El siguiente es un texto excelente que aporta las bases doctrinales en que se apoya la acción lacaniana en el ámbito del psicoanálisis aplicado. Este trabajo demuestra que la ética psicoanalítica opera otorgando un lugar al sujeto. Ello implica que la operación simbólica orientada por el psicoanálisis se sirve del nombre del padre pero contempla sus limitaciones: no considera que la ley pueda frenar la pulsión de muerte sino que se apoya en la lógica del acto, que contempla su incidencia real, y permite un cálculo subjetivo en la estrategia, apostando por una solución más digna, menos devastadora para los sujetos excluidos del lazo social, náufragos errantes en el estado actual de la civilización. Los casos extremos atendidos, siempre desde la consideración de su particularidad, constituyen un valioso ejemplo de que se pueden evitar los pasajes al acto precisamente porque no son invocadas las normas, porque se respeta la decisión subjetiva en el estrecho margen de libertad del que se dispone. Los beneficios de mantener a raya el discurso del amo se aprecian en las acciones sostenidas por el equipo en relación a los usurarios y en el funcionamiento del propio equipo, que otorga el lugar al A tachado, al no-saber y afianza, por lo tanto, la lógica colectiva, que impide la caída, la objetalización de los desamparados.
En los diversos ejes en los que se sostiene la acción simbólica se percibe claramente la importancia de preservar el lugar del sujeto, de su elección, de su decisión. Pero también el relato de las experiencias es una buena ilustración de la consideración de los límites de la operación simbólica cuando se presentan casos imposibles: porque son demostrativos de que la eficacia de la estrategia depende del establecimiento de una vía transferencial, de un lazo mínimo al Otro.
El texto constituye un buen acicate para continuar investigando en la lógica del discurso analítico como respuesta a las formas que presenta el discurso del amo en la actualidad y a las formas de exclusión y desinserción social que produce, teniendo en cuenta la sugerente observación de Lacan, citada en el texto, de que la felicidad se ha convertido en un factor de la política.
I.-LOS SERVICIOS SOCIALES
Los Servicios Sociales son el lugar institucional que la sociedad crea para dar respuesta a los problemas sociales que toman el nombre de marginación, exclusión, desinserción, etc… Desde la perspectiva de las personas que allí acuden estos problemas ofrecen distintas caras de las dificultades para sostener el lazo social: desde la violencia hasta el aislamiento, desde la imposibilidad de mantener un trabajo hasta la falta de un lugar donde vivir. Por el lado de la institución estos problemas se presentan como la ruptura insoportable con las aspiraciones de extensión universal del bienestar que nuestra sociedad mantiene.
En los Servicios Sociales se produce el encuentro, o más bien, el desencuentro entre un sujeto con una demanda, la respuesta marco que la institución elabora y la respuesta concreta que se materializa a través de los profesionales.
1.- Las demandas- Suelen ser demandas que no hallan otro lugar donde ser acogidas, demandas que no son aceptadas ni por las redes de apoyo natural de las personas ni por el sistema sanitario, ni por el sistema de salud mental, ni por el sistema educativo, ni por los sistemas de cobertura económica reglada (INEM, Seguridad Social), etc… Muchas se caracterizan por los problemas económicos con la consecuente formulación y aceptación de las peticiones de solución en términos de necesidades materiales que deben ser cubiertas. A menudo son acompañadas de una urgencia subjetiva acuciante o bien ponen ante nuestros ojos situaciones tan límites que no permiten demorar mucho una intervención que signifique un cambio en la realidad que presentan. Estas demandas muestran los límites de nuestros ideales como comunidad.
2.- Las respuestas que ofrece la institución.- Suelen estar inscritas en el discurso del amo: en el ideal de bienestar igual para todos, en la lógica mercantilista convencida de que con dinero se pueden conseguir los bienes para satisfacer las necesidades identificadas y en la racionalidad instrumental de las tecnociencias que plantea las situaciones en términos de causa-efecto, problema-solución y fines-medios.
En la intersección entre la fe ciega en estas herramientas y la aceptación de la misión social de extensión universal del bienestar, las respuestas incluso se adelantan a las demandas. Los problemas han de ser encontrados e interceptados antes de que aparezcan. La prevención y la detección precoz dan nombre a esta peculiar forma de intervención que imagina las dificultades antes de que se den.
De esta forma la institución nunca abandona el sueño de que el malestar puede ser definitivamente erradicado. Desde el psicoanálisis diríamos que los Servicios Sociales como institución se orientan por la ilusión de que lo Real, lo imposible que acompaña a las situaciones que se atienden allí puede ser completamente suturado. El trabajo tiende entonces a organizarse alrededor del desarrollo de infinitas estrategias que persiguen este fin.
3.- Las dificultades de los profesionales para enfrentar la tarea.- La primera dificultad que se encuentran los profesionales se deriva de la imposibilidad estructural de dar respuesta plena a cualquier demanda. Esta dificultad se agudiza en la medida en que, por el lado de la demanda, llega a Servicios Sociales lo que no ha podido incluirse dentro del devenir social estándar y como institución se propone integrar, insertar, normalizar a todo aquel que presenta un llamado “problema social”. Por otro lado, los profesionales que asumen esta tarea, si bien tienen una importante variabilidad personal, formativa y teórica, también tienen un rasgo común, cierta disposición subjetiva a recibir la demanda del Otro acompañada del deber de “hacer algo” para solucionarla. Esta disponibilidad bienintencionada al cruzarse con la primera dificultad pronto se torna angustia y rechazo, generando la sensación de ser usado por el “usuario”. Los profesionales se ven así llevados al lugar de objeto de goce del Otro con el consecuente riesgo de actuar desde el fantasma de cada uno.
Este pequeño drama del profesional tiene lugar dentro del teatro de la institución, lo cual afecta a su relación con ésta. Se tiende a pensar que la causa de las dificultades está en las fallas de la institución (falta de recursos, mal funcionamiento de los protocolos, mala organización, planificación desacertada, etc.). Se producen flujos discursivos continuos acerca de cómo debe cambiar la institución para hacer desaparecer los obstáculos y gran parte del esfuerzo de todos se dedica a ello.
