Empezaré por hacer alusión a lo que la doxa, la opinión, plantea sobre el psicoanálisis. ¿Cuáles son los prejuicios y tópicos que se ciernen sobre esta práctica?
Cuando un sujeto se plantea pedir ayuda a causa de su sufrimiento “psíquico”, la mayoría de las veces su encuentro con un psicoanalista se da por algún conocido o por simple casualidad.
Muchos son los prejuicios o las prevenciones con las que llega un sujeto a la consulta. Como nos planteaba Freud, el psicoanálisis genera de principio una resistencia consustancial al mismo. Es por ello que los psicoanalistas no retrocedemos frente a estas críticas o a estas reticencias, más bien lo contrario.
La más común, o mejor dicho, la que resulta más fácil confesar es que el psicoanálisis es un tratamiento largo, que lleva tiempo. Y justamente lo que puede parecer un obstáculo es una de las ofertas que el psicoanálisis tiene para hacer: darle tiempo al sujeto, permitirle tomarse el tiempo que necesite para comprender los sufrimientos, síntomas y malestares que lo aquejan; así como sus gustos, satisfacciones. Esta es una oferta cada vez más inédita en estos tiempos que corren y nunca mejor dicho…el tiempo. (“Los tiempos que corren”, primer capítulo del curso de orientación lacaniana de Jacques-Alain Miller: Todo el mundo es loco). Es ya un lugar común, algo aceptado mayoritariamente que el tiempo y el tipo de vida que llevamos se ha visto marcado por una aceleración anudada claramente con el progreso vertiginoso de la técnica y sus objetos. Si antes teníamos que esperar llegar a casa para ver quien nos había llamado (cuando ya había contestador), ahora podemos contestar e-mail y hacer conferencias por skype con nuestro pequeño teléfono móvil estemos donde estemos. El tipo de lazo entre el tiempo y el espacio que había antes, ha desaparecido. No era lo mismo deambular por la calle que estar en el espacio del hogar, ahora esto está confundido. Se puede estar con alguien tomando una cerveza y contestando a la vez un whatsapp sobre cuestiones laborales o incluso amorosas. Lo público y lo privado ha perdido su delimitación clara. Cualquier serie americana nos lo muestra, un número enorme de jóvenes trabajando en las escuchas a nivel global.
Entonces en esta época marcada por la permanente aceleración, por el tiempo que se nos va entre las manos, por la falta de tiempo; el psicoanálisis oferta un tiempo no marcado por el reloj. El sujeto necesita tiempo para comprender y el psicoanálisis se lo ofrece. Nuestra práctica no ha quedado subsumida por el despliegue técnico. Lo cual no quiere decir que nuestras instituciones no se pongan al día y usen de la mejor forma los medios que internet y las redes sociales aportan para darnos a conocer. Mantenemos estos dos lugares separadamente, nuestra cara pública y nuestra experiencia en el terreno de lo privado.
Ofertamos hacer una experiencia con el tiempo que no esté determinada por el reloj. Si por un lado se trata de que hace falta tiempo, por otro, en la orientación lacaniana las sesiones son breves. La brevedad a la vez que este “se necesita tiempo”, no son contradictorias.
La brevedad tiene que ver con el decir del analizante y la escucha del analista. Si la Internacional Psicoanalítica se sostiene en la sesión con un tiempo estándar 50 minutos, aunque no sé si con los tiempos que corren no habrán pasado a 30 minutos. Esta medida está referido a lo que marca el reloj y no tiene nada que ver con lo que nos dice el sujeto. Da igual lo que haya dicho o lo que esté diciendo, cuando tenemos un tiempo concreto para terminar la sesión. Sin embargo, nuestro final de cada sesión está anudado al decir del analizante. El corte de la sesión, así solemos llamarlo, se produce en relación con las palabras que están en juego y la escucha de esas palabras que realiza el analista. Por ello no responderá a un tiempo cronológico sino a un tiempo lógico. Entre muchos jóvenes que empiezan a practicar como psicoanalistas se plantea la pregunta, si alguien que no está familiarizado con el psicoanálisis y que no pretende en un principio transformarse en psicoanalista podrá entender o aceptar esta sesión breve y estos finales de sesiones. Está comprobado que el sujeto deja de tener en cuenta el reloj a medida que hace la experiencia de sentirse escuchado de una forma inédita. En mis años de práctica como psicoanalista, ese no ha sido ningún problema para que un sujeto siguiera con su experiencia. Todo lo contrario, los sujetos hacen una experiencia con su decir inédita, la experiencia del inconsciente.
