Clase online del Seminario de casos clínicos de la Tétrada 2019-2020 de la Sección Clínica de Madrid (Nucep)
Continuamos hoy con el trabajo de la joven homosexual que Freud tratara durante cuatro meses en la primavera de 1919. Entre la pasada clase y esta he podido leer su biografía, lo que me ha permitido ampliar muchos datos de su vida que refuerzan los que nos aporta Freud en su relato.
Como dijimos la vez pasada, y espero que hayan leído el caso para seguir estos desarrollos, la chica tenía entonces diecisiete años y se presentó en la consulta de Freud forzada por sus padres, sobre todo su padre, que no toleraba el comportamiento público de su hija que sin tapujos cortejaba a una mujer de muy dudosa reputación, diez años mayor que ella, a la que en el entorno se calificaba de cocota, (una palabra elegante para designar a una puta fina) la varonesa Leonie Puttkamer.
Descendiente de una antigua familia noble prusiana, la varonesa tenía clara su preferencia erótica por las mujeres, y de los hombres se servía más bien como proveedores de los bienes, puesto que de la riqueza de su familia de origen había quedado excluida por su padre que no le perdonaba sus inclinaciones lésbicas. Una mujer, era la varonesa, que gustaba mucho de la buena vida, el lujo y los placeres mundanos, y que al principio se tomó como un juego los galanteos de la muchacha, Sidonie Csillag, seudónimo con el que sus dos biógrafas la presentan al lector.
Estas dos mujeres, lesbianas y feministas: Inés Rieder y Diana Voigt, una de ellas nieta de una de las mejores amigas de juventud de Sidonie, entrevistaron a una anciana de noventa y ocho años ante un magnetófono durante el tiempo que ella necesitó para contarles su vida, y con ese material redactaron su biografía. [1]
En cuatrocientas páginas se recorren los hitos más importantes de su dilatada vida, preñada de aventuras, viajes, y amores imposibles, desde la infancia hasta su muerte, acaecida poco después de concluir la entrevista en la que por fin la anciana pudo volcar el relato retrospectivo de su paso por la existencia, a condición de que en la biografía que redactaran estas dos mujeres, no se dieran a conocer los verdaderos nombres de los protagonistas.
En el segundo capítulo del libro, titulado Berggasse 19, domicilio de la casa y consulta de Freud, se plasman los escasos cuatro meses y medio en que duraron las sesiones de Sidonie con Her professor, en tiempos de la joven república de Weimar, cuando por fin gobernara la socialdemocracia en Austria, después de los horribles años de la primera guerra mundial que acababa de asolar a Europa dejando tras de sí terribles secuelas. La atmósfera de postguerra se respira en este tramo de la biografía. De hecho, Sidonie robaba comida en la surtida despensa de su adinerada familia, para llevarle víveres a su querida Leonie, como la llamaban en confianza.
Una obediente criatura retrata este capítulo, que en apariencia acepta la imposición de su padre de tratarse con un excelente especialista -así su padre le presenta a Freud- que según le dijo: la volvería a traer a la norma y la encarrilaría en el camino correcto para una mujer. Como no podía con la severidad de este padre, amén de lo mucho que le quería y deseaba que estuviera conforme con ella, Sidonie decide finalmente resignarse y agachar la cabeza.
Reproduzco un pasaje muy divertido de cuando ambos se conocen en febrero de 1919: La primera vez estaba tan nerviosa, que al entrar hizo hasta una reverencia y quiso besarle la mano a Freud, lo que este, no obstante, rechazó con un gesto. Esa fue la única vez en que vio que se le escapaba una sonrisa, por lo demás era muy serio y completamente inaccesible. [2]
Las autoras hacen patente el esfuerzo enorme que suponía para ella asistir de lunes a viernes con puntualidad a la consulta, porque si se demoraba unos minutos Freud le interpretaba sus resistencias. Lo que en verdad le hubiera gustado hacer en ese rato y que obviamente no confiesa a Freud, era pasearse por los jardines de Viena con su admirada Leonie. Después de las sesiones no dejaba de aprovechar ese tiempo en el que se sustraía al control de sus padres, para encontrarse con la varonesa en un café, donde invariablemente relataba pasajes de sus sesiones.
Destacaré algunos puntos relevantes de este segundo capítulo de la biografía, que como ya dije, amplían el material proporcionado por Freud en su relato.
