El pasado 27 de noviembre de 2015, Rosa López fue invitada a participar en el ciclo Ciencia, Economía, Política y Abolición del Sujeto, organizada por el Máster de Psicoterapia Psicoanalítica y el Máster de Psicoanálisis y Teoría de la Cultura de la Universidad Complutense de Madrid. A continuación puedes leer la transcripción de su intervención.
“El inconsciente es la política” es una de esas frases con las que Lacan trata de conmover los tópicos constituidos, en este caso aquellos que conciben el inconsciente como una suerte de mundo cerrado en el interior del individuo. El inconsciente de Lacan, por el contrario, surge de la relación del sujeto con el Otro de la lengua que habla en él, que le determina, le sostiene, lo juzga, le da un lugar o lo expulsa. Desde esta perspectiva podemos afirmar con Aristóteles que el parletre (el ser hablante y hablado) es un animal político, aunque no lo sepa y esto por el solo hecho estructural de que tiene que pasar necesariamente por el Otro (el Otro materno, el Otro de la lengua, el Otro del discurso, de la polís).
Voy a referirme a una de las figuras del Otro que más incidencia tienen en el fundamento (intrínsecamente) político de la constitución del sujeto: la instancia del superyo.
El superyo forma parte del núcleo duro de la teoría de Freud y no solo es uno de sus hallazgos clínicos fundamentales sino también su más importante aportación a la lógica de lo político.
Lo que Freud nos enseña del superyo
1.- Los seres humanos vienen al mundo sin una disposición natural a socializarse, y para que esto se produzca han de integrar una primera relación con la ley que no es la que se les transmitirá mediante la educación y el código legal . Se trata de una ley previa, que tiene la característica de hacernos sentir siempre culpables, aunque no sepamos de qué.
2.- Como “una guarnición militar que se queda de por vida en la ciudad conquistada” el superyo vigila y maltrata al yo imponiéndole mandatos contradictorios, y por ende, imposibles de cumplir: “así, como el padre, debes ser; y así, como el padre, no debes ser”. En definitiva: “¡Debes hacer que lo imposible sea posible!”
3.- La enorme paradoja que Freud descubre es que cuanto más trata el sujeto de satisfacer las exigencias del superyo, más cruel se torna éste, pidiendo más sacrificios y haciéndole sentir cada vez más culpable. La voracidad del superyo es infinita, más le alimentan más glotón se vuelve y su trampa consiste en establecer un funcionamiento circular del que el sujeto no puede salir.
Las Aportaciones de Lacan
El superyo es el concepto freudiano que más se aproxima a la noción lacaniana de goce. Lacan caracteriza la instancia del superyo en los tres registros. En lo imaginario es una figura obscena y feroz vinculada a los traumatismos primitivos, en lo simbólico corresponde a la primera marca que el lenguaje produce sobre el cuerpo, en lo real es la pulsión invocante (una voz que emite ordenes sin sentido).
Para acentuar el carácter perverso del superyo Lacan muestra la conexión paradójica entre el imperativo categórico de Kant, que obliga al cumplimiento de una ley universal sin la menor consideración por las circunstancias singulares del sujeto, y la máxima de Sade que empuja a gozar sin límites tanto del cuerpo del otro como del propio. Dos imperativos inhumanos, podríamos decir, porque ordenan algo imposible de cumplir: la ley absoluta de Kant, un enunciado simbólico aparentemente opuesto a toda satisfacción, y al mismo tiempo la satisfacción absoluta de Sade opuesta a lo simbólico.
Vayamos al momento actual, para Lacan lo que define una época es la manera en que el sujeto vive la pulsión y eso se detecta en la modalidad del superyo cultural, el tipo de significantes amos que, en el discurso imperante, empujan al sujeto a gozar . Desde la perspectiva del superyo una cultura se constituye en torno a un modo común de goce, en el que prevalecen determinados medios y maneras de gozar.
Me propongo demostrar que si algo caracteriza la subjetividad de nuestra época es la entronización de la instancia del superyo y que esto se debe al predominio del discurso capitalista cuyo funcionamiento es coincidente. El discurso capitalista promueve varios modos de goce que podríamos enumerar, donde el denominador común es la tendencia hacia el goce solitario o autista y, por ende, despolitizado.
Jacques Lacan realizó un gran esfuerzo para captar la lógica que rige el discurso capitalista y establecer su diferencia con los otros discursos que ordenan el lazo social. Lo primero que descubrió es que el discurso capitalista, al igual que el superyo, rechaza absolutamente la modalidad de lo imposible propia de la castración estructural del ser hablante. La otra característica es que no tiene un limite que frene su movimiento, que se efectúa incesantemente en una circularidad sin salida. Siendo esta su estructura se ha demostrado equivocada la idea de que la crisis actual es una crisis del capitalismo que anuncia su fracaso y su consecuente caída. Al principio de esta crisis se mantuvo esta esperanza que parecía abrir una nueva era, ahora abandonamos toda esperanza porque hemos verificado que el capitalismo se alimenta de las crisis, que su voracidad no conoce límites y su movimiento, como el de la pulsión es incesante. La crisis potencia al capitalismo mientras que debilita a los sujetos y a las instituciones que se ven afectadas por esta voracidad que engulle todo y después escupe algunos restos.
