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PUBLICACIONES DE PSICOANÁLISIS DE ORIENTACIÓN LACANIANA

Del algoritmo al aforismo

Puesto que de principios se trata, no me parece ocioso comenzar por lo que constituye para nosotros, miembros de esta escuela, nuestro principio: el principio de la enseñanza de Lacan, lo que no significa olvidarnos de esa orientación a lo real que fue su punto de llegada. Desde el comienzo de su enseñanza, mucho antes de que se produjera esta orientación a lo real, encontramos una razón elemental, que quizás por ser tan obvia nadie se ha ocupado de señalarla hasta ahora pero que me parece oportuno recordar porque, a mi entender, fundamenta la asociación libre. La regla de la asociación libre tiene su fundamento en que hay significante como elemento del algoritmo y no significante como elemento del signo, es decir en que hay significante, en principio (1ª etapa del algoritmo) separado de la significación. (Hago notar al pasar que el término etapa empleado por Lacan ya es una indicación de cómo para él la función del tiempo y la función significante van a la par) Lejos de que podamos contar con ningún significado preestablecido de los significantes como ocurre en la lógica del signo, los efectos de significación (2ª etapa del algoritmo) se producen, como es sabido, por las diferentes modos en que los significantes se relacionan entre sí, metonimia, metáfora, punto de capitoné… Si a un analizante cuando nos relata un sueño, un síntoma, un padecimiento, se le invita a asociar libremente es porque, no sólo el analizante, tampoco el analista sabe lo que esos significantes que trae el analizante significan. Es decir, comprende el significado de esos significantes en el código de la lengua pero como analista se debe abstener de comprender. (Esta es una de las maneras en que también se puede entender la regla de la abstinencia). Abstenerse de comprender, para que, más allá de ese significado preestablecido de las palabras, pueda producirse sorpresivamente otro tipo de significación diferente, en “La instancia de la letra” Lacan habla de “una precipitación del sentido inesperada”, que es ese efecto especial de significación que denominamos sujeto. Por otro lado la función de Sujeto Supuesto Saber tiene su fundamento en el algoritmo, en que de un significante, siempre nos podemos preguntar más allá de su significado, qué es lo que quiere decir. En la medida en que el analizante consiente a la regla de la asociación libre, lo que significa consentir a un no sé lo que digo pero algo debe de querer decir eso que digo, y en la medida en que el analista no sólo presta su escucha a los dichos del analizante sino que produce una interpretación (semántica, asemántica, corte, puntuación etc…) , retroactivamente por el cruce entre esos significantes del analizante y la intervención del analista se produce ese efecto especial de significación que denominamos efecto sujeto. Por tanto, se puede decir que no hay un sujeto previo, sino que en cada sesión, si ésta es lograda, el sujeto es creado. Podemos afirmar entonces que el primer principio ético del análisis es que el análisis debe servir para que un sujeto sea creado, tal y como nos enseña la máxima freudiana: Wo es war soll ich werden. El sujeto no tiene un estatuto ontológico sino ético lo que significa, como apunta Miller, que es el efecto de una decisión. O más precisamente de una doble decisión: por un lado, la decisión del analizante de prestarse a la regla de la asociación libre, y si hay una ironía en este término es justamente porque en la asociación libre a lo que el analizante consiente es a no ser el Amo (no ser el Amo de lo que dice, no ser el Amo del tiempo en nuestras sesiones antiestandar… ) y ocupar sin embargo el lugar del trabajador pagando por ello; por otro lado, la decisión del analista de hacer algo con esos dichos para que de ellos pueda advenir o, si se prefiere, pueda ser extraido un sujeto. Podemos, pues, establecer una primera distinción entre lo que serían los principios y lo que serían las reglas. El primer principio ético de un análisis es la creación de un sujeto, la extracción de un sujeto a partir de los dichos. Las reglas son los caminos que debemos seguir para alcanzar ese principio. Entre estas reglas las hay de distintas clases, por ejemplo las hay necesarias pero no suficientes sino incluso completamente ineficaces por sí mismas para alcanzar ese principio, y las hay muy eficaces pero no necesarias stricto sensu. No cabe duda de que la asociación libre es una regla necesaria pero no suficiente. Sin la intervención del analista no hay manera de que un sujeto pueda ser extraído a partir de los dichos. La cuestión que se plantea entonces es cuál o cuáles son las maneras más eficaces en que un analista puede intervenir para que se alcance el