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PUBLICACIONES DE PSICOANÁLISIS DE ORIENTACIÓN LACANIANA

Defensas en la neurosis obsesiva

Concepto inaugural del psicoanálisis de las neurosis, reintroducido por Freud, después de un paréntesis, en «Inhibición, síntoma y angustia«, la defensa es una noción esencial en cuanto concierne a las relaciones del sujeto con el goce. Relaciones que podemos caracterizar en términos de apegamiento – repulsión. Para Freud, la neurosis es un conflicto entre, por un lado, la satisfacción pulsional -el goce-, por el otro la defensa del Ich (que nosotros traducimos por sujeto).

Ante todo surge la pregunta sobre el por qué de este conflicto, ¿por qué sería necesario defenderse de la satisfacción pulsional? En efecto, si la tendencia del aparato psíquico gobernado por el principio del placer, es la de alcanzar la descarga de las tensiones, ¿cómo es entonces que la satisfacción de la pulsión puede ser percibida como una amenaza interna de la que hay protegerse, frente a la cual es necesario erigir todo tipo de barreras?. Indudablemente, aunque Freud no lo nombrará como tal hasta mucho más tarde, el «más allá del principio del placer», es decir, la idea de una satisfacción que no comporta bienestar sino malestar, de una satisfacción que empuja al sujeto más allá del placer, está ya latente en los primeros escritos de Freud sobre las psiconeurosis de defensa. Es a este más allá a lo que apunta la noción de traumatismo, con la que establecerá, como veremos, tanto la etiología de la histeria como de la neurosis obsesiva.

Pero como ya hemos dicho, si hay un rechazo, un defenderse frente a la pulsión, al mismo tiempo hay un apegamiento a esa satisfacción pulsional. Así el neurótico es aquel que no opta ni por la renuncia ni por lo contrario. Es alguien que quiere nadar y guardar la ropa. Es lo que Freud llama una solución de compromiso. Así en el conflicto entre pulsión y defensa el neurótico es aquel que elige no elegir. El problema de la defensa nos lleva pues, y este sería un primer punto, al problema mismo de la elección de la neurosis. El neurótico es un sujeto determinado por una elección, determinado por la elección de la no-elección. Es un sujeto que ha rechazado elegir entre pulsión y defensa.

El segundo punto que podemos plantearnos es el del tipo de neurosis. ¿Por qué histeria en vez de neurosis obsesiva o a la inversa? La respuesta en términos freudianos es que el tipo de neurosis no depende de las pulsiones en sí mismas sino de la defensa. Tanto es así, que desde el punto de vista de las pulsiones, Freud termina por decir que las pulsiones objeto de la defensa están siempre vinculadas al goce incestuoso, siendo la defensa motivada por la angustia de castración. El objeto de la defensa son las pulsiones, el motivo de la defensa es la angustia de castración. Pero ni uno ni otro determinan el tipo de neurosis elegida. Lo que la determina es la modalidad de la defensa. Este es el corazón de la tesis freudiana que se manifestará explícita y definitivamente cuando en «Inhibición, síntoma y angustia» especifique la histeria por la represión y la obsesión por otras modalidades de la defensa.

Pero veamos antes cómo desde sus primeros textos Freud va tratando de precisar el tipo de neurosis en función del modo de defensa elegido.

En «Las neuropsicosis de defensa«(I894) Freud plantea lo siguiente: ante una representación intolerable para el sujeto, intolerable porque está ligada a una satisfacción pulsional, surgen diferentes tipos de defensa. Estos diferentes tipos consisten en las diferentes formas de tratar esta representación. El camino seguido es separarla del afecto que originalmente estaba ligado a ella. Pero mientras que en la histeria el afecto, esto es, la traducción psíquica de la satisfacción pulsional, se traslada al cuerpo dando lugar al síntoma de conversión, en la neurosis obsesiva el afecto permanece en lo psíquico y por un falso enlace es desplazado a otras representaciones que de este modo se transforman en obsesivas. Señala también Freud que la ventaja obtenida por esta segunda vía de defensa es mucho menor que la que se logra por la vía de la conversión. En efecto en la conversión el montante de afecto trasladado al cuerpo logra desaparecer completamente o casi del psiquismo, dando lugar por ejemplo a esa «bella indiferencia» que muchos sujetos histéricos observan hacia sus síntomas de conversión. En la neurosis obsesiva en cambio, el afecto permanece desplazado sobre otras representaciones bajo la forma de ideas que se imponen a la conciencia, escrúpulos, reproches sin fin…

Reproches sin fin que hablan de un exceso de satisfacción pulsional, sumamente característico de la neurosis obsesiva. En «La herencia y la etiología de las neurosis» y en «Nuevas observaciones sobre las neuropsicosis de defensa» Freud tematizará este «demasiado de satisfacción» propio de la neurosis obsesiva, proponiéndonos una etiología, en parte común, en parte diferente, para cada una de estas neurosis.

