La niña número 488 murió de miedo. Una pequeña palestina de tres años fallece por shock neurológico.
Los 21 menores que el miércoles llegaron a España en una patera deben haber sido ayudados por un”tutor” quien debe haber recuperado su inversión obligándoles a delinquir, prostituyéndoles o dedicándoles al robo o al tráfico de drogas.
Desmantelada una red de pornografía infantil en Internet con 26.000 usuarios, entre los afectados, un bebé de cuatro meses.
La policía afgana rescata a 85 niños que iban a ser prostituidos en Pakistán.
Tres niñas marroquíes de 14 años, acusadas de conspirar contra el Rey. Las pequeñas, impactadas por el 11-S decidieron seguir ese ejemplo, volarse, perpetrar atentados y, de paso, purificarse.
Estas cinco noticias escalofriantes podían leerse un mismo día, son fenómenos acuciantes de lo que Sigmund Freud llamó el malestar en la cultura, formas crudas del impasse de la civilización en el que nos encontramos y que está modificando la significación misma de la palabra infancia. Paralelamente a la Declaración de los Derechos del Niño acordada en 1989, hemos visto surgir todas las formas de abuso que revelan al niño en su dimensión de objeto. Por un lado, en el llamado primer mundo, el niño se ha convertido en un objeto raro, y por lo tanto precioso, dejando atrás la época del control de la natalidad y convirtiéndose en un factor de preocupación política por la falta de nacimientos y el envejecimiento de la población, lo que conlleva una carga importante para la seguridad social de los estados desarrollados, obligados a financiar las técnicas de reproducción asistida. La compensación del descenso de la natalidad por parte de la inmigración, aunque permite un equilibrio de las cifras, acarrea las dificultades propias de la ruptura simbólica y cultural que sufren las migraciones actuales, asoladas por el sentimiento psicótico de la vida. Ya se dejan oír voces de alarma que reclaman “recursos” para intentar subsanar sus incidencias en la escolarización y en la inserción social de estos niños.
Por otro lado, aparece el niño como mercancía y objeto de sacrificio, como asiento de la realización de todas las formas horribles del goce comercializadas en redes de tráfico internacional. A ello se añade la serie de la denominada violencia doméstica, desde los abusos sexuales y maltratos físicos en el seno de las propias familias, a otra serie de hechos tales como abusos de autoridad, maltrato psicológico y toda la gama de negligencias que afectan la seguridad de los niños a diferentes niveles.
No menos espectacular que las formas de violencia ejercidas sobre los menores es la producida por ellos mismos, al punto de llegar a convertirse en perseguidores de padres, educadores y semejantes. La violencia en el aula adquiere dimensiones cada vez más inquietantes porque se manifiesta en edades cada vez más tempranas. Hace poco tiempo he sido requerida para una evaluación diagnóstica a Oscar, un niño de seis años que formaba parte de una “pandilla de incontrolables y violentos”, rebeldes a toda autoridad. Sus padres estaban alarmados por la perspectiva de la expulsión del colegio reclamada por los padres de los alumnos “pacíficos”. Oscar daba sus razones: no sé lo que me pasa, es más divertido hacer el gamberro, yo en el cole me aburro. Pocas sesiones con él y sus padres fueron suficientes para que este niño, de una inteligencia poco común, abandonara esa posición de intratable y manifestara su consentimiento a la disciplina de la escuela.
La elucidación psicoanalítica
En la coyuntura actual el psicoanálisis ha sido convocado para contribuir a la elucidación de la metamorfosis de la cultura a la que estamos asistiendo. Freud concibió de entrada la dimensión social del síntoma y todos sus progresos clínicos fueron acompañados de tesis sobre el funcionamiento de las agrupaciones colectivas. El saber sobre el inconsciente y las pulsiones, obtenido en lo particular de la experiencia analítica, y por ser esta misma experiencia concebida como social en su grado más fundamental, es decir en la experiencia de palabra, hacía posible reconocer una causalidad psíquica en muchas de las tensiones culturales y sociales. Hoy en día nos vemos confrontados a lo que el Dr Lacan preveía en los años sesenta: una segregación sin precedentes a escala planetaria causada por la inaudita transformación de todas las estructuras sociales, efecto de los avances tecnológicos, del liberalismo económico y del consumo.
