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PUBLICACIONES DE PSICOANÁLISIS DE ORIENTACIÓN LACANIANA

Fantasma

1.

Fantasía, fantasear es un término que inmediatamente evoca, al menos en su noción vulgar aquello que se opone a la realidad. Se habla de la fantasía como el producto más genuino de la imaginación que confina con el capricho, lo ilusorio, y lo carente de realidad. Para Freud el término Phantasie no se sitúa en esta relación de oposición con la realidad; por eso, se ha preferido traducirlo no por fantasía sino por fantasma.

El fantasma aún cuando en su presentación más evidente parece fundar negativamente la realidad, Freud nos mostrará que es aquello que soporta la realidad del sujeto e impregna su vida entera. Está siempre presente y forma parte de la cotidianeidad de todo ser parlante que está sumido, una parte notable de su vida despierta, en los ensueños, en esas escenas e historietas que le son parcialmente accesibles y en las que se consuela de los sinsabores de su existencia. La presentación más evidente de estas secuencias es imaginaria y su función es figurar un sueño de placer y de goce que funda negativamente la realidad. Pero el fantasma no se agota en esta vaga ensoñación. El fantasma es una manera de ser del sujeto respecto al Otro. ¿Qué es el carácter? podríamos decir que es algo que vuelve siempre al mismo sitio. Esa fijeza está asociada a la dimensión fundamental del fantasma y al hecho de que éste le procura al sujeto una significación absoluta. Es decir que tanto lo pasado, como lo presente, como lo futuro, está modulado y modelado por la función del fantasma.

Significación absoluta quiere decir también desatada, es decir una significación antes de la cual no hay nada. Esto marca una diferencia con el síntoma. Así como con el síntoma siempre es posible remontarse de significante en significante, con el fantasma estamos ante un comienzo absoluto. Y ello porque, el fantasma no procede como el síntoma del Otro del significante, del Otro del saber sino de la falta en el Otro. Esto explica asimismo otra diferencia muy notable respecto al síntoma. Del síntoma los analizantes hablan, y mucho; en cambio en cuanto a sus fantasmas callan. El fantasma proporciona una certeza allí donde hay ausencia de saber. Es lógico entonces que no demande una interpretación, que no se dirija, como el síntoma, al Sujeto Supuesto Saber. Precisamente la dificultad mayor de un análisis estribará en como remover esta certeza fantasmática. Certeza fantasmática que es el hueso, el corazón de toda la realidad del sujeto.

2.

Podemos tomar el juego que Freud sitúa en El poeta y los sueños diurnos como un análogo del fantasma. Aunque no carece de relación con la función clásica de la imaginación, nadie diría que el juego en el niño se opone a la realidad. Al contrario, constituye una actividad central en la vida del sujeto infantil. Es a través del juego cómo el niño organiza e interpreta, en el doble sentido de la palabra, su relación con los otros, con, con el mundo; es a través del juego como fabrica su realidad. Un día este niño deja de jugar y la pregunta que surge es qué cosa puede estar reemplazando al juego. La respuesta de Freud es muy clara: el fantasma, es decir, las historias que el niño se cuenta a sí mismo pero que ya no lleva al juego como antes.

A través de este filtro, de esta pantalla, el sujeto fabrica su realidad. Dicho de otro modo, la realidad, que no es lo real, está enmarcada por el fantasma, no es sino una fantasmatización de lo real, una construcción del sujeto de su relación con el mundo. El mundo para el sujeto humano, es ante todo el mundo de los otros, de aquellos que hablan y con los cuales toda relación está mediada por la palabra y el lenguaje. En la obra de Freud hay un lugar clave para estudiar el problema del juego infantil como análogo del fantasma. Me refiero al famoso juego del carrete en el capítulo II de Más allá del principio del placer. Se trata de un niño pequeño que tiene un carrete atado a un hilo y que juega a arrojarlo fuera de la cuna y volverlo a recoger. Un juego repetitivo acompañado de un par de exclamaciones en su media lengua; cuando lo arroja dice Fort (fuera) y cuando lo recoge Da (aquí). El niño manifiesta un verdadero júbilo ante este juego respecto del cual Freud nos hace observar que se dedicaba a él cuando la madre se encontraba ausente. Es decir, lo que Freud nos marca es que en este juego el niño no juega solo sino que la partida se juega con el Otro materno. Este juego está en relación con la ausencia de la madre, es con esta ausencia con la que el niño juega, juega con un Otro domesticado hasta tal punto que se le puede identificar con el carrete mismo. El niño juega con la ausencia de la madre, ausencia que hace presente su deseo; cuando no está se puede preguntar a qué se debe esa ausencia, cual es su deseo. Ante la angustia suscitada por el enigma del deseo del Otro materno el niño produce esa maquinación del Fort-Da a través de la cual trata de situarse en su relación al deseo del Otro. Se trata de domesticar ese deseo del Otro que suscita angustia y obtener a partir de ese fondo de angustia un placer a través de su maquinación lúdica. Lo que ilustra este juego es generalizable al fantasma: el fantasma es una máquina que se pone en juego cuando se manifiesta el deseo del Otro, una máquina destinada a protegerse de la angustia coordinando el goce al placer. El fantasma se desencadena por tanto cuando encontramos una falta en el Otro, una falta de significante que responda de cual es su deseo.  Ante este enigma del deseo del Otro la respuesta es el fantasma.

