Hay dos cuestiones que he tomado para esclarecer lo que hoy nos ocupa:
- la concepción del inconsciente
- la temporalidad que está presente en la sesión
Previamente, señalar que corta, o breve, es una manera de indicar lo que de entrada, nos lo evoca la concepción del tiempo de la ciencia -introduce la medida- , y del uso cotidiano que la gramática misma ofrece para indicar lo que ha sucedido lo que sucede y lo que va a suceder.
Flecha progrediente del tiempo en la que se le impone al sujeto la estructura del lenguaje, y se la impone a su discurso, en esa serie sucesiva de enunciados por medio de los cuales el sujeto del deseo revela, señala, apunta, indica, el lugar que ha tomado como posición en la estructura, y condena su querer decir a someterse a la dimensión de la temporalidad. Temporalidad a la que estructuralmente está subordinado desde el momento mismo que el sujeto se instituye en una escansión donde se fija la significación al sujeto, en su retorno del lugar del Otro, campo del lenguaje y de la palabra que le precede.
La sesión lacaniana -dado que es Lacan quien rompe con la ortopraxia como bien lo indica Miller en Las Cartas a la Ilustración, y eso es ya bien distinto que el modo en que se la nombra, sin dudas por su comparación con la medida standard que practica tanto la psicoterapia como lo instituido como la medida freudiana, si puedo decirlo así, del inconsciente, por la IPA-, forma parte del concepto mismo de inconsciente y de la puesta en acto de su realidad sexual, retomando esa fórmula que nos ofrece en el Seminario XI. Responde por tanto a un concepto fundamental, mejor dicho aún, a los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis y de su práctica. Una práctica que como podemos recordar – repetido hasta la insistencia por Lacan- depende estrechamente de la concepción que de ella se tenga. Si Freud justificó su concepción de lo inconsciente en la Metapsicología a partir de esa fórmula, célebre ya de «el inconsciente no conoce el tiempo», ¿qué malentendido desafortunado entre los que lo leyeron les hizo olvidar la temporalidad que funda como propia al inconsciente y el deseo, en su fórmula de la nächtráglichkeit y que deja escapar ese esencial manejo del tiempo del que la sesión, es su marco?
Un primer marco para introducir la cuestión.
Corresponde a un articulo de Eric Laurent en El Tiempo hace Sintoma (Hacerse al ser), parte de la tesis que hace, de la identificación del sujeto, una función temporal.
Sabemos que a partir de la perspectiva abierta por Lacan en los años 70, que no es el inconsciente quien concluye, es otra cosa.
Lo que verdaderamente va a concluir es el goce (donde la prisa – Seminario Aún) es puesta en equivalencia con el objeto a (Laurent en Las estructuras freudianas del tiempo). Este segundo punto se aclara así: lo que hay al principio es la sincronía significante. Hay seguidamente identificación, y es por ella que el sujeto se introduce o no, y se identifica en una pulsación primordial «efecto de lenguaje…. el sujeto traduce una sincronía significante en esta primordial pulsación temporal que es el fading constituyente de su identificación». Así es necesario el tiempo para que los dos significantes se separen y sean marcados. Despues es el tiempo para el sujeto de devenir el significante bajo el cual sucumbe… «antes de que desaparezca como sujeto bajo el significante en el que deviene, no es absolutamente nada. Pero esa nada se sostiene de su advenimiento, producido por el llamado hecho en el Otro al segundo significante». El sujeto está, por lo tanto, dividido entre dos stes. En el intervalo, la metonimia radical del deseo. Por una lado, falta en ser, a causa de la acción del significante, e , intervalo, que van a proseguir en una tentataiva de recubrimiento imposible de una hiancia. La tesis es que en ese recubrimiento, del sujeto por un site para otro site, se aloja un imposible a recubrir, lo que dicho de otro modo: lo que pierde el sujeto en esa operación, lo recupera en goce, son las fijaciones pulsionales: elección de goce. Hacerse el ser, nos dice Laurent, no es someterse a los imperativos de la pulsión: hacerse ver, hacerse cagar, hacerse entender, hacerse comer, etc… Hacerse al ser, es saber hacer con ese ser ahí. Con la exigencia pulsional, hace falta que algo nuevo advenga.
