PUBLICACIONES DE PSICOANÁLISIS DE ORIENTACIÓN LACANIANA

Un lugar en el mundo

a) Espacio y tiempo.

En Nuevas Conferencias de Introducción al Psicoanálisis Freud afirma que el descubrimiento de la instancia psíquica del Ello, deducido a partir de la incidencia de la pulsión de muerte en la subjetividad, tendría, como una de sus consecuencias, el hacer temblar los pilares racionales de las categorías kantianas de espacio y tiempo. Intuición fulgurante si tenemos en cuenta la conquista conceptual operada por la enseñanza de Lacan en relación a estas dos dimensiones de la existencia en el ser hablante. La acción del significante y su ordenamiento en un discurso hacen posible la simbolización del espacio, como lo demuestra el hecho de que cada lengua ofrezca la distinción de “aquí”, “allí”, “cerca”, “lejos”, etc. facilitando la discriminación de zonas, de topoi, de lugares que serán esenciales en la estructuración de la subjetividad, haciendo posible el funcionamiento del principio de realidad y la regulación del cuerpo. Esta construcción del aparato psíquico (en términos freudianos) o estructuración de la subjetividad (según Lacan), depende de la institución del lugar del Otro sin cuyo soporte no existiría la dimensión de la alteridad, constitutiva de la existencia. Así se efectúa la instauración de lo íntimo y lo ajeno, lo interior y lo exterior, aunque conlleva la paradoja esencial al ser hablante, la de percibir que habita un mundo singular, aquél donde lo más íntimo puede mostrársele como lo más extraño, dado que de este modo se perciben las manifestaciones del inconsciente. Así lo ilustran los sueños, que suceden en Otra escena, o los lapsus y actos fallidos, que suelen convocar la negación inmediata “no quise decir eso”, evidenciando que el yo no es el amo en su propia casa.

Y qué decir del tiempo? No tendríamos ninguna noción de la temporalidad si la acción de los verbos no se acompañara de la conjugación temporal con la que se ordenan los hechos en un pasado, presente y futuro, aunque la significación de los acontecimientos depende también de la subjetivación del tiempo. Pero los hechos del inconsciente trastocan también este orden, como lo demuestran los síntomas, que manifiestan un carácter constante, característico en la expresión que acompaña su repetición: “siempre me pasa lo mismo”.

La realidad del inconsciente supone que las coordenadas espacio-temporales que funcionan en el campo del Otro(1) requieren de un sutil y complejo proceso de subjetivación y exige tener en cuenta unas nociones del tiempo y del espacio más elaboradas que las que nos ofrece la conciencia.

Desde la perspectiva del psicoanálisis ambas nociones se vinculan a la doctrina del sujeto elaborada por Jacques Lacan a partir del estudio de la incidencia de la acción del significante en los hechos del inconsciente postulado por Freud. Gracias a Lacan podemos distinguir que el lenguaje produce, en los hechos del discurso, efectos de sentido o significación y efectos libidinales o de satisfacción. La experiencia psicoanalítica con las neurosis ha contribuido a desentrañar estas dos realidades (sentido y satisfacción) en la estructura del síntoma: en primer lugar ¿qué quiere decir el síntoma?, luego, ¿a qué fines sirve?

En el campo del sentido, el sujeto encuentra la lógica temporal que ordena su síntoma relacionada con la trama de su historia, que se ha tejido con el hilo del deseo, dando lugar a la inscripción de una matriz repetitiva de representaciones inconscientes. Las huellas de lo visto y lo oído(2) dejan su marca y, gracias a la acción de la represión, se reordenan en capítulos diferentes, son las páginas de la historia subjetiva, escrita sin el consentimiento de la conciencia, a partir de encuentros y pérdidas fundamentales. Su ordenamiento en una diacronía requiere de la constitución del inconsciente como Otro lugar, Otra escena psíquica cuyo funcionamiento responde a una temporalidad retroactiva (après coup) como lo ilustra la estructura misma de la frase: hemos de esperar una puntuación para acceder al sentido. Ciertos acontecimientos pueden cambiar el curso de una existencia pero siempre en relación al valor, al sentido que adquieren en el inconsciente y a su incidencia respecto a las identificaciones que, vinculadas al deseo, otorgan una consistencia al ser y nos dan la ilusión de permanencia, como cuando se profieren enunciados del tipo “yo soy así”.