Una serie de factores con una incidencia directa en la subjetividad de la época han motivado cambios en la propia práctica analítica. La creciente participación de los psicoanalistas en los debates actuales, ha propiciado asimismo su incidencia en todas aquellas disciplinas que, teniendo como objeto la infancia, perciben las convulsiones sociales de nuestra época y no retroceden con indiferencia o cinismo ante este estado de cosas. ¿quiere esto decir que el psicoanálisis tiene respuestas para todo? De ninguna manera, pero sí hay algo que sólo el psicoanálisis puede enseñar: a leer la lógica del inconsciente y de las pulsiones en los hechos humanos.
El Centro Interdisciplinar sobre el Niño es una red internacional de investigación que desde el año 1996 reúne a especialistas del campo de la pedagogía, la antropología, la lingüística, la sociología, la medicina y el derecho, que se orientan con la enseñanzas de Freud y Lacan para esclarecer los impasses que se encuentran en sus respectivas prácticas y que tienen como referencia al niño. Este singular movimiento se caracteriza por no ser un proyecto tecnocrático pues no trabaja sobre el niño abstracto, producto de saberes ya establecidos, sino sobre experiencias concretas, reales, sobre los puntos de dificultad, reteniendo los decires de los niños y de sus interlocutores, analizando la lógica a la que responden y testimoniando de sus elaboraciones, de sus hallazgos, en lo que se ha denominado la apuesta por la conversación.
No hay sujeto sin Otro
Cada uno de nosotros define su humanidad por el hecho de estar alojado en un discurso, en un lazo social. No existe pues sujeto sin Otro. ¿Cómo reintroducir la subjetividad en este momento de fragmentación de los discursos? Las problemáticas actuales acentúan los diferentes grados de exclusión de la subjetividad y requieren por lo tanto de intervenciones destinadas a realojarla. No podemos sustraernos a la evidencia de que la lógica de un discurso no deja otra a veces alternativa que la exclusión. La crisis de las proposiciones universales que afecta a los discursos que se refieren a la infancia revela su inconsistencia para sostener enunciados del tipo “para todo niño, x”. Pero esta crisis del “para todos”, se acompaña del resurgimiento de feroces de enunciados totalitarios, tanto más feroces cuanto más débiles son a nivel conceptual o clínico. Tomemos por ejemplo el síndrome de hiperactividad con déficit de atención, que se ha vuelto especialmente popular en EEUU, seguramente en función de las circunstancias particulares de la educación y la delincuencia en ese país. Como lo demuestra la excelente película Bowling for Columbine la pregunta por la causa de la violencia en este país permanece sin respuesta. Pero la inquietud por su prevención progresa a la par de las estadísticas sobre los fenómenos violentos protagonizados por chicos en edad escolar. Fueron circunstancias sociopolíticas muy precisas las que determinaron el auge del diagnóstico del síndrome: entre el año 1978 y 1991 se triplicó la población carcelaria y el 90 % de los detenidos habían abandonado su escolaridad. En palabras del Profesor Sauvagnat, experto en la génesis de los cuadros psicopatológicos: quien dice hiperactividad dice riesgo de delincuencia. Por este motivo se ha banalizado la prescripción de productos asociados a las anfetaminas que puede mantenerse a lo largo de los años: Más de tres millones de niños estarían siendo medicados con Rubifen, cuya producción ha aumentado un 700 % y su prescripción continúa en aumento en todos los países desarrollados. Esta modificación del punto de vista clínico debe atribuirse al aumento de las exigencias sociales en términos de escolaridad, respondiendo a la tecnificación creciente de las prácticas productivas en todas las áreas de la actividad social, concluye Sauvagnat. El reconocimiento explícito de que tres décadas de investigación médica no han sido capaces de proporcionar ninguna prueba sustancial de su existencia, a pesar de los elevados costes, no impide su “detección” y tratamiento (adiestramiento conductista y fármacos), siempre a partir de una serie de ítems del comportamiento cuantificables y elaborados por profesores y padres, sin la menor consideración por la palabra de los niños.