Entonces, ¿qué función toma la sesión breve en el camino de hacer que algo nuevo advenga allí donde hubo esa identificación que exige, como falta en ser, el complemento de goce, fijación pulsional, objeto a- como recuperación mentirosa a ese intento de recubrimiento?
¿A que viene a servir, el corte, la escansión y la interpretación, cuando por la puesta en obra del discurso analítico, el sujeto, invitado a decir, despliega en una serie secuencial de dichos, lo que hay allí de esos significantes del fading constituyente de su identificación, si no es a provocar el intervalo allí donde hubo otro (s) significante(s) que viene(n) a dar consistencia, sentido, clausura y es justo aquello que hace al sufrimiento opaco donde el goce encuentra su sintomatización?
El inconsciente freudiano y el inconsciente lacaniano.
Es para resolver ese malentendio que resulte ineludible volver sobre la hipótesis del inconsciente que Freud justifica en la Metapsicología, y esclarecer con los intrumentos lacanianos esa afirmación de que «los procesos del sistema inconsciente, se hallan fuera del tiempo»; de que todo acto psíquico comienza por ser inconsciente; de que el sistema inconsciente tiene sus leyes, diferentes a las que rigen la vida consciente; que se lo puede conocer solo por haber experimentado una transmutación o traducción a la conciencia. Siendo para Freud, el lugar donde se originan los síntomas de la neurosis, el sujeto del inconsciente freudiano no tiene «el menor conocimiento (…) de las representaciones inconscientes que la causan (…) pero puede llegar -dice Freud- a hacerlas emerger en su conciencia por los medios de los procedimientos técnicos del psicoanálisis».
Esos procedimientos incluyen el dispositivo de las sesiones regulares, el concepto de inconsciente, de transferencia y de ese intrumento esencial que no es sino la interpretación.
La labor analítica freudiana es correlativa de su concepción del inconsciente: traducir, transmutar lo no conocido a la conciencia y la interpretación es la vía para efectuar esa operación sobre ese inconsciente que es inferido como estando»ya allí escrito» y produciendo efectos. La transferencia también es de otro orden para Freud: es lo que permite tener acceso a este inc. ya allí e introducir transformaciones y que deviene en un saber a disposición del sujeto.
En relación a la interpretación, se sitúa una dificultad que es acentuada por la lectura que Lacan efectúa, y que comienza allí donde Freud concluye: eso sobre lo que opera la interpretación del analista, es estructuralmente, lo que ha resultado de una interpretación. Si Freud descubre el inconsciente en su encuentro con las formaciones del inconsciente, con el síntoma, como dato primero, Lacan ¿qué hace? define el sujeto del inconsciente en su operación misma de constitución.
Una interpretación que el grafo del sujeto sitúa como resultado del encuentro con el lugar del Otro y su traducción, en una escansión temporal, como s(A), significación al sujeto.
Desde esta perspectiva, como señala Jacques-Alain Miller en L’interpretación a la envers, la interpretación del analista es segunda respecto al inconsciente que se constituye bajo el modo de la significación en la relación al Otro, al Otro del deseo. Lacan fundamenta esta constitución del sujeto del inconsciente con el esquema de alienación y separación.
La esencial afinidad del inconsciente con la temporalidad, presente en el modo en el que se constituye el sujeto en esa escansión temporal que lo introduce y subordina al orden simbolico , califica al inconsciente freudiano en tanto «se inscribe como acontecimiento en la trama del tiempo» (Jacques-Alain Miller, La nueva alianza conceptual del inconsciente y del tiempo en Lacan.)
A ese inconsciente freudiano ya allí escrito, que se infiere de los efectos Lacan le opone en el Seminario XI, el inconsciente definido como sujeto, distinto a definirlo como saber que se presenta como automaton.
