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PUBLICACIONES DE PSICOANÁLISIS DE ORIENTACIÓN LACANIANA

Modalidades del acto y estrategias de la transferencia

Las entrevistas preliminares tienen una función esencial en el análisis, afirma Lacan en El saber del psicoanalista, también, con prudencia, titula uno de sus Escritos Una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de las psicosis. Si tomamos en consideración aquellos casos en los que las condiciones de entrada en el dispositivo analítico nos plantean serias dificultades, podemos extender el uso del adjetivo preliminar a todas aquellas estrategias en la transferencia destinadas a producir tales condiciones. Una clínica orientada por lo real hace posible situar los obstáculos que se presentan a la institución del sujeto en la dimensión simbólica y, de este modo es posible regular nuestra acción en la transferencia para favorecer la elaboración significante y la producción del sujeto. Los modos en que se presenta la resistencia de lo real son diversos y requieren maniobras no standard, orientadas por el saber de la estructura y por las particularidades del caso.

Un niño de tres años para quien el título de estas jornadas va como anillo al dedo, dado que su extravío respecto a las normas y sus actuaciones alcanzaban el paroxismo, me es remitido por un colega que analiza a su madre. Los padres, desesperados, describen la conducta de su vástago como si de un diablillo se tratara, habían escuchado el rótulo de “hiperactivo” y el diagnóstico les había perturbado, así como las insistentes quejas de la escuela infantil donde es calificado de violento. No se queda quieto un segundo, no acepta ningún no, a veces tienen que vestirle entre dos personas porque su resistencia es tan decidida que la fuerza del cuerpo de un adulto no es suficiente para controlarle, se niega a comer, y todos los métodos utilizados, desde el avioncito hasta el castigo son inoperantes. Su indiferencia a castigos y amenazas es lo que más les sorprende, en la medida en que establecen una comparación con su propia educación, el pequeño se presenta como algo Umheimlich, sobretodo para la madre. Este hijo les confronta a una fractura de su narcisismo, al presentarse como un síntoma en su Ideal del yo: cualquier paseo o visita a familiares o amigos se vuelve insoportable. A este panorama se suma la enfermedad neurológica de su segundo hijo, que requiere una atención constante, con tratamientos diarios de estimulación fuera y dentro de casa, momentos en que Ricardo aprovecha para maximizar su demanda y transgredir todas las prohibiciones. Con esta conducta sintomática el hermano mayor ha conseguido que su madre haya abandonado su trabajo y deba limitar el cuidado y la ternura hacia el más pequeño, viéndose obligada a delegar en una enfermera sus responsabilidades para ocuparse del mayor. Al mes de quedarse embarazada por segunda vez tuvo una amenaza de aborto que le obligó a guardar cama hasta el parto. Ricardo pasó a estar al cuidado de una niñera de quien ella percibía un odio cerril pero a la que soportó porque era cariñosa con el pequeño. Asegura no perdonar a su propia madre, quien jamás le ofreció una mano en esta situación tan dramática. En un posterior encuentro con los padres destaco la importancia de que, juntos, reconstruyan a Ricardo este período de su vida que había quedado velado por el silencio.

No sin inquietud le recibo y, como era de esperar, pone de manifiesto de entrada su relación al Otro, como si el mensaje implícito fuera: “no acepto ninguna regla, veamos qué puedes hacer”. Se niega a estar a solas conmigo e introduce al padre en la sesión, coge juguetes y rotuladores para tirarlos inmediatamente, da vueltas como una peonza, sale y entra de la consulta, reclama la atención de su padre. Cuando le invito a dibujar ordena lápices y rotuladores en dos grupos, los que le gustan y los que no. Rayas y puntos en total dispersión cubren la hoja, pero el objetivo fundamental es acabar con las puntas, ante la ausencia de una reacción correctiva por mi parte, se interrumpe y traza lo que define como “la vía de un tren donde no hay un hospital”. Eco de la carretera principal del Seminario tres, el núcleo de sus dificultades se anuncian con esta vía de tren, metáfora de la ley, de un límite simbólico frente a un real no simbolizado que se figura como el hospital.