Esta biologización de la conducta participa de la misma lógica que la moda de la depresión y los antidepresivos: eliminando toda causalidad psíquica, todo componente subjetivo, estos discursos se rigen por las exigencias de la medida y la evaluación. Así se dibuja otra máscara de la objetalización: el niño es observado, examinado, medido, y evaluado a partir de su conducta, y la adaptación eventual a estas premisas por parte de los afectados es considerada su prueba científica. Los casos rebeldes a esta grilla, son condenados a los distintos modos de segregación, guetización o marginación. Un niño o un adolescente considerado violento o peligroso puede encontrarse en la situación de que el discurso del Otro le ubique y le trate como peligroso. La consolidación de su identificación a un ser dañino no hará sino aumentar su peligrosidad potencial al interiorizar la ferocidad de la norma que lo eyecta. He tenido en tratamiento a Juan, un chico de 12 años que se encontraba en este tipo de situación dual de confrontación con las normas, sin alternativa. Además de su tratamiento individual que asumió con gran responsabilidad, el diseño de una estrategia colectiva implicando a su familia y al equipo de profesores permitió cambiar la perspectiva del Otro, la manera en que los adultos le trataban que se resumía en una especularidad mortífera. Gracias a la mutación operada en la conducta de los adultos, las respuestas de Juan cambiaron, la expulsión que parecía inminente pudo evitarse y Juan remontó sus dificultades ante la sorpresa de todos.
Para nosotros se trata de examinar las condiciones de los discursos en la modernidad y sus efectos sin eludir la responsabilidad sobre las consecuencias que éstos producen en los niños y jóvenes que toman como referente. El Dr Ansermet, Profesor de Psiquiatría del Niño y el Adolescente de la Universidad de Lausanne, psicoanalista y especialista en medicina perinatal, trabaja con bebés de alto riesgo que por razones vitales se encuentran expuestos a una objetalización ineludible. Ansermet ha diseñado “un equipo de salvamento de la subjetividad” que atempera la violencia de los tratamientos médicos sobre un ser sin defensas psíquicas para afrontar la invasión de estímulos de los que es objeto sin posibilidad de respuesta subjetiva. Su gran experiencia en este campo le permite afirmar que la plasticidad cerebral acerca los postulados del psicoanálisis a las neurociencias.
La red sináptica ha demostrado ser una materia en perpetuo cambio, la experiencia del sujeto deja huellas funcionales y estructurales en el cerebro. También ha verificado la influencia relativa de los factores genéticos respecto a su interacción con el entorno inmediato: La penetración y expresividad de los genes ha revelado la dependencia de las particularidades de la experiencia del sujeto, demostrando el lugar prevalente de la epigénesis más allá de todo programa genético. Tomar en consideración estas investigaciones permitiría frenar el furor por el deteminismo genético, tanto en quienes abogan por el niño déficit cero, sueño del niño perfecto que permitiría la manipulación genética, como el de los científicos que dicen haber descubierto el gen de las emociones y la impulsividad, especulando sobre sus beneficios. En una reciente emisión televisada de la BBC, uno de estos investigadores afirmaba que el conocimiento del mapa genético de los hijos permitiría a sus padres estar preparados para soportar una educación difícil o incluso, aceptar ver, en el futuro, a su hijo en los tribunales. También se comentaba la posibilidad de la defensa genética de un delincuente que espera en el pabellón de la muerte. Si tal defensa fuera admitida estaríamos ante una eliminación inminente de cualquier vestigio de responsabilidad subjetiva(1), con el consecuente cuestionamiento de la esencia misma de la ley positiva que rige en las sociedades, ya sea ésta tradicional o escrita, de costumbre o de derecho.
La violencia como síntoma
Cuando surge la violencia debemos preguntarnos de entrada, ¿es violencia del sujeto o de su Otro? Es exógena o endógena? ¿Es un hecho del sujeto o un hecho de su partenaire, de su familia, su institución, su hospital, en definitiva de las condiciones del Otro en el cual el sujeto habita? ¿Es un síntoma individual o colectivo? Desde un punto de vista metapsicológico la violencia es estructural, inherente al sujeto, se trata de una manifestación de la pulsión de muerte, presente desde el origen de la vida. No es necesario –afirma Lacan– sino escuchar la fabulación y los juegos de los niños, aislados o entre ellos, para saber que arrancar la cabeza y abrir el vientre son temas espontáneos de su imaginación, que la experiencia de la muñeca despanzurrada ilustra netamente. En su tesis sobre El estadio del espejo, donde reformula el narcisismo freudiano, Lacan sitúa el origen de la violencia en la relación imaginaria y agresiva en la que el yo, en tensión especular con la imagen del semejante, se forma y se aliena. En los primeros años se produce una primera captura por la imagen del otro, dando lugar a una matriz que constituye el primer momento de la dialéctica de las identificaciones que ordena el recorrido de nuestras vidas.