Volviendo a la pregunta por el deseo del Otro, ¿cómo se manifiesta este deseo más allá de esta alternancia presencia -ausencia de la madre que Freud destaca a propósito del juego del carrete?. La pregunta por el deseo del Otro es una consecuencia de la inconsistencia de la lengua. La lengua es inconsistente porque un significante sólo se define por su relación a otro significante sin que haya un ultimo significante que sea la garantía de la significación. En otras palabras: no hay Otro del Otro.

Ya sabemos que el primer Otro de la lengua queda soportado para el niño en la figura de la madre.En lo que dice una madre siempre hay algo incomprensible «me dice esto, ¿pero qué quiere?». En los intervalos de su discurso entre palabra y palabra se desliza, huidizo como el hurón, -dice Lacan-, el enigma de su deseo. «Y todos los porqués del niño dan testimonio menos de una avidez por la razón de las cosas ?nos dice Lacan? que constituyen una puesta a prueba de adulto, un «porqué me dices esto» siempre resucitado de su fondo, que es el enigma del deseo del adulto» (Lacan. Los 4 Conceptos. pág. 220). Si lo que dice una madre es incomprensible, no es porque el niño no comprenda nada de la significación de cada una de las palabras que componen esta lengua extranjera que es en principio la lengua materna. La correspondencia de ciertos fonemas y de ciertos objetos particulares, es aprendida bastante rápida por el niño, y sin embargo el enigma permanece tras las palabras que la madre le dirige. Y es que en la lengua, las palabras no tienen valor de signo, sino de significante; contrariamente al signo que designa un objeto, cada término de la lengua se define por su relación a los otros términos, de modo que siempre es posible añadir algo palabra a lo que se dice, y por lo mismo, nunca es posible decirlo todo. La lengua está atravesada por una falta, por una imposible completud. Lo que dice una madre es incomprensible porque se refiere a tan vasta e imposible totalidad, porque cada una de sus palabras se refiere a otra en una remisión indefinida de significaciones. Multiplicidad de nombres encadenados que evoca un deseo radicalmente opaco, un goce enigmático. ¿Qué respuesta puede haber frente a tal vacío, frente a tal ausencia de lo que diría la significación de su deseo enigmático? ¿El cuerpo es aquello que viene a paliar tal vacío y a ofrecerse para completar a ese Otro cuyo deseo se escurre en la remisión indefinida de las significaciones?

Efectivamente, ante lo insimbolizable, ante lo real del deseo del Otro, el fantasma ofrece una respuesta que implica siempre al cuerpo. Encontraremos en el fantasma al cuerpo como imagen; pero descubriremos también que esas imágenes del cuerpo que habitan, que conforman el argumento del fantasma, son la vestidura que rodea a otro cuerpo que no es el cuerpo tranquilizador que nos devuelve el espejo o el cuerpo tal como esperamos sea reconocido por la mirada del otro. En otra palabras encontraremos al cuerpo en el fantasma como imagen pero también en relación a las pulsiones que es aquello que articula la sexualidad en el ser parlante desprovisto de instinto.

3.