En el segundo encuentro soporta la permanencia del padre en la sala de espera, estableciendo un ir y venir a verle, dejando las puertas abiertas. Cual terremoto, deambula con un cochecito en un circuito enloquecido que pasa por todas partes y choca intempestivamente con todo al grito de ¡soy un policía! Creo que este elemento le representa a él y al Otro de la ley, ambos descarriados. Le digo que es verdaderamente un problema que el coche no pueda parar, entonces se detiene y lo aparca. Luego me pide que le ayude a vestir los muñecos que ha dejado desnudos, lo que me permite hablarle de la diferencia sexual, son tres chicos y una chica, dice, y ¡todos tienen culo!, añade.

Inicia la carrera loca de dos coches, uno se cae y se hace pupa, luego los aparca. Me pide que dibuje pero nada de lo que hago le satisface, presiona el rotulador hasta hundirle la punta y me pide que lo arregle, ante mi respuesta de que no puedo hacerlo, me dice triunfante que su padre sí sabe arreglarlos. Esta manifestación de su creencia en el padre confirma el diagnóstico de neurosis. La emergencia de la problemática del cuerpo explica que en la sesión siguiente aparezca el trabajo sobre la pulsión anal, trae una bolsa con juguetes, todos ellos medios de transporte. Sobre un pequeño tren intenta colocar una carga muy pesada, que va cayendo por el camino. Concluye admitiendo la imposibilidad ordenando lo que el tren puede y no puede transportar, lo que tendrá como efecto el control de esfínteres.

Entonces puede encarar la problemática esencial, la del deseo de la madre para lo que parece haber leído el Seminario XVII: ¿qué hacer con la gran boca, de grandes dientes, de un enorme cocodrilo? Debo dibujar según su guía vigilante, frente a la boca, un cazador con la mochila de la escopeta. La escopeta es situada ante el vientre del animal pero sin agente, extenderá su punta hasta rodear todo el cuerpo pero sin llegar a la boca. Dado que el intento es insuficiente requiere además el uso de un palo sobre la parte superior, pero la empresa fracasa. Volverá pertrechado con un arsenal de ametralladoras, un taladro, el tren y las vías que sin embargo no utiliza. Se ocupa de vestir y desvestir un muñeco que me coloca en la mano, lo que me da la oportunidad de simular el rechazo a su intención de vestirlo. Ríe a carcajadas pero inmediatamente se muestra preocupado por si otro niño puede jugar con sus cosas. Le explico que son de su propiedad, entonces me informa que tiene un hermano pequeño y lo nombra. De este modo alude al fantasma de la intrusión del otro que pueda desalojarle del lugar que ocupaba en el deseo del Otro y dejarle caer como le ocurrió a los dos años. Luego de una intervención quirúrgica por vegetaciones que yo me había preocupado por anticiparle, dibuja un hospital y un niño con pupa a quien los médicos curan. Al segundo cocodrilo se le suman tres personajes, un doctor y una doctora, cada uno porta una escopeta y un niño, munido de una pistola. La preocupación se centra sobre la tripa del cocodrilo donde sitúa la bolsa de la escopeta frente a la que manifiesta inquietud, no sabe, no es suya. Entretanto, el coche de policía enloquecido alterna con momentos de tranquilidad en los que aparca y se queda tranquilo. La problemática de la función paterna y de la ley que estabilice el sistema simbólico, aportando una solución al deseo de la madre y del falo le lleva a convocar otro coche, éste de bomberos para que, con su larga manguera pueda apagar el fuego que provoca el choque del coche extraviado del policía. También aparecerán piratas con espadas y escopetas pero la solución comienza a perfilarse con el dibujo que hace sin mi ayuda, de un tercer cocodrilo al que logra rodear con una cuerda, que ha perdido la cola y tiene la boca cerrada. Culmina su obra con un agujero situado encima del cuerpo de la bestia.