El programa Crecer sin padres que el Cien viene realizando desde hace años en colaboración con el Ministerio de Sanidad en las antiguas Casas Madre-Niño de Bulgaria ha demostrado hasta qué punto el anonimato de los orfanatos incide en la ausencia de dicha tensión especular, formadora del yo, dejando a muchos de estos niños fuera del proceso de humanización.
Debemos tener en cuenta que la violencia proviene también del Otro del sujeto. En los trabajos que debemos al equipo de l’Antenne 110, una institución belga para niños psicóticos y autistas encontramos una ilustración ejemplar. Willy vuelve del colegio. Está bajo presión, ha tenido que mantenerse en calma todo el día. Quiere jugar solo en la habitación llena de enormes cojines. Sin atender a su demanda, una educadora le dice que no puede permanecer solo en esa habitación. Los otros niños deben poder también jugar allí. La reacción de Willy es inmediata: se enfada y rompe un cristal. La educadora ha intentado arreglar de la mejor manera un problema invocando la norma “universal”: todos tienen derecho a jugar allí, que opera como una norma ciega al valor subjetivo de ese momento para el crío. Quienes trabajamos con niños sabemos el esfuerzo increíble que significa para un niño psicótico permanecer varias horas sometido a la disciplina escolar. Willy necesitaba un respiro, no se trataba para nada de un capricho ni de una expresión de la insasiable codicia que Freud le atribuía al niño en los primeros años. Willy había pedido permanecer solo, ella no lo ha escuchado y la reacción es inmediata. Willy tiene el sentimiento de ser anulado, de no ser escuchado, se siente eyectado. Este equipo ha verificado que existe una manera de hacer inexistir la violencia cuando la estrategia institucional otorga el lugar central al sujeto. Entre el niño y el adulto hay un tercer término, el gran Otro, lugar del significante. Se trata de crear un campo que reconozca y sostenga el lugar de la enunciación particular de cada niño, evitando la confrontación dual entre el sujeto y una norma que no admite excepciones, como en el caso de Willy y su educadora. Cuando el sujeto, sobretodo si es psicótico, percibe la amenaza de perder su lugar, pueden producirse pasajes al acto de una violencia inusitada. Gran parte de los pasajes al acto psicóticos que llenan las páginas de sucesos podrían evitarse si un diagnóstico y un pronóstico adecuado por parte de los especialistas implicados no se empeñara en negar la psicosis con argumentos de lo más variopintos, entre los más sangrantes, el de que la inteligencia está intacta y que el sujeto calculó y diseñó su plan criminal. Así se elimina de un plumazo toda la historia de la psiquiatría clásica y los aportes de la clínica psicoanalítica que demuestran que la locura no es asunto de déficit de capacidades intelectuales sino de una falla en la estructuración del aparato psíquico, una falla de la operación reguladora del padre, del complejo de Edipo en la que Freud descubrió el asiento de la subjetivación de la ley y el deseo.
Resulta tanto más paradójica la eliminación progresiva del diagnóstico de psicosis cuanto que nuestra época sufre las consecuencias de lo que el Dr Lacan detectó en los años 30, en su tratado sobre La familia, el declive de la imago paterna, del padre en su función simbólica, del Edipo freudiano y de los ideales viriles. Esta declinación trajo consigo lo que denominó la infancia generalizada, que en su tiempo arrancó a André Malraux la amarga sentencia: Ya no existen las personas grandes, los adultos. Una civilización cuyos ideales son cada vez más utilitarios, que ofrece como señuelos de identidad una producción acelerada de objetos de consumo, que, en términos de un especialista en economía, ha logrado convertir al dinero en un significado absoluto, una civilización así democratiza los sentimientos de desamparo y angustia contemporáneos y contribuye a borrar la diferencia niño/adulto a nivel del goce consumista.
Crisis de la autoridad
Pero el declive del nombre del padre tiene también otros efectos muy importantes en relación al tema que nos ocupa y es de que acarrea consigo la crisis de la función de la autoridad. La función simbólica del padre oficiaba el relevo hacia el discurso del amo y por tanto a la adopción de los ideales, cuya función intrapsíquica y social daba forma a los proyectos de vida donde Freud situaba la deseable separación del joven de su familia. La llamada crisis de identidad de la familia no se debe solamente a la diversidad de sus formas actuales, que van desde las multidivorciadas a las monoparentales sino también a la disolución del grupo familiar en el seno de la sociedad. La reducción cada día más estrecha del grupo familiar a sus elementos mínimos nos muestra sus consecuencias sobre el papel formador, cada vez más exclusivo, que le está reservado en las primeras identificaciones del niño y en el aprendizaje de las primeras disciplinas, con sus efectos en la formación moral. El incremento de la captura del grupo familiar sobre el individuo a medida que declina su poder social explicaría la dificultad para independizarse de muchos jóvenes que retrasan el abandono del hogar paterno hasta edades muy avanzadas(2).