Esta etiología es la del trauma que debe ser considerado en dos tiempos. Hubo una primera experiencia sexual pero que no tiene todavía un significado sexual para el sujeto (por eso Freud en algunos textos caracteriza a esta primera experiencia como la de una voluptuosidad sexual pre-sexual). Esta primera escena es traumática precisamente porque el sujeto no dispone de las representaciones, esto es, de los significantes que puedan otorgarle un sentido, un sentido sexual. Será en un segundo tiempo cuando este primer acontecimiento sea resignificado.

Dentro de esta etiología traumática común a ambas neurosis, Freud especifica que mientras que en la histeria se trata de una escena de pasividad, vivenciada con temor, displacer, en suma, insatisfacción, en la neurosis obsesiva predomina la actividad de tal manera que esta escena es vivida con «gozosa participación». Aquí tenemos ese «demasiado de satisfacción» a partir del cual Freud va a explicar las representaciones obsesivas que no son -nos dice- sino reproches transformados referentes a este acto sexual ejecutado con placer. Freud especifica, sin embargo, que en todos los casos de neurosis obsesiva observados por él, ha encontrado síntomas histéricos lo que obliga a presuponer, en el fondo, una experiencia de pasividad similar a la de la histeria, aludiendo con ello al núcleo histérico que hay en toda neurosis.

¿Cómo entender esto de pasivo y activo? La experiencia de pasividad, ésa que es común a la histeria y la obsesión, es aquella donde, en términos freudianos, el sujeto es objeto de la seducción del Otro. Esta experiencia corresponde a lo que, a partir de Lacan , podemos considerar como el encuentro del sujeto con el Deseo del Otro. Deseo del Otro que no es sino una consecuencia de la inconsistencia de la lalengua. Este encuentro con el deseo del Otro es siempre traumático por cuanto el sujeto no sabe qué objeto es él para ese deseo. Justamente Freud define el trauma como una laguna en las representaciones, esto es, como un agujero en el saber inconsciente. Se trata de un Deseo, en este primer tiempo, donde el sujeto no dispone aún de la significación fálica proporcionada por la metáfora paterna que le permita, digámoslo así, domesticar por el significante este deseo. De allí que el encuentro con este deseo in-sensato, o lo que es lo mismo, con este goce opaco que escapa por completo a la significación, suscite ese afecto «princeps» que es la angustia. Frente a la angustia suscitada por este deseo insensato o Goce del Otro surgen las diferentes modalidades de defensa que van a dar lugar a la histeria y la obsesión. Lo que Freud nos viene a decir es que en la histeria esta experiencia pasiva del encuentro con el goce opaco del Otro es resignificada en un segundo tiempo como dolor, displacer, insatisfacción. Es decir que lo que ha ocurrido entre el primer y el segundo tiempo es que ha operado la represión produciendo una transformación del afecto de angustia en insatisfacción. La insatisfacción es la marca misma de la represión. Esta insatisfacción nos da el índice del modo de defensa que va a ser característico del sujeto histérico: su posición es siempre una posición de vaciamiento del goce del lado del Otro; como lo ilustra el hecho de que en sus fantasmas, por ejemplo el fantasma de seducción, ella se presenta siempre como un objeto que se sustrae; sustrayéndose a la satisfacción del Otro, privándose a sí misma de la satisfacción también, ella haced del Otro del goce, un Otro deseante, un Otro domesticado por el deseo.