Sus provocaciones son constantes, como si se tratara de una permanente puesta en jaque: me quiero ir, al aceptarlo yo, no, ahora quiero quedarme. Formula preguntas, ante la respuesta, no o sí según convenga a su radical oposición al Otro. Después de cada sesión la consulta parecía un paisaje después de la batalla, hasta que un día pinta la alfombra, en actitud de desafío. Encontrará un no por respuesta. Ofendido, requiere la protección del padre, lo que me permite una intervención decisiva: a partir de entonces el padre le esperará abajo. A regañadientes aceptará esta novedad pero los efectos son inmediatos. Los coches circulan de manera ordenada y aparcan. Un grupo de animales y elementos de cocina acaparan desde entonces sus sesiones, hay un papá bueno y otro papá que mata, que es malo. El se muestra tranquilo y pacífico, ahora el debate transferencial ha pasado al registro de la palabra donde el pulso es constante, lo que me permite interpretarle que ése es su problema, que quiere y no quiere. Una llamada telefónica despierta su interés, cuando le respondo que era una persona espeta “caca para Vilma”. El fantasma de intrusión vuelve a convocarse con la llamada. Entonces me anuncia que va a dibujar algo que yo no sé,. Evidentemente, no se trataba de un dibujo sino de castrar el saber que se anuda a la inquietud por el deseo del Otro y el objeto imaginario que pueda interesar a tal deseo. La articulación de la transferencia requiere la falta del Otro donde alojar el objeto anal. Entonces pondré mucha atención en mostrarle mi ignorancia y ante sus pedidos de permiso para pintar de un modo u otro le diré que puede hacerlo como quiera, lo que le permite admitir sus errores y su ignorancia de forma divertida. Una interrupción, esta vez del timbre causa el siguiente diálogo: “¿quién era?” “¿Una persona?” “¿Una persona tuya?” “Las personas no pertenecen a otras”. “Sí, mi mamá es mi persona”. La confesión del fantasma edípico se hizo posible a partir del objeto imaginario convocado por el significante “persona”. En otra sesión, cuando llega a la mitad del trabajo que se proponía, pintar un retrato, me dice que quiere borrarlo para volverlo a hacer. Entonces entono una melodía inventada donde incluyo el querer y no querer, el hacer y el borrar para volver a hacer, que le encanta. Actualmente sus esfuerzos recaen sobre los dos padres, uno de ellos, como Cronos, come y mata, hace que la bondad y maldad se mezclen aunque él pretenda poner un orden moral en ese pequeño universo. Sin embargo, puede hacer la serie de los animales que prefieren unos platos y los que prefieren otros, el cocinero que les prepara la comida cambia de sexo. La entrada en el dispositivo analítico revela aquí un notable efecto civilizador, apreciado por la escuela y por los padres. Hemos pasado del acting-out como modo sintomático de relación con las normas, a las ficciones donde el goce desamarrado en la conducta encuentre las vías para que el coche pueda circular por la autopista principal.

Otro tipo de dificultades proponen las psicosis cuando la dimensión de las actuaciones locas impiden el advenimiento del sujeto en la cadena significante y obligan al analista a tomar medidas de protección y al uso de un abanico de semblantes para lograr conducir lo real a una simbolización, y a una puesta en suspenso del acto.

Para ilustrar esta problemática me referiré a dos mujeres, ambas esquizofrénicas, ambas con impulsiones graves en las que la patología de la acción exigieron el máximo esfuerzo, ambas sin diagnóstico preciso al llegar al análisis.

Marta tiene ahora 40 años y lleva diez en análisis. Un amigo suyo con el que había tenido un encuentro muy profundo se había cortado el cuello y ella tenía miedo de hacer lo mismo. Necesitaba ayuda para concluir una relación que la enfermaba, noche tras noche, las borracheras acababan cada vez peor, la estaban desquiciando los numeritos en público. Su posición sacrificial le llevaba a aceptar humillaciones e injurias pero nada parecía calmar el apetito de su compañera. La transferencia se establece de inmediato pero en un primer momento con un marcado acento pasional, conmovida por la emergencia de un nuevo objeto libidinal llegará a seguirme de cerca casi hasta el acoso.