Por otra parte, el campo libidinal del síntoma parece escapar al tiempo, parasitando la vida con una satisfacción paradójica que Freud metaforizaba como la acción de un germen inmortal. Este germen, el significante, se inserta en nuestro tránsito entre la vida y la muerte revelando la incidencia de una instancia más allá del principio del placer que contraviene los principios de adaptación y bienestar, trabajando muchas veces en su contra, pero sin cuya consideración no podemos inteligir aquello que llamamos vida, perfilada en un lugar y un tiempo, ni en la subjetividad neurótica ni en la experiencia del delirante.

b) En las psicosis.

En las psicosis, debido a una carencia simbólica en el ordenamiento de la subjetividad, ambas dimensiones, temporal y espacial, se hallan seriamente perturbadas y los fenómenos que lo verifican se muestran estrechamente relacionados con graves trastornos en el orden del sentido y en la dimensión de la satisfacción. Así lo demuestra el presidente Schreber en sus Memorias de un neurópata, cuando describe su desencadenamiento psicótico como la catástrofe acaecida en el Orden del Universo y el momento en que se extinguieron los relojes del mundo porque se habría excavado un gran agujero en la historia de la humanidad, no pudiendo dejar de reconocer que, considerado desde fuera, todo parecía estar como era entonces. De este modo consigue nombrar la explosión de las coordenadas espacio-temporales del sujeto, admitiendo por lo demás, que éstas continuaban rigiendo el mundo que le rodeaba. Este paranoico excepcional también nos instruye sobre la imperiosa necesidad que tuvo de restaurar un orden temporal y espacial en su trabajo delirante. En él distingue la configuración de los vestíbulos del cielo, el lugar de un dios superior y de otro inferior y una interconexión de los rayos divinos con su cerebro, diseñando de este modo un neoespacio donde habitar con un cuerpo cuyo funcionamiento había estallado y una nueva temporalidad a partir de la certeza, dice, de haber leído en el periódico el anuncio de su propia muerte.

En la clínica con psicosis infantiles es más dificil situar los desencadenamientos, por ese motivo debemos estar atentos a las discontinuidades, a los cortes que nos relatan las personas que se han ocupado de sus cuidados. Habitualmente se encuentran acontecimientos que marcan un antes y un después, aunque también encontramos relatos que describen una extraña continuidad en la vida del niño, “siempre fue así, siempre fue distinto”, nos dicen. Por otra parte, todos los testimonios clínicos desde Melanie Klein, que en el año 1925 llevó a cabo el primer tratamiento de un niño psicótico, hasta la actualidad, reflejan la incidencia en el comportamiento de estos niños de desórdenes en ambas dimensiones y su correlación con la ausencia de la constitución del yo y del cuerpo, que requiere un trazado de límites, una cartografía del cuerpo, según la expresión de Monique Musnierek, para poder funcionar en la realidad.

Desde la perspectiva del psicoanálisis los fenómenos psicóticos que indican perturbaciones del espacio y el tiempo no se consideran déficits funcionales sino el efecto, en ambos órdenes, de una carencia simbólica en la estructura que afecta al orden del sentido y también al de la satisfacción, lo que habitualmente produce desconcierto en su entorno ante las manifestaciones enigmáticas de su lenguaje o ante sus comportamientos extravagantes que implican extraños o mortíferos placeres.

Hemos de partir de la consideración de que somos hermanos, ellos también son hijos del logos. Nuestra existencia como hablantes nos impone el deber de regir nuestra vida con acuerdo a una estructura, la del lenguaje, en la que la significación temporal y la distinción de lugares es necesaria para habitar nuestra casa, la casa del ser, que es la del discurso. Reconocemos que estos sujetos están fuera del discurso, pero también que realizan un trabajo persistente por alojarse en la estructura respecto a la que aparecen exiliados y nos ofrecemos a acompañarles en su labor por encontrar un lugar en el mundo.