El desencanto del mundo del progreso que testimonian muchos adolescentes, reacios a aceptar la sacralización de la felicidad en un mundo cada vez más inestable y más individualista les empuja a una cadena de actuaciones, adicciones y conductas erráticas bajo el slogan carpe diem. En un mundo orientado por imperativos de utilidad y eficacia, que ha cercenado la filiación simbólica con las tradiciones y con las figuras de autoridad del pasado orientándose a la conquista del aquí y ahora, del goce inmediato y sus desvaríos, en un mundo así los ideales pierden validez. Sirva de ejemplo aquel niño de ocho años que planteaba la siguiente pregunta: ¿para qué sirve estudiar Historia? El niño percibe la multiplicidad de los argumentos, la inconsistencia de las respuestas del adulto, y tales razones no tienen efecto sobre su goce pulsional inmediato, egoísta, como el caso del niño que comentaba antes. Una gran mayoría se aburre y de este modo se consolida una “franja de incomprensión” entre el deber educativo y el goce de los niños.
No es de extrañar que el colectivo con mayor porcentaje de bajas por depresión sea el de maestros y profesores, en Francia ya se ha despejado una nueva entidad clínica, la fobia del enseñante. No sólo por los casos de total rechazo a los semblantes de autoridad que desencadenan ataques e insultos, sino por el abismo que se ha abierto entre lo que pretender transmitir y con lo que esperan entusiasmar a los alumnos y la respuesta que obtienen de ellos. Dos tendencias se afanan por subsanar esta crisis: una, que habiendo verificado la facticidad del nombre del padre, intentan reintroducirlo invocando la necesidad del ejercicio de la función paterna, y la otra , que intenta inducirlo de forma autoritaria, como lo que promueven ciertas psicoterapias en instituciones destinadas a acoger jóvenes con conductas asociales o delictivas. La reproducción virulenta en el interior de éstas instituciones, de la misma problemática que les condujo allí desencadena muchas veces actos aún más graves que los que se pretendía corregir, dando lugar a fugas reiteradas y acciones violentas. Debemos reconocer en estos fenómenos la interiorización del superyó, en tanto ley loca, como empuje al mal, que fue prontamente estudiado por Freud y por psicoanalistas como Aichhorn, quien nos ha legado importantes desarrollos derivados de su trabajo con jóvenes delincuentes.
La estratificación actual del Edipo coloca más bien al juez como último garante de la caduca función paterna. En una reciente entrevista a un juez de Granada, célebre por la humanidad de sus castigos a menores, se refería a una pregunta reveladora de uno de sus hijos, pero entonces¿ tú eres el superpapá?.
Gran parte de los asuntos familiares requieren hoy la intervención de la justicia, habiéndose convertido a los niños en objeto de querrellas y de disputas irresolubles, sólo la figura del juez como instancia tercera, simbólica parecería, salvarse de la dilución de la función paterna. Pero el derecho también se encuentra en apuros ante la fragmentación de su discurso, como se comprueba en los dislates que pueden llegar a producirse en las adopciones. Sirva de ilustración el caso de un niño adoptado por una tía materna y su esposo y obligado a permanecer en el domicilio donde vive también su madre. El resumía su paradójica situación: ¡están todos locos! Asimismo el derecho se ve obligado a tener en cuenta la paternidad biológica frente a la lógica de la filiación simbólica. Miguel, un niño de cuatro años cuyo padre biológico exigió la prueba de paternidad ante un embarazo negado en su momento por su novia. El juez le otorgó sus derechos, y así cambió la vida de Miguel que se encontró de pronto con dos padres. Pero él inventó una solución elegante a su peculiar situación: llamar papá al susodicho y papi a la pareja de su madre. Sus síntomas en el colegio revelaban la tensión afectiva a la que se encontraba sometido por estar tironeado entre ambos postulantes y su madre, con la intervención de abogados por una y otra parte. Pero sobretodo por participar de manera activa en la contienda. El daño no estaba en este caso en la admisión de los dos padres que el niño pudo integrar sin dificultad, sino en su responsabilidad inconsciente en promover la guerra entre ambas familias.
