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PUBLICACIONES DE PSICOANÁLISIS DE ORIENTACIÓN LACANIANA

Un tratamiento de la anorexia en Italia y España

INSTITUTO ITALIANO PRESENTACION OREXIS

INTRODUCCIÓN AL TEMA ANOREXIA-BULIMIA

Para comenzar quiero agradecer a la Embajada de Italia y al Instituto Italiano su interés por este proyecto y la organización de este acto, y a Massimo Recalcati su presencia en la presentación de Orexis.

Orexis es un proyecto que surgió de la lectura de un artículo de Massimo Recalcati, donde hablaba  de ABA y de la experiencia de los pequeños grupos monosintomáticos. En ese momento yo quería organizar un dispositivo para el tratamiento de anorexias y bulimias y el encuentro con esos textos señaló el camino que nos ha conducido hasta este lugar. Aunque hoy no pudo estar en Madrid, no quiero dejar de agradecer a Fabiola Le Clerq, presidenta de ABA, la amabilidad y generosidad con que acogió mi interés por su proyecto.

Nos convoca el tema de la anorexia porque la proliferación del número de casos y la gravedad que pueden llegar a presentar es, hoy en día, una preocupación para muchos: afectados, familiares y todos aquellos que desde distintas perspectivas intentan atajarla.

La anorexia y la bulimia son dos caras de una enfermedad de origen psíquico.

El síntoma, ya sea el rechazo del alimento o la ingesta compulsiva, se produce como consecuencia de un problema emocional.

¿Por qué decimos esto? Haremos un breve recorrido para justificar esta afirmación.

Como todos sabemos, la relación con el alimento, con la comida, es fundamental para el ser humano tanto desde el punto de vista cultural como desde el punto de vista subjetivo.

La comida forma parte importante de la tradición cultural de los pueblos, es algo que se trasmite de una generación a otra y constituye un rasgo de identidad. De hecho, muchos rituales incluyen comidas y bebidas, los festejos suelen realizarse en torno a una mesa. La importancia del banquete está destacada en distintos textos desde la antigüedad, y sabemos que la mesa familiar constituye un lugar fundamental de encuentro, cosa que en el mundo moderno no ocurre de la misma manera y cuyas consecuencias es necesario considerar.

Desde el punto de vista subjetivo, el pecho materno o el biberón, que es su sustituto, es decir, el alimento es el primer objeto con el que el niño tiene contacto en su vida. Es un objeto absolutamente privilegiado porque cumple distintas funciones: no sólo lo alimenta, sino que es el primer objeto de satisfacción y en torno a él se organiza, de manera fundamental, la relación con la madre. Tanto es así que durante esos primeros meses de vida no se sabe a quién pertenece más el pecho, si al niño o a la madre.

En este sentido, hay un cuento de Marguerithe de Yourcenar, titulado La Leche de la Muerte, que lo ilustra de una forma un tanto dura y despiadada: se trata de una mujer que tiene un bebé y debe morir. Será lapidada. Ella pide, como una gracia antes de su muerte, que hagan un agujero en  el muro para que pueda sacar el pecho y la nodriza lleve al niño dos veces al día para que pueda seguir amamantándose. Así se hace. Luego se descubre que aunque la mujer había muerto hacía ya tiempo, los pechos continuaron dando leche mientras el niño la necesitó para vivir.

Por la vía del alimento el ser humano es introducido en la dimensión de la relación con los otros, especialmente con ese Otro fundamental que es la madre y también es introducido en la dimensión de la satisfacción que le procuran tanto el alimento como la propia relación con la madre. Ambas cosas lo satisfacen. La curiosidad y el afán investigador del niño también se ponen en juego por primera vez con el alimento.

La madre, aunque no sea consciente de esto, está cumpliendo una función fundamental que es la de introducir al niño en un mundo que tiene un cierto funcionamiento, donde las cosas deben  ser de una determinada manera, donde hay días y noches, horarios, momentos para el juego, para el sueño, para la comida. Es decir, la madre cumple una función simbólica. Evidentemente el pecho tiene una función nutricia, pero “mucho más importante que el objeto de la necesidad es la mano que lo da”. Si la madre interpreta el grito o el llanto del niño transformándolo en demanda, lo que se pone en juego entre ellos trasciende absolutamente el campo de la necesidad, porque el objeto de la necesidad se transforma en un pretexto para que circule la demanda, que es demanda de amor.