d) Presentación de Juan

Hace tres años que Juan empezó a venir a verme orientado por la psicóloga que se ocupaba de su terapia de estimulación quien destacaba sus trastornos del lenguaje, la ausencia de pronombre personal y una serie de estereotipias. Sus padres me informaron acerca de las difíciles condiciones de su nacimiento: a los seis meses de embarazo les comunicaron que el feto no crecía a causa de un exceso de líquido amniótico y, aunque en el séptimo mes fue descartado el enanismo, la angustia de la madre no disminuyó. Juan nació por cesárea, a las treinta y cinco semanas, a causa de sufrimiento fetal. Pasó sus primeras horas de vida en la UVI y sus dos primeros meses en la incubadora. En la exploración le fue descubierta una hemorragia parenquimatosa parieto-occipital izquierda y aunque el coágulo fue reabsorbido, los médicos previeron como secuela una lesión. A los cinco meses sufrió una intervención quirúrgica motivada por una hernia inguinal. Muy pronto le detectaron un reflejo de babinski bilateral y espasticidad por lo que fue indicada la estimulación. A sus ocho meses le prescribieron gafas por un estrabismo convergente. A causa del retraso psicomotriz, el pie equino y la hipertonía fue sometido a un tratamiento de fisioterapia durante el cual empezó a caminar. Al cumplir el año le fue administrada una toxina en el marco de un programa experimental para corregir su estrabismo.

En Los tres ensayos para una teoría sexual Freud postula que el surgimiento del pensamiento en el niño se produce bajo el acicate de una amenaza para sus condiciones de existencia. El niño comienza a elaborar sus primeras teorías a partir de la pregunta ¿de dónde vienen los niños? Bajo la urgencia representada por la posible aparición de otro que pueda destituirle de su lugar. Esta pregunta no es sino la traducción de otra pregunta: ¿en qué deseo nací? Gracias a las respuestas que fabrica el niño lleva a cabo una simbolización de su origen en un deseo no anónimo, lo que le permite encontrar un lugar en la cadena de las generaciones, una filiación simbólica. ¿Pero qué sucede cuando un pequeño cuerpo recién nacido, habiendo padecido ya sufrimiento fetal, es asaltado por una sensación orgánica, un dolor o un trauma real que impide el funcionamiento de un límite, de una defensa psíquica, de un esfínter con el que combatir la presencia constante, de lo que no cesa?(3) ¿qué estragos puede llegar a producir que el niño no pueda ocuparse de encontrar una brújula en la atmósfera semántica de su entorno, hecha de deseo y sentido, tan vital como el aire, según la expresión de Antonio Di Ciaccia? Ocurre que no puede establecerse la primera alternancia simbólica que regula la presencia y la ausencia, el fundamento del principio del placer y el germen del aparato psíquico: “ahora está, ahora no” la madre, el seno, el día y la noche. El rudimento simbólico del espacio y el tiempo se verán entonces seriamente comprometidos, dejando al niño en una singular atemporalidad, en una especie de eterno presente sin sujeto que impide la distribución de su experiencia en los registros simbólico, imaginario y real, haciendo imposible el acto de hablar y la subjetivación del cuerpo.

e)La simbolización de los lugares y la constitución del Otro.

El primer trabajo de Juan se orientó a producir esa alternancia simbólica, a partir de la elección de unos números de gomaespuma que le esperaban en nuestro primer encuentro, junto a libros, letras y juguetes que no despertaron su interés. El único lazo conmigo fue durante un tiempo un juego por el que Juan sacaba uno a uno los números de una bolsa, enunciando el nombre y esperando mi asentimiento. Por lo demás, semejante a un muñeco de cuerda recorría una y otra vez el pasillo en un deambular frenético mientras golpeaba acompasadamente unas fichas o un coche amarillo hasta provocarse heridas. Los golpes se acompañaban de una rítmica emisión de sonidos que iban in crescendo hasta acabar, a veces, en aullidos o gritos. Yo me mantenía en la disposición que Virginio Baio define como “distraídamente atenta” porque había detectado el carácter persecutorio que podía tener para él una mirada directa o una demanda dirigida y sólo intervenía para evitar que se hiciera daño.