Tomarlo como sujeto no es exactamente tomarlo como estando ya allí, sino «tomarlo como alguna cosa que se produce y se manifiesta de manera aleatoria». Es en ese sentido que el sujeto es el acontecimiento mismo. Acontecimiento que encontramos en acto en las formaciones del inconsciente: lapsus, chiste, sueño. Allí podemos captar el inconsciente como «sujeto disruptivo»: lo que se produce como imprevisto, como imprevisible sobre el fondo de ese estando ya allí.
La interpretación correlativa a la operación de ciframiento que implica el inconsciente freudiano, no es sin el desciframiento que comporta : añadir saber S2 allí donde había ciframiento. Dicho de otro modo, interpretar es descifrar. Pero descifrar es cifrar de nuevo. «El movimiento no se detiene más que sobre una satisfacción» Y ese es el punto donde Lacan nos dice que el goce está en el cifrado. El problema se desplaza ya que, ¿cómo está el goce en el cifrado? Es todo el problema que ocupa a Lacan para integrar la libido freudiana en la estructura del lenguaje.
Ya que interpretar el viejo inconsciente consistía en añadir saber allí donde habia ciframiento, mientras que ahora se trata de que si el sujeto esta representado entre dos significantes, retener ese S2 a fin de ceñir el S1 solo, para que advenga algo nuevo allí donde ese recubrimiento se opera y se fija el goce, por el S2. Al contrario de la interpretación freudiana que al añadir saber, solo emula al inconsciente como saber y se alimenta el «sentido de delirio que se ha edificado alrededor del S1″(Jacques-Alain Miller, L’interpretation al’envers), retener el saber, para apuntar a la opacidad del goce, entre los significantes, en el intervalo mismo.
Ese «sentido de delirio», consistente y de una certidumbre inquebrantable es aquello con lo que diariamente nos encontramos en la neurosis, bajo las diversas formas sintomáticas en las que se presenta. Los efectos de significación no se prestan sino a alimentar el inconsciente intérprete. Por el contrario, retener el saber «reconduce al sujeto a los significantes propiamente elementales sobre los cuales el ha, en su neurosis, delirado» (Jacques-Alain Miller, L’interpretation a l’envers).
La vía de la interpretación del inconsciente freudiano, es aquella donde el analista cree que interpreta el inconsciente desconociendo que es el inconsciente el que ya interpretó. ¿Comó lo verificamos? Jacques-Alain Miller lo dice con toda claridad: «hacer resonar, hacer alusión, sobreentender, hacer silencio, hacer el oráculo, citar, etc, etc…». ¿Quien lo hace mejor que (..) el inconsciente mismo?» Y es justamente esa interpretación la que es ofrecida al analista para ser interpretada. Hay, nos dice Jacques-Alain Miller (L’interpretacion a l’envers) el deseo de ser interpretado sin lo cual no habría el analista». Deseo de ser interpretado, deseo por tanto de despertar de ese sueño al que el sentido gozado lo empuja. Deseo de conmover lo que el sentido ha fijado, como eterno destino de repetición de la misma interpretación, ya ahí en acto.
La interpretación que Lacan continúa llamando interpretación cuando en su enseñanza ha nombrado el objeto a y la estructura del lenguaje ha sido relativizada y no «aparece más que como una elaboración del saber sobre «la lengua» (idem ant.), y que no tiene ya que ver con el sistema de la interpretación que alimenta el sentido en vez de desinflarlo, es la que contraría al inconsciente intérprete. No es caprichosa la formula que elige Miller para apuntar la interpretación correlativa al inconsciente lacaniano: l’envers. El reverso, su envés. Lo que sostiene, en verdad, esa interpretación
¿Qué otra cosa sostiene una interpretación del deseo del Otro sino el saber que está en el lugar de la verdad?
¿Qué consecuencias aporta este contrariar al inconsciente intérprete? ¿Es que implica entonces no descifrar? Se trata más bien que si hay desciframiento, sea un desciframiento que no vuelva a dar más sentido, aún.