«Teorías sexuales infantiles» es un texto fundamental para entender el modo de respuesta del fantasma al deseo del Otro, a la falta en el Otro. Una falta que tiene una doble dimensión. Por un lado indica el significante que falta en el Otro como deseo del Otro; al mismo tiempo indica que no hay significante para inscribir la relación sexual; por eso justamente hay un deseo; hay un deseo porque no se inscribe la relación sexual.

Así la pregunta por el enigma de la sexualidad, esa pregunta que – nos dice Freud – el niño se plantea ante determinadas eventualidades como por ejemplo el nacimiento de un hermanito, bajo la forma ‘¿de dónde vienen los niños?’, está íntimamente ligada a la pregunta por el deseo del Otro.

Ante estos enigmas los niños inventan una serie de teorías que tienen el valor de una respuesta fantasmática. Lo decisivo es que la respuesta al deseo del Otro – el falo – condenará al sujeto a la ausencia de relación sexual, dado que un solo significante para dos sexos no basta para inscribir la relación sexual. La primera de estas teorías infantiles – nos dice Freud – consiste en dotar a toda persona y ante todo a la madre del atributo fálico. Esta teoría de que la madre posee un falo hará fracasar la investigación sexual del niño al imposibilitarle postular la existencia de la vagina. Desconocimiento de la vagina que -concluye Freud- afirmará al niño en la segunda de sus teorías sexuales: El niño es expulsado como un excremento en una deposición. Así pues el fantasma de la madre fálica que conlleva el desconocimiento, la exclusión de lo propiamente femenino, es el responsable del fracaso de la investigación sexual, de la imposibilidad de inscribir en términos significantes la relación sexual. ¿A qué responde este fantasma de la madre fálica? Digamos que lo erróneo de esta teoría devela una verdad, a saber: que la ausencia de un símbolo propio del sexo femenino es necesaria a la existencia, a la vida, pues el niño hará de su cuerpo aquello que responde al deseo enigmático de la madre: el falo. El niño hará de su cuerpo ese falo que completa a la madre e identificado a él su madre no podría ser privada del mismo sin que el desaparezca. Vemos así como queda implicada la imagen del cuerpo en el fantasma:el cuerpo como falo imaginario viene a responder a la pregunta qué soy para el deseo del Otro.

4.

El fantasma es una respuesta al ser por la vía problemática de responder al deseo del Otro. Ante la pregunta ¿qué soy para el deseo del Otro? la metáfora paterna introduce una respuesta imaginaria – la imagen fálica – respuesta que en tanto que viene a colocarse en la falta en el Otro, la encubre.

Pero sólo como tapón imaginario que no basta para tapar el agujero en lo simbólico, lo que implicará correlativamente que el ser del sujeto no se confundirá con su imagen. En otras palabras, el neurótico a diferencia del perverso nunca está seguro de qué es el falo del Otro. Todas las preguntas del neurótico, su cuestión hamletiana ser o no ser -el falo para el Otro- , revelan lo que en el fantasma tiene de señuelo esa respuesta imaginaria que es la respuesta fálica. De ahí que ese ser o no ser es una pregunta sin salida porque cada vez que el sujeto quiere asegurarse de que es el falo no lo puede certificar porque el falo no es solamente sino un ser de imagen, es algo a lo que se aspira, sólo funciona como algo imaginado y que en lo real no se puede certificar.

En este sentido, toda respuesta del analista del lado de asegurar al sujeto que es el falo se paga cara, porque ese señuelo narcisista le va a impedir encontrar alguna realización para su ser. Pues a la hora de realizar algo ¿con qué se encontrará el sujeto ? con el máximo de inhibición, lo único que podrá hacer es elucubrar en la pura ensoñación imaginaria qué podría darle un lugar en el Otro, si será reconocido por el Otro, etc.

Si volvemos ahora al texto de Freud encontramos otra manera en que el cuerpo queda implicado en el fantasma. Si la primera teoría infantil es la de que la madre posee el falo que el niño es, esta teoría, dice Freud, al conllevar el desconocimiento de la vagina, afirmará al niño en la segunda de sus teorías: «el niño es expulsado como un excremento en una deposición». El niño se hace cagar. Tenemos pues en el fantasma la identificación con el objeto parcial, con el objeto pulsional recortado por la Demanda del Otro y asimismo la identificación con el falo, la aspiración a ser el falo de la madre. Esta última operación no se efectúa de cualquier manera sino solamente en la medida en que el niño se adecua a la Demanda del Otro materno. Así la identificación al falo pasa por la vía de las pulsiones y por eso comer hacerse comer, cagar hacerse cagar, pegar hacerse pegar, son paradójicamente los únicos medios de realización de ese mito del cuerpo total, falo perfecto de la madre. Podríamos formularlo de otra manera: el anhelo neurótico de querer ser el falo, la pasión de ser , tiene como correlato lo que Lacan llama «las desgracias del ser», la identificación con ese objeto a que encubierto por el yo y su narcisismo, del sujeto hace la miseria.