En cuanto a la neurosis obsesiva, ¿cómo entender esta gozosa y activa participación seguida de reproches que viene a soldarse con la experiencia pasiva? Como dice Lacan, es la manera en que el traumatismo psíquico (la experiencia pasiva) soporta la crítica de la reconstrucción. Allí donde el sujeto sufrió pasivamente la acción mortificante del goce de Lalengua, encarnado por la madre y la hiancia incolmable de su deseo, allí él se declara agente activo de esa acción mortificante del significante, redoblándola, resignificando esta experiencia pasiva como un exceso de goce por el que ha de sentirse culpable. Este encuentro con el goce opaco del Otro va a ser resignificado por el obsesivo en un segundo tiempo bajo los significantes del reproche. El sujeto intenta integrar como reproche, como culpa esa falta de significante que supone la experiencia de satisfacción. Antes que imputar la falta al Otro, la asume sobre sí. En cierto modo, se vuelve culpable para sostener la idea de que todo puede decirse. Lo cual nos da también el indice de lo que va ser el modo de defensa característico de la neurosis obsesiva: su intento es recubrir con el significante todo ese goce o deseo traumático que escapa a la significación. Su modo de defensa es matar el goce por el significante. Si el sujeto histérico es aquel que se defiende del goce por el vaciamiento, por la falta, el obsesivo intenta colmarla. Trata de sepultar bajo la ley del significante ese goce o deseo in-sensato. Su intento es que no haya hiancia ni del lado del Otro ni del lado del sujeto por donde pueda emerger eso que escapa a la significación. (De ahí la aspiración a un Otro muerto en el sentido de fallecido para el goce, muerte que revierte sobre el propio sujeto ya sea en sus rumiaciones sobre el tema de la muerte, ya sea en sus autorreproches y autotorturas, ya sea en esa petrificación de su deseo donde el obsesivo se instala más como muerto que como vivo.)

Vamos a ver ahora como los diferentes mecanismos de la defensa obsesiva que Freud sintetiza en «Inhibición, síntoma y angustia» dependen, en ultima instancia, de esta posición del obsesivo consistente en la tarea imposible de contabilizar todo el goce pasándolo, al significante.

En este texto Freud retoma el viejo concepto de defensa que durante un tiempo había quedado subsumido bajo el de la represión. Esto obedece -nos dice- a un hecho que le es conocido desde hace mucho tiempo, pero que ahora cobra toda su importancia. Sus primeros conocimientos sobre la represión y la formación de síntomas surgieron del estudio de la histeria en la que efectivamente se ve que los contenidos de los sucesos excitantes y las representaciones patógenas quedan olvidados siendo la exclusión de la conciencia el carácter principal de la represión. Otra cosa sucede en la neurosis obsesiva; si bien las premisas infantiles más arcaicas de esta neurosis han sucumbido a una amnesia,los motivos y sucesos patógenos algo más recientes de esta enfermedad no son olvidados, permanecen en la conciencia, pero «aislados», con lo cual se logra una especie de subrogado de represión pero que evidentemente no es la misma cosa.

Atendiendo a esta consideración, Freud reserva el termino de represión como mecanismo específico de la defensa en la histeria, mientras que para la neurosis obsesiva plantea otras modalidades de la defensa, subrogados de la represión, que son fundamentalmente el aislamiento, la anulación, y la regresión (con sus formaciones reactivas). La aparición de estas técnicas sustitutivas es una prueba, a su juicio, de que la represión propiamente dicha ha tropezado con dificultades en su funcionamiento. Es decir que es el fracaso de la represión secundaria lo que le empuja a Freud para poder dar cuenta de los fenómenos obsesivos a restablecer el concepto de defensa.

Veamos entonces estas técnicas de la defensa en la neurosis obsesiva comenzando por el aislamiento, al que acabamos de referirnos, y que es una de las estrategias que muy especialmente permite eludir la represión. Lo que Freud nos dice es que en la neurosis obsesiva los pensamientos no necesitan ser olvidados, pueden permanecer totalmente en la conciencia porque son despojados de su afecto e interrumpidos los enlaces con otras representaciones, quedando así «aislados». El sujeto recuerda estos pensamientos, estas representaciones, pero no les da ninguna importancia ni los relaciona en absoluto con su síntoma. Así, «El hombre de las ratas» conocía perfectamente la historia de la deuda impagada del padre, cómo este había corrido en vano por todas partes para encontrar a un amigo que le había prestado el dinero… El sujeto nunca había olvidado esta historia paterna pero se la cuenta a Freud sin relacionarla en absoluto con el episodio del dinero de las lentes que él tiene que devolver.

Es decir, que aquí el sujeto conoce, pero en cierto sentido no conoce, porque han sido rotos los enlaces entre ambas representaciones; es como si el sujeto dijera: «lo sé, pero no quiero saber nada de eso», aunque eso, comportándose a semejanza de lo reprimido, está ahí influyendo y perturbando de manera incomprensible para el sujeto una operación en apariencia bastante simple: pagar un pequeño paquete despachado contra reembolso. (Lo mismo puede decirse de la otra deuda del padre, ésa en la que cedió en su deseo -el matrimonio con la mujer pobre – para casarse con la mujer rica. El sujeto estaba perfectamente al tanto de esta historia familiar a la que no daba importancia, pero sin embargo su crisis se va a desencadenar, sin que él lo relacione en absoluto, cuando se vea confrontado a una situación simétrica a la del padre, la elección entre su prima pobre y otra mujer rica.)