Los espacios de mi casa se fueron convirtiendo poco a poco en un trazado donde ciertos lugares iban a distinguirse. Juan fue dibujando con esfuerzo una topología: en primer lugar, el hallazgo de una cortina amarilla que simbolizaba el límite final a su trayecto le permitió situar el espacio exterior. Al volver, habiendo dejado en su camino todas las puertas abiertas y las luces encendidas exclamaba ¡he visto la cortina amarilla! En su itinerario febril comenzó a destacarse una estancia prolongada en uno de los baños, llamando mi atención que allí cesara su estribillo machacón. El contraste entre diferentes espacios comenzó a perfilarse: en el espacio del baño y de la consulta se producían silencios. Durante las vacaciones sus padres le iniciaron en el control de esfínteres, lo que motivó que a su regreso se agregaran a las huellas de su paso, el pis y la caca. La estancia silenciosa en el baño era interrumpida por el agua del water, hasta que un día vino a informarme con alegría ¡Hice pis! A partir de ese momento hará pis cada vez, en su lugar elegido, en silencio. Su conquista implicaba no sólo la incorporación de las costumbres civilizadas sino el hallazgo de otro lugar importante: el agujero interior.

Pero el descubrimiento del pene desencadenó una masturbación compulsiva que remitió notablemente el día en que se hizo caca en la consulta, yo le propuse recogerla y llevarla al lavabo comentando la operación que él observaba atentamente. Es preciso aclarar que la masturbación tiene en estos casos un valor completamente diferente del que manifiesta en las neurosis porque es real, irrumpe en el cuerpo pero no está vinculada a los símbolos que otorgan el sentimiento de culpa, la vergüenza y el pudor. Juan conquistó entonces la función simbólica del lugar vacío (el water) donde alojar el elemento (la caca), que constituye, según lo demuestra Fregue, el paso lógico para constituir la serie de los números. Posteriormente, me dejó encerrada en la consulta mientras él hacía su ruta, que se había vuelto más silenciosa, lo que a veces me inquietaba porque no podía imaginarme lo que estaba haciendo. La creación del vacío es esencial para la producción del pensamiento y de la cultura, como lo demuestra Francois Cheng, siguiendo a Lacan, en su análisis de la estructura del pensamiento taoísta. Para Juan la creación del vacío tuvo importantes consecuencias: el funcionamiento del esfínter hizo posible el uso del pronombre personal, la correcta conjugación verbal y la introducción de la ausencia en el conjunto de los números. Juan empezó a llevárselos y a recibir con regocijo la respuesta de que no estaban cuando preguntaba por ellos. El juego se vio enriquecido con una nueva alternativa, si al principio era “es- no es” se agregó en ese momento “está-no está”. También inició una curiosa traslación de los números hacia la zona del pasillo, donde se le escuchaba cantar trozos de canciones donde aparecían números. En esa época no sólo me dejaba encerrada sino también a oscuras y cada tanto volvía a asegurarse de que no me había movido.

Así, su pequeño mundo comenzó a ordenarse distinguiendo su casa, la mía, la de sus abuelos, su colegio, por el número del portal, más tarde lo haría con las matrículas de los coches y los números de teléfono, exhibiendo una memoria tan aguda que le permitiría reproducirlos al revés.

Esta etapa se acompañó de la demostración de sus hazañas, saltaba, subía, bajaba, levantaba una pierna apoyando los brazos en el suelo ¡Mira lo que hago! proclamaba orgulloso. La incorporación parcial de la estructura tuvo como efecto la constitución de un yo rudimentario y el comienzo de la subjetivación del cuerpo: Juan, que se mostraba frágil, temeroso y poco aventurero hasta entonces, experimentaba el placer de las proezas físicas a las que acompañaba con amenazas ¡te doy un pelotazo!, ¡te doy una patada!, a la vez que su mirada se iluminaba con alegría.

f) la sexualidad del ser hablante no es natural.