En primer lugar, el profundo desconsuelo que experimentaba la joven por el rechazo de su madre, en ocasiones explícito, en contraste con su manifiesta preferencia por sus hijos varones. Varios episodios dan cuenta de este rechazo, que en el curso de su biografía se perfila quizás como el problema mayor de su existencia: el estrago materno, según la expresión de Lacan.
Emma Csillag, su madre, era una mujer de origen humilde que había quedado huérfana muy jovencita y se había criado con unos parientes lejanos. Cuando conoció a Antal Csillag, al que fascinó con su belleza, encontró la vía regia para un rápido ascenso social, pues su futuro marido era un comerciante judío listo y ambicioso, que amasó una fortuna en poco tiempo gracias a la especulación propia de los períodos de guerra, subiendo sus primeros peldaños en el consorcio petrolero de los Rothschild.
De fuertes creencias monárquicas, y para proteger a su familia del fuerte antisemitismo que reinaba por entonces en Viena, Antal había hecho bautizar a sus hijos en la fe católica. Este hombre, al que su hija idealizaba, amaba y temía al mismo tiempo, era tan poderoso en el mundo de los negocios como dócil y maleable por su frívola mujer, que se servía de sus encantos para que su marido consintiera y financiara sus lujosos caprichos. ¡Cómo lo maneja y cuánto que tolera él!, pensaba Sidonie, mientras veía como su madre llevaba los pantalones.
Su mujer era tan seductora y presumida, algo que con elegancia Freud deja caer, que su actitud hacia los hombres no estaba exenta de un tinte erotómano. Emma, en efecto, se creía irresistible. En una ocasión Sidonie la acompañó a Semmering, un lugar de descanso para los ricos, para que su madre reposara, por consejo del médico, a causa de su nerviosismo y sus numerosas fobiaSigmund Freud la presente de hecho como una neurótica.
Lo ocurrido en esa estancia fue vivido por su hija como una humillación que nunca olvidaría. Lo leo porque resume muy bien la difícil relación entre madre e hija: El padre se había quedado en Viena por motivos de negocios, y en esas estadías su madre se transformaba, de temerosa y reacia al trato social, en una vampiresa. Flirteaba y coqueteaba tanto que su hija se consumía de vergüenza ajena y repugnancia. Los hombres revolotean alrededor de su madre como polillas. Ella prefería no saber con exactitud lo que hacía con ellos. Fuera como fuera, merendaba, cenaba y se paseaba con sus pretendientes como si fuera libre y no estuviera casada. Y entonces sucedió que un hombre al que Sidonie le pareció bonita y correcta, quiso hacerle un cumplido a la madre por tener una hija tan bien educada, y ella le dijo que no era hija suya sino de una conocida.
O sea que su madre no vacila en negar a su hija para parecer más joven al galante caballero que se había interesado en Sidonie. (…) A la chica le dolió tanto que volvió corriendo a su habitación y en los días siguientes ni se acercó a su madre, pues para ella toda mujer se le volvía competidora y enemiga, hasta su propia hija.
Leemos a continuación: es una terrible cochinada para con su padre. Ese hombre bondadoso y cariñoso al que ella ama tanto, y que simplemente es engañado por su mujer. Sidi quisiera decirle todo, pero no puede porque le guarda demasiado respeto, además de que no lo quiere lastimar. [3]
La única vez que la paciente de Freud rompa a llorar en el curso de una sesión, y Freud lo señala, será precisamente cuando declare amargamente su impotencia para conmover los sentimientos de su madre: Mi madre me parece tan linda y yo hago todo por ella, pero sólo quiere a mis hermanos. Esta madre siempre será retratada por Sidonie, en cualquier época de su larga vida, como fría y distante con su hija.
También nos enteramos en pasajes de este capítulo hasta qué punto llega la hostilidad de Sidonie hacia Freud, cosa de la que éste da cuenta en su relato, pero que conscientemente trataba de ocultar por temor a que se desbaratara su propósito. ¿Cuál era su propósito, explícito en la biografía? Que Freud informara a su padre de la inocencia de su amor por Leonie, -que en parte se puede decir que era verdad-. Porque pese a la promesa que había hecho a su padre de interrumpir su relación con la varonesa, había algo muy fuerte que le impedía por completo ser fiel a esta promesa.