A pesar de estas complicaciones, en la apuesta de los Servicios Sociales hay un elemento digno de rescate: la administración, el poder político, el programa oficial de la sociedad acepta abrirse a las demandas subjetivas de malestar. Será a partir del tipo de respuesta que se dé a estas demandas cómo se definan las coordenadas éticas que guíen la institución.
El núcleo del trabajo que se lleva a cabo en Servicios Sociales tiene lugar en la relación entre un profesional y un sujeto con una demanda. Por ello el psicoanálisis es pertinente y el trabajo fundamental de la dirección tiene que ver con ayudar a que esta relación tenga lugar y que de ella se deriven consecuencias “positivas”, en su doble sentido de efectivas y no negativas: encontrar un camino posible ante la demanda imposible.
II.- UN LUGAR ALFA
Desde la dirección del Centro de Servicios Sociales, con el apoyo del psicoanálisis, se busca otra forma de responder a los requerimientos que recaen sobre la organización. Se apuesta por establecer un Lugar Alfa basado en los tres conceptos que Miller propone en “Hacia Pipol 4”: “Son los
conceptos lacanianos del acto analítico, del discurso analítico y de la conclusión del análisis como pase a analista, los que nos han permitido concebir al psicoanalista como objeto nómada y al psicoanálisis como una instalación móvil, susceptible de desplazarse a nuevos contextos, particularmente a instituciones” . Esta distancia respecto a la respuesta del discurso del amo, sólo puede ser sostenida por la pertenencia de la persona que ejerce la dirección a la comunidad analítica. El director buscará pues su orientación en el quehacer de la Escuela, así la ética del psicoanálisis será la que guíe la dirección del centro. Desarrollando su labor diaria en una institución pública, pero utilizando como base de operaciones al grupo analítico del que forma parte, el director mantiene la tensión que permite al psicoanálisis no quedar apartado del mundo, pero conservar las propias finalidades de su discurso. La Escuela como “enclave hecho para hacer salidas al exterior” .
1.- EL DISCURSO ANÁLITICO
El director a partir de su experiencia y del estudio del saber psicoanalítico puede elaborar una lectura distinta de los presupuestos en los que se basan las intervenciones de los Servicios Sociales. Nos dice Miller: “Los efectos psicoanalíticos no dependen del encuadre sino del discurso, es decir, de la instalación de coordenadas simbólicas por parte de alguien que es analista (…)” . Veamos, pues, como el discurso analítico modifica algunos aspectos claves de la práctica de los Servicios Sociales.
1.1.- LA DIMENSIÓN SUBJETIVA DE LOS SÍNTOMAS SOCIALES
En Servicios Sociales, las demandas suelen interpretarse en términos de pertenencia de las personas que los traen a un colectivo que se define por un rasgo: es un inmigrante, es un enfermo mental, es una mujer maltratada, es un menor en riesgo, etc… De hecho, todos los programas y recursos están pensados desde esta categorización. El rasgo no sólo homogeiniza a todos los individuos que forman parte del colectivo, si no que designa la causa de su exclusión. Es cierto que se puede pasar de un grupo a otro, incluso formar parte de varios, pero, a menudo, no es posible salirse de esta manera de ordenar la realidad. Al elaborar una explicación de por qué ha llegado alguien a formar parte de ese colectivo, se excluye la implicación subjetiva y se suele entender que es por circunstancias externas insalvables o por la falta de conocimiento, de habilidades, de información, de oportunidades que padece el individuo en cuestión. Dado que poco se puede hacer respecto al primer punto, las intervenciones giran en torno a la manera de dar lo que les falta a los demandantes de ayuda.
Sin embargo, para la mirada analítica los problemas que se presentan en Servicios Sociales pueden leerse como síntomas en los que el sujeto está tan involucrado como en los síntomas psíquicos. Las situaciones planteadas son consecuencia de la historia y de la posición subjetiva de las personas que se atienden, por lo tanto, será necesario orientarse acerca de su estructura psíquica para poder dirigir bien la intervención. En estas situaciones pesa mucho la precariedad económica como emergente del fracaso en sostener el lazo social necesario para ser materialmente autónomo, pero, siguiendo a Jorge Alemán, debemos recordar que miseria no es sólo la falta de satisfacción de las necesidades materiales, si no también estar a solas con la pulsión . Estas situaciones muestran la peculiar manera en que cada uno ha podido realizar la intrincada tarea de inscribirse como sujeto en la trama social. Lo que está en juego, pues, es ni más ni menos que la relación con el otro. De esta manera, “la realidad psíquica es la realidad social” en la medida que la realidad social de un individuo da cuenta de su síntoma subjetivo. Algo de este orden debe cambiar para que el camino se vuelva transitable para el sujeto. La dirección con inspiración analítica promueve esta manera de leer los casos.
1.2.- HABLAR SOBRE LO QUE HACER
El imperativo de “hacer algo” domina la práctica en los Servicios Sociales en la medida que son un lugar de recepción de demandas, una institución que deber dar respuestas a los problemas a los que se enfrenta y de la que forman parte unos profesionales en posición subjetiva de obligación de dar solución a estas demandas. Este imperativo está acompañado de un continuo “blablablá” entre los profesionales, desde las infinitas coordinaciones a los comentarios informales, que a menudo sólo funcionan como válvula de escape.
Desde el discurso analítico hay una apuesta por el bien decir como condición indispensable para orientar nuestro actos. Con todas las limitaciones que se han ido descubriendo al registro de lo simbólico, la esencia de la práctica analítica en sus distintas vertientes sigue pasando por un sujeto que habla a otro para entender, para salir de sus embrollos, para saber qué hacer…
Así, la dirección inspirada en el psicoanálisis realiza dos movimientos. En primer lugar, establece una jerarquía entre el hablar y el hacer: es importante hablar para ordenar el hacer, tanto el pasado, el ya sucedido como el futuro, el por venir. En segundo lugar, se da una cualidad definitoria al tipo de hablar del que se trata: no consiste en hablar por hablar, para tener más datos, para intercambiar opiniones, para desahogarse; se busca un hablar que permita orientar el hacer. En este sentido, fueron apareciendo (o se subrayó la importancia de los que ya existían) distintos tipos de espacios (supervisiones individuales o grupales con los profesionales que llevan directamente casos, “equipos de trabajo” en los que se reúnen los profesionales implicados para analizar un caso y tomar decisiones conjuntas y grupos operativos, guiados por un psicoanalista, centrados en hacer posible la tarea común de la institución). No fue una decisión planificada de antemano, y surgieron a partir de iniciativas de origen diverso a lo largo del tiempo. Sin embargo, sólo la perspectiva del psicoanálisis permite darles su entidad para que sean lugares a los que un profesional puede acudir para hablar cuando no sabe qué hacer o no entiende qué pasa en un caso, sin entregarse al imperativo del “hacer por hacer” y dando un valor al tiempo para decidir qué hacer o entender lo que se ha hecho.