El aislamiento opera no solo interrumpiendo los enlaces entre las representaciones, sino asímismo separándolas de su afecto. En términos lacanianos el aislamiento consiste en neutralizar el goce separándolo del significante al que va unido. Pero la pulsión no queda neutralizada, sino que permanece en la conciencia desplazada a otro significante con frecuencia anodino. Así ese paciente de Freud que le entregaba siempre unos billetes muy flamantes pues tenía la costumbre de limpiarlos y plancharlos porque le daba remordimiento de conciencia contaminar a alguien con aquellos billetes sucios y probablemente llenos de microbios. Este hombre tan escrupuloso tenía sin embargo, como después le contara a Freud, una vida sexual completamente centrada en masturbar a las muchachas con los dedos. «Y no teme usted contaminar los genitales de las muchachas con sus manos sucias?». La pregunta de Freud alude justamente al desplazamiento: el goce pulsional y el reproche concomitante -temor a infectar los genitales- se intenta neutralizar desplazándolo al significante billetes.

La pulsión, como vemos, no queda evacuada, sino que permanece en la conciencia deslizándose metonímicamente de significante en significante, dando lugar a esa erotización del pensamiento tan característica de la neurosis obsesiva.

El aislamiento tiene en Freud todo un desarrollo en «Totem y Tabú» con el tema del temor al contacto, donde nos viene a plantear que con el aislamiento se trata de que ese goce no contamine al Otro del significante, que haya, por así decirlo, un Otro del significante purificado de goce y perfectamente calculable. Tarea imposible porque los cálculos fallan y ese goce retorna en la idea o el acto compulsivo, en la palabra obscena, el insulto, en suma, la mala palabra que denuncia eso que se quería mantener alejado, aislado, en el discurso de las buenas palabras.

El discurso del obsesivo es un discurso, entre-comillas, «calculado» para evitar que emerja nada del orden de la causa, lo cual es patente en el análisis donde puede hablar y hablar pero poniéndose siempre a resguardo de que algo advenga, lo sorprenda y lo tome en su ser de cálculo. El procedimiento del aislamiento lo pone en juego por ejemplo contando un acontecimiento fundamental de su vida -la pérdida de un familiar- que lo dejo frío, antesdeayer sin embargo tuvo un acceso de cólera porque perdió un llavero. El aislamiento encuentra incluso una localización temporal en las sesiones; no es infrecuente que determinados sucesos o pensamientos los cuente una vez terminada la sesión, al despedirse, es decir tratando manifiestamente de dejarlo aislado, fuera de la sesión, como diciendo «esto no cuenta».

La neurosis obsesiva en su intento por neutralizar el goce taponando la hiancia en el Otro por los distintos procedimientos significantes, es también el intento de establecer una sutura definitiva del sujeto del inconsciente.

A esta conclusión nos lleva la diferencia entre la modalidad de la defensa histérica -la represión por amnesia- y la obsesiva. Porque qué supone el modo de la represión histérica. Supone que uno de los significantes cae, dejando al otro la carga de representarlo. (En el caso «Isabel.R», cae el significante «no puedo dar un paso más en la vida» que es representado por la parálisis). Miller comenta como en este procedimiento de la represión por amnesia puede reconocerse el esquema de la alienación que Lacan presentó en forma lógica por la caída en las profundidades del significante 1. Ese significante 1, les recuerdo, es la parte de sinsentido que adviene necesariamente por la alienación al Otro del discurso y que propiamente hablando constituye la realización del sujeto del inconsciente. Entonces en la represión histérica hay caída de un significante, mientras que en la neurosis obsesiva el significante permanece en la conciencia, despojado de su carga afectiva que es desplazado sobre un elemento en apariencia nimio. Para nosotros, esto se traduce, dice Miller, del siguiente modo: al precio de una cierto absurdo, que de todos modos el obsesivo tratará de recubrir por cualquier nexo lógico, S y S permanecen en presencia explícitos. Mientras que en la histeria hay una asunción de esa caída del significante, la obsesión representa el intento imposible de que todo sea significante y en la conciencia. La histérica presenta por tanto el modo más puro de la división del sujeto, aquel que simbolizamos por medio de una S tachada; se trata de un sujeto que asume su división; mientras que el sujeto de la obsesión intenta taparla, aislarla, manteniendo los significantes explícitos en la conciencia. En este sentido la obsesión se puede definir como la tentativa de efectuar una sutura definitiva del sujeto. Pero naturalmente es una tentativa imposible como todas las tareas del obsesivo, porque eso que del sujeto intenta ser excluido retorna en la cadena significante bajo el modo de la conversación consigo mismo,en esos mandatos del Superyo donde la cadena significante se le impone regularmente en su dimensión de voz. (Una voz que sigue siendo estrictamente subjetiva, es decir que no irrumpe en lo real, pero que desconcierta al sujeto por la introducción de las malas partículas que desmienten su intención significativa. Por ejemplo en esa plegaria del hombre de las ratas -«Que Dios la proteja»- donde se inmiscuye un «no», una negación que es la marca misma del sujeto del inconsciente, la expresión del Wunsch.)