La consistencia de las identificaciones yoicas supone la subjetivación del sexo que requiere un complicado proceso porque, por un lado, existe la determinación anatómica de los sexos; en segundo lugar, las representaciones de lo masculino y lo femenino en el discurso del Otro, de donde llegan al sujeto ciertas intimaciones, incluso bajo la forma de la ropa y; en tercer lugar, la identificación inconsciente que se opera de un modo particular en cada uno de nosotros, la elección subjetiva del sexo. Este proceso psíquico reviste una seria dificultad para el psicótico que no dispone del símbolo que escribe la diferencia sexual, el falo, y por esta razón debe encontrar una solución, un artificio, una suplencia, para cubrir esta carencia simbólica. Juan intentará primero aprehenderla en una identificación imaginaria conmigo, transitivista. Un día fue al lavabo y a su vuelta, con los pantalones bajos y un collar mío sobre la cabeza exclamó: “Vilma, me lo he puesto en la cabeza”, se acercó a mí y tocando el collar que llevaba puesto afirmó: “este collar es mío”. Le subí la ropa, le hablé de la diferencia sexual, admitiendo que él quería mostrarme su condición de niño. Al final le mencioné la conveniencia de ir vestido. Pero la tensión agresiva de la identificación especular se hacía sensible en momentos en que tiraba y pisaba todo lo que encontraba en la consulta, golpeaba las cosas con el collar que poco a poco iba perdiendo las perlas hasta que un día, desapareció. Mientras tanto, su trabajo con los números se pobló de ceros a los que fue agregando letras en las que distinguía el agujero de delante del de atrás (la p y la q, la b y la d).

Los tarareos estridentes en el pasillo fueron sustituyéndose por parrafadas murmuradas, un día me dirigió claramente un parlamento a lo que respondí que no entendía, lo que le encantó y se instauró como un juego. Sabemos el beneficio que comporta no ser transparente al Otro porque sitúa un lugar muy preciado, el de la intimidad.

Sus construcciones parloteadas comenzaban por “yo tenía …..(murmullo) cinco, es maravilloso…..

(murmullo) .. fueron felices y comieron perdices” o “colorín, colorado, este cuento se ha acabado”. De este modo quedaba manifiesta la cadena rota(4) a la vez que en la estructura sintáctica de la frase y en la función de la puntuación, se percibía la exigencia de un orden para que el sentido advenga. La dimensión del sentido se mostraba afectada por la carencia de un elemento simbólico que permite abrochar las significaciones, y que, por lo tanto, aparecían en suspenso. El neurótico dispone de un abrochamiento standard, según la expresión de Eric Laurent, el complejo de Edipo, que constituye la trama simbólica de la humanización del deseo. Pero el psicótico, al no disponer del significante del nombre del padre que ordena la cadena instituyendo un lugar en las generaciones, trabaja para hacerse un nombre, para hacerse un yo: la función del yo que estabilice el campo del sentido con significaciones estables y ordenadas y que le permitan situar su lugar en el enjambre simbólico, es decir, lograr una reunificación de los elementos que aparecen dispersos.

En una ocasión vino a buscarme, me tomó de la mano para hacer el recorrido que antes hacía solo y en una de las habitaciones donde hay signos infantiles se encerró y me dejó fuera. Era el preludio de una etapa muy importante. Paso a paso me indicaba lo que debía hacer con órdenes muy precisas y con un tono imperativo que le regocijaba: “entra”, “sal”, “siéntate”, “pasa por aquí”, etc, al tiempo que iba nombrando cada cosa que llamaba su atención. A veces me dejaba plantada en alguna parte y luego volvía con otro imperativo, sobretodo el de acudir a la habitación del fondo donde ejercitaba una alternancia cerrando la puerta, “ahora tú”, “ahora yo”, “tu primero”, “yo después”.

El tejido del frágil lazo que iba forjando se interrumpía en momentos en los que se enfrentaba a su impotencia para cubrir la carencia simbólica o a acontecimientos que la ponían de manifiesto. Entonces, aunque de forma reducida, volvía al comportamiento frenético de encender y apagar luces, abrir y cerrar puertas o al palmoteo sonoro. Un día tuvo un accidente en el colegio y tuvieron que darle puntos, lo que provocó una marcada desconexión. En el lavabo pasó largo tiempo con el grifo abierto, mientras se hurgaba la nariz hasta hacerse sangre. La carencia de la simbolización de la castración determina que el psicótico intente a veces producir una mutilación en lo real de su cuerpo, como en un intento de separarse de algo excesivo y mortificante que lo atormenta, como un ensayo de crear una pérdida que es fundamental para el sostén de la subjetividad. El deseo es falta, falta fecunda, es la esencia misma del hombre según Spinoza y por eso la falta adquiere una importancia vital para el equilibrio subjetivo. El sufrimiento de este niño era patente cuando se tumbaba en el diván gimiendo ¡Socorro, auxilio!

g) La primera página de su historia.

