2002 Junio Intervención realizada en las Jornadas Sobre la mujer organizadas por el Ayuntamiento de León:
Quisiera, en primer lugar, señalar que justamente en el campo del psicoanálisis cada vez contamos con mayor número de mujeres. Esto que ahora ya es muy evidente, es algo que viene ocurriendo desde la época de Freud. Freud se rodeó de un número importante de colaboradoras, e incluso su hija fue su heredera. Es decir, que no se trata solamente de un autor que se encarga de pensar a la mujer sino que además trabaja con ellas. Quizás esta constatación de los hechos, permita ir despejando y aclarando esa serie de prejuicios que se van sedimentando gracias al mecanismo del rumor.
Hay términos y conceptos en psicoanálisis que han levantado polémicas, por ejemplo el de complejo de castración, el de falo, etc. No así otros que se han difundido con una facilidad sorprendente, complejo de edipo, histeria etc. Lo interesante es que los conceptos que más se han incluido en el uso cotidiano, se utilizan o como signo de padecer una enfermedad, “¡tienes un edipo!”, (como tienes una gripe) o incluso, a manera de insulto, “eres una histérica”…A simple vista, pareciera que los terminos como falo y castración son más difíciles de subsumir en un uso coloquial.
Los conceptos de castración y falo, han sido utilizados por algunos intelectuales, ensayistas, filósofos, feministas, pues han querido ver en ellos la señal de la misoginia de Freud, y la fundamentación por parte del psicoanálisis del dominio del “macho” sobre la mujer. No se han podido leer estos términos despejados de esta valoración, que lleva implicito que la castración es un “déficit” y el falo un “superavit”.
Pero no es mi intención hacer que esta intervención se aboque a la didáctica de la teoría psicoanalítica, así que me valdré de los datos que todos los días los medios de comunicación nos aportan y los que la clínica y la escucha de los pacientes nos enseñan.
Podemos decir, que la mayoría de las mujeres de una u otra manera están preocupadas por generar interés en los hombres, por despertar su deseo, para facilitar así el encuentro con ellos. Pero este interés no se agota en sí mismo, lo que la mujer anhela en última instancia es “ser amada”. Es decir, que las mujeres se adornan, se acicalan, se embellecen, no porque sea su naturaleza, no porque esta sea su manera de ser, sino porque saben que es la forma en que despertarán el deseo masculino, y que esto puede dar lugar al encuentro amoroso.
Es importante aclarar que la clínica psicoanalítica llevó al descubrimiento freudiano de cómo la sexualidad humana no se rige por el instinto animal. Que la posibilidad de encuentro entre hombres y mujeres no es natural, y que el encuentro cuando se dá, pues tiene una temporalidad contingente, nos hace entrever un desencuentro insoslayable. Una paciente, bióloga, expresaba esta imposibilidad en estos términos: “los hombres y las mujeres, somos dos especies distintas”.
Esto nos sirve para mostrar que la elección de objeto, de partenaire, en el hombre no se rige igual que la elección de partenaire en la mujer. Si puedo poner un símil, sería como flechas que apuntan cada una a un lado distinto. ¿Entonces de que manera es posible encontrarse?, pues sigue habiendo actos sexuales, hombres y mujeres que se aman etc.
Es importante aclarar que para el psicoanálisis la posición sexuada, hombre y mujer, no está dada por la anatomía. Son posiciones que están referidas a la castración, al falo, a la particular manera de gozar. Lacan lo representa como dos lados de una fórmula, en la cual cualquiera sujeto puede ubicarse. Es por ello que es muy importante entrever que en la histeria, las mujeres se ubican en el lado macho de la fórmula, y que su identificación viril las aleja de su posición sexuada femenina.
Freud, que en un principio había considerado el complejo de Edipo como fundamental, según avanzó en su investigación y en su experiencia clínica fue poniendo el primer plano el complejo de castración que no se puede explicar sin su correlato el falo. Así para Freud las posiciones del niño y la niña se definen ambas con respecto al falo y la castración, no con respecto a las formas corporales o a la herencia genética.
En el niño, que anatómicamente está provisto de un órgano real que es el pene, el significado que adquiere para él que la otra mitad de los seres de su especie no posean dicho atributo, es el de una amenaza, “es posible perderlo”. Significación que afectara a su forma de estar en el mundo y a su psicología, es el hombre el que más teme perder, pues su interés es mantener lo que “tiene”. El hombre vive en tensión por perder dinero, poder, prestigio, potencia…etc.
En el caso de la niña, comprobar que hay otros que tienen algo que ella no tiene puede dar lugar a distintas salidas, una muy común es “la envidia del pene”, -“¿por qué él tiene y yo no?”- que se padece y es difícil de aceptar por parte de las mujeres. Si logra salir de esta coyuntura, después de comprobar que tampoco la madre lo tiene se dirigirá al padre para demandar que se lo dé, y aceptando que esto no es posible buscará en su momento a un hombre al que demandará un signo de amor, que a veces se materializa con la demanda de un hijo. Es así como para la niña el valor que adquiere el don de amor, hace que la pérdida de amor sea lo que equivale a la amenaza de castración en el varón.
En el futuro veremos a un “hombrecito” apegado a un tener, acobardado por cualquier cosa que lo amenace, y a una “mujercita” temiendo no ser amada, temiendo el “abandono”. Son dos dramas que se desarrollan en la escena edípica y que no conviene valorar uno como mejor que otro.