Sin entrar en la especificidad de cada tipo de espacio, citaré algunos efectos que se producen, compartidos por otras experiencias similares :
- Se facilita un lugar de enunciación.
- Se abre un espacio para la pregunta acerca de lo que les ocurre a las personas que atendemos, en vez de afianzar certezas e interpretaciones estereotipadas.
- Aparece la oportunidad de rastrear aspectos insospechados que pueden permitir leer las situaciones de otra manera.
- Permiten modular los fantasmas de los profesionales en su encuentro con los casos.
- Dan la oportunidad al profesional de no tener que responder de inmediato.
En definitiva, se trata de “provocar, sostener y soportar el tiempo para comprender que a menudo queda elidido tanto del lado de los profesionales como del lado de los sujetos que atendemos” .
1.3.- REPLANTEAMIENTO ACERCA DE LOS FINES
Los Servicios Sociales establecen sus fines apostando por la protección de los más vulnerables socialmente en nombre del bien común. Esta protección gira en torno al valor fundamental del bienestar, que ha ido ampliando su contenido de lo material a lo físico, a lo psíquico y a lo relacional. La responsabilidad por este bienestar, relegada en otros tiempos a la privacidad de los sujetos, ha quedado hoy en día paradójicamente constituida como una responsabilidad pública. Nos dice Lacan: “(…) la felicidad devino un factor de la política (…) No podría haber satisfacción para nadie fuera de la satisfacción para todos” .
El modelo de bienestar que guía las intervenciones de Servicios Sociales es el ideal uniformado de las clases medias, una vida “ordenada” : trabajo digno, vivienda digna, relaciones familiares adecuadas, red social suficientemente amplia, autocuidado a nivel de salud, higiene y alimentación, asunción suficientemente responsable del cuidado de los llamados “dependientes” que forman parte de las relaciones cercanas, etc… Estos son los objetivos que una y otra vez se buscan: ajustarse al ideal en el menor tiempo posible.
Desde el psicoanálisis sabemos de la imposibilidad de estos fines. El sujeto es un sujeto dividido por su inconsciente, por su goce, afectado por una falta-en-ser estructural y sometido a las paradojas de la razón libidinal: “el placer, su más allá, el empuje superyoico al goce y el deseo como deseo de otra cosa” . Por ello, más que a alcanzar el bienestar a lo que se aspira es a una manera de hacer con el malestar, a cierta calidad de malestar . Desde el psicoanálisis también se sabe acerca de la singularidad de los medios para alcanzar esta cierta calidad de malestar y se critica por tanto “todo universal del Bien” .
Asumiendo estos principios, se dirigen las intervenciones de los profesionales y se valoran los efectos de estas intervenciones desde un canon totalmente distinto. Se asume desde el principio el fracaso de los fines explícitos de la institución, se valoran pequeños descubrimientos que atemperan las invasiones de goce o que contienen los acting-outs y se permite aceptar modos de hacer de los sujetos alejados del ideal. Orientándonos, eso sí, por el deber de no dejar morir a un sujeto de su adicción al goce, siempre que sea posible .
1.4.- EL ABISMO ÉTICO DE LOS ACTOS PROFESIONALES
Los profesionales de Servicios Sociales están enfrentados continuamente a la responsabilidad de hacer o no hacer determinados movimientos ante las demandas que les llegan. Estas acciones u omisiones tienen consecuencias: si se da o no una plaza de guardería, si se tramita o no una ayuda económica, si se alienta o no una denuncia de malos tratos, si se propone o no una retirada de tutela de un menor o una incapacitación, puede modificar el rumbo de las vidas de aquellos que acuden a los servicios en los que trabajamos. De esta manera, los profesionales de los Servicios Sociales no pueden evitar realizar actos profesionales.
Este tipo de actos generan en el profesional incertidumbre que, como nos dice Zygmunt Bauman, “no es nada más ni nada menos que la incertidumbre endémica a la responsabilidad moral” . De mil maneras se intenta soslayar esta responsabilidad: se definen criterios y perfiles supuestamente objetivos que permiten o no hacer determinadas cosas, se piden protocolos detallados de actuación que lleven a decisiones automáticas o se ponen las decisiones en boca de entes ajenos superiores a los que dotamos de autoridad. Pero, finalmente, el profesional sabe que es él el que tiene la última palabra, se encuentra ante el dilema ético actual: “no existe un gran Otro; nunca hay garantía; hay que actuar. Hay que arriesgarse y actuar. (…) Es decir, en cierto instante hay que asumir la responsabilidad del acto” . Por lo tanto, el acto que se lleva a cabo es un acto libre en el sentido de que no está determinado absolutamente y siempre depende de una decisión. Como nos dice Žižek, “no forma parte orgánica de la estructura del universo, por el contrario, señala una ruptura, una quiebra en la red causal. La libertad es esta ruptura, una cosa que empieza en sí misma” .
Desde el psicoanálisis, siguiendo a Miller, se entiende además que para juzgar el acto profesional hay que esperar a ver sus consecuencias: “Juzgar el acto por sus consecuencias, que el estatuto del acto dependa de sus consecuencias, es para mí un principio cardinal de la política lacaniana” . De esta manera, el acto cuando se realiza no tiene garantías de ser un buen acto, por mucho que la intención sea buena. El acto produce una interrogación en cuanto a sus consecuencias por dos razones: primero, porque abre la metonimia de la cadena significante y, segundo, porque incluye al Otro y hay que tomar en cuenta su reacción .
