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PUBLICACIONES DE PSICOANÁLISIS DE ORIENTACIÓN LACANIANA

Creencia, saber y certeza en Wittgenstein: reflexiones epistemológicas

Mandy Toro

Autor/a invitado/a de la Sección Clínica de Madrid (Nucep)

Introducción

He realizado algunos comentarios en torno al texto Sobre la certeza de Wittgenstein (2) intentando desbrozar la “certeza”, el “saber” y la “creencia”, tal y como el autor los plantea. Al tratar cada uno de esos conceptos, he buscado destacar los aspectos que comparten y que les diferencian teniendo siempre en cuenta que forman parte de un continuo interdependiente, interactuante y transformable. Estos conceptos, íntimamente relacionados entre sí, conforman una banda de Möbius que, a mi parecer, amerita ser estudiada desde la perspectiva del psicoanálisis.

Desarrollo

La “certeza” es, según Wittgenstein, una suerte de trasfondo que interactúa constantemente con la “creencia” y con el “saber”. La relación de cada uno de estos conceptos con la certeza se desarrolla, sin embargo, de un modo diferente.

La “certeza” es vital para establecer los lazos sociales y la interacción con el mundo, puesto que es la base de los juegos del lenguaje. “Un juego de lenguaje sólo es posible si se confía en algo” (3). La certeza, por tanto, se torna imprescindible en el desarrollo del conocimiento y de la acción.

Una de las diferencias más distintivas entre la “certeza” y la “creencia” radica en el hecho de que en  el ámbito del lenguaje ordinario nunca pensamos “que nos podemos equivocar” en lo que respecta a nuestras “certezas”, es decir, aquellas cosas que consideramos como indiscutiblemente ciertas y, en consecuencia, como dadas de antemano. “Con la palabra ‘cierto’ expresamos la convicción absoluta, la ausencia de cualquier tipo de duda” (4).

Dudar de las “certezas” dentro del campo del lenguaje ordinario mostraría una “falla en el dominio de la técnica”. “¿Es posible que un niño dude inmediatamente de lo que se le enseña? Lo único que tal cosa quiere decir es que no ha podido aprender ciertos juegos del lenguaje” (5); dentro del contexto de la filosofía dudar de las certezas devendría en sinsentidos, de modo que “el hombre razonable no tiene ciertas dudas” (6).

Con la “creencia” ocurre todo lo contrario en tanto que ella implica la posibilidad de equívoco, constituyendo en sí misma una suerte de hipótesis a demostrar. Pero para que el juego de la “duda” resulte significativo debe existir la “certeza” de antemano. “Quien quisiera dudar de todo, ni siquiera llegaría a dudar. El mismo juego de la duda presupone ya la certeza” (7). Es decir, se necesitan razones para dudar (8) y es por ello que cuando éstas no existen la duda se torna insignificativa, surgiendo los sinsentidos. De allí la crítica al escepticismo planteada por Wittgenstein.

La “duda” basada en la “certeza”, tal y como se plantea en el campo del “saber” o de la “creencia”, se diferencia de aquella que cuestiona los fundamentos básicos, necesarios para un desenvolvimiento “normal” en el mundo. “En un momento u otro he de comenzar sin poner nada en duda; y eso no es, por decirlo de algún modo, un cierto tipo de precipitación que pueda disculparse, sino que forma parte del juicio” (9). Por tanto, en la “creencia” se reconoce una posibilidad de equívoco pero ésta posee un límite constituido por la “certeza”.

Por otra parte, para Wittgenstein el “saber” implica el poder dar razones: “Sé = tal cosa me consta como cierta” (10). Dichas razones, no obstante, deben ser convincentes y convencionales: “‘No soy  yo quien decide qué es una razón convincente de algo” (11), de lo contrario el “saber” no podría ser aceptado como tal. Justificar el “saber” con la “creencia” deriva en equívocos, sinsentidos y suele ser expresión de la locura. “Cuando un hombre dice que sabe alguna cosa, ha de ser algo que, de acuerdo con el juicio general, se encuentra en situación de saber” (12). “Que estemos completamente seguros de tal cosa no significa tan sólo que cada uno aisladamente tenga certeza de ello, sino que formamos parte de una comunidad unida por la ciencia y la educación” (13).