Pasemos ahora al segundo mecanismo de defensa: la anulación, o más precisamente, el borrar lo sucedido.

Que el discurso del obsesivo sea un discurso del control del Otro, del cálculo del Otro, no implica, como hemos visto, que eso no irrumpa allí donde debería haber quedado aislado, sepultado, no implica, por ejemplo, que las asociaciones no le lleven al sujeto obsesivo al lapsus, pero aquí viene justamente ese otro mecanismo -la anulación- como otra de las formas del cálculo para poder borrar ese elemento inconveniente que se ha infiltrado obscenamente.’ Digo esto y lo contradigo’, ‘donde dije digo y donde digo dije’… Se trata por tanto de anular eso que del orden de la causa ha emergido obscenamente en la palabra, o también en los actos, siendo el hecho mismo de su emergencia lo que constituye ya para el obsesivo una obscenidad. Pero anular no tiene simplemente el sentido de contradecir lo primero con lo segundo sino que hay que tomarlo en el sentido fuerte de la expresión borrar lo sucedido. Se trata efectivamente del intento de hacer que algo no haya ocurrido. Este borrar lo sucedido tiene un papel fundamental en la formación de esos síntomas típicamente obsesivos que son los síntomas en dos tiempos, en los que un segundo acto borra el primero como si este no hubiera sucedido cuando en realidad han sucedido los dos. Tenemos el ejemplo típico del hombre de las ratas apartando del camino la piedra para que el coche de su amada no tropiece con ella y después volviéndola a poner para que el coche tropiece y vuelque. Este borrar freudiano debemos tomarlo en el sentido literal: se trata de borrar un significante, una letra que vehicula una tendencia pulsional escribiendo otra encima, pero después vuelve a borrar ésta con lo cual afirma más aquello de lo que se quería zafar.

Continuando con el ejemplo podemos decir que aparece primero un significante que vehicula un impulso: ‘que la dama se mate’= S.
En segundo lugar, con el primer acto -quitar la piedra- trata de borrar, de negar el impulso agresivo = S. Pero, en tercer lugar, con el segundo acto -poner la piedra-, que es la negación del primero = S, que es la negación de la negación, está afirmando más furiosamente aquello contra lo que trataba de defenderse.

SSS

Este proceso , como verán , podría llevarse al infinito, por eso dice Freud que este mecanismo de la anulación explica en buena medida la repetición obsesiva tan frecuente en esta neurosis, ya que como la pulsión retorna tras la defensa siempre hay motivos para volverla a anular y así indefinidamente.

Un modo de retomar esta cuestión en un sentido más general y con una característica estructural, no necesariamente en relación a un síntoma, es lo que Lacan llama la oscilación del deseo en el obsesivo que es una de las formas en las que se traduce la imposibilidad del deseo característica de esta neurosis. En algunos momentos el obsesivo se deja llevar por su deseo, pero cuando se va acercando a la situación en la que el deseo podría cumplirse, el deseo se esfuma, desaparece. Es el caso de un obsesivo profundamente enamorado de una mujer que cuando logra conquistarla ya no entiende como es que le gustaba.

Volviendo a estos síntomas en dos tiempos es importante mostrar la diferencia que presentan respecto al síntoma histérico. Los síntomas histéricos son formaciones de compromiso que satisfacen las dos tendencias, la pulsión y la defensa, al mismo tiempo; es decir, que de dos hacen uno.

pulsión
síntoma dos en uno
defensa

Por ejemplo, la afonía de Dora que surge cuando ella se queda a solas con la señora K. En este síntoma está la presión de la pulsión oral que se dispara en la relación con esta mujer y por otra parte los intereses de la defensa hacen de la afonía un obstáculo para que ella se entregue a las íntimas conversaciones sobre sexualidad que mantenía con la señora K. Ambas tendencias, pulsión y defensa, encuentran un modo de satisfacerse en el mismo síntoma. En cambio en la neurosis obsesiva la pulsión y la defensa no aparecen reunidas sino que nos encontramos, por ejemplo, con el síntoma en dos tiempos, uno de los cuales representa la satisfacción y el otro la defensa. Son síntomas que no se producen por condensación metafórica sino por desplazamiento metonímico. Es decir, no hay formación de compromiso sino coacción, donde se produce este despliegue temporal de los contrarios, esta sucesividad que puede ser llevada al infinito y que muestra como el intento de la defensa por anular la pulsión es siempre fallido. Fallido hasta el punto, nos dice Freud, de que el mandamiento defensivo mismo acaba por adquirir la significación de una satisfacción , en un proceso que se acerca cada vez más al fracaso completo de la tendencia defensiva inicial.