El acto profesional es, por tanto, un acto libre, con consecuencias y sin garantías respecto a cuales serán estas consecuencias: “La angustia del acto es captar que el acto está al principio de una cadena y que, por supuesto, no se sabe por anticipado cuáles serán sus consecuencias. Las consecuencias que no se conocen se deberán asumir” .
Desde la dirección se aseguran espacios para la deliberación previa al acto, para dar cuenta de las razones de los actos y pensar sus consecuencias. Se busca así poder sostener las intervenciones que se llevan a cabo guiándonos al menos por cuatro principios. Primero, la singularidad del caso: no vale la misma decisión para éste que para el otro por el mero hecho de ser parecidos, en cada caso se ha de pensar cuál es la postura a tomar. Segundo, tener en cuenta los límites sociales de la subjetividad, es decir, no permitir que una persona se destruya o destruya a los demás. Tercero, poder dar cuenta de nuestra decisión dentro de un contexto más amplio que la simple posición personal, poder dar razones de nuestra intervención a los demás. Y, por último, contar con los otros en sentido amplio, desde las leyes, hasta la teoría, pasando por la supervisión o por el trabajo en equipo. En un punto el profesional dirá que sí a una decisión en su intervención, pero esta decisión habrá sido elaborada dentro del contexto de la institución.
2.- EL SUJETO EN ANÁLISIS
Miller al proponer “la conclusión del análisis como pase a analista” como uno de los tres conceptos claves para instaurar un lugar Alfa nos invita a pensar en los efectos que puede tener el que la dirección de una institución esté ocupada por un sujeto en análisis. Al fin y al cabo, la cualidad de analista “no depende del emplazamiento de la consulta, ni de la naturaleza de la clientela, sino más bien de la experiencia en la que se ha comprometido” .
Estar comprometido con la experiencia personal de un análisis conlleva una forma de estar en el mundo que tiene consecuencias en la vida del sujeto. ¿Cómo no tenerlas en el trabajo que desarrolla? Los Servicios Sociales es un ámbito poco transitado por el psicoanálisis, pero en el cual, por su naturaleza, resuena muchos de sus conceptos. El sujeto en análisis empieza a leer lo que ocurre en la institución y a fraguar sus respuestas desde el discurso analítico. Como director se encuentra de pronto sosteniendo un lugar de supuesto poder, un supuesto lugar de amo, del que el discurso analítico le invita a distanciarse, ya que, como bien nos enseña Lacan en el seminario 17, el amo tiene un secreto: “la castración del padre idealizado” . El sujeto en análisis en el lugar de director se ve abocado a aprender a hacer un buen uso del semblante para poder conciliar ese lugar que sostiene dentro del discurso del amo y el saber-no saber que va desgranado en la experiencia de su análisis.
Por otro lado, la experiencia de un análisis apunta a la problemática del “ser” del profesional: “Es en relación con el ser donde el analista debe tomar su nivel operatorio” . A menudo las personas que trabajan en Servicios Sociales tratan de sostener el lugar de A-no barrado en cuanto a Otro que preserva su consistencia y que sabe lo que el usuario tiene que hacer. Lacan bromea, en “La dirección de la cura, acerca de esta posición de “hombre feliz”: “¿No es además la felicidad lo que vienen a pedirle, y cómo podría darla si no tuviese un poco?, dice el sentido común” . El coste de intentar sostener esta posición es muy conocido y toma el nombre de “burn-out” o queme del profesional de ayuda. El profesional se agota en la tarea imposible de dar una solución al malestar de los demás. El saberse un sujeto dividido por el inconsciente y por el goce como efecto de la experiencia analítica implica un acercamiento hacia los otros (profesionales y usuarios) basado en la convicción de que la dificultad está para todos en cómo hacerse con la vida, con lo Real, con la falta en ser. Esto lleva a respetar los síntomas de cada uno y desde ahí a hacer “una distribución ponderada de los efectos psicoanalíticos, dosificados según las capacidades de un sujeto para soportarlos” .
Por último, la experiencia del análisis lleva a otra torsión. Frente a la tendencia de toda institución a guiarse por normas que pueden llevar tanto a un cumplimiento sin sentido como a un enfrentamiento desgastador con ellas, el director-sujeto en análisis apuesta por orientarse por el deseo y por lo Real en lugar de por la pasión del superyó y por el ideal. Esto le permite “aceptar la fuga de sentido” , “otorgar un lugar a la particularidad” y “la concepción de una ley que acoja su propia excepción” . Por ello, la dirección no busca la adecuación a determinadas normas, protocolos o ideales, promueve que los profesionales vayan haciendo el relato de sus casos en los espacios de trabajo y admite cierto grado de incertidumbre sobre lo que ocurre realmente entre profesional y usuario.
3.- LOS ACTOS ANALÍTICOS
¿Es un atrevimiento hablar de acto analítico en el contexto de los Servicios Sociales? Miller en “Cosas de finura en psicoanálisis 2” establece una diferencia entre “un esbozo de acto analítico” y “un acto analítico desarrollado” para diferenciar el tratamiento de los casos en un establecimiento de psicoanálisis aplicado y aquel acto “susceptible de conducir al final del análisis” . Como esbozos, los actos que se orientan desde la dirección de un centro de Servicios Sociales no podrán llegar tan lejos como los actos analíticos desarrollados, pero estarán inspirados por algunas claves del discurso analítico recordadas por Miller en esta sesión que dependen del deseo del analista:
- No se trata de hacer terapia, no se trata de hacer que el sujeto se adecúe a los ideales comunes, de utilizar la sugestión y la “pedagogía correctiva” para meter en vereda al sujeto desviado. Si hay que elegir en el sujeto y la sociedad, “el análisis está del lado del sujeto” .
- En esta apuesta por el sujeto, el psicoanálisis intenta escuchar la singularidad que trae su sufrimiento con la demanda, acogiendo el hecho de la desviación estructural frente a la norma que ser sujeto implica.
- Todo acto parte del reconocimiento de los efectos del lenguaje en el ser hablante.
Veamos ahora alguna especificidad de los esbozos de acto analítico posibles en Servicios Sociales.