Pero lo que enfureció a Sidonie fue una interpretación de Freud que indignada relató a la varonesa después de la sesión, con las siguientes palabras: ¡Imagínate! Ya hace tiempo que me pregunta de todo sobre mis padres y mis hermanos. Y ¿sabes lo que me dijo hoy? Que me hubiera gustado tener un hijo con mi padre, y como por supuesto la que lo tuvo es mi madre, yo la odio por eso y a mi padre también, y de ahí que me aparte por completo de los hombres…¡Es tan indignante! (…) Es un asco, un tipo repugnante. Realmente tiene la imaginación más sucia que pueda tener un hombre. Ahora le perdí todo el respeto.
Leonie se divierte y a la vez está conmovida. Nunca antes ha visto a Sidi tan enfadada y herida. Este será un punto de inflexión en su relación con Freud.
Es evidente en estas páginas que las autoras no disimulan su posición crítica hacia Freud, al que retratan a partir del relato que Sidonie les ha hecho de sus sesiones con él, pero con una vehemencia añadida de su propia cosecha, seguramente de su militancia feminista. Luego volveré sobre este punto que encontrarán desarrollado en el texto de Vilma Coccoz que mencionamos el otro día: La encrucijada adolescente de la joven homosexual y la solución del amor cortés. [4]
Volviendo a Freud, ¿cuál es su hipótesis sobre la elección de objeto homosexual de su paciente? Lo dijimos la vez pasada, dicha elección tiene un marco edípico, aún reconociendo que el caso es atípico, como cuando al final lo define como una inversión tardíamente adquirida. Pues no se trata propiamente de una neurosis, dice, dado que no halló en ella síntomas histéricos, pero tampoco se inclina por una perversión, pues el término no aparece nunca en el texto.
En rigor Freud habla de homosexualidad, y más propiamente del enigma de la homosexualidad, también en los últimos párrafos del punto IV. Y me resulta muy interesante lo que allí introduce con la expresión carácter sexual, aportando una serie de matices que vale la pena repasar. Le cito: …un hombre en el que predominan las cualidades masculinas y cuya vida erótica siga también el tipo masculino, puede, sin embargo, ser invertido en lo que respecta al objeto y amar únicamente a los hombres y no a las mujeres. En cambio, un hombre en cuyo carácter predominen las cualidades femeninas y que se conduzca en el amor como una mujer debía ser impulsado, por esta disposición femenina, a hacer recaer sobre los hombres su elección de objeto, y sin embargo, puede ser bien heterosexual y no mostrar con respecto al objeto un grado de inversión mayor que el corrientemente normal. Lo mismo puede decirse de las mujeres; tampoco en ellas aparecen estrechamente relacionados el carácter sexual y la elección de objeto. Así pues, el enigma de la homosexualidad no es tan sencillo como suele afirmarse tendenciosamente en explicaciones como la que sigue: un alma femenina y que por tanto, ha de amar al hombre, ha sido infundida, para su desgracia, en un cuerpo masculino, o inversamente… [5] Bien podemos suscribir hoy por hoy esta apreciación clínica de Freud.
Ven que distingue aquí lo que sería propiamente la elección de un objeto de goce, de los rasgos de carácter propiamente sexuales, del semblante sexuado, podríamos traducirlo. Vilma habla aquí de posición subjetiva. Muy brevemente, en el carácter se instalan ciertos rasgos, no exentos de goce, que se incorporan en el Yo en calidad de semblante, y con este semblante el sujeto se presenta ante el Otro.
¿Cómo responde Freud, pues, a su propia pregunta sobre la causa, sobre la psicogénesis de la elección homosexual de esta adolescente?
La decepción, dice, que sufre la joven porque el padre da un hijo real a la madre, justamente cuando la pequeña deseaba un hijo imaginario del padre, deseo que se manifestaba en los amorosos cuidados que prestaba a un pequeño de tres años hijo de unos vecinoSigmund Freud no duda en hablar aquí de deseos de maternidad.
En este contexto, el nacimiento de su hermanito la catapulta y da un giro espectacular que a nadie pasa inadvertido. Comienza a hacer la corte a la varonesa: su Dama. Así la nombra Lacan, porque el galanteo responde al estilo propio del amor cortés, exhibido ante la mirada de la alta sociedad vienesa, justo lo que vuelve loco al padre.