La “certeza” está presupuesta cuando decimos que “sabemos” algo. “Lo que sé, lo creo” (14), mientras que no “sabemos” lo que “creemos”, puesto que carecemos de “razones” que nos hagan pensar que “no nos podemos equivocar”: “Lo sé, le digo al otro; y aquí hay una justificación. Pero no la hay para mi creencia” (15). De modo que “cuando alguien cree algo, no siempre es indispensable que pueda contestar a la pregunta ‘¿Por qué lo cree?’; pero si sabe algo, se ha de poder contestar  a la pregunta ‘¿Cómo lo sabe?’”(16).

Cuando decimos que “sabemos” pensamos que “no nos podemos equivocar”, mientras que cuando decimos que “creemos” pasa todo lo contrario, ya que la posibilidad de error se muestra  abiertamente.

Es importante subrayar que con la “creencia” sin embargo “no nos podemos equivocar” respecto del hecho mismo de que creemos, mientras que con el “saber” este tipo de error es posible; creemos que “sabemos” y, más allá de que afirmemos que “no nos podemos equivocar”, podemos estar  incurriendo en un error. Es por ello que podemos decir: “Creía saberlo pero no es así”, más no “creía creerlo pero no es así”.

En el esquema que presento a continuación las ideas planteadas se pueden comprender más fácilmente (17):

SABER: Pienso “no me puedo equivocar” (aunque realmente puede que sea así). CREENCIA: Pienso “me puedo equivocar” (aunque la creencia en sí misma sea inequívoca). CERTEZA: Como el trasfondo que permite los diferentes juegos del lenguaje.

Puedo afirmar, entonces, que una de las diferencias más notorias entre la “creencia” y el “saber” radica en que la “creencia” muestra abiertamente la incertidumbre, ya que es una hipótesis a comprobar, mientras que cuando decimos que “sabemos” pensamos que no hay posibilidad de equívoco, pues es un conocimiento aceptado convencionalmente (y por esa misma razón es susceptible de ser modificado, tal y como se muestra en las revoluciones científicas).

Ahora bien, vistas las relaciones entre la “certeza” y la “creencia”, y las de ésta última con el  “saber”, ¿qué podemos decir de la relación entre la “certeza” y el “saber”? La diferencia fundamental entre el “saber” y la “certeza” radica en el hecho de que el “saber” implica la posibilidad de preguntar de un modo significativo “¿cómo lo sabes?” mientras que la pregunta “¿por qué lo crees?”, dentro del  ámbito de la “certeza”, carece de sentido.

Dentro del “campo del saber” la duda por parte de quien escucha siempre será significativa, mientras que todo lo contrario ocurre cuando tratamos de cuestionar la “creencia”. La certeza, por su parte, se resiste a la duda, si queremos permanecer dentro del plano significativo.

La “certeza” es el trasfondo de la “creencia” y del “saber”, por lo que cuestionarla deriva en sinsentidos.

No tengo mi imagen del mundo porque me haya convencido a mi mismo de que sea la correcta; ni tampoco porque esté convencido de su corrección. Por el contrario, se trata del trasfondo que me viene dado y sobre el cual distingo entre lo verdadero y lo falso (18).

La conexión entre “certeza” y “saber” está dada por la fuerte capacidad de modificación mutua existente entre ambos. Es fácil notar que todos estos conceptos se hallan íntimamente relacionados, así, Wittgenstein plantea su metáfora del río

Podríamos imaginar que algunas proposiciones […] se solidifican y funcionan como un canal para las proposiciones […] que no están solidificadas y fluyen: y también que esta relación cambia con el tiempo, de modo que las proposiciones que fluyen se solidifican y las sólidas se fluidifican […No obstante…] distingo entre la agitación del agua en el lecho del río y el desplazamiento de este último, por mucho que no haya una distinción precisa entre una cosa y otra (19).

Las diferencias existentes entre la “creencia”, el “saber” y la “certeza” son perceptibles, pero no tajantes. El “saber” se caracteriza por su capacidad de solidificarse hasta convertirse en una “certeza”, y, a su vez, ciertas “certezas” o “creencias” cambian o son sustituidas por otras, dependiendo de lo establecido por los nuevos “saberes”. La “certeza” es un trasfondo relativamente estable, pero a la vez dinámico y transformable; lo mismo ocurre (aunque de un modo más rápido y perceptible) con la “creencia” y con el “saber”. El “saber”, la “creencia” y la “certeza” son conceptos interrelacionados, de manera que cuando uno de ellos cambia los otros varían inmediatamente.

El “poder de la costumbre” sobre las posibilidades de conocimiento, genera una suerte de “visión continua” necesaria para un desenvolvimiento “normal” en el mundo, pero también constituye un límite en la percepción de “nuevos aspectos”, pues tiende a limitar el lenguaje a unos pocos usos, desdeñando su riqueza de posibilidades, afectando así la percepción de “nuevos aspectos”.