3.1.- PRAGMÁTICA VS. CLÍNICA.
Miller plantea en “Cosas de finura en psicoanálisis 1” que hablar del psicoanálisis desde el punto de vista pragmático es plantearse lo que el psicoanálisis hizo de sí mismo y puede hacer de sí mismo . Se hace hincapié en el “hacer”. A medida que avanzamos en la enseñanza de Lacan de la mano de Miller, este “hacer” va alejándose de la terapéutica y va enfatizando su faceta de experiencia frente a la búsqueda de curación. En este sentido, la clínica va virando hacia la pragmática. Por otro lado, Miller sitúa este “hacer”en el agujero entre la estructura, en tanto que “conceptos fundamentales del psicoanálisis organizados como estructura” y la contingencia, en tanto que caso particular, encuentro particular, suceso particular. Y es aquí donde “el saber hacer tiende en psicoanálisis a suplantar el saber, la pragmática tiende a suplantar lo epistémico” . Estas son los vectores en los que se sitúa la pragmática del psicoanálisis: experiencia frente a curación, saber hacer frente a saber. Y, ¿qué lugar hay para esta pragmática en los Servicios Sociales?
Hay todo un campo en los alrededores de una demanda de atención subjetiva, anterior a esta demanda si es que llega a producirse, en el que el psicoanálisis tiene algo que aportar. Es allí donde se encuentra el trabajo de los Servicios Sociales. Las personas acuden solicitando ayuda para cambiar las condiciones materiales de las situaciones que padecen. Se hayan complicados subjetivamente en ellas sin saberlo, sin querer saberlo. Caer en la trampa de dar supuestas soluciones mediante la manipulación de las variables de la realidad presentada, implica taponar la posible emergencia del sujeto que se pregunta por su implicación en lo que le ocurre. Subrayar entonces el adjetivo “preliminares” del dispositivo clásico de “las entrevistas preliminares” hasta convertirlo en un sustantivo “los preliminares”, adquiere un peso fundamental. Siguiendo a Vilma Coccoz, diremos que en estos preliminares se trata de realizar las estrategias necesarias para favorecer la elaboración significante y la posible producción del sujeto . Lejos de la terapéutica lo que se busca es que pueda tener lugar una experiencia determinada, establecer una relación posible entre los profesionales de la institución y los demandantes de ayuda en la que prime lo simbólico como modo de acercarse a lo Real buscando la dimensión subjetiva en juego. Este tipo de maniobras no pueden ser estandarizadas en base a un saber del orden de lo epistémico, de la estructura de conceptos psicoanalíticos que decía Miller, sino que surgirán del saber hacer extraído de ellos (y de la experiencia del propio análisis) y de la contingencia del encuentro entre el caso y el profesional en cuestión. La mayor parte de las actuaciones que se realizan desde Servicios Sociales se encuentran en este ámbito.
Por otro lado, la pragmática del psicoanálisis en Servicios Sociales se sitúa en un lugar de respuesta . No es un lugar de escucha, de desahogo, de compartir el malestar, tampoco es un lugar desde el que dar soluciones. Cuando Miller nos habla de lo que diferencia la psicoterapia del psicoanálisis nos plantea alguna condición más para que estas respuestas puedan ser consideradas psicoanalíticamente orientadas:
- El profesional al colocarse en la posición de interlocutor de una demanda, se instala en el lugar del Otro (A), lugar que confiere a su palabra la potencialidad de producir consecuencias en el sujeto. Si el profesional responde directamente desde este lugar de omnipotencia supuesta a lo más que llegará es a producir ciertas rectificaciones provisionales de las identificaciones del demandante de ayuda. Por el contrario, al abstenerse de responder desde ahí en nombre del deseo del analista se abre un trayecto más allá en el que aparecen el goce y la pulsión en juego del individuo en cuestión.
- Desde la posición psicoterapéutica de la mano del discurso del amo se exigen identificaciones que aguanten al precio de olvidarse de los fantasmas en juego. Será de nuevo el deseo del analista el que mantendrá la atención en la puesta en acto de los fantasmas, tanto de los profesionales, como de las personas que se atienden.
- La psicoterapia especula con el sentido, el psicoanálisis pone en cuestión que exista “un sentido” a partir del cual todo lo que le pasa al sujeto se explica y deja un lugar al fuera de sentido, que introduce en escena lo real y deja en suspenso la posibilidad de un saber hacer definitivo.
Desde este lugar de respuesta con condiciones se buscan entonces nuevas vías para que el sujeto pueda salir adelante, “arreglárselas con lo que hay”, a un coste menor de sufrimiento y de precariedad, encontrar un modo de continuar. El profesional tiene que estar ahí para ver en los detalles con el sujeto cómo se desenvuelve y cuáles son las formas que le permiten funcionar y cuáles no. Las respuestas surgen como efecto de este encuentro, no son respuestas preparadas, “pret a porter”. El director promoverá estas coordenadas de la pragmática del psicoanálisis desde los lugares en los que se habla para encontrar un hacer.
3.2.- TRANSFERENCIA, INTERPRETACIÓN Y SEMBLANTE
Dice Lacan en “La dirección de la cura” que el analista debe pagar con palabras a través de la interpretación, con su persona en cuanto que sirve de soporte de la transferencia y con su juicio más íntimo .