Veamos ahora la regresión anal tan característica de la neurosis obsesiva, a la que Freud considera como el primer triunfo de la defensa que determinará todo el curso ulterior del proceso.

Recuerdo que venimos abordando los diferentes mecanismos de defensa en la neurosis obsesiva bajo el modo general de una estrategia para domesticar vía el significante ese deseo insensato del Otro, eso que escapa a la significación. ¿En qué la regresión anal responde a esta lógica? Lo primero que hay que aclarar es la noción de objeto anal. En los postfreudianos esta noción está planteada en términos de contenido, es decir que para determinar si se trata de un objeto anal o no buscan objetos parecidos a las heces; se dice, por ejemplo, que jugar con el barro es una actividad anal. De este modo se nos escapa totalmente el sentido de la especificidad de este objeto anal y lo que significa la regresión como modo de defensa.

Para Lacan el objeto anal no lo es porque se trate de este objeto o de otro. El objeto anal es el objeto que el Otro pide al sujeto. Es decir, que lo que importa en el excremento y lo que va a ser determinante para todo el curso exterior, es la manera en que ese excremento entra en la subjetivación por el pedido, por la demanda del Otro. Esta dialéctica que sucede entre madre e hija en la que la madre le pide que haga caca en tal momento, que no la haga en tal otro, y todo el ceremonial que acompaña a esto, las aprobaciones, las exclamaciones, etc, hace que el excremento que se coordina con la demanda del Otro no sea tanto el excremento en sí mismo, sino el excremento en tanto es pedido, solicitado por el Otro. Así para el sujeto se vuelve más importante satisfacer o no satisfacer la demanda del Otro -cualquiera de las dos posibilidades – que la satisfacción misma de la necesidad de defecar.

Desde esta perspectiva la regresión anal según Lacan no hay que entenderla como que el sujeto regresa a momentos anteriores de su vida o de su organización sexual, sino que hay que entenderla en el plano estrictamente significante, es decir, que a lo que el sujeto regresa es a las formas que tenía de relacionarse con el Otro y con la demanda del Otro.

Esta problemática del objeto anal que Lacan articula con la demanda del Otro está ya indicada en Freud cuando establece la equivalencia simbólica excremento=regalo=dinero. Pues el regalo es justamente el objeto que se le da al Otro y en el caso específico de la analidad es este regalo en tanto es objeto del pedido del Otro, con las diferentes modalidades de la demanda que prevalecerán en cada caso singular, el Otro puede exigir, suplicar, etc.

Esta cuestión del objeto anal como el objeto de la demanda del Otro por una parte señalada como una característica general de la neurosis. Es una característica general de las neurosis, en lo problemático que se presenta el deseo, reducir el deseo del Otro a la demanda. Pero sí es una característica general de las neurosis, es una característica sobre todo de la neurosis obsesiva. Para evitar el momento del contacto con el deseo del Otro, para protegerse de este deseo que escapa a la significación y suscita angustia, la maniobra defensiva del obsesivo es tratar de reducirlo a la demanda, reducirlo a lo que el Otro pide. Lacan dice que el obsesivo intenta ubicar en el lugar del objeto del deseo, el objeto de la demanda del Otro. Más todavía, ubicar como objeto del deseo la demanda misma del Otro. Quiere que el Otro le pida, cree que el Otro le pide, hace todo tipo de maniobras para que el Otro le pida y evitar de ese modo que el Otro desee. Los obsesivos son los que dicen que lo hacen todo bien, se ajustan siempre a lo que el Otro pide, pero se sienten maltratados. Por eso se suele decir que tienen tanta relación con la ley, está permanentemente encontrando la vía por la que la demanda del Otro queda siempre satisfecha para que no emerja el deseo. El precio que pagan es no saber si están vivos o muertos.

Veamos ahora algunos ejemplos que ilustran el intento permanente del obsesivo de reducir el deseo a la demanda.

