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PUBLICACIONES DE PSICOANÁLISIS DE ORIENTACIÓN LACANIANA

Vigencia del psicoanálisis: clínica del ser hablante

Los discursos cambian y el psicoanálisis también. A propósito de los cambios habidos en el psicoanálisis  les voy a hablar de la clínica del parlêtre, una clínica que corresponde a la última enseñanza de Lacan.  Esta es una clínica donde lo que está en primer plano es el cuerpo hablante y su goces, goces desarreglados que no toman la forma del síntoma ni dan lugar a la demanda, estados de crisis que convocan al analista en la urgencia,  fenómenos todos ellos que no se prestan ni al desciframiento ni a la interpretación que es el modo clásico en el que el psicoanálisis opera sobre el síntoma a partir de la transferencia.

El término ser hablante, parlêtre, fue inventado por Lacan para decir que no hay otro ser que no sea de palabra. Todos los seres habidos y por haber, están hechos de palabras. La palabra, incluso, nos permite inventar seres que no existen, las hadas, el unicornio, etc. Creemos que el ser tiene alguna sustancia y cuando hablamos de nuestro ser, así lo suponemos, pero para Lacan después del Seminario XX, Aún, el ser lo es en tanto la palabra lo dice ser. Cuando digo “Soy una mujer” me refiero expresamente a lo que  el discurso en el que me sitúo dice que es una mujer, ninguna esencia entonces en el corazón del ser.

Lacan separa el ser del cuerpo diciendo que el ser hablante tiene un cuerpo, pero que este cuerpo él no lo es, el ser hablante no se confunde con su cuerpo que no es del orden del ser sino del tener. Será precisamente en ese cuerpo que el ser hablante tiene donde se sitúa el goce. El  ser hablante goza con su cuerpo. Incluso el goce que atribuimos al pensamiento tiene su sede en el cuerpo, “pienso a fogonazos”, me dice una analizante para quien la mirada tiene un privilegio indudable. “Como basura y le hablo mal a mi amiga” decía otra expresando así que la boca se puede usar para arrojar basura a otro. El cuerpo hablante habla con la pulsión.

¿Cómo se presenta el ser hablante?

Según Lacan, éste se presenta en una posición que él llama: el “yo no pienso original del parlêtre, un yo no pienso que niega el inconsciente creyéndose así amo de su ser”.

El ser hablante se presenta en el polo opuesto al sujeto que asume su división subjetiva cuando dice, por ejemplo: “ya sé que el cáncer no se contagia pero yo tengo miedo de contagiarme de cáncer y esa idea por absurda que sea no deja de atormentarme. El sujeto se presenta dividido cuando acepta  no saber el por qué de lo que le pasa y  porque lo que le pasa, le pasa a su pesar. Pero no todos los seres hablantes que vienen a vernos se presentan así, hay quienes no aceptan la posibilidad de que alguien les haga una interpretación porque ellos creen saberlo todo sobre sí mismos.

Cuando se trata del goce del cuerpo hablante estamos ante otra manera de concebir el inconsciente, este inconsciente que se encarna en los fenómenos de goce del cuerpo hablante que no toman la forma del síntoma es un inconsciente que no habla y por tanto no se descifra. Lacan lo llama el inconsciente real.

¿De qué está hecho el inconsciente real?

El material del que está hecho es la palabra oída por el niño cuando es demasiado pequeño como para entender lo que la palabra quiere decir. Lo que oye entonces son sonidos por fuera del sentido pero sonidos que transmiten el goce de quien le habla al niño. La materia del inconsciente real son esos sonidos gozados que tocaron mi cuerpo en un tiempo anterior al surgimiento del sujeto, el tiempo del trauma.

A estos sonidos previos al lenguaje Lacan lo llama Lalengua, escrita en una sola palabra, lalengua materna está hecha con todos los equívocos posibles de una lengua hablada.  Precisamente porque está hecha de equívocos es por la vía del equívoco como ese goce podrá ser alcanzado.

Lalengua  repercute en el cuerpo del niño, los sonidos gozados de lalengua que el niño pequeño oye, son como un  eco que percute en su cuerpo  haciéndolo  vibrar  fijando en él un  goce que es un acontecimiento,  por ser incalculable e imprevisto, un goce que se escribe en el cuerpo con una escritura real, es decir que no se presta a ser descifrada. Este es el núcleo real del síntoma, lo que queda al final del análisis.

Cuando hablamos de lo real del psicoanálisis nos referimos a un goce que se escribió en mi cuerpo en la primera infancia en los encuentros contingentes de mi cuerpo  con lalengua hablada por el Otro. El inconsciente real es el cuerpo hablante,  dice Lacan.

¿Cómo opera el psicoanalista cuando el goce que hace sufrir a un ser hablante no da lugar a la suposición de saber que permite descifrarlo, cuando estamos frente a un ser hablante y no a un sujeto hablado?

El psicoanalista entonces habrá de inventar. Ha de inventar maneras de hacer pareja con ese cuerpo hablante con el que trata de dialogar. Formas de incidir en la contabilidad del goce,  por ejemplo, por medio de la sustracción. El analista hace el acto analítico que lo define como analista a partir de sus invenciones. En psicoanálisis no hay nada que esté listo para llevar, no hay ready made, nada está preparado de antemano salvo el analista en su formación.

Dado que el tiempo de mi intervención ha de ser breve para permitir la conversación posterior, he decidido tomar un único ejemplo clínico en el que vemos como la clínica del ser hablante se combina con la clínica del sujeto, pudiendo pasar de una a otra en un mismo caso. Dejaré  para la conversación, si hay lugar para ello,  el otro ejemplo que había preparado, un ejemplo en el que todo comienza con la dificultad que caracteriza  la posición del ser hablante cuando se presenta como amo de su ser y niega el inconsciente.