Empecemos con la transferencia. Desde la dirección del centro debe considerarse en dos niveles: por un lado, la transferencia que tiene lugar entre los profesionales y el director y, por otro lado, la transferencia que tiene lugar entre los profesionales y los usuarios de los Servicios Sociales. En el primer nivel, la figura del director es especialmente apta para generar transferencia, los profesionales se dirigen a él suponiendo que sabe algo, sabe qué hacer ante los problemas que plantean los usuarios. Como el analista, el director debe hacerse responsable de la transferencia que suscita y debe sostenerla con su presencia real. Con cada profesional, al igual que con cada paciente, el tono y los avatares de la transferencia son diferentes. Con algunos, la transferencia acaba transformándose en transferencia hacia el psicoanálisis, mientras que con otros no se puede más que escuchar y preguntar, intentar entender qué hacen y por qué, estar ahí, incluso desde cierto forzamiento que la autoridad de la dirección impone. El director se adapta hasta convertirse en un partenaire útil para cada profesional. Hablamos de utilidad en la medida que la transferencia entre los profesionales y el director tiene un fin concreto: ayudar a sostener ese otro nivel de la transferencia en juego, el de los profesionales con los demandantes de ayuda. Para ello, el director realiza su trabajo sobre este segundo nivel de la transferencia a partir del relato que los profesionales hacen de las historias de las personas que atienden, si bien eventualmente podrá tener relación directa con estos últimos si el caso lo requiere. Entonces, habrá que jugar con la peculiaridad tanto de unos como de otros: sus estructuras, sus fantasmas, sus formas de gozar. Por las dinámicas institucionales, el director del Centro de Servicios Sociales no tiene opción de elegir a sus profesionales ni a los clientes, de ahí que tenga que encontrar un modo de hacer con lo que hay. Nada extraño para el psicoanálisis, Miller cita a Lacan en ‘Política lacaniana’: “El psicoanálisis no se produce sin medios, que no van a componerse sin personas, ni sin contemporizar con ellas” .
De la transferencia pasamos a la interpretación: “No hay Lugar Alfa sino a condición de que, por la operación del analista, el parloteo se revele como conteniendo un tesoro, el tesoro de un sentido otro que valga como respuesta, es decir como saber llamado inconsciente. Esa mutación del parloteo se sostiene de lo que llamamos transferencia, que permite al acontecimiento interpretativo tener lugar, acontecimiento interpretativo que supone un antes y un después, como decimos clásicamente” . El director sólo sabe lo que los profesionales le van contando de los casos, al igual que con los pacientes, escucha lo que ellos dicen sin oírlo, entonces “el emisor recibe del receptor su propio mensaje de una forma invertida” . La interpretación no consiste en creer comprender y anticipar una significación, sino al contrario, salir de la inercia de comprensión que favorece el uso cotidiano del lenguaje para dejarse sorprender y asociar así nuevos significantes a la situación de malestar. La interpretación tiene que ver pues con la transformación del valor de las palabras. Por otro lado, la interpretación es un acto y, como tal, sólo adquiere su verdadero alcance en la medida que el otro, en este caso el profesional, lo recoge y le da un sentido. A partir de esta transformación del relato del caso recogida por el profesional se va urdiendo algo nuevo que hacer en el encuentro con el demandante de ayuda, revertiendo en ese encuentro la interpretación realizada.
¿Cómo entender la última forma de pago del analista que nos plantea Lacan? Recordemos su formulación exacta: “¿olvidaremos que tiene que pagar con lo que hay de esencial en su juicio más íntimo, para mezclarse en una acción que va al corazón del ser: sería él el único allí que se queda fuera del juego?” . El director orientado por el psicoanálisis tiene que involucrarse en la acción con su ser, no quedarse fuera de juego. Para Lacan el ser está del lado del semblante, de hecho, el parlêtre está condenado al semblante . “El director”, como otros nombres del amo, entra en la serie de semblantes eternos: el padre, la mujer, el falo. Como semblante es un significante vacío, un S1 que no remite a un S2, sólo accidentalmente ligado a la significación fálica . El semblante consiste en hacer creer que hay algo donde no lo hay y esto tiene efectos. La inconsistencia del gran Otro, la multiplicidad de discursos, la angustia ineludible de la realización de un acto a menudo lleva a los profesionales o bien a un impasse en el hacer o a un paso al acto impulsivo. El director hace entonces uso del semblante para hacerles pasar por el hablar para hacer y para ratificar el “pequeño tesoro” allí encontrado que puede permitirnos dar un paso más en un caso. Al ocupar su posición desde el semblante, el director puede tomar distancia frente al lugar que el discurso del amo le tiene reservado: el que tiene que saber, el que tiene que decidir. Y es precisamente esta distancia la que le permite llevara a cabo la función: sostener una práctica éticamente digna y bien orientada en relación a los fines de la institución, la otra cara de la impotencia para sostener realmente una praxis que se transforma en un ejercicio del poder de la que habla Lacan en “La dirección de la cura” .
III.- ALGUNOS EJEMPLOS
Pasaremos ahora a relatar algunos casos en los que se intentará dar cuenta de cómo la dirección psicoanalíticamente orientada produjo efectos a la hora de hacer posible la relación entre los profesionales y los usuarios y a la hora de encontrar arreglos más viables para los sujetos que tengan en cuenta su problemática singular y les permitan encontrar un modo posible de continuar.
1.- ACEPTAR EL LUGAR DE TERCERO
Una trabajadora social se queja de L., una usuaria suya: “Llevamos años, desde que nació su hija, dándole ayudas: pago de guardería, pago de beca de comedor escolar, actividades extraescolares, campamentos de verano, etc. No aprende, no se hace autónoma, un caso claro de cronicidad sostenido por la institución, así nunca va a dejar de ser dependiente”. La tensión entre trabajadora social y usuaria es continua cada vez que hay que renovar una ayuda o que la mujer hace una nueva demanda ¿Qué sabe la trabajadora social de L. en ese momento? L. es una mujer inmigrante de 26 años, que vive en una habitación con su única hija de 8 años, no tiene pareja y trabaja todo el día, el perfil típico de estas mujeres, dice la trabajadora social. En la supervisión se señalan los aspectos más singulares del caso: todas las ayudas solicitadas han sido siempre dirigidas al cuidado de la hija, durante todo el tiempo de intervención la mujer no ha dejado de trabajar y no se ha tenido conocimiento durante este tiempo de relaciones de pareja. Nos entra curiosidad por saber el origen de esta niña. En entrevistas posteriores, va apareciendo su historia particular: L. se vino a España al saber que estaba embarazada, hija única de madre sola, vivía en su país con la familia del hermano de la madre y con ésta, no quiere hablar del padre de la menor ni de las circunstancias del embarazo, “sólo fue una vez y nunca más supe de él”. Se empieza a poder dar un lugar para que esta mujer hable de la relación con esta hija en la que parece condensarse toda su historia. Aparece su rechazo a la hija, pero también su resolución para hacer de madre. La relación entre ambas está crispada, la niña sabe bien cómo sacar de quicio a la madre y ésta pierde los nervios, la insulta y la pega, sintiéndose luego culpable. En este escenario, los Servicios Sociales vienen a ocupar un lugar necesario en esta relación especular, el lugar de tercero. Todos los recursos de apoyo para la crianza de la hija adquieren así un sentido totalmente distinto, somos el “padre” que esta madre puede ofrecer a esta hija, dadas sus propias dificultades para mantener relaciones con los otros. Aceptando este lugar podemos servir para abrir esta relación al exterior y para regular la tensión existente en la relación entre ambas.