Apunta a que cuando la interpretación cae sobre la serie de los enunciados que despliega el analizante en la temporalidad de la sesión -el tiempo de la asociación libre-, cada uno de ellos, como un uno semántico y, que produce la unidad semántica de la significación, no hay modo de salir de alimentar el sentido. No se sale del inconsciente-saber, intérprete, que ya está allí, produciendo efectos y que desea ser interpretado.
Sí se puede seguir hablando de interpretación, esta se apoya sobre el corte. El corte que introduce una separación entre S1 y S2, aquellos mismos» que se inscriben sobre la línea inferior del matema «discurso analítico»: S2//S1.
Una consecuencia fundamental de esta operación es la que resulta de lo que como dice Jacques-Alain Miller, «es la construcción misma de lo que nosotros llamamos la sesión analítica».
De allí que esclarezca que no se trata de que una sesión sea silenciosa o charlatana, sino más bien si la sesión es una unidad semántica, donde el S2 sirve a alimentar el sentido o si la sesión analitica es una unidad a-semántica que reconduce el sujeto a la opacidad de su goce.
Ejemplo de una analizante, obsesiva.
Una dolorosa queja, que repite una y otra vez, de la cual hace cargo al Otro como Uno, que ella significa como la causa de su desvalorización y todo el cortejo sintomático organizado alrededor de esa significación, y que ella expresa en una fórmula aplastante: «D no sabe sumar». Mientras despliega la serie de escenas imaginarias que dan consistencia a este S1, súbitamente, introduce una serie de enunciados que conecta con la palabra «más»… Interrumpo la sesión y le digo, sorprendida: ¡Ah! sabe sumar.
La pobrecita, excluída, rebajada ante la hermana que se lleva todas los agalmas del deseo, identificada a ese no sabe sumar en el que se resume su castración imaginaria, o de otro modo, distintos nombres del goce repetido, es conducida por la interpretación-escansión, a la opacidad de un goce que no sabe. Pero que suspende el S2 al que se demostraba articulado. No se trata aquí de la vía de elaboración, sino como indica Miller, de la perplejidad. A la sesión siguiente, habla de la serie de hombres elegidos por un rasgo del padre al que se identifica y que no es sino aquello que la petrifica en su relación al otro: aguantarse en silencio.
Se opone al inconsciente intérprete que encontramos como ya allí, cifrado en el síntoma, portando el goce, en su repetición. Apunta al intervalo, donde el deseo se desliza en los carriles de la metonimia, allí hace resonar algo que «desmiente» el supuesto saber puesto en acto por la transferencia.
La sesión lacaniana
Ahora un poco de como la llama Miller, doctrina del tiempo de Lacan.
La Erótica del Tiempo, de Jacques-Alain Miller, es un texto complejo y fecundo. Me ha esclarecido, el salto que se produce entre la fórmula de Freud «el inconsciente no conoce el tiempo» y esa afinidad inaugural del inconsciente con la temporalidad que Lacan formaliza, de muchas maneras a lo largo de su enseñanza, y Miller ya había precisado en La Nueva alianza conceptual del inconsciente y del tiempo en Lacan, ocupado como está, por articular justamente ese inconsciente-sujeto, inconsc-acontecimiento al que alojamos en el marco de la sesión analítica, como bastante distinto del inconsciente-saber ya ahí.
Para poner en su lugar el enunciado de Freud, Miller retoma la paradoja del futuro contingente (En un Tn, un acontecimiento puede o no puede suceder en Tn+1. Si de hecho ocurrió, entonces siempre será verdadero que ocurrió. Será necesario que haya ocurrido. Es imposible que aquello que ocurrió no hubiese ocurrido), porque le permite a Lacan un desdoblamiento del tiempo: un tiempo 1 que progresa y un tiempo 2 que se dirige al pasado.
Sin recorrer a fondo las diversas consecuencias que extrae Miller de ello, digamos que está el tiempo 1, que pasa progrediente, y ese tiempo 2, que emerge cada vez que hablamos porque es un hecho cotidiano que hablar es inevitablemente, recordar, evocar, que se dirige al pasado: pasado que se presenta en el acto de recordar, y que es constitutivo de la significación. El tiempo que se dirige al pasado, es el tiempo que retroactúa. Tiempo que, si aguzamos el oído, es el discurso mismo quien lo trae.
