La industria de la moda se ha convertido en uno de los sectores del mundo actual en los que la circularidad del superyo produce mayores estragos. Desde los grandes diseñadores, la mayoría de ellos homosexuales, pasan-do por las modelos, los fotógrafos o los relaciones publicas, todos tienen que habitar en un medio donde las exigencias de perfección son llevadas al paroxismo. La imagen del cuerpo se convierte en un imperativo tan voraz que no hay suficiente delgadez, ni belleza, ni originalidad, ni talento creativo que pueda satisfacerlo. La voz del superyo sigue pidiendo todavía más: mas delgada, más impactante, más provocador, produciendo el efecto espectral de un mundo que se ha vuelto imagen.
Tomaré dos viñetas de pacientes neuróticos que están en análisis.
Una joven dedicada a esta profesión despliega en las sesiones el circuito incesante de una repetición de la que no sabe cómo salir. La semana laboral la dedica enteramente al trabajo y a la abstinencia pues apenas come, no bebe ni queda con nadie. El sábado por la noche sale a buscar el merecido goce que se ha ganado mediante el férreo cumplimiento del deber y de la renuncia. El alcohol y las drogas le facilitan la caza de un hombre al que llevarse a su cama. El domingo se despierta con resaca y enfrentada a la presencia de un desconocido del que necesita librarse, después vienen los autoreproches, el sentimiento de no valer nada, la culpabilidad y seguidamente el firme propósito de cambiar de vida porque lo que verdaderamente desea es el amor y formar una familia, con estos pesares vuelve a iniciar el recorrido virtuoso de la semana entrante.
Otro ejemplo me lo ofrece un conocido artista que se ha pasado toda la vida intentando amoldar la discordancia de su orientación homosexual con el ideal de una madre que hizo del protocolo su profesión y el eje fundamental de la vida familiar. Ella, que sabe disfrazar de belleza y armonía las más sucias verdades familiares se sintió asqueada por tener un hijo gay. Él trató de compensarla dedicándose a la moda, venerando su bella imagen y ocultándole sus oscuros goces. La acción del superyo le conduce inevitablemente a destruir aquello que logra producir con gran esfuerzo.
Claro ejemplo de los que fracasan al triunfar, cada vez que un trabajo le sale bien o que consigue una pareja “adorable”, se ve empujado a estropearlo todo. Como el que destroza una decoración impecable sus actos ponen en evidencia lo peor de su ser. Las drogas y el sexo “salvaje” le acarrean el contagio de una grave enfermedad además de dolorosas rupturas sentimentales porque siempre acaba confesando sus pecados (salvo a la madre). Se siente tan culpable de las consecuencias que insiste en buscar el castigo por el camino de la autodestrucción. Este circuito superyoico se ve facilitado por las numerosas fiestas que el sector de la moda produce en una ciudad como la nuestra (más de una por día) y en las que el consumo de alcohol y cocaína está prácticamente generalizado.
Ahora tomaré el ejemplo de dos grandes diseñadores de moda, Alexander McQueen y John Galliano, pues nos muestra el panorama desgarrador de aquellos que al alcanzar la cima del éxito se entregan a la acción desatada de la pulsión de muerte.
Lee Alexander McQueen se ahorcó en su apartamento de Londres diez días después de la muerte de su madre y unas horas antes de la celebración de su sepelio. ¿Por qué se quitó la vida un hombre que a los 40 años ya estaba a la altura de los grandes renovadores de la moda y tenía una enorme fortuna?
El diseñador que consiguió estremecer al publico en sus desfiles con animales disecados, modelos amputadas, calaveras por todas partes, se hizo un lugar entre los mejores. Su ropa batía récords en ventas y todo la jet-set, desde Madonna y Elton John hasta Lady Gaga o Victoria Beckham, empapelaba las revistas con tributos que endiosaban su nombre.
La aparente paradoja de quitarse la vida en su mejor momento profesional es únicamente formal pues no tiene en cuenta que semejante éxito fue hijo de un exceso de sensibilidad, una enorme fragilidad psíquica y una conciencia atormentada. “Del cielo al infierno y de regreso otra vez. La vida es una cosa rara. La belleza puede hallarse en lugares extraños, incluso en los más repugnantes”, escribió en Twitter el primero de febrero. Al día siguiente moría su madre, Joyce, la persona más importante de su vida y de su carrera. En el año 2004, ella le hizo una entrevista para un periódico en la que le preguntó: “¿Qué es lo que más te aterroriza?”. “Morir después que tú”, contestó él. Efectivamente, no se trataba de un temor fantasmático sino de un real que no pudo soportar.
Por su parte en 2011 fuimos testigos de cómo la brillante carrera de John Galliano se hizo añicos cuando se difundió por internet el video gravado mediante un móvil en el bar La Perle de París. En la grabación se ve como el diseñador, completamente borracho, lanza un insulto antisemita y racista a una señora que se había burlado de su imagen. El efecto de rechazo que tal escena produjo se concretó en la reacción de la casa Dior que des-pidió inmediatamente a Galliano, quien desde entonces quedó condenado al ostracismo. Hijo de una gitana española y de un gibraltareño había he-cho de la ausencia de discriminación una de las señas de identidad de su carrera. En el desfile de 2006 hizo caminar por la pasarela a modelos de todas las formas, tamaños, alturas colores, edades y ascendencias étnicas, también miembros de las comunidades transformistas y transgénero, así como enanos y gigantes. Es decir, todos aquellos que los nazis hubieran eliminado por degenerados. Sin embargo, después de Auswicht sabemos que defender el nazismo es algo intolerable y sobre Galliano cayeron un buen número de denuncias. Él comenzó un tratamiento de desintoxicación y dijo ser el único responsable de lo ocurrido “se que debo afrontar mis errores”. Probablemente esta asunción de la responsabilidad le salvó no solo de las consecuencias de su error sino de la deriva suicida en la que había entrado “Iba a acabar en un psiquiátrico o metido en un ataúd”, comenta en la primera entrevista concedida a Vanity Fair dos años después del suceso.
Son dos casos de una gran repercusión mediática, tras los cuales hay innumerables tragedias anónimas, desde las modelos que mueren por dejar de comer, hasta los efectos producidos por todo tipo de adicciones.
“Es un mundo que no se puede soportar si no estás colocado”, me dice el paciente antes mencionado. Efectivamente, se trata del ambiente hipermoderno y hedonista por excelencia, en el que se impone el deber de divertirse y de gozar sin limites. El imperativo superyoico campa a sus anchas en un medio en que el deber se ha transformado en pulsión, pues estos sujetos que consumen sin cesar artículos de lujo terminan siendo consumidos por los mismos. Tras el supuesto hedonismo promovido por la sociedad actual comprobamos que la gente está peor que nunca aunque la realidad sea más amable que en otras épocas y están peor porque la obligación de disfrutar, gozar y transgredir es imposible de cumplir ya que todo goce tiene un límite y la mayoría de las veces es el cuerpo el que lo demuestra.
Frente a los discursos que promueven la liberación sexual, la transgresión y el derecho al goce, Lacan responde como un hombre de su tiempo, diciendo que el psicoanálisis no prohibe el goce, tampoco lo recomienda, únicamente advierte que no sirve para nada. La formulación del plus de goce no solo hace referencia a ese más de goce que puede obtenerse, también quiere decir “no hay más goce”, hagas lo que hagas, el goce es imposible de colmar. Lo fundamental es que el derecho a gozar no se convierta en un deber, porque finalmente nada obliga a nadie a gozar salvo el superyo.
Rosa Mª López Sánchez