5.

Las teorías sexuales infantiles son la respuesta que el niño se da ante la falta de significante en el Otro: significante que falta en el Otro como deseo del Otro y falta de significante de la relación sexual. Estas respuestas nos han mostrado que en el inconsciente el sujeto no tiene relación con el Otro sexo sino con el falo o con el objeto. Esto nos conduce al lugar que el fantasma ocupa en la estructura: obturando la falta en el Otro permite enmascarar la ausencia de significante de la relación sexual, la imposibilidad de la relación sexual.

«Fantasmas histéricos y su relación con la bisexualidad» es un texto que nos muestra como la sexualidad hace síntoma en el ser parlante y ello precisamente vía el fantasma. En este texto Freud articula la relación entre síntoma y fantasma en términos de un determinismo del primero sobre el segundo: los fantasmas son la causa del síntoma y además a todo síntoma histérico subyace un fantasma bisexual. Lo que Freud avizoraba tras este termino bastante confuso de bisexualidad Lacan lo traduce por nulisexualidad. Dado que en la cadena simbólica del inconsciente falta la cláusula que diría al hombre como ser hombre para una mujer y a la mujer como ser mujer para un hombre, esta falta de significante de la relación sexual se obtura en el campo imaginario del fantasma con la figuración de un hombre y de una mujer.

En este texto de «Fantasmas histéricos» hay un trazo que Freud destaca como decisivo en el fantasma: el maltrato. Si en el texto de 1908 Freud puntualiza que lo fundamental del fantasma apunta a una relación de maltrato ¿qué mejor que «Pegan a un niño» para confirmar que el maltrato no es efectivamente, algo aleatorio en la constitución del fantasma, sino que es connatural a su propia erección, a su configuración en cuanto tal? Este fantasma con alguna variante para los sujetos femeninos o masculinos Freud nos lo descubre estructurado en tres tiempos. En el tercer tiempo, primero en aparecer en análisis, la analizante confiesa con reticencia esta fórmula y el placer a ella ligado: «Pegaban a un niño, no sé más». Este «no sé» nos recuerda que el fantasma es correlativo con un defecto en el Otro del saber. Este fantasma tiene una primera fase que la analizante puede reconocer: «Mi padre pega a un niño, al niño odiado por mí». Se trata de un momento de rivalidad especular con el semejante, aquí hermano o hermana. Pero el momento esencial de este fantasma es el «Yo soy pegada por el padre», segundo tiempo del que Freud advierte que se trata de una construcción del análisis y no de una rememoración pues en ninguna caso puede esta enunciado llegar a la conciencia.

El hilo conductor de los tres tiempos es el significante ‘pegar’. Que es un significante lo prueba el hecho de que cambia de significado a lo largo de esta pequeña historia. Si en el primer tiempo que el padre pegue al niño odiado por mí significa que no lo ama, en el segundo ‘yo soy pegada por el padre’ equivale a ‘yo soy amada’.

En el varón este fantasma presenta alguna variación (falta el primer tiempo y el tercero se enuncia como ‘Yo soy pegado por mi madre’), pero lo importante es que el segundo tiempo es el mismo que en el caso de la mujer. En ambos casos se trata para Freud de la posición pasiva y del ligamen incestuoso al padre.

Que sea imposible el ser rememorada nos da la pista de que lo que allí articula Freud es la represión primaria: en su relectura de este texto freudiano Lacan precisará que el pumpum del padre sobre el cuerpo no es otra cosa que los golpes del significante sobre el viviente haciendo nacer al sujeto, pero en tanto mortificado por el lenguaje, abolido bajo la cadena del significante ¿por qué la alienación al significante se imaginariza como siendo pegado por el padre? En nuestro recorrido por el fantasma ya hemos visto que éste supone la emergencia de una imagen allí donde ha una falla en lo simbólico. En este caso si aparece la imagen del padre que castiga es porque la falla de la cadena es precisamente la impotencia del padre para simbolizar el goce, ese goce enigmático, opaco insensato que es el goce del Otro materno.