Un lugar interesante para constatar esto es el encuentro del hombre de las ratas con el capitán cruel. El hombre de las ratas se angustia porque es el Otro del deseo lo que está allí en juego. ¿Cómo se las ingenia el hombre de las ratas para defenderse de este deseo que le angustia? Deja de ocuparse del deseo del Otro en la medida de lo posible y se ocupa de una demanda del Otro, de una demanda de ese mismo Otro – el capitán cruel – que le dice: ‘El teniente A pagó por tí, tienes que devolverle el dinero a él’. Él prefiere obedecer a esa demanda equivocada y ocuparse de ese intento delirante de pagar una deuda imposible con tal de no ocuparse de lo que realmente le angustió: el deseo del capitán cruel.

Otro hecho que explica Lacan en relación con la reducción del deseo a la demanda, es que el obsesivo siempre está en la situación de pedir permiso, siempre busca que autoricen su deseo. Para obtener el permiso del Otro es necesario hacer mérito y aquí Lacan introduce el tema de la proeza en el obsesivo. Lo que importa en la proeza no es el otro rival, sino el Otro invisible que es el testigo, el Otro que computa, el Otro en el que las cosas se articulan en términos significantes.

No siempre la posición del obsesivo es la de satisfacer la demanda del Otro. Puede ser la vertiente contraria, decir no a lo que el Otro le pide o cree que le pide. Hasta el punto que llega a definir el campo de los objetos del deseo por la interdicción del Otro, en particular por la interdicción paterna. Tal es el caso del amor del hombre de las ratas por Gisela su prima que le está prohibida desde cierta voluntad del padre persistente aún después de muerto éste.

De todos modos la cuestión no es tanto si dice sí o no al pedido del Otro, cuanto que siempre trata de escabullirse del problema del deseo por su reducción a la demanda, al significante. Esto es algo que también es patente en ese tipo de relaciones que algunos obsesivos mantienen con su partenaire donde después del acto sexual la acosan a preguntas para saber si ha quedado satisfecha.

Esta reducción del deseo a la demanda también puede articularse con la dialéctica del amo y el esclavo en la neurosis obsesiva. Lacan nos dice que a diferencia de la histérica que busca un amo el obsesivo se presenta como habiéndolo ya encontrado. Es del amo de quien espera fundamentalmente recibir demandas, ponerse en posición de satisfacerlas o de negarse a ellas. En relación con esta cuestión podemos ubicar también el tema de la postergación, la procastrinación. La posición del obsesivo es la espera. El obsesivo vive esperando que el amo muera para que su deseo sea posible. Se imagina que sólo entonces podrá entregarse a las cosas que quiere y le gustan y que una y otra vez posterga. Esta relación con el amo es otra coartada que se da el obsesivo para no jugarse en el deseo. A través de esta dialéctica del amo el obsesivo intenta construir un Otro no tachado, un Otro dueño de su deseo, que lo conoce, es decir un Otro donde nada escape a la significación, un Otro donde el significante es reducido al signo, esto es, coincide con la cosa. Esta aspiración a hacer del Otro del deseo algo calculado y calculable de manera que no haya falla en el Otro, es una razón más para esta postergación del acto en el obsesivo. El sujeto obsesivo es un sujeto que pretende tener la certeza calculable del Otro, por eso posterga indefinidamente el acto. Ya que no hay acto posible más que como una anticipación del sujeto más allá del saber, más allá de cualquier certeza que pueda tener respecto del efecto que sobre él como sujeto vaya a tener su acto. ¡De qué manera se manifiesta en los análisis esta reducción del deseo en el obsesivo? Buscará todo el tiempo que el Otro reconozca su deseo, lo explique , lo ponga en significantes: ‘lo que usted quiere es tal cosa’. De ahí su tendencia a tomar las interpretaciones del analista como su fueran pedidos o prescripciones. Esta es una de las razones, entre otras, por las que Lacan abandona la idea de que se trata en un análisis del reconocimiento del deseo del paciente y además proponga que la interpretación deba ser enigmática: hay que tratar siempre que la interpretación se pueda reducir a una demanda, a una indicación o a cualquier cosa que pueda admitir un uso sugestivo de esa indicación que posibilite que el sujeto obedezca. Se trata de que no pueda obedecer, que no sepa ‘¿qué me quiere el Otro?’; de esa manera se introduce una cosa distinta a la demanda que es el deseo del analista.