Pero existe otra vertiente que a partir de las críticas a la autoridad paternalista promueve la laxitud y la permisividad, confiando en la llamada autoregulación, y que en muchas ocasiones muestra el rostro opaco de la dejación de responsabilidades con una cadena de autoexculpaciones y reivindicaciones que dan lugar a enunciados del tipo tengo derecho a. Encontramos aquí una resonancia de la conjunción operada por Lacan entre el imperativo kantiano y el enunciado de Sade por el cual todo lo que está permitido se convierte en obligatorio.
Conclusión
Seguramente este panorama no es exhaustivo. Lo cierto es que debemos afrontar la situación actual desde una perspectiva realista, para que nuestra acción sea resolutiva, sin dejarnos arrastrar por la nostalgia de tiempos pasados ni por los espejismos promovidos por los avances tecnológicos, ya que ni una ni otra vía consiguen disminuir la angustia por lo real de nuestra época, real que solicita nuestras intervenciones al presentarse bajo la forma de inhibiciones, síntomas, angustia, pasajes al acto y errancias subjetivas de todo orden. En palabras del Dr Eric Laurent: Es urgente el intercambio de experiencias diversas a partir de reflexiones prácticas, y reunir aquéllos que a partir de disciplinas diferentes apuntan al mismo objetivo: que los derechos de los niños en dificultad o presas del desasosiego no sean reducidos a un formalismo abstracto, y que haya la posibilidad efectiva para un sujeto de encontrar el destinatario que conviene a su sufrimiento.
El niño del siglo XXI, desorientado ante la oferta de las mil y una ficciones que se le ofrecen para alojar su modo de goce pulsional pasa largas horas frente a las distintas pantallas de televisión, video y ordenador, intentando cernir cuál le conviene para alojar su particularidad en los semblantes, en las figuras del Otro que capturan su atención. Las modas de entretenimiento proponen actividades cada vez más paroxísticas, las antiguas películas serie B son hoy en día el eje de la producción cinematográfica que requieren dosis cada vez más elevadas de violencia y sexo. Estas valorizaciones y estetizaciones de la violencia ocasionan a veces identificaciones desgraciadas y en su conjunto eliminan el aprecio por la poesía de los niños, por las invenciones propias con las que intentan afrontar las condiciones de su existencia. Ser permeables a estas invenciones y favorables a su admisión simbólica, es seguramente nuestra responsabilidad porque finalmente, como decía Leonardo de Vinci, la natura è piena d’infinite ragioni che non furono mai inisperienza. La naturaleza está llena de infinitas razones que no han estado jamás en la experiencia. Cada una de las criaturas humanas corresponde a uno de los infinitos ensayos sin nombre por los cuales estas ragioni intentan pasar a la experiencia.(3)
Convertirse en destinatario del niño contemporáneo, contribuir a que cada uno pueda hacer un uso responsable de su particular solución para habitar el discurso, que es la casa del ser según Heiddeger, es seguramente aceptar el nombre propio de estos ensayos, oponiéndose de forma decidida a la segregación. Quizás de este modo podamos colaborar en la gran obra de la civilización aportando a la vida de nuestros menores una merecida dignidad.
Vilma Coccoz
Bibliografía
Jacques Lacan: Introducción teórica a las funciones del psicoanálisis en criminología. Escritos I, Edit. Siglo XXI, Buenos Aires. 1988
Terre du Cien Journal du Centre Interdisciplinaire sur l’enfant Institut du Champ Freudien. Dirigida por Judith Miller François Ansermet: Clinique de l’origine, Edit Payot Lausanne. Zurich. 1999.
François Sauvagnat:Una entidad controvertida: la hiperactividad con trastorno deficitario dela atención. Revista de Psicoanálisis de Castilla y León Nº 4 2002 Revue Preliminaire publication du Champ Freudien en Belgique.
Intervención en las Jornadas Violencia sui Minori, Istituto Italiano di Cultura de Madrid, el 10 de Octubre de 2003.
Notas
- Jacques Lacan, Funciones del psicoanálisis en Criminología.
- Jacques Lacan, idem, pág. 124/5
- Sigmund Freud, Un recuerdo infantil de Leonardo de Vinci.