Entonces decidí hacerle una construcción en la habitación del fondo donde Juan había instaurado un juego: simulaba asustarme al entrar, me pedía que me cubriera con una manta para luego hacerme desaparecer tirando de los bordes. Cuando intentó plegarse a mí colocándose debajo como en una ficción de parto, le hablé de las difíciles condiciones de su nacimiento, de su enfermedad, de la traumática separación de sus padres, de su estancia en la incubadora queriendo gritar “socorro, auxilio!” pero sin poder hacerlo porque era un bebé, de sus ganas de pedir que se apagase la luz. A partir de entonces, en cada sesión me pedía que le hablara de cuando era pequeñito, preguntando detalles mientras, como un bebé, daba vueltas, saltaba en la cama, se ponía boca abajo y arriba, daba patadas al aire, jugando.

Luego de un tiempo desplazó su interés a otro lugar, a las ventanas de la casa que dan a un patio interior en el que está ubicado el ascensor. Que este interés se vinculaba a la pregunta por el funcionamiento del pene, que también sube y baja, lo demostraba el resurgimiento de la masturbación y el hecho de situarse ante la ventana tocándose. Sobrevino una larga temporada en la que nada lo distraía de “los ascensores”, cuyo plural se explica en razón de la carencia del significante que reúne ambos movimientos. Para Juan eran efectivamente dos ascensores, uno que subía y el otro que bajaba, aunque precisó una vez, en el tercero (el de la consulta) son uno. Esta investigación se acompañó de un lento discurrir de sus preguntas por su posible caída en el hueco del ascensor. La carencia del significante fálico que otorga el sentimiento más íntimo de la vida según la expresión de Lacan, precipitaba a Juan al agujero donde la acción de la pulsión de muerte le atraía como un imán. “Y si me caigo y me mato?” “Y si me caigo y quedo aplastado?” me preguntaba. Gracias a la transferencia, mantuvo un diálogo conmigo acerca de todas las posibilidades que ese hueco ofrecía. Así tuve oportunidad de introducir significaciones de la vida y de manifestar mi negativa tajante a la posibilidad de su muerte. Por ejemplo, si me preguntaba si podía bajar por ahí respondía que con cuidado porque es peligroso, entonces se le ocurrían soluciones, saltar de ventana en ventana, ayudarse con una cuerda. El intercambio se detenía a veces con fuertes golpes en el cristal con exclamaciones como ¡Abrete sésamo!, o con insultos a una presencia real, alucinatoria.

Pero este ejercicio se enriquecía cada vez con nuevas hipótesis como “¡y si me caigo con cuidado y sin cuidado?” “¿ y si me caigo para arriba y para abajo?” “¿y si me caigo sin peligro?” Una difícil prueba dialéctica a la que a veces yo no acertaba a responder, optando por afirmar su posibilidad de

ser dicha, como “humm, caerse para arriba”. Fue todo un logro el día en que comenzó a barajar las posibles caídas de todos los objetos que veía hasta llegar a barruntar la mía. Entonces ordenó los pisos numerándolos del primero al cero para suponer que la serie de los negativos continuaba a partir del suelo (donde ubicaba el límite a partir del cual situaba el -1). “Tú tienes ganas de caerte por ahí”, me dijo como una puesta a prueba del deseo. “No”, le respondí, “y yo?” “Tú tampoco” a lo que siguió una expresión amorosa, tirándome besos, signos de amor de los que no es precisamente pródigo. Posteriormente, radiante, me dijo “mira lo que te voy a contar” y me relató una fantasía en la que había subido del 0 al 6º piso, de uno en uno ayudándose con una escalera. Esta fase se saldó con una incorporación de significaciones de la vida, la muerte y el peligro, pero sin una significación sexual, como se evidenciaba en su confesión de que estaba obligado a tocarse “¡tengo que hacerlo! -decía desesperado- porque el pito hace ruido”. Así manifiestan estos niños el acoso que los adultos psicóticos sufren con las alucinaciones auditivas y es por este motivo que muchas veces se tapan los oídos. Luego de pedirme varias veces que le aupara para ver el hueco del ascensor y comprobar el orden de los pisos y del suelo, me indicaba que lo bajara y volvía a sus investigaciones. Con este proceso fue disminuyendo la hipnosis por la ventana hasta que un día me dijo “ jugamos a algo?”

h)Lugares y relaciones.