Las llamadas telefónicas con serias amenazas de pasajes al acto suicidas se suceden hasta que decido una primera intervención psiquiátrica que tendrá como efecto la subjetivación de su enfermedad. Este freno a su megalomanía basada en un delirio poco sistematizado la sumió en una fase depresiva bastante importante, con episodios de anorexia que evocaban el fenómeno elemental de sus cinco años, ante la ausencia de la madre motivada por un parto, se negó a comer hasta casi dejarse morir. Pero dio lugar a la reconstrucción de su historia, a un trabajo admirable de localización de la forclusión generándose una especie de fobia artificial ante los entornos del agujero. En ello se incluía el diseño de la ciudad con lugares pecaminosos por los que jamás pasaría. Su elaboración de saber se acompañaba de entusiastas proyectos que nunca conseguía porque era arreciada por el superyo (eco del decir materno) que, en resumen, le negaban el derecho a cualquier logro y volvía a caer.

La mala fortuna hizo que perdiera su trabajo, hasta entonces elemento fundamental de su precaria estabilización. Su ser extraviado, su presentación de deshecho se alternaban con una búsqueda tan compulsiva como infructuosa de conseguir otro empleo. Conseguí un tímido apoyo económico de sus hermanos y, aunque no pagaba las sesiones podía mantenerse con dificultad. Pero los sucesivos fracasos la desesperaban más y más. Ella misma, asustada por venir a sesión con las venas cortadas con un cristal decidió ingresarse, pero en el hospital fue diagnosticada de histeria, de teatralidad y ni siquiera mi comparecencia y mi diagnóstico lograron perturbar la decisión médica de no aceptar el ingreso. Luego ganaron la escena los robos, nada la detenía, ni siquiera el que la pillaran.

Ante esta catástrofe y con gran oposición por su parte, le sugerí primero para imponerlo después, que se fuera a vivir a otra ciudad, a casa de un hermano al que comprometí para cuidarla. Allí asistió a un hospital de día y visitó regularmente a un analista. Durante este tiempo mantenía un contacto epistolar y proyectaba su vuelta a Madrid. Consiguió una empresa propia en un trabajo a través de ordenador con el que evita lo insoportable, el trabajar junto a otros. Renovará su demanda de análisis donde se abre una segunda etapa condicionada por el pago de la deuda anterior. Esta maniobra despeja la transferencia porque la otra época planeaba como una sombra, se creía obligada a hablar de su malestar y sufrimiento. Esta nueva etapa ha permitido una elaboración de saber sobre sus pasajes al acto y acting-out en la transferencia, lleva una vida digna, ha iniciado una relación amorosa y ha renunciado a su proyecto de volver, el analista puede estar lejos, sin que ella necesite cubrirla con cartas y meils, la libido puede alojarse en otra parte.

Isabel tiene 28 años y una historia psiquiátrica desde la niñez. Cuando viene a verme, por sugerencia de uno de sus acompañantes terapéuticos, está hipermedicada, lleva las manos vendadas porque se lastima. A su psicosis se añade una adicción a fármacos, drogas y alcohol. Tiene un novio con el que las disputas han acabado en ocasiones con intervenciones policiales. La violencia incluso física se acompaña de rupturas y reconciliaciones diarias y con innumerables llamadas telefónicas de uno y otro. En primer lugar le dije que la aceptaría pero con ciertas condiciones, que fuera a ver a un psiquiatra de mi confianza y que se establecerían ciertos acuerdos con los acompañantes para ayudarle a poner en orden su vida. Pero cualquier norma se había vuelto inaceptable desde siempre, por eso su historia es la historia de actuaciones y de no menos locas intervenciones de castigos y represalias por parte de padres, tutores y terapeutas. Lo que había acrecentado la impulsión a actuar, en situaciones en que llegó a beber productos tóxicos para frenar el cumplimiento de normas consideradas caprichosas. Robos, mentiras, escenas públicas degradantes, peleas y amenazas eran moneda corriente y sólo se atemperaban cuando, atormentada por la culpa se aislaba completamente, no abría la puerta, no contestaba el teléfono hasta preocupar seriamente a su entorno. A los llamados diarios de los acompañantes se sumaban los de su madre.