La demanda, en tanto demanda de amor, resulta siempre frustrante, porque en última instancia la demanda es intransitiva, no es la demanda de esto o aquello, es demanda del Otro, de su presencia. Por ejemplo, cuando los niños al irse a la cama piden un vaso de agua, y luego otra cosa y luego  otra, es evidente que lo que piden es que les den algo, que esté su padre o su madre dándoles algo, cualquier cosa.

Es decir que la madre alimenta (o abriga o asea) pero en realidad se trata de otra cosa. La función simbólica de la madre es desplazada a los objetos que se transforman en símbolos, en dones de la madre, dones de su amor. Con lo cual, el valor del objeto no depende tanto de la necesidad que satisfaga sino del hecho de ser dado por el Otro. Esto también es fácil de ver en la vida cotidiana, cuando guardamos con gran cariño un objeto inservible, una hoja seca, por ejemplo, que no tiene valor en sí misma sino por la situación o la persona que evoca.

Aquí es necesario introducir una distinción a nivel del amor. Podemos considerar dos aspectos del amor: el amor en el sentido del enamoramiento, de la fascinación, de la completitud que se realiza  con el objeto amado (un buen ejemplo es la imagen de la madre y el niño que conforman una unidad “sin falta”) y el amor en el sentido que plantea Lacan como “dar lo que no se tiene”, un amor  generoso que introduce la falta.

La madre debe poder operar en los dos niveles del amor: en el nivel donde el niño toma imaginariamente el lugar del falo, de lo que completa a la madre; y en el nivel donde su deseo no se satisface con el niño y la lleva a estar en otro lugar, a faltar ella misma introduciendo la dimensión de la falta que es inherente al deseo. Esto puede permitir al niño “preguntarse” por su lugar en relación a la madre y por lo tanto al mundo, pasando así del lugar de ser objeto de amor o de cuidados a una posición más activa.

Hay una cita de Jacques A. Miller que resulta interesante en este punto: “lo determinante para cada sujeto es la relación de la mujer, su madre, con su propia falta” porque, según lo que venimos viendo, la manera como la madre pueda operar con estos dos niveles del amor que comentamos, dependerá de su propia posición en relación a la falta.

El niño come por la frustración de la demanda de amor. El destino de la demanda de amor es la frustración porque la dimensión del amor es, por estructura, decepcionante. El objeto de amor nunca está a la altura de lo que se espera de él. Extremando, Lacan plantea que el niño come, toma el objeto real comida, para compensar la frustración amorosa. Efectivamente, la frustración de la demanda lleva a la incautación del objeto como compensación, esto se verifica con la comida, la bebida, las drogas, etc.

Lacan lo explica en términos de la confusión del lado de la madre entre el alimento y el don de amor, la madre que está más preocupada por dar alimento que por dar “nada”, que cree que lo que verdaderamente necesita el niño es el alimento. Esto no es algo que se manifieste sólo a nivel del alimento. Creo que la posición materna de la que hablamos se puede definir en términos de un sujeto que sabe lo que es bueno para el otro y que lo impone, obstaculizando que el otro, en este caso el niño, tenga la posibilidad de hacer sus propias experiencias.

En otros términos, se trata de un sujeto que no puede transmitir la falta, que obtura imaginariamente su propia falta con el niño y por ese motivo no puede transmitirla. Es la madre que tiene que estar siempre presente o si no puede hacerlo, tiene que suplir esa ausencia con un plus. Pero eso es algo que le pasa a ella. En ese sentido dice J. A. Miller que lo determinante es la relación de la madre con su propia falta. Por ejemplo, cuando venía hacia aquí, vi a una mujer negra, aquí hay un componente cultural que es difícil valorar, con un niño; el niño comenzó a llorar pero ella no lo dejó, lo puso al pecho, tapándole la boca y lo llevó prendido como si fueran uno solo.

En otros términos, del lado de la madre, hay una dificultad para dejar que el niño abandone ese lugar de ser el falo, es decir, de ser algo de su mamá, lo que la completa imaginariamente.

Esto es vivido subjetivamente por la madre, como una dependencia amorosa, más como una dependencia del niño que de la madre. Se trata de una dependencia que crean entre los dos. Recuerdo en este sentido una persona con la que estoy teniendo una serie de entrevistas, es una madre joven, tuvo una baja maternal al nacer su niño, luego pidió una excedencia porque el niño comía mal, le costaba dejar al niño para ir a trabajar pero debía retomar el trabajo, la madre retomaba el trabajo y el niño se enfermaba, finalmente el pediatra la mandó al psicoanalista.