Desdoblar el tiempo unidimensional que «progresa con el modelo de la línea», permite captar que todo ser hablante, por su sujeción a la estructura que el lenguaje le impone, está subordinado a este desdoblamiento del tiempo que se hace patente en el pasado, que se evoca y en el futuro, en el que se anticipa. En ese sentido, la transferencia dirigida al supuesto saber es «una relación esencialmente ligada al tiempo» (Jacques Lacan), que es animada por la retroacción de las secuencias significantes, que generan diversos afectos especificos y que marcan el recorrido de la experiencia. Ese tiempo de la retroacción significante analizante, en todo caso es un universal del serhablante y cada uno está sujeto a este efecto de retroacción ste.
Así, en la experiencia analitica, el sujeto es llevado a realizar la experiencia «pura de la reversión temporal» (Jacques-Alain Miller, La Erótica)
¿Pero en qué punto este desdeoblamiento del tiempo nos da la ocasión para ordenar la sesión lacaniana?
El ejercicio al que nos invita Miller es el de escribir un punto fuera de la línea del tiempo que pasa, B fuera de A. Haciendo que quede perpendicular a la línea. Hagamos que este segundo vector sufra una rotación de 45 grados. La línea de la secante B se desliza entonces sobre la línea A. El punto secante se desliza sobre esta línea, podemos decir al infinito. Si proseguimos con la rotación, esta recta alcanza una posición paralela a la primera. Los remito a la continuación del desarrollo en pp. 28-29 de La Erótica.
Lo que evidencia ese ejercicio, que exige como solución, una solución lógica: «la de considerar en la linea A un punto suplementario, un punto al infinito, que la vuelve una linea topólogica, evidencia propiedades topólogicas de inversión de la orientación del vector. Es el principio de la construcción del punto al infinito como punto fuera de la línea. El punto al infinito, a diferencia de la linea al infinito, es que el primero tiene una posición aleatoria sobre la línea: no está necesariamente en su extremidad, está donde se lo quiera poner.»
Si ahora «consideramos la sesión analitica bajo el aspecto de la duración» -que por otra parte es el quid de la ortopraxia-, es decir considerándola bajo la linea al infinito A del tiempo unidimensional que se prolonga al infinito, el final del análisis se practica desde un punto de vista cuantitativo, regulado por un criterio exterior.
Todo lo contrario, la sesión lacaniana debe ser considerada como «un lapso de tiempo con un suplemento de infinito» ¿qué es lo que permite considerarla de esta manera? l. permite pensar los fenómenos de atravesamiento, 2. pensar el término de la sesión como punto de basta, como punto singular con una estructura diferente de los demás puntos, 3. permite ese efecto de inversión de la orientación que demostramos aquí: el cambio de puntuación, de sentido y de modalidad lógica».
Lo que importa, termina señalando Miller, no «es que hagamos sesiones cortas, sino que hacemos sesiones infinitas, sesiones que comportan la maniobra del punto al infinito».
Entonces, y como modo de conclusión de uno de los comentarios posibles al título de esta intervención: no se trata de la función que tiene la sesión corta: contrariar al inconsciente-intérprete ya ahí, indicada antes, sino también de lo que comporta: la temporalidad de la sesión forma parte de la concepción del inconsciente en tanto inconsciente-sujeto, en tanto inconsciente-acontecimiento donde la sesión es el marco que va a alojar, ese elemento aleatorio, ese deseo de ser interpretado al que apela el inconsciente y, cuya lógica, opera la interpretación a l’envers.
La sesión lacaniana implica como geometrización del tiempo (Jacques-Alain Miller, La Erótica del Tiempo) el lugar donde el acontecimiento imprevisto, imprevisible, se produzca. Como Miller lo precisa claramente, donde lo esencialmente contingente que hay que concebir sobre el fondo de lo imposible, pueda cesar de no escribirse.
Madrid, 22 de mayo de 2003
Mónica Unterberger