2.- NO PASAR POR ALTO
Un trabajador social cuenta dentro de una coordinación general sobre casos de ancianos en riesgo la siguiente situación. Una mujer mayor de unos 80 años vive en unas condiciones cada vez más precarias, su salud se va deteriorando, su higiene personal y la de la vivienda dejan cada vez más que desear. El trabajador social ha realizado varias visitas, ha conseguido que la mujer acceda a recibir algunos servicios que pueden ayudarla: comida a domicilio y ayuda a domicilio una vez por semana. En ocasiones, la mujer le ha hablado de su preocupación por lo que le va a ocurrir a su hijo cuando ella falte, dice que lleva sin salir de su habitación 20 años. Indago más sobre este aspecto, el trabajador social no parece querer saber mucho más, seguramente es un delirio de la anciana, dice, en las visitas que ha realizado no ha visto ni oído nada, aunque es verdad que hay una habitación que siempre está cerrada. Ante esta duda ha decidido pasar por alto el comentario de la mujer. Le animo a que lo tome en serio, le pregunte más y, por qué no, en su momento, llamar a la puerta de esa habitación. Ante sus resistencias, sugiero la posibilidad de que otro profesional le apoye, él opina que la psicóloga que trabaja en un proyecto para mayores podría ayudarle. Van realizando visitas periódicas al domicilio, algunas solos, otras juntos. Cada vez se va haciendo más evidente la existencia del hijo. Un día se atreven a llamar a la puerta de la habitación, el hijo responde. Efectivamente, C. lleva 20 años encerrado en el cuarto, sólo sale a las horas de las comidas para comer con su madre. Cuenta que tras el servicio militar, perdió el trabajo y cayó en una depresión y decidió que no merecía la pena salir de su habitación. Su vida transcurre escuchando la radio y leyendo periódicos gratuitos que le trae la madre. Tiene el DNI caducado, no tiene cobertura sanitaria, no tiene ningún ingreso económico, aunque podría acceder a ellos, no quiere. Al trabajador social y a la psicóloga les llama la atención que de los comentarios de C. se deduce que ha estado atento a todas las conversaciones que habían tenido con su madre en visitas anteriores. Continúan las visitas. En ocasiones, logran hablar con él a través de la puerta, otras no contesta, sólo en una ocasión logran hablar con él cara a cara. C. insiste en no querer que nada cambie. Decidimos continuar así la intervención sin forzar a que C. acepte nada que no quiera. Finalmente un día nos llaman del SAMUR, la anciana ha fallecido, el hijo les ha dado el teléfono de nuestro Centro y les ha pedido que se pongan en contacto con el trabajador social, “él sabe lo que hay que hacer”. Se ha instalado la transferencia que permitirá a C. plantearse qué hacer tras la muerte de su madre que de hecho impide que todo siga igual.
3.- EVITAR UN PASAJE AL ACTO
Viene a mi despacho una trabajadora social muy angustiada a contar la situación crítica que le transmite J., muy agresivo, en la entrevista que acaba de tener. Todo es muy confuso. J. afirma que le quieren echar de su casa injustamente, que le ha llegado una orden de desahucio, pero que detrás hay intereses ocultos de la empresa que está rehabilitando el edificio, si le intentan echar hará explotar el edificio con una bombona de gas y un encendedor, si no le ayudamos, también vendrá a por nosotros, sale gritando de la entrevista. J. y su compañera S. llevan un tiempo siendo usuarios del centro. J. pasó varios años en prisión por causar la muerte de una persona en una pelea, son continuos los altercados en los que se ve involucrado con médicos, con policías, con vecinos, con extraños, existiendo diversos procedimientos judiciales en curso relacionados con él. S. está diagnosticada de esquizofrenia y ha pasado temporadas en centros psiquiátricos cuando vivía con su familia con la que ya no tiene relación. Ella suele ser una acompañante silenciosa de él, si sale sola, a veces se pierde y tarda algunos días en aparecer o ser encontrada por J. Él quiere cuidarla, pero en ocasiones no puede con ella y amenaza con abandonarla. Viven en una casa que, según J., estaba alquilada por su madre y él se había subrogado, si bien no pagan alquiler. Ambos son pacientes del Centro de Salud Mental, donde hay un rechazo explícito hacia él y se considera que sería bueno que ella se separara. ¿Qué hacer?, nos preguntamos. Primero urge entender cuál es la realidad de la inminencia del desahucio y de otras posibles medidas judiciales. Decidimos asumir el lugar de mediadores entre “la ley” y estos sujetos. Poco a poco vamos desmarañando la madeja, efectivamente existe una sentencia de desahucio, la madre de J. dejó hace años de pagar ese piso y J nunca se subrogó, de hecho en el texto de la sentencia se resalta que la madre renuncia a que su hijo siga viviendo en esa casa. J. no lo quiere ver y se suceden, día sí, día no, encuentros con él y con los papeles. Decidimos atenderles cada vez que vienen al hacernos cargo de la precariedad subjetiva y real de estas dos personas y la necesidad de cuidar la transferencia con ellos como única vía para hacer algo. La dinámica del propio caso ha ido pidiendo que tanto yo como una educadora también les atendamos. Unas veces les vemos 5 minutos en la sala de espera, otras más tiempo en el despacho, unas veces les ve la trabajadora social, otras la educadora, otras yo, según las circunstancias. El discurso de J., con cierta apariencia de formalidad jurídica, es inconsistente, pero impermeable a nuestros razonamientos. Mientras esperamos a que nos digan la fecha del desahucio desde el juzgado, se producen dos medidas judiciales más que reavivan la paranoia de J., se incapacita a S. que queda bajo la tutela de la Agencia Madrileña de Tutela de Adultos y a raíz de una pelea en la calle, J. tiene que presentarse cada 15 días en los Juzgados. Ante estos cambios, apoyándonos en la transferencia ya establecida con la trabajadora social, con la educadora, con la directora y, por