Es decir, que la entrada en análisis, supone una discontinuidad, un umbral a atravesar.
Alguien llega ante un analista hablando el discurso corriente, disco-urso-corriente, hablando como un chorlito (Jacques Lacan Seminario Aun), creyéndose dueño de su ser, sin saber que repite una y la misma cosa todo el tiempo, el S1que está en el principio del sinthoma, puro enigma que remite al modo de gozar del inconsciente (real, lalengua) en tanto éste lo determina.
Eso es lo que se hace presente en el desenganche que causa el sufrimiento, y con el que se dirige al analista, cuyo lugar es el de destinatario de todo lo que allí se diga (S2), para permitir la puesta en función del 3º, es decir del Discurso del Inconsciente como Otro lugar. Esto implica que el inconsciente se posiciona en el entredós, analista/analizante. Y no sólo, porque esto supone también un anudamiento de R, S, I diferente por la aparición del S1 enigmático del sonthome que hace signo (letra), del cual hace semblante de serlo el analista (Jacques Lacan, La tercera). Esto implica que el analista funciona como sinthome del analizante en la experiencia analítica.
Que el analista se ubique en principio en el lugar de S2, no quiere decir que él sea ni se crea portador de ningún saber, sino que por el hecho de que él ocupe ese lugar hay un efecto, el Sujeto dividido, que no es otro que el SSS en tanto que sujeto del inconsciente. Sin olvidar que esta máquina que es el discurso del inconsciente funciona por el goce -no hay discurso más que por el goce, dice Lacan en el Seminario XVII- que se produce por el sólo hecho de hablar. Pero esto necesita tiempo para desplegarse. Además, el analista, cuya función es la de ofrecer el objeto a como causa del deseo del analizante, por el acto analítico empuja al sujeto al trabajo desde el discurso que le es propio: el discurso analítico, que corta la articulación entre S1 y S2.
De este modo, el sujeto supuesto saber se manifiesta en las formaciones del inconsciente: sueños, lapsus, actos fallidos, chistes, olvidos recuerdos, miedos y síntomas. Pero en estas formaciones también, se manifiestan los tropiezos con la piedra de lo real (el hueso del análisis), que funcionan como topes para el sentido, tal como sucede con el ombligo en el sueño, real que remite a la pulsión o al goce sin ley, que en el lenguaje se manifiesta como lo imposible de decir.
En tanto se produzcan y sorprendan al hablante, estas producciones funcionan como interpretaciones del inconsciente para el que habla, en tanto y en cuanto él les otorga un sentido. Y estas interpretaciones del inconsciente no son más que ficciones del fantasma que recubren el agujero real de la causa por siempre perdida.
Aquí debemos hacer notar que para situar este entrada -ligada a la puesta en función del discurso del inconsciente- debemos estar orientados por el fin del análisis, que no es otro que el de confrontarnos con lo real del goce del cuerpo parlante –sinthome– y llegar a poder arreglárnoslas con él para hacer lazo con los otros.
Les daré un ejemplo que podrán leer desplegado en mi libro Problemas de aprendizaje y psicoanálisis.
Se trata del caso de un cuerpo parlante -niño- que, en principio, aparece como síntoma de otro cuerpo: el de una señora identificada con el significante madre. Su queja y preocupación respecto de este niño de 7 años es que tenía problemas escolares -no podía leer ni escribir-, no se relacionaba con otros niños y aparecía taciturno y apagado.
Cito al niño, que comienza a tener entrevistas conmigo en las que aparece con toda relevancia y desde el comienzo, el miedo. Miedo que se va declinando como miedo de que a su padre le pasase algo malo -por ejemplo, que fuera asesinado- y luego como miedo a la violencia, por lo que evitaba jugar con compañeros de su edad. Todo lo que fuera el juego cuerpo a cuerpo de los varones lo aterraba.
Aparece también el hecho de que no soportaba los gritos, asociados a que cuando sus padres vivían juntos, “se mataban a gritos”.
Como pueden ver, nunca fue un síntoma para él las dificultades de las que se quejaba la madre respecto del aprendizaje de la lecto escritura.
Y van pasando las entrevistas. En una de ellas, él relata su versión del cuento de Caperucita Roja, en la que Caperucita y el lobo se acribillaban a tiros de ametralladora mientras la abuela se deshacía en cenizas encerrada en el baño. Versión super-violenta del famoso cuento que pone en acto la violencia tan temida. Al preguntarle acerca de la ocasión en que conoció el cuento respondió sin dudar que lo había visto en Disney channel “cuando era pequeño”, alrededor de los 3 o 4 años. Ante otra pregunta dijo que lo recordaba porque ese día los padres le dijeron que iban a separarse. Le pregunto cómo reaccionó ante la noticia y responde que pensó que todo iba a ser mejor, pero… ”que no dijo nada”.
Ante esta denegación lo incité a seguir hablando y dijo que en aquel momento “le hubiera gustado hacer una gran diarrea”.
Ante su sorpresa, y la mía, corté la entrevista. He aquí la puesta en función de la interpretación como corte, es decir, haciendo aparecer el fuera de sentido de la pulsión.
Había aparecido un significante amo del goce, indicador del sinthome, por la vía del plus de gozar puesto de relieve por el corte introducido por la analista, signo del goce del cuerpo que él tiene pero que no es.
Resaltemos que la sorpresa del niño al decir lo que dijo remite al hecho de que lo que allí se dice es un saber sin sujeto, sujeto que sólo se hará presente en ese momento como supuesto en la sorpresa. Pero quiero agregar que, para Freud y Lacan, la capacidad de sorprenderse es una característica fundamental para el analista.
La localización de ese intervalo permitió que ‘apareciera la pregunta del sujeto y que se abriera camino hacia la pulsión, que está velada por el fantasma, es decir por el semblante cuando el sujeto está en el plano de la identificación significante’, como nos dice Miller en Donc.
Se sitúa así el borde o la puerta de entrada al análisis, por el borde del objeto a, en este caso, el objeto anal, que desde Freud sabemos que está relacionado con la violencia y la agresividad. Este sinthome que se esboza aquí, entonces, es aquel que el ser hablante bordeará durante todo el análisis y que permitirá situar el final del mismo por la vía de la invención de un significante nuevo.
A partir de esta entrada en análisis, lo que empieza a desplegarse está relacionado con el padre y su goce, es decir, con la père-version, a través de la confrontación, en sus dichos, del padre ideal y del padre que él efectivamente tenía. El padre carecía de lo que definía para él el ideal: no tenía trabajo, ni casa, ni mujer. Esto termina por situarse como una pregunta sobre el goce del padre, también bajo la forma de una denegación, en relación con un compañero de la escuela: “no es troli?” (diminutivo de ‘trolo’ que en lenguaje coloquial en Argentina significa homosexual).
A partir de este momento vemos transformarse el miedo en angustia, condición del trabajo analizante, ya que mientras el miedo inhibe, la angustia -en tanto signo de la causa perdida- es motor, siempre y cuando el analista sepa maniobrar con la angustia, ya que no hay análisis sin angustia, pero tampoco con un exceso de la misma.
Este nuevo anudamiento conlleva la desaparición de sus supuestos problemas escolares y la aparición de múltiples y variados intereses además del comienzo de una relación -largamente anhelada- con sus pares.
Pero el trabajo analítico siguió aún su derrotero orientado siempre por el real del goce del cuerpo situado en la entrada.
Ana Ruth Najles
Intervención en el debate “Comienzos de análisis” celebrado online el 25 de septiembre 2020.