En su bolsa le esperaban los juguetes ante los cuales había sido, hasta entonces, completamente indiferente. El hallazgo de un grupo de dálmatas a los que nombró como el padre, la madre, el mediano y el chiquitín, estableció otro aspecto de su trabajo simbólico: apoyándose en estas figuras desplazó el interés por la caída en un hueco, por el deslizamiento en la parte izquierda de mi sillón, donde situó un tobogán imaginario por el que caían uno a uno, felices, los dálmatas.

A veces las sesiones eran un trasiego entre la ventana, los dálmatas, los números y las letras salpicados también con ataques de impotencia en los que tiraba todo, me pellizcaba, golpeteaba. En una ocasión se sentó frente a mi por primera vez y me dijo “Vilma, quiero ser aquí”.

El grupo de dálmatas a los que enseguida les quitó el rabo, se perfiló como una primera cadena simbólica de relaciones, primero, el dálmata chiquitín se ejercitaba en tirar a los otros con gran placer, luego iba a trabajar para escribir su nombre con Vilma, y cuando volvía les tiraba, tenía que desalojar a los demás para obtener un lugar para él, luego, exausto, descansaba. En un tiempo posterior se ocupó del padre y la madre, mientras los pequeños dormían éstos iban de paseo, se peleaban, uno pisaba al otro, caían, etc. A veces los colocaba a todos en fila “mirando un nacimiento”. Vemos el paso de la alucinación visual que intentaba detener con los golpes en la ventana, a veces con sus gafas, a la acción de mirar que se vincula con una cadena de personajes. Coronó esta operación con la formación de la palabra “Lucky” y con el comentario de lo que iba encontrando en los libros que tenía a su disposición reclamando mi atención ¡Mira! Días después exhibía orgulloso sus ropas solicitando mi mirada. El trabajo con los dálmatas continuó hasta que intervino la diferencia sexual, en el siguiente modo: la madre ha ocupado el servicio del padre y al revés “¿qué haces en mi servicio?” me indicaba repetir “¿ y tú en el mío?” y al revés, “¡qué confusión!, no puede ser!”, Sentenciaba. Pero la solución no acudía y acababa tirándolos al suelo. En esa coyuntura formuló el problema que lo ocupaba, primero formó con letras SE, luego ES, luego DESEO.

i)El deseo de desear.

Posteriormente, se sentó frente a mi y me pidió que le hablase de cuando nació, de cuando estuvo enfermo. Me escuchó atentamente y añadió que lo que pasaba era que tenía una herida. Elemento fundamental si tenemos en cuenta que su madre me hizo saber que se tocaba el pito hasta hacerse una herida. En otra ocasión, luego de solicitar el relato de su nacimiento, me dijo que las enfermeras a veces apagaban la luz, y como le escuché balbucear la palabra techo le dije que, estando en la incubadora, él miraba el techo esperando que la luz se apagara. La conclusión de este problema llegó el día en que me preguntó para qué sirve la cadena que cuelga de la lámpara, a lo que respondí “para encenderla” y él agregó “y para apagarla”. A partir de entonces despareció la conducta estereotipada de apagar y encender y la de abrir y cerrar.

También luego de haberle colocado un algodoncito en la nariz y advertirle sobre el daño que podía hacerse, la acción de hurgarse la nariz se detenía con la extracción de un moco que colocaba religiosamente sobre el diván o sobre el suelo.