Querría concluir aludiendo muy brevemente a un par de ejemplos que ilustran las modalidades de la defensa en la histeria y la obsesión. Para ambas neurosis el peligro es la inconsistencia del otro, porque en ese lugar se aloja un real que resulta insoportable. Pero mientras el obsesivo, ya lo hemos visto, se defiende de esta inconsistencia del Otro colmándola con el significante de modo que no parezcan los signos de un goce o de un deseo insensato, la finalidad de la histérica, en cambio, no es que el Otro se satisfaga sino que nunca sea bastante para colmar al Otro de forma que el Otro desee más y más. Su insatisfacción y, en general, todos sus sacrificios tienen el sentido de una llamada en el lugar de lo real a un otro deseante, o mejor dicho, a un Otro domesticado por el deseo. El obsesivo no busca a un Otro domesticado por el deseo sino un Otro cuyo deseo esté domesticado, al que nada le falte.

Sin embargo hacer desear al Otro en la histeria, abrir el vacío en el Otro, es también paradójicamente, fabricarse un Otro al que nada le falte, un Otro consistente que sea el creador del ser del sujeto. Si Dora se identifica con el deseo del padre por la señora K, si se identifica a esta falta, si se hace sirvienta de este deseo, sabemos que esta es su estrategia para desde allí encontrar una respuesta a la pregunta por el ser, a la pregunta de qué es ser una mujer para un hombre. Así pues ella también trata de colmar la inconsistencia del Otro. Soplar la llama del deseo es su manera de cubrir el punto de real en el Otro.

El obsesivo no sopla la llama del deseo sino que apaga el fuego porque su estrategia para cubrir la inconsistencia del Otro es diferente, es la promoción del significante y en particular del significante fálico. La traducción de esto es la idealización del Otro. Ya sea el padre o la dama, es un Otro cuya inconsistencia está oculta. Evidentemente para que esto se sostenga es mejor que ese Otro no esté. La dama del obsesivo no es la dama sino en tanto no está, en tanto está a distancia. Las consideraciones de Lacan sobre el amor cortés, fenómeno que evidentemente no es cuestión de reducir a la estructura obsesiva, permiten esclarecer la finalidad de esta idealización. La idealización permite adorar sin riesgos, sin arriesgarse a encontrar lo que podría habitar al Otro como deseo o como goce, contra los que el obsesivo pone en juego el amor. Junto a esta idealización está la promoción del significante para tapar la inconsistencia del Otro.

Colette Soler relata el caso de un sujeto cuya relación con las damas se especifica por no acercarse a ninguna sexualmente -por miedo, claro está, lo que no se le escapa – pero en cambio se acerca mucho corporalmente por una profesión que le obliga a ello: es cirujano plástico. Su profesión está consagrada al cuerpo de la mujeres. ¿Y su vida? Dedica su vida entera a escribir libros y a hacer películas donde muestra lo que es susceptible de satisfacer a las mujeres. Su vida entera está, pues, consagrada a colocar significantes en ese punto que en el Otro del discurso es sin respuesta: ¿Qué quiere una mujer? Él escribe libros para decir lo que ellas quieren y responde que quieren una forma fálica. Dicho de otro modo, hace de padre, un padre que tendría la respuesta, que sería verdaderamente el Otro del Otro y que garantizaría contra inquietantes encuentros. Es un ejemplo, creo, paradigmático del modo obsesivo de tapar la inconsistencia del Otro. Evidentemente la angustia de este sujeto se produce cada vez que alguna de estas mujeres lo confronta con que sus significantes no recubren todas sus aspiraciones. Este caso ilustra lo que se puede llamar el punto de terror del obsesivo. Este le asalta en el momento en que la Otra cosa que habita al Otro aparece. El obsesivo se protege de esta aparición a costa de su propia vida. Preferirá mortificarse y sepultarse en la tumba de sus defensas antes que tener que afrontar una causa que no sería la causa fálica.

Pero las defensas mismas, como hemos visto, acaban de tomar la significación de ese goce que se quería evitar. En lo que vuelve como síntomas, en ese forzamiento de ideas, en la inhibición de sus actos, el sujeto acaba por encontrar esa insoportable satisfacción que quería mantener aparte. Y es que complacer al padre de la prohibición implica también satisfacer también al padre de la transgresión donde aquello que se trata de pagar, retorna. Lo cual, y retomo aquí una cuestión que plantó Miller en las Jornadas de Ética y Terapia, abre una pregunta fundamental para el psicoanálisis y en especial para la problemática del final de análisis: si no se puede decir que no a la pulsión, ¿tendría sentido el final de un análisis por un decir que sí? ¿y qué sentido tendría un sí al goce? ¿es la identificación al síntoma de la que nos habla el último Lacan una vía para pensar una alternativa al callejón sin salidas de las defensas.

Dolores Castrillo

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