Son […las certezas] las que dan forma a nuestras consideraciones y a nuestras investigaciones. Es posible que alguna vez hayan sido objeto de controversia. Pero también es posible que desde tiempos inmemoriales pertenezcan al andamiaje de todas nuestras consideraciones (20).

En este sentido, Wittgenstein nos invita a remover de una forma significativa los conocimientos anquilosados, de manera que puedan surgir nuevos juegos.

Quiero destacar, como un caso aparte, las “creencias religiosas” dado que aún en contra de toda evidencia empírica, son aceptadas convencionalmente. “Los católicos […] creen que una oblea, en circunstancias determinadas, cambia completamente de naturaleza y, al mismo tiempo, que toda la evidencia prueba lo contrario” (21).

Este tipo de “creencias” o de “certezas” -según sea el caso- por hallarse dentro del ámbito de la expresión y por poseer un carácter convencional, no pueden ser consideradas como sinsentidos, sin embargo tampoco pueden ser aceptadas como un “saber” puesto que no describen hechos ni poseen “razones” que las justifiquen. A su vez, se diferencian de las perturbaciones mentales. Un ejemplo propuesto por Wittgenstein del carácter “autista” de la perturbación mental es el siguiente: “¿Qué sucedería si [alguien] no pudiera recordar que ha tenido siempre cinco dedos o dos manos?”(22); para este filósofo una persona que hablara así no estaría “jugando” nuestro mismo juego. La locura sin embargo se diferencia del error o de la mentira, puesto que son juegos del lenguaje con características muy específicas. Es por ello que para Wittgenstein los enunciados éticos, estéticos y religiosos son especiales.

La “certeza”, el “saber” y la “creencia” son vitales y gracias a ellos podemos formarnos una imagen  del mundo que regula nuestras expectativas, en relación con lo que podemos encontrar o no dentro de él. Estos conceptos son constitutivos de los diferentes juegos del lenguaje y permiten establecer una correspondencia entre el conocimiento y la acción. “Es por ello que “podemos decir que [… la certeza] constituye el fundamento de la acción y, por tanto, también del pensamiento” (23).

La proyección del conocimiento en un plano pragmático queda entonces como una puerta abierta,  que nos permitiría tratar de responder a preguntas tales como: ¿Qué alcance tienen nuestras acciones y decisiones en relación con nuestras posibilidades de comprensión o de conocimiento?, ¿qué alcance tienen nuestras posibilidades de comprensión o de conocimiento en relación con nuestros modos de actuar o de decidir?, todo ello ¿puede ampliarse o modificarse?, de ser así ¿cómo se haría o mostraría?, por último ¿qué nos dice el psicoanálisis en este respecto? Tomando en  cuenta la opacidad implícita en el pensar y actuar del ser hablante, sus goces, sus pulsiones.

NOTAS

  1. Este trabajo es una adaptación de la ponencia: “Creencia, saber y certeza. Reflexiones epistemológicas”, que presenté en el segundo ciclo de ponencias (2007) del “Círculo Wittgensteineano”, como de miembro fundacional de dicho grupo de estudios e investigación. Venezuela. Maracaibo. Universidad del Zulia. Facultad de Humanidades y Educación. Cfr: http://www.cw.org.ve/
  2. WITTGENSTEIN, Ludwig: Sobre la certeza / Über Gewissheit (1949/51; bilingüe), eds. G. E. M. Anscombe y G. H. von Wright, trad. J. lluís Prades y V. Raga) Gedisa, Barcelona, 1997.
  3. Op. Cit. Parágrafo 509. p. 66.
  4. Op. Cit. Parágrafo 194. p. 27.
  5. Op. Cit. Parágrafo 283. p. 37.
  6. Op. Cit. Parágrafo 220. p. 29.
  7. Op. Cit. Parágrafo 115. p. 18.
  8. Op. Cit. Parágrafo 122 p. 18.
  9. Op. Cit. Parágrafo 150. p. 22.
  10. Op. Cit. Parágrafo 272. p. 35.
  11. Op. Cit. Parágrafo 271. p. 35.
  12. Op. Cit. Parágrafo 555. p.73. (13). Op. Cit. Parágrafo 298. p. 38.
  13. Op. Cit. Parágrafo 177. p. 25.
  14. Op. Cit. Parágrafo 175. p. 25.
  15. Op. Cit. Parágrafo 550. p. 72.
  16. Este esquema ha sido esbozado por Sabine Knabenschuh de Porta.
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