cumplimiento de ese primer principio ético que nos orienta, a saber la creación de un sujeto. Y esto enlaza con la tercera pregunta, la referente a la sesión breve que yo prefiero llamar corta. No me cabe duda de que la sesión corta es una de las maneras más eficaces para que se pueda producir la creación o la extracción de un sujeto a partir de los dichos. Si digo una y no la única es porque no creo que podamos sostener una afirmación universal del tipo: en toda sesión no corta, cero efectos de sujeto. Hay que tener en cuenta que invalidaríamos con este universal no sólo todas las sesiones de la IPA sino las del propio Freud y buena parte de las entrevistas preliminares que practicamos los lacanianos y que no siempre son cortas. (Lo más lejos que podríamos llegar a afirmar es: no en toda sesión no corta cero efectos de sujeto) No obstante sí se puede sostener que las sesiones cortas son muchísimo más propicias para que puedan producirse efectos de sujeto. Hay muchas razones para fundar esta afirmación. La que para mí es más potente deriva de la consideración del tiempo no como el tiempo de la duración sino como el tiempo articulado al significante, el tiempo de la función significante. En este tiempo justamente es donde aparece el sujeto como efecto de la retroacción significante. El sujeto es ese efecto especial de significación, esa chispa de verdad que se deja oír en el momento de la retroacción significante. (Por supuesto el sujeto no es sólo un efecto de significación sino que vale también como respuesta de lo real, esto es como respuesta de goce al ¿Che vuoi?, pero no hay modo de acceder a lo que es el sujeto como respuesta de goce si no pasamos por los efectos de significación) La retroacción significante, cuyo efecto es el sujeto, resulta a su vez de la puntuación. Ciertamente, la puntuación se puede dar en textos largos y en textos cortos. ¿Por qué entonces la recomendación de las sesiones cortas? Porque en las sesiones largas las puntuaciones se difuminan, se borran las unas a las otras y así es muy difícil que sean eficaces. Pero sesiones cortas no son sólo sesiones que duran poco sino sesiones en las que hay un corte, por eso prefiero la expresión sesión corta que sesión breve, para subrayar la importancia del corte en tanto es lo que puede hacer que la puntuación sea eficaz. Como señala Miller “puntuar implica cortar las sesiones, pues de lo contrario la puntuación queda completamente en el aire, una puntuación anula a la otra, para que la puntuación se inscriba, para que se permita al sujeto localizarse frente a la fijación de la puntuación es necesario cortar la sesión. Puntuar sin cortar (como pretenden los analistas de la IPA) -concluye Miller- es puro suponer”. Para que una puntuación sea máximamente eficaz es necesario el corte de la sesión y de ahí la radical inconveniencia de la sesión de tiempo estándar, incluso si este tiempo estándar fuera breve o muy breve. Por eso la pregunta que el otro día se formuló – “¿a qué nos referimos los lacanianos cuando hablamos de sesión breve?” “¿cuánto tiempo tiene que durar una sesión breve, quince, diez, cinco minutos?” si es una pregunta que puede formularse, no es una pregunta que deba responderse porque si se responde sucede como con los chistes que cuando se los explica se los mata. Aunque la sesión con corte es la más recomendable para que la puntuación sea eficaz también es preciso admitir que a lo largo de un análisis, de cualquier análisis, hay bastantes sesiones que a pesar de ser de tiempo variable y de poca duración el corte no produce una puntuación eficaz. Por tanto, pese a ser una regla muy recomendable, no en toda sesión corta y variable se cumple el primer principio ético que debe orientar nuestra práctica, el de hacer advenir el sujeto. Como vemos, con la cuestión del tiempo, nos vemos de nuevo confrontados, solo que desde la perspectiva opuesta a la anterior, la de sesión larga, a la misma imposibilidad de establecer una proposición universal. Tanto de un lado como de otro debemos reservar quizás su margen al no-todo. Pero este no-todo no opera de igual manera, en un caso que en otro.

Y ya para finalizar, para mí las sesiones cortas son más sólidas, en el sentido en que los dichos en estado más o menos gaseoso, vacíos, borrosos, volátiles, de repente, merced a una puntuación, se precipitan en una suerte de sentencia que tiene un peso cuasi aforístico. El aforismo, dice José Biedma, “es una herida abierta en la piel del discurso, una raja por donde se nos revela el rostro enigmático de la verdad que las rutinas del lenguaje disfrazan”. Es en esa raja, que se abre entre las rutinas del lenguaje, donde, si el analista es capaz de agarrarla por su único mechón, la calva ocasión deja aparecer al sujeto.

Dolores Castrillo

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