Del lado del niño, se trata de un niño que queda muy capturado en el lugar narcisístico de ser el sustituto de la falta, el objeto del Otro.

Decíamos que el niño, desde el primer instante de su vida, por la vía del alimento es introducido en toda una serie de dimensiones humanas en las que deberá encontrar su forma particular de estar: la relación con la madre y con los otros, el juego, la satisfacción, las normas, el orden, etc.

El niño pequeño es impotente frente al adulto, pero tiene un arma para jugar su propio juego: la aceptación o el rechazo de lo que le viene del Otro. Es decir que el niño puede invertir el orden establecido y ser él quien, en determinadas circunstancias, se haga omnipotente, caso que  la cuestión de la alimentación y los niños ilustra muy bien. En las familias y en las escuelas de niños pequeños el tema de la comida es fundamental y muchas veces constituye un verdadero problema difícil de resolver.

El alimento es un objeto que se puede constituir en un lugar ideal para estar pegado al Otro materno  o sus sucedáneos, o para intentar despegarse, dando una batalla contra ese Otro. Esto es algo que se ve con toda claridad en los niños y también en algunos adultos.

Decíamos al comienzo que la anorexia y la bulimia son dos caras de una enfermedad de origen psíquico, así como los llamados en general “trastornos de la alimentación”.

Decíamos también que el síntoma se produce como consecuencia de un problema emocional. Ahora podemos agregar que el origen y el fundamento de ese problema emocional está en la infancia y que generalmente surge en un momento posterior, como respuesta a un conflicto afectivo.

Es decir que aunque la anorexia o la bulimia se desencadenen en la adolescencia, que es el caso típico de nuestra época, o en otro momento de la vida, siempre tiene sus raíces en la infancia.

En el recorrido anterior hemos explicado que para cada persona la relación con el alimento tiene un lugar fundamental en su subjetividad. Resulta evidente, más allá de cualquier psicopatología, que los estados emocionales alteran la relación normal con la comida. Hay casos en que esta relación ha  sido más problemática y ha dado lugar a dificultades o síntomas desde la infancia. Es importante saber distinguir las alteraciones normales de los síntomas, que se pueden manifestar ya en la infancia.

La anorexia surge en un determinado momento de la vida frente a un conflicto psíquico. Como todo síntoma de origen psíquico indica la existencia de un conflicto que acontece en otro lugar y, si es detectado a tiempo, tiene buenas posibilidades de tratamiento y curación. Es decir que el verdadero problema no es con el alimento, está desplazado. Aún cuando no es detectado a tiempo, en los casos más graves, siempre existe la posibilidad de hacer rectificaciones a nivel subjetivo, lo cual incide no sólo en la relación con el alimento sino en los otros aspectos de la vida. Hay pacientes anoréxicos muy graves, con los que se ha intervenido demasiado tarde para lograr una verdadera curación pero que, no obstante, logran cambiar algo de su posición. Por ejemplo, el caso de una paciente  anoréxica, que el hecho de haber podido reconstruir algunos fragmentos fundamentales de su historia vinculados con el desencadenamiento de la enfermedad, y haber podido pensar ciertos aspectos del complejo entramado familiar en el que está inmersa, le ha permitido cuestionarse su posición subjetiva y pasar de ser alguien que estaba por morir a ser alguien que se pregunta por algunas cosas de su vida y por su relación con la muerte.

De nuestra concepción de la enfermedad se desprende una forma de abordarla: no se trata de dirigirse al problema con el alimento sino de invitar al paciente a hablar de lo que le pasa, de lo que lo hace sufrir. Trataré de justificar brevemente este procedimiento.

Decíamos antes que el síntoma surge como expresión de un conflicto, en ese sentido, si permitimos que el síntoma se despliegue por medio de la palabra, tenemos la posibilidad de que apunte a los problemas que están en su base. Por ejemplo, cuando un paciente nos dice que “no quiere comer porque siente que cuando come está dando su brazo a torcer”, podemos indagar una serie de cuestiones: ¿por qué el brazo a torcer? ¿frente a quién?, que nos irán conduciendo al verdadero lugar del conflicto.

El síntoma, así concebido, tiene dos aspectos.

Por una parte tiene un valor de mensaje, quiere decir algo sobre ese conflicto que representa, y pide ser escuchado. Cuando se permite el desenvolvimiento del síntoma surgen distintos aspectos que están como encerrados dentro de él y que son desconocidos inclusive para aquel que lo padece. Este recorrido por los vaivenes del síntoma produce alivio y permite al sujeto ubicarse en una posición diferente frente a sus propios conflictos.