extensión, con toda la institución, mediamos para que se contengan las reacciones de J, quien sigue amenazando periódicamente con volar el edificio si le intentan echar de su casa. En una visita nos enseña dónde ha colocado la bombona y dónde tiene el encendedor para hacerla estallar. Vamos dando por hecho que se van a tener que ir de la casa y vamos hablando con ellos de dónde vivir cuando esto suceda. Les ofrecemos una habitación en una pensión, mientras J. imagina otras soluciones: irse a vivir a un pueblo o comprar una caravana. Ya con la fecha del desahucio intentamos que se trasladen antes a la habitación, pero no resulta posible, sólo conseguimos que lleve unas cuantas bolsas. Acordamos que el traslado a la pensión se hará el mismo día del desalojo. Este día con casi una docena de personas extrañas presentes (agentes judiciales, dueña del piso y sus abogados, policías municipales, SAMUR SOCIAL, cerrajeros, camión del Depósito Municipal de Muebles) los momentos de tensión se suceden, la mediación de la educadora y mía se hace constantemente necesaria. J. continúa con sus amenazas, pero la transferencia está establecida y puede decir: “Sólo quiero hablar con E. y L. de Servicios Sociales, que me estoy poniendo nervioso”. Llega un momento en que se hace necesario parar, tras conversar con la agente judicial, accede a demorarlo al día siguiente. Ese día finalmente se pudo realizar el traslado de ambos y de sus enseres más necesarios a la habitación de la pensión desde donde se continúa la intervención. Sólo la orientación que nos da el psicoanálisis permite ofrecer con firmeza este lugar transferencial y mediador a estas personas, aceptando sus estructuras psíquicas y buscando los medios para encontrar otros caminos posibles distintos al pasaje al acto.
4.- REGULAR INVASIONES DE GOCE
El trabajador social pide ayuda para decidir qué hacer ante la llamada que acaba de recibir desde la pensión donde A. se aloja. Esta persona lleva varios días sin salir de la habitación. Al parecer A. se cayó, se hizo daño en una cadera, fue al hospital y allí le dieron el alta, cuando llegó a la habitación se tumbó en la cama, puso la televisión y no ha vuelto a salir. Cuando la dueña le pregunta por la puerta dice que no se puede mover. Hace unos meses A. acudió a nuestro servicio traído por el SAMUR SOCIAL, había sido expulsado de la pensión en la que vivía por impago. A. es cubano, tiene 80 años, lleva muchos años en España, ha sido periodista y en los últimos tiempos había sobrevivido vendiendo objetos variopintos por las casas. Al irse deteriorando su estado físico por la edad, utiliza muletas para andar, sus ingresos se habían reducido y, por ello, había dejado de pagar la pensión. En ese momento se le ofrece la posibilidad de ir a una residencia, pero A. no quiere, cree que va a poder seguir sosteniéndose con la venta de objetos a domicilio, si nosotros le ayudamos con el pago de la pensión. Acordamos hacerlo así. En sucesivas entrevistas, A. presenta una imagen ideal de sí mismo en el pasado como periodista. Acompaña el relato de varias fotocopias de artículos en periódicos no conocidos en los que aparece nombrado. Esta imagen contrasta con la precariedad y el aislamiento en el que vive actualmente. Cuando se le ofrecen vías para ir mejorando su situación (arreglar sus papeles, buscar algún tipo de ingreso económico, buscar cobertura sanitaria), A. insiste en que él lo hará solo, ya que conoce a gente en la embajada. Por el contrario, a medida que pasa el tiempo no sólo no se soluciona ninguno de los problemas, sino que su estado va empeorando. A pesar del deseo del trabajador social por seguir creyendo en esta imagen ideal del sujeto, resulta cada vez más evidente que A. se está dejando caer. Dentro de este marco, su repentina imposibilidad para moverse parece tener otros determinantes además de los meramente físicos. Decidimos realizar ambos una visita a la pensión. Allí nos encontramos a A. en una extraña postura, el tronco apoyado en la cama y las piernas en el suelo, había intentado pasar de estar tumbado a estar sentado y no había podido hacerlo, llevaba varios días en esta postura, primero había comido algo que tenía a mano, había orinado en un brik vacío, pero finalmente había dejado de comer, de beber y se había orinado encima. A. sólo quiere que le dejemos en paz. La situación es insostenible. A pesar de sus reticencias y tras corroborar con el SAMUR que su estado físico no permite un ingreso en el hospital, decidimos llevarle temporalmente a una residencia. Le hacemos saber que no vamos a permitir que siga en ese estado y que, cuando se recupere, podrá volver a la pensión si lo desea. En ocasiones, el director se ve obligado a tomar decisiones que paren las invasiones de goce de forma abrupta y que den la oportunidad al sujeto de retomar el camino desde otro punto, o al menos de morir dignamente.
IV.- CONCLUSIÓN
Ser director de un Centro de Servicios Sociales orientado por el psicoanálisis implica, pues, una doble apuesta:
- Apostar, a pesar de todo, por una institución que ofrece un lugar al que recurrir cuando todo falla para los sujetos a los que apenas les queda otro lazo social al que asirse.
- Apostar por la posibilidad del uso del discurso psicoanalítico para orientar el quehacer de una institución con las personas que allí demandan ayuda, acompañada por la responsabilidad de dar cuenta de las razones y de los efectos de este uso ante la comunidad analítica.
A partir de esta doble apuesta se busca contribuir a un funcionamiento menos perverso de la institución, ayudar a que los profesionales puedan hacerse cargo de su práctica sin forzar a los sujetos a adaptarse a los ideales de bienestar a los que ellos mismos se ven sometidos por las exigencias sociales. Desde aquí se podrá ofrecer a cada persona que acude a Servicios Sociales la oportunidad de encontrar un arreglo singular que le permita seguir adelante.
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