La biografía por otra parte, nos permite calibrar mejor aún el valor estructural del rechazo de la madre, y la fuerza que este ejerce sobre su hija. Decepción del padre y rechazo de la madre, un trozo de real con el que Sidonie tendrá que hacer algo en su existencia. ¿Podemos colegir que Sidonie no ocupó para la madre el lugar de su falo imaginario, no fue pues una niña deseada por esa madre cuasi erotómana, como parece que sí lo fueron sus hijos varones? De esta falta de sitio en el deseo materno encontraremos huellas en su anudamiento subjetivo.
Algo de esta constelación habrá de repetirse en la escena del pasaje al acto, en la que la joven se arroja a la vías del tranvía de Viena. Sobre esta dramática coyuntura hallamos dos diferentes versiones, la de Freud, que bien puede ser la que el padre le relató, y la de la biografía. En la de Freud ella se pasea por la calle con la varonesa en las inmediaciones de su oficina, y de pronto la pareja se cruza con el padre que arroja sobre ellas una mirada de ira. Leoni se entera en ese momento de que ese hombre es el padre de la muchacha y le dice que no quiere volver a verla. En el instante siguiente la joven se arroja a las vía del tranvía.
En la versión de la biografía no se cruzan con el padre, sino que lo ven desde la acera de enfrente hablando con un cliente, pero el padre no las ve a ellas. La chica se pone muy nerviosa ante el temor de ser descubierta en compañía de Leonie, que a su vez en ese momento se entera del enfado del padre por la situación, e ipso facto le vuelve la espalda y quiere perderla de vista.
Pero en cualquiera de las dos versiones se trata del mismo punto. Cito a Vilma Coccoz: En el pasaje al acto el sujeto abandona la escena del deseo ante el rechazo perpetrado por la Dama, quien asume la irritación del padre ante el espectáculo de su hija, luego de haber sido informada de que el señor malhumorado con el que acaban de cruzarse en la calle era su padre. Así se despejan las dos condiciones del pasaje al acto: por un lado, su valor de respuesta al deseo del Otro, y, por el otro, la identificación con el objeto a sin valor, vuelto un deshecho, al cual queda reducido el sujeto.[6]
Otro punto fundamental señalado por Freud y recogido en su biografía como una repetición, es su reacción de rechazo al goce sexual, el asco, la repugnancia que experimenta cada vez que se acerca la posibilidad de un encuentro cuerpo a cuerpo con una mujer, ni que digamos con algún hombre, en estos casos solía salir por patas. Este rechazo le costó la pérdida de la que fuera su segundo gran amor, Vjera Rothballer. El soporte de su amor era un rasgo ideal que el objeto debía poseer para atraerla: la belleza.
Con esta bellísima mujer que siempre la había fascinado vive un apasionado romance de un par de semanas durante un viaje, después de haberlo fantaseado y anhelado toda su vida. Y cuando realmente la tiene a su lado, en su cama, huye con el escudo de su verdadero partenaire, su amado e inseparable perro, Petzy. La situación se tensa hasta el punto en que Vjera la enfrenta a una elección: ¡O tu perro o yo!. Y con todo el dolor de su alma, y desgarrada por esa decisión cuyo precio será la pérdida de Vjera, elige a su fiel Petzy, algo de lo que no dejará de lamentarse con nostalgia por el resto de su vida.
¿Qué estatuto dar a este rechazo del goce sexual? ¿A qué abismo se asoma Sidonie cuando es reclamada como objeto libidinal? ¿No será que el amor idealizado la resguarda de ese abismo? Es la tesis de Vilma Coccoz que pueden leer en el mismo título de su trabajo: La encrucijada adolescente de la joven homosexual y la solución del amor cortés. Este artículo me abrió una perspectiva que nunca había tenido sobre la joven homosexual.
El amor cortés es, en efecto, una solución para Sidonie, y su biografía lo refleja de principio a fin. No es que haya carecido por completo de vida sexual, al menos hay varias mujeres con las que mantiene relaciones a lo largo del tiempo, y un hombre, su marido, al que nunca deseó. Se trato de un matrimonio de conveniencia.
Ella consintió en casarse después de haber perdido a Leonie, y para contentar a su padre que esperaba que su hija se enderezara. Del hombre que fue su marido se prendó cuando lo vio con su uniforme militar jineteando su caballo. Esa bella imagen la cautivó. Luego él se mostraría como un redomado canalla que le sustrajo lo que pudo de su patrimonio.