De espaldas a mi ordenaba unas letras hasta formar SONIC, luego ASEOS.  Canturreaba: “el camino hacia la libertad con un amigo de verdad”. Que su investigación estaba dirigida a encontrar una solución para su ser sexuado quedó de manifiesto en el siguiente diálogo: “Tú tienes pito?” “No”, “¿por qué”, “porque soy una chica”. “Llevas falda?” “Sí”, “yo pantalones” “claro, porque eres un chico”, “sí, un caballero”. Relató entre susurros el cuento de Aladino y exclamó “ahora ves lo que se siente siendo un chico!, se cumple un deseo”. Luego me aclaró que el dálmata mediano, que claramente me representa, está sentado y es una chica. Pero este ímprobo trabajo se volvía infructuoso… Lo dejó en suspenso durante un tiempo en el que volvió a ocuparse de los números, como si eso le permitiera encontrar un sosiego y un orden muy necesarios, no olvidemos que su trabajo de construcción del Otro se desplegó de este modo, a partir de los números que establecen un orden en lo real. El día que volvió a pedir los dálmatas se encontró, revisando la bolsa con un quinto muñeco, más pequeño aún. Encantado ¡ha nacido! Me informó a mi y luego a su padre. Con estos cinco elementos ensaya aún hoy todas las combinaciones, todos los lugares posibles, pero tampoco llega a concluir…

Tiempo después hizo la siguiente demanda:“¡Vilma, di un millón de deseos!” lo hice, y entonces replicó “No se puede, eso no funciona!” “Quizás un millón de deseos no, pero algunos deseos sí.” Le dije, a lo que él respondió: “Sí, algunos sí y otros no.” Ordenó las letras a,b,c, d y me dijo que la “a” era “Visionlab”, la segunda “quiero”, la tercera “Australia” y la cuarta “Italia”. Así estableció un juego “¿Cuál eliges?” “La d”, o “la c” manifestaba yo. Aunque me respondía “de acuerdo”, se quejaba de que yo repitiera mis elecciones (c y d) aunque él sólo elegía la b, como si de este modo intentara grabar en su alma la función del deseo.

Formó la palabra SONIC inclinándose como un musulmán delante de este significante, poniéndolo en contacto con su cabeza, luego se levantó y leyó un cuento de principio a fin con una excelente entonación y puntuación.

Es admirable la seriedad con la que este niño ha realizado todo este trabajo. Que Juan ha incorporado una dimensión topológica lo testimonia el hecho de que ya no necesite ir al baño para reunificarse con el esfínter anal. Que su vida está ordenada por una rutina semanal de sesiones, colegio, visitas y que el tiempo del Otro es reconocido y admitido en la estructura de los cuentos, también. Que ha aceptado la simbolización de la diferencia sexual anatómica en el campo del discurso, manifestando un consentimiento a un semblante de chico y a la distribución urinaria que rige la vida en sociedad, también. Pero aún está en suspenso aquello para lo que la construcción de su nacimiento no ha sido suficiente. De su historia subjetiva sólo ha escrito una página y las siguientes están a la espera de un abrochamiento, de una solución simbólica para su identidad sexual donde se anuden el lugar y el tiempo. Esta dificultad es expresada por Juan con una frase de resonancia heiddegeriana. “Estoy hecho un lío, me dirá, ahí donde la nada es algo.”

Vilma Coccoz

Bibliografía

Sigmund Freud: Nuevas Conferencias de Introducción al Psicoanálisis Nº XXXIV Tomo III Edit. Biblioteca Nueva. Madrid 1973.
Eric Laurent: Las transformaciones en la clínica de Jacques Lacan. Espacio de Investigación Madrileño. Madrid 1999
Eric Laurent: Hay un final de análisis para los niños. Colección Diva Buenos Aires 1999.
Antonio Di Ciacchia, Virginio Baio y otros: Preliminaire. Publication du Champ Freudian en Belgique.
Jacques-Alain Miller y otros: Los inclasificables de la clínica psicoanalítica. Paidós. Buenos Aires 1999.
Revista Carretel Nº 2 y 3
Revista de la Diagonal Hispanoablante – Nueva Red Cereda. Madrid 1999- 2000.
Robert y Rosine Lefort: Structures des Psychoses. Ed. Seuil Paris 1988.

Notas

  1. En la enseñanza de Lacan la función del Otro se declina de formas diferentes.
  2. Según la expresión de Freíd
  3. Este párrafo ha sido elaborado a partir de la enseñanza de Eric Laurent en el Espacio de Investigación Madrileño, en diciembre de 1999.
  4. De este modo conceptualiza Lacan el trastorno de la significación en la psicosis: la cadena no funciona según la retroacción y el sentido aparece en suspenso.
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