Poco a poco, vemos vislumbrarse lo importante que es para la mujer ser amada, y por ello, lo dispuesta que estará a ser el semblante del objeto que provoque el deseo del hombre, para por este camino llegar al amor. Pero es fácil suponer cual es aquí el problema, si ella acepta jugar y “ser la hora de la verdad para un hombre”, su demanda de amor no se agotará por haber logrado ser elegida por él.
En la película póstuma de Stanley Kubrich “Eyes Wide Shut”, basada en la novela de un contemporáneo de Freud y reconocido freudiano, se puede constatar este hecho. La protagonista hace tambalear la tranquilidad de burgués en la cual vive su marido, tiene una casa estupenda, una mujer bellísima y una hija preciosa, dinero, poder, posición; y ella comprobando que él ya no la mira, decide contarle que cuando él cree que la posee, ella se imagina haciendo el amor apasianodamente con el capitán de un barco, dejándole patente que nunca él debe encontrarse seguro de poseerla y menos enteramente.
Vemos pues, que hacer semblante de objeto deseable para un hombre no es algo que defina únicamente la posición femenina, sino que es la mediación que la mujer acepta para el encuentro amoroso.
Estos rasgos, detalles, caracteres, semblantes que la mujer adopta, en la época actual, están muy determinados por un modelo estandarizado y promovido por la publicidad y el mercado. A costa de ello, muchas empresas mueven muchos millones de euros. España es uno de los países que más gasta en cirugía estética, cosmética, moda…prensa rosa…¿pero es posible que esta belleza uniforme que se vende como la válida, pueda servir para todas las mujeres?. Este modelo tiránico y único que cada vez más llena el mercado, ya no se puede explicar solamente como un canon de belleza de una época, es otra cosa. Se trata de una inflación de la imagen desanudada y desamarrada de cualquier valor singular del sujeto femenino. Se trata de promover una imagen que cada vez más nos aleje de lo que se puede nombrar con la palabra “estilo”.
Detrás de la máscara no hay nada, los adornos, los velos con los que la mujer “encanta” apuntan al no tener del que hablábamos antes, apuntan a la falta. En esas formas cautivantes, se vislumbra las marcas y las huellas particulares del sujeto femenino que hace que solo con algunos hombres se logre un verdadero encuentro. Hasta cuando se trata de la prostituta, -la mujer que está con todos-, el verdadero encuentro es solo con algunos.
Cuanto más se aleje la mujer de su íntima verdad, más apresada en “la mascarada quedará”, y lo que era una concesión con vistas a conseguir el amor de un hombre, se tornará su “falso ser”. Esta posición que encontramos con frecuencia en la patología histérica hace que la mujer sea una presa fácil para caer en manos de este mercado de la “imagen”.
Los publicistas saben bien que la mujer lanza su pregunta ¿cómo ser deseada por un hombre? a las “otras mujeres”, por ello en la mayoría de los spots publicitarios se muestran mujeres sugerentes para ellos. Es en este bombardeo que la mujer va quedando arrinconada, pues se va olvidando de quien es ella, de lo que a ella la mueve más allá de lo que mueve a las otras. Hay un ejemplo paroxístico de esto, cuando una mujer cercana con otra, se mimetiza y casi sin darse cuenta termina por usar los mismos zapatos, vestidos, perfumes, etc,. Se trata de tener, de tener lo que ella tiene, el saber sobre como se es una mujer.
La experiencia analítica, el psicoanálisis, nos muestra que cuando hablamos de ser una mujer, estamos en la rúbrica del semblante y que solo si el semblante se anuda a la falta, (tanto en su aspecto simbólico como real), puede un sujeto ubicarse en la posición sexuada femenina. Esto no está garantizado, ¡por el contrario!, la época favorece el deslizamiento a posiciones histéricas que llevan a una identificación viril, como indicábamos al principio.
Jacques Lacan fue un visionario y conectó el declive del padre con la dificultad de asumir de manera legítima la virilidad. No hay muchas definiciones de Lacan en este sentido, pero nos indica una de gran envergadura, cuando nos dice que “el hombre sin ambages” puede permitir a la mujer salir de la “imagen congelada” que le propone esta sociedad del espectáculo. Frente a la verdadera mujer, cuya relación con el no-tener se sostiene, el “hombre sin ambages” es el que no se deja engañar por el postizo y que sabe que detrás no hay nada y, sin embargo, no retrocede.
El discurso de la ciencia y la técnica junto con el funcionamiento del mercado se acoplan muy bien con la identificación viril de la histeria. Que las mujeres se conviertan, a contramano de su femenidad, en promotoras del tener y del objeto, interesa a una sociedad que se sostiene en el fetichismo de la mercancía. Y si este objeto que la mujer quiere tener como su posesión, termina siendo la imagen de su cuerpo, la sociedad del espectáculo tendrá su mejor aliado en las mujeres. Pero esto las enferma, con enfermedades de la época, anorexia, depresión, y las confunde y desorienta cada vez más con respecto a su posición femenina.
Como decía al comienzo de mi intervención, el psicoanálisis permite al sujeto femenino enfrentar y orientarse en esta época, dando el valor que le corresponde al encuentro con el otro sexo. Si todos sabemos, aunque no hayamos realizado una experiencia analítica, que la relación entre un hombre y una mujer no puede escribirse, no es complementaria, cojea, esto no es suficiente, se necesita comprenderlo para no quedar atrapados en la esclavitud postmoderna.