El Nombre del Padre es impotente para simbolizar todo el goce, hay un resto de goce que escapa a la pacificación que el Nombre del Padre impone. Así, hay también otro padre presente en el fantasma que no es el padre que prohíbe gozar sino el padre que ordena gozar: el padre como ese Ser Supremo en maldad o Superyo. Y es que el fantasma no sólo conecta con el goce fálico sino que incluye el objeto pulsión donde se refugia otro goce que es un goce más allá del principio del placer. ‘Ser pegado’ tiene el valor erótico de ‘ser amado’ porque los azotes son también un goce recuperado.Así el castigo otorga parcialmente ese goce que permite transgredir el límite que acaba de ser impuesto. El fantasma es ese nudo donde la ley se impone con su transgresión. La imagen crística donde un hito en relación con su padre es golpeado da una idea del alcance universal de este fantasma en la cultura y su malestar.

Para Lacan el fantasma al no ser el efecto de los significantes del Otro, sino la respuesta precisamente a la falta del Otro, implica una posición subjetiva respecto del deseo; el análisis permanece inconcluso mientras esta posición no sea desplazada mínimamente y puesta en tela de juicio. Si como indica Freud el fantasma está implicado en el síntoma, este no será seriamente movilizado tampoco mientras el fantasma permanezca intacto.

6.

Vimos que la pregunta ‘¿qué soy para el deseo del Otro?’, tenía un primer modo de respuesta que era la respuesta fálica. Desde esta perspectiva al final de un análisis, dice Lacan siguiendo a Freud, el analizante debe descubrir que no es el falo. En tanto el sujeto se mantenga en su anhelo de ser lo que le falta al Otro no podrá él mismo pasar a desear lo que le falta. El anhelo de ser el falo, el anhelo de ser el deseable no es lo mismo que ser un deseante. Al contrario, la identificación al falo conlleva siempre una caída del deseo. En otras palabras,descubrimiento de ‘la falta en ser’, pero no para quedarse ahí sino para, aceptando tenerlo o no tenerlo, lo que implica ya un consentimiento, una posición subjetiva, poder situarse como deseante.

Del lado de la identificación del sujeto al objeto pulsional, al objeto de la demanda, se trata igualmente de cesar en el empeño de obturar la falta en el Otro. Así el imperativo ético freudiano Wo es war, soll Ich werden, podría traducirse como ‘allí donde era objeto en el fantasma, miseria de goce, desgracia del ser, debo advenir como sujeto de deseo’. Mientras el fantasma está en su sitio el sujeto es algo para el otro; cuando esa certeza cae, es un momento de des-ser, de destitución subjetivo acompañado de una connotación depresiva por experimentarse una pérdida. Pero el análisis no propone quedarse en la depresión, en el duelo, en la nada, sino que propone volver al Otro sabiendo ya que es un Otro marcado por la falta. Diríamos que es como el momento, tomando una frase de Charcot, en el que aparece que ser nada para el Otro no impide existir. ¿Por qué? Porque el sujeto descubre que puede afirmar su existencia y que la singularidad de su decir, de su enunciación, viene en el punto donde no se autoriza del otro, donde no necesita del Otro de la demanda para existir, donde no tiene que seguir esperando la respuesta que el Otro no puede darle. En suma, me parece que se trata al final de un análisis, de que el sujeto adquiera un saber sobre su fantasma, un saber donde el goce queda a su cargo, pero no pretenderá ya que su fantasma responda al deseo del Otro. Precisamente este saber es el que le permite tomar distancia y no ponerlo en juego permanentemente. Solo dejando de lado su fantasma, desprendiéndose de querer ser algo para el Otro, podrá un sujeto, dice Lacan, ocupar verdaderamente la posición del analista. En la medida en la que el deseo del analista es no querer ser nada para el analizante sino puro vacío de saber y de ser al servicio de su deseo. En suma es identificado a la barra misma que tacha al Otro, lugar de la falta radical, lugar de la causa y de la imposibilidad como el analista podrá ejercer ese oficio que consiste en demostrar la imposibilidad de vivir a fin de volver posible la vida en lo poco que ésta lo sea.

Dolores Castrillo

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