¿Cómo explicar este fenómeno? La potencia, casi ilimitada del discurso capitalista, se sostiene en su capacidad de captar el modo de gozar de los sujetos. Conociendo los resortes de la subjetividad juega con ellos de tal manera que su éxito parece asegurado. Por una parte usa el extravío propio del deseo haciéndonos creer que la falta ontológica constitutiva del sujeto es equivalente a la falta de un objeto que puede encontrarse en el mercado. Al mismo tiempo conoce muy bien el funcionamiento del goce pulsional, como se verifica, por ejemplo, en el uso mercantil de la pornografía. El capitalismo ha dado un salto cualitativo al haber captado la función del objeto a en el fantasma. Antes lo porno era un tanto burdo y esencialmente “coitocéntrico”, ahora ha logrado capturar la función del objeto parcial aislando los más variados rasgos de perversión, los escenarios fantasmáticos más especializados, el menú de los objetos parciales a elegir. Poniendo el plus de gozar y el objeto de deseo al servicio del mercado de la plusvalía, el negocio no cesa.
¿Cómo no va a producir transformaciones en la subjetividad si además de esta sabiduría respecto a los objetos, el capitalismo también ha captado la eficacia del uso de los significantes?
Por ejemplo, los significantes amo de la economía que ahora taladran nuestros oídos “ajustes, recortes, reestructuración o austeridad”, tienen el carácter de imperativos insaciables que exigen tanto más sacrificios cuanto mayor es la renuncia. La orden kantianosadiana actual sería “Has de actuar con la máxima austeridad (ahorra) a la vez que realizar el máximo consumo (gasta)”. El gran éxito neoliberal consiste en despolitizar la vida pública y dirigir el deseo y el goce hacia el mundo del consumo. Así, el ciudadano deviene consumidor y la política y la economía asunto de élites que saben de lo que hablan. El sujeto, por su parte, queda despolitizado y en un estado de minoría de edad pues se le exime de la responsabilidad de tomar la palabra frente a los significantes que le vienen del Otro. La falta de responsabilidad se complementa con el exceso de culpabilidad pues se le acusa de tener una deuda infinita que, en rigor, no le corresponde. Mientras tanto, el superyo campa a sus anchas con sus nuevos imperativos que nos exigen una nueva modalidad de imposible: obtener el máximo rendimiento con el máximo disfrute. Estas son las reglas del juego en una sociedad en la que la historia de cada uno se mide por curriculums diseñados como una carrera en la que el sujeto ya no necesita un amo externo pues el superyo le exhorta a explotarse a si mismo, hasta el colapso.
Las nuevas formas en que se presentan los síntomas muestran que habitamos en el imperio del superyo, y que los ideales han dejado de cumplir una función reguladora. En esta sociedad hipermoderna, hedonista y de consumo, nos encontramos con el uso generalizado de antidepresivos, el aumento de los suicidios, los niños medicados por deficit de atención, las adicciones extendiéndose. ¿Acaso es más terrible esta época que las anteriores? En absoluto, lo que produce la diferencia es que ahora la voz del superyo nos impone la obligación de disfrutar, de gozar, en definitiva, de ser felices.
Reconocemos que el ser humano de cualquier época tiene una aspiración legítima a la felicidad como deseo, pero en la promoción contemporánea de convertir la felicidad en un “derecho” (recogido en la constitución de los Estados Unidos de América), se va infiltrando cada vez más el superyo con su poder de convertir todo en un imperativo. Cuando la felicidad pasa de ser un “deseo” a transformarse en un “derecho” y finalmente en un “deber”, todo se pervierte dando lugar a la búsqueda insensata de un placer infinito, ilimitado, que confina con la muerte.
El ejemplo máximo nos lo ofrecen las adicciones, que van generalizándose cada vez más. Ya no se reducen al alcohol o las drogas, sino que todo es susceptible de ser formulado como una adicción. El sexo, el trabajo, la compulsión a las compras, el enganche al ordenador, la comida. ¿A qué responde este fenómeno tan actual? Las adicciones son respuestas a los imperativos superyoicos que dicen: “¡Come!, ¡bebe!, ¡práctica el sexo!, ¡compra!, ¡sé feliz!, ¡disfruta de todo!, ¡toma lo que se te antoje!” Y cuando ya nada es suficiente: “¡Mata!” o “¡Mátate!”, incluso una cosa detrás de la otra como se verifica en los crímenes de género.
El psicoanálisis puede reconocer que hay un derecho a la satisfacción, pero advierte sobre los estragos que provoca cuando se convierte en un deber. Como dijo Lacan, nada obliga a nadie a gozar a excepción del superyo, que nos empuja a algo imposible: la satisfacción absoluta. Por más que el sujeto se entregue a todo tipo de excesos de goce siempre se encontrará con el límite que le impone el cuerpo y la necesidad de pasar por el Otro. Esta falta estructural de la satisfacción absoluta es la prueba de que todavía funciona el deseo, que por definición es siempre insatisfecho. Podemos mantener aún cierto optimismo, pues cualquiera sea el poder del superyo, por suerte el contra-poder del deseo insatisfecho está presente incluso en la civilización actual.
Si el psicoanálisis tiene, más que nunca, su razón de existir es porque se hace cargo del sujeto que la ciencia forcluye y que el neoliberalismo quiere acallar. En ese sentido tiene una verdadera utilidad pública, que no está basada en la consecución del bien común, sino en cernir lo real, que en cada ocasión actúa como causa de estas crisis en las que el ordenamiento simbólico se ha roto. Subrayemos que de ese real, innombrable, resto de toda operación que se pretenda completa, ningún otro discurso quiere saber nada y menos en los tiempos que corren. El despotismo sádico de la ideología neoliberal consiste en sujetarnos con el abrazo mortal de una deuda imposible de pagar, es necesario, por tanto que el sujeto recupere la palabra, la responsabilidad y su dimensión política.
Rosa López