«El psicoanálisis cambia, es un hecho, ahora se trata para nosotros, los psicoanalistas,  de poder elaborar estos cambios » dice Jacques Alain Miller en su presentación del Congreso de Río de Janeiro en 2017.

Nuestro colega Patrick Monribot en su conferencia en Madrid  nos decía que cuando un analista está confrontado con un malestar que escribe un goce silencioso del que el sujeto no se queja, no puede mantenerse en la posición del secretario que ayuda a descifrar pues no hay nada que descifrar,  más bien se trata de hacer de contable como modo de introducir algo nuevo en la cuenta del goce, para lo cual la posición de escucha silenciosa no es suficiente, por lo que necesita también introducir el cuerpo. El cuerpo del analista está implicado en la clínica del ser hablante.

Un ejemplo clínico:

Se trata de una analizante que vino a causa de la tensión que había entre sus intereses como sujeto y el  goce de su cuerpo en tanto que hablante. En pocas palabras, había una tensión entre su decisión  de casarse con el hombre al que amaba (sujeto) y el desorden de su “programa de goce” (parlêtre). Esta tensión entre sus ideales de sujeto y los imperativos del goce del parlêtre le empujaron a venir. La llamaré Celia, Celia no tenía un síntoma sino más bien una posición en la vida caracterizada por “hacer de la necesidad virtud”, lo que significa hacer cosas que no le gustaban con una sonrisa, en definitiva ella trataba de conciliar lo inconciliable.  Desde que tenía tres años encarnaba el síntoma de sus padres,  una pareja que se llevaba a matar, en medio de sus peleas cuando la separación se anunciaba como una amenaza  la que la niña poniendo su cuerpecito entre ambos intentaba juntarlos cogiéndolos a cada uno de una mano, de ahí vine “el hacer de la necesidad virtud” del lado de la defensa. Pero para analizarse hace falta tener un síntoma propio, no basta con ser síntoma de Otro,  por lo que fue necesaria una mutación que se produjo en el análisis.

Ocurrió a partir de un relato de una escena adolescente en la que presenciaba una pelea entre sus padres, la madre insultaba al padre, Celia no pudo más y se tiró al cuello de su madre, para al instante siguiente, asustada de sí misma arrepentirse, prometiéndole a su madre defenderla de cualquiera que quisiera humillarla. En esta ocasión,  conciliar lo inconciliable fue imposible para Celia y lo que apareció en este acting out , fue su división: ella quiere agredir al otro y al mismo tiempo salvarlo.

El tratamiento del cuerpo hablante en el análisis

Desde niña Celia siente el temor de perder lo que tiene, además siente que lo que tiene no le corresponde. Hay en ella una dificultad palpable con la falta. En este contexto la analista hace uso de “esa interpretación sin palabras” que es el corte de sesión y cada cierto tiempo le aumenta los honorarios,  un aumento que toca el goce del cuerpo hablante de este parlêtre que teme perder. Aunque   Celia no se queja por ello se instala un síntoma en la transferencia, llega tarde a sus sesiones. La analista de nuevo le aumenta el precio que debe pagar por la sesión  y ese  día la analizante hace un acting  out,  al terminar esa sesión  en voz baja pronuncia un insulto – (¡puta!)- dirigido a la analista. Una agresión que  la colocaba del lado de su madre que era una mujer muy agresiva.

¿Cómo responde la analista a este insulto? no le dice, por ejemplo “Usted me insulta como la insultaba su madre”, no interpreta la transferencia. La analista hace  una interpretación  que retoma los significantes del discurso de su paciente, diciéndole: “yo, a usted, le aprecio”.

Al oírlo,  la analizante desconcertada se emociona, unas lágrimas se le escapan. Tomando la palabra en su materialidad, el  aprecio evoca el  desprecio y también el precio, que son significantes privilegiados de su neurosis. La interpretación impacta en dos niveles, en el del sujeto, agujereando sus certezas, ella que piensa que no merece ser amada pero oye un “yo a usted la aprecio” de boca de su analista. En segundo lugar, la interpretación impacta en el cuerpo hablante que puede aceptar la interpretación porque  previamente la analista ha producido un acto de sustracción del goce aumentando el precio.

La interpretación no es fruto de una reflexión de la analista, la analista la hace sin pensar, en tanto que objeto. Al decirle  “yo a usted la aprecio” la interpretación toca la agresividad del cuerpo hablante que se puso  de manifiesto en el insulto. Al mismo tiempo,  “yo a usted la aprecio”  toca a su sumisión de sujeto, una sumisión que está al servicio de la búsqueda del amor del otro, un amor que ella no cree merecer.

La interpretación equívoca ha tocado el aprecio, el desprecio y el precio. De este modo se pudo desmontar la identificación tóxica de Celia con su madre, una madre que la desprecia. Para desmontar una identificación-dice Lacan- es necesario provocar la caída de los significantes amos que la organizan.

Por último, cuando la analista le ofrece su palabra –“la aprecio”- le está diciendo: “Aumento el precio porque le aprecio como analizante, a pesar de sus insultos. Su trabajo analítico vale mucho dinero, y el pago debe estar a la altura de su calidad. Haciéndolo le envía un signo de reconocimiento (y por lo tanto de amor) que ella acepta, porque ha habido una sustracción previa del goce (con el dinero).

Araceli Fuentes

El acto analítico en la contemporaneidad. Tercer debate online de psicoanálisis
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