Es decir que esta escucha, da un lugar a los dichos de los sujetos que no encontrarán con ninguna otra persona a la que se dirijan, ya sea sus padres, novios, novias, amigos etc…, en sus decires irán descubriendo las marcas traumáticas que le han llevado a una realidad y a un funcionamiento en su vida. En eso que se repite en nuestras vidas y que por momentos nos desalienta, encontraremos lo más singular de nuestra existencia. En nuestras elecciones, en nuestra forma de vivir, en el mundo que nos hemos forjado hallaremos esa marca que nos ha constituido. Es evidente que esto no se puede hacer sin esa escucha, sin el analista, que lea en nuestro decir esa marca y con su intervención apunte a ella de la manera más sútil.
A esta altura ustedes se preguntarán si esta “interesante” y nueva relación con el tiempo y con su decir tendrá alguna utilidad. (De eso nos hablaba Jacques-Alain Miller en un artículo en Le Monde titulado “De la utilidad de la escucha”).
El malestar, el sufrimiento, expresados en los síntomas, están íntimamente relacionados con las palabras. Nuestros padecimientos hablan o callan pero están referidos y se anudan al lenguaje. Nuestros malestares no son equiparables a los referidos al organismo, aunque incluso en estos, la medicina, cada vez más, los explica como efectos en el organismo de nuestros estados de ánimo.
Freud descubre a través de la histeria el anudamiento entre los síntomas psíquicos, las palabras, los afectos… y eso le lleva a la invención de una nueva “práctica en el mundo” la del psicoanálisis, sostenida fundamentalmente en la palabra. Y no en la palabra dada por el médico a manera de fármaco, consejo o vehículo de curación; sino de la palabra del paciente como expresión de la enfermedad y donde encontrará él mismo las claves de su “curación”. No hay recetas, no hay píldoras… para estos padecimientos humanos… pero sí hay claves que el sujeto encontrará en su propio decir.
Una sola condición se le pone a este relato: que el sujeto trate de decir lo que se le pasa por la cabeza con la menor censura posible. Que haga hablar a sus pensamientos sin censurarlos demasiado. En este despliegue de la palabra se irá encontrando con momentos de su vida de suma importancia y que hasta ese momento habían pasado desapercibidos, dichos que el Otro ha pronunciado sobre su ser y que han hecho mella en él; aparecerán también los odios y los amores en los vínculos familiares y sociales, sus ideales, sus deseos, sus gustos, su peculiar manera de satisfacción, su sexualidad…
Con respecto a la “curación” de la que hablábamos antes y hemos puesto entre comillas, diremos que para el psicoanálisis la “curación” es paradójica, pues la enfermedad que trata el psicoanálisis es “incurable”. ¿Entonces de que curación se trata?
Es evidente que una persona se cura de una gripe, de una bronquitis, etc, pero del hecho de ser un humano no se cura. No podremos curarnos de lo que supone que nuestro cuerpo esté afectado por la palabra, de que somos seres sexuados y que somos mortales. Esto no tiene cura. Entonces podríamos preguntarnos para que ir a un psicoanalista si lo propiamente humano no tiene cura? Justamente nuestra intervención como psicoanalistas se justifica, porque el sujeto sufre en demasía frente a este “incurable” con el que es necesario vivir.
Dicho de una manera u otra por Freud y por Lacan, se trata de conseguir vivir una vida más digna. Y cuando hablamos de vida más digna estamos en el terreno de una ética, una ética que marcará nuestra clínica.
Pues esta vida más digna para cada uno que se acerca al psicoanalista no está referida a un modelo universal, lo que es digno para mi como forma de vida, no lo es para mi vecino… es decir que no está referido a ningún modelo “normativo” o “normópata”. El psicoanálisis no tratará de adaptar al sujeto a ninguna forma de hacer o de vivir, cosa por otro lado imposible. El psicoanalista escuchará lo más singular de la marca, la letra, en el decir del analizante y así orientará su intervención, permitiéndole de esta manera construir los caminos que le harán transitar una vida menos sufriente pues estará más acorde con su singularidad irreductible.
Pues, que es lo que más nos “enferma”, sino es ir a contracorriente de lo más nuestro, eso que ni siquiera podemos nombrar claramente, algo que hace a nuestra manera de estar en el mundo y de gozar y que se construyó de manera azarosa, ese entramado de nuestro cuerpo en el mundo y de las palabras que nos acogieron y que fueron dichas a nuestro alrededor y a las cuales nos aferramos sin saber muy bien por qué.
Pero se necesita tiempo y una escucha privilegiada para asumir lo más propio de nuestra existencia. Es por ello, que esta experiencia que desde hace más de un siglo inauguró Freud, es una práctica incomparable.
Esto, entre otras cosas, es lo que oferta el psicoanálisis… un encuentro inédito con lo propio de cada uno y una experiencia extremadamente valiosa en estos tiempos que corren.
Mercedes de Francisco
Ciclo de Conferencias ¿Qué se puede esperar de un Psicoanálisis?
Seminario del Campo Freudiano de Málaga 2016-2017