El síntoma, por otra parte, encierra una satisfacción paradójica. Digo paradójica porque no se trata de ningún placer, pero sí de una satisfacción inconsciente que es la que le da al síntoma su fuerza, y por eso es tan difícil desembarazarse de los síntomas. En el ejemplo que tomaba antes, en ese “no dar el brazo a torcer” hay evidentemente una satisfacción, un triunfo sobre una situación que no se ha podido resolver de forma mejor. Desde luego que la solución sintomática, sobre todo en estos casos, no es una gran solución pero es la que el sujeto ha tenido a su disposición para resolver algo.

Volviendo a lo que comentaba al comienzo sobre la relación entre la madre y el niño, si el niño siente que no puede elegir decir “si” porque la autoridad o la insistencia del otro se manifiestan de tal manera que decir “si” supone someterse totalmente a su omnipotencia, probablemente elija decir “no” y disfrute de ese “no” como de un ejercicio de afirmación personal, de potencia. Pero esto es una trampa, es una elección forzada, porque el niño pierde la posibilidad del “si” y de todas las modulaciones posibles hasta llegar al “no”.

Cuando hablamos con el sujeto anoréxico vemos que se trata de una trampa en nombre del amor.  Del lado del Otro materno se quiere forzar un tipo de relación en nombre del amor, cuando tal vez se trate para la madre de otra cosa (miedo, inseguridad, obsesión porque las cosas sean de una determinada manera, etc). En cuanto al paciente, se queja de falta de amor o de cuidados insuficientes pero agobiantes, cuando el verdadero problema es una dificultad para poder desear, es decir, para encontrar su propio lugar, un lugar que no sea ni el asignado por el Otro ni el que se  opone al Otro, sino un lugar elegido y construido lo más libremente posible. El sujeto anoréxico confunde el deseo, la posibilidad de elegir, con el no, con el rechazo.

En relación al problema con el alimento, como pasa con la mayoría de los síntomas, cuando pierde  su fundamento como expresión de un conflicto y cuando la satisfacción que encierra se puede situar en otro lugar, pierde su fuerza y cae, como un huracán que ya ha descrito su trayectoria y  desaparece.

Para concluir, quisiera hacer un comentario sobre la anorexia como una enfermedad característica de nuestra época, situándola dentro de un marco histórico. Si bien desde la Edad Media existieron mujeres ayunadoras, y hace más de un siglo fue descrita la anorexia como una entidad clínica, es a finales del siglo XX cuando el número de casos se incrementa de una forma alarmante, tanto que se comienza a hablar de epidemia. Debemos pensar de qué manera la época, con su oferta incesante de objetos de satisfacción inmediata, determina la aparición de una anorexia con características diferentes, y el gran aumento del número de casos.

Porque la anorexia que fue descrita por Lassegue y por Gull en el siglo pasado no es la misma que encontramos hoy en día. Por ejemplo, la delgadez como ideal estético no estaba presente en la descripción de aquellos casos clínicos. Ese es un componente actual. Desde nuestro punto de vista  la moda de la delgadez no es suficiente para producir sujetos anoréxicos, no cualquiera desarrolla una anorexia. La moda de la delgadez puede producir sujetos que se pasen toda la vida atormentándose con dietas para tener un cuerpo ideal o que sufran por no tenerlo, pero eso no es ser anoréxico. De todas maneras es muy importante poder pensar de qué manera los ideales estéticos inciden en la economía psíquica.

Hoy en día la mayoría de los casos se producen en la adolescencia, se desencadenan frente a los cambios físicos y psíquicos que supone la pubertad y el encuentro con la sexualidad. El deseo se pone especialmente a prueba a la hora de poner en juego la identidad sexual y la relación con el partenaire sexual. La enfermedad, sobre todo cuando se agrava, es una forma de retirarse de la vida social, es una coartada mortífera para no entrar totalmente en las relaciones y aislarse para vivir una vida espiritual o intelectual, más allá de las vicisitudes del cuerpo. También debemos preguntarnos qué ocurre con la posición femenina en esta época, porque resulta bastante más problemática que lo que el discurso social y la publicidad permiten suponer.

Para finalizar, quiero recordar que es importante prestar atención a las primeras manifestaciones de  la anorexia porque es mucho más fácil y más fructífero intervenir en los primeros momentos. Cuando pasa mucho tiempo, si la enfermedad se cronifica, el coqueteo con la muerte que tiene el anoréxico puede resultar peligroso.

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