Entonces diseñé una estrategia que llamaré de red transferencial con el objetivo de despejar la transferencia de implicación en acuerdos y desacuerdos. De este modo, pensaba que podía atemperarse el empuje al acto con esta red de contención pensada como una norma relativamente permeable a la transgresión y a las excepciones. Pedí a una colega que se hiciera cargo de la coordinación lo que inauguró la dimensión de la verdad, hasta entonces forcluida por una trama de tapujos y mentiras. Este trabajo basado en la importancia del pacto simbólico y de una norma inconsistente, que tolera las faltas aún desde su incomprensión y las sesiones, en las que iba tejiéndose la malla simbólica de su vida, permitieron que comenzara a querellar por sus derechos que eran puntualmente negociados, cambiando de táctica según conviniera. Por otra parte le se hizo patente el desastre al que había llegado y por el que había pasado. Se cortó la relación con su novio, dejó de beber y comenzó a preguntarse por qué se drogaba hasta llegar a precisar que así podía ignorar, adormecida, su realidad. También confesaba no tener voluntad ni fuerzas, de intentar y abandonar cualquier empresa con la horrible sensación de que nunca lo conseguiría, de sentirse espantada ante la degradación en la que se había sumido durante años. En esta coyuntura se encierra, no atiende los acompañantes y se precipita un ingreso decidido con una consigna clara, la subjetivación de la enfermedad.

El análisis queda interrumpido y decido esperar. Luego de unos días me llama para pedirme volver y se inicia una etapa de sintomatización de las adicciones, por primera vez el conflicto psíquico se había instalado en el consumo. Así por ejemplo llega a despejarse el primer desencadenamiento a los 15 años, gracias a un porro en el internado pasa de ser un patito feo estudioso y sin éxito social a su triunfo en este terreno, con la consecuente debilitación de los estudios. La droga y el alcohol hicieron posible el acceso a los chicos, gracias a la ingesta ella pasaba de una timidez y huida a ser una cazadora. Pienso que aquí se ve la operación que intenta el esquizofrénico, ante la sexualidad y el deseo, intenta alojarse en un semblante histérico que existe en el discurso del Otro y que toma la forma en la conducta de acting-out como propone Lacan. Pero, debido a la forclusión del significante fálico acaba transformándose en un pasaje al acto, acaba expulsado, en su estatuto de objeto, de deshecho, sin Otro. Esta construcción fue posible luego de un episodio en el que, ante el rechazo de un hombre a su ofrecimiento acabó nuevamente en la degradación. La lucha cotidiana con la tentación de las pastillas tomó el primer plano, llegando a demandar una intervención del analista, pero la abstinencia en la respuesta hizo posible sus primeras conquistas. La resistencia a la impulsión le permitió comenzar a entrever su futuro a la salida del hospital. Pero cuando nos encontrábamos diseñando el nuevo orden de su vida, se precipitó el desenlace. Su madre, impulsada por su terapeuta y su abogada pretendían la firma de un poder absoluto respecto al uso de su patrimonio, a favor primero de la madre y una tía, en última instancia, de la albacea. Esta trama perversa gestada en torno a la condena de incurabilidad de la paciente la inducía a la renuncia completa de su ser de derecho. Una decisión fatídica emerge como contragolpe a la emergencia del sujeto e intenta arrojarla nuevamente al estatuto de objeto caído entre las fauces abiertas de esta figura del goce que representan, en un pacto siniestro, el capricho materno sostenido por un oscuro acuerdo de la terapeuta y la representante de la ley. La abrupta interrupción de su análisis y del tejido transferencial construido como soporte y contención de las actuaciones a pesar del reconocimiento de un cambio evidente, dejaron a Isabel desprotegida. Ahora sólo puede confiar en que las defensas obtenidas en este período le confieran las fuerzas necesarias para crear las condiciones que le permitan volver a su análisis como es su plan. Pero la lucha contra la adicción y ante la ferocidad del Otro cifrada en la compacidad de este grupo de féminas es demasiado potente frente a la fragilidad del sujeto que sólo dispone ahora de una posición ética.

Vilma Coccoz

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