A perseguir mujeres imposible, inalcalzables, quimeras amorosas, dedica Sidonie gran parte de la fuerza de la que dispone y que la empuja. Su cortejo de la dama se encuadra en la dimensión del acting out, de un mensaje que se muestra ante la mirada, su objeto privilegiado en su universo libidinal.
También leemos en este capítulo de la biografía que Freud percibe el desgano de Sidonie y su rechazo al tratamiento analítico, intensificado después de la interpretación de su deseo de tener un hijo del padre. Su reticencia y su voluntad consciente de engañar a Freud se describe así: Sidonie enhebra una pequeña anécdota a la otra, un episodio social de su entorno al siguiente, solo para que no surjan pausas paralizantes, no se comience a hablar de Leonie Puttkamer y el profesor vea cuál serio se toma el tratamiento. Pero en el curso de las siguientes horas se le acaba el material, y ya no sabe más qué contar. Además no sueña nada, pero Freud insiste en los sueños. ¿Estará sospechando el profesor que ella se está encontrando otra vez regularmente con Leonie? Ojalá que no. Pero en realidad, ella podría darle una manito a la realidad y distraerlo de reflexiones inconvenientes. De modo que le cuenta a Freud sus encuentros con Leonie en forma de sueños.
Los sueños que relata a Freud en los que se llega a un happy end: ella se casa con un hombre y tienen hijos, no confunden a Freud que se da cuenta de la mendaz maniobra que hay en juego. Sólo que entonces interpreta la repetición del deseo de la chica de engañar a su padre, y yerra el tiro. Lacan subraya que podría haberle interpretado sin más su deseo de engañar.
Freud toma entonces la decisión de dar por terminado el trabajo con Sidonie y le sugiere que continúe con una mujer. Cito a Coccoz: Freud tira la toalla (…) al topar con el rechazo del inconsciente por parte de la paciente, quien se mostraba indiferente al sentido edípico y reacia a asumir el complejo de castración [7]
Leemos en este apunte que Sidonie no sería apta para ubicar en la estructura de la neurosis. Rechazo del inconsciente, exclusión del sentido edípico, no asunción del complejo de castración, rechazo al goce sexual. Si a esto sumamos que su homomosexualidad y el amor cortés serían su solución sintomática, sublimatoria, las preguntas que dejamos abiertas el otro día parecen encontrar una respuesta acorde con la última enseñanza de Lacan.
Solo quiero agregar algo que aparece al final del texto de Vilma y que me parece otro apunte enormemente importante que va más allá de este caso, sobre la posición de la homosexual femenina. Ella toma una afirmación de Lacan del Seminario XIX …o peor, donde sostiene que la homosexual se amputa del discurso analítico, porque rechaza que el falo sea un semblante, al confundir el órgano con el significante.
La cito: El “amputarse” del discurso analítico condena a la homosexual a una ceguera total respecto al goce femenino, asevera Lacan. Y ello en la medida en que este se distingue por situarse más allá del falo, revelando, en el mismo movimiento, el carácter de semblante de este último. Es la condición por la cual la mujer no sabe gozar sino en o de la ausencia. En cambio “la homosexual no está de ningún modo ausente de lo que le queda de goce” (el entrecomillado es una cita de Lacan en ou pire). Un plus de alienación al discurso sexual la condena a una entificación del sexo, y arrebata a las homosexuales parte de la libertad reclamada, sumiéndolas muchas veces en el extravío de una afirmación identitaria. La homosexualidad femenina defiende, por estructura, el discurso sexual y se aferra a la existencia de hombres y mujeres; a la idea de que el falo es el pene y no un significante, un semblante del goce.
Lo dejamos en este punto. Con una nueva perspectiva para volver a pensar la clínica freudiana, de la que nunca nos cansamos.
Amanda Goya
[1] Rieder, I. Voigt D. “Sidonie Csillag: La joven homosexual de Freud”. Ediciones Literales. Buenos Aire. El cuenco de plata, 2004.
[2] Op. cit. p.41.
[3] Ibidem., p.57.
[4] Coccoz, V. “Freud, un despertar de la Humanidad”. Editorial
[5] Freud, S. “Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina”. Obras completas, Ed. Biblioteca Nueva, Tomo 7, p. 2560.
[6] Op. cit. p.241
[7] Ibidem., p.245.