No hay adolescente sin Otros
La definición de la adolescencia como “la más delicada de las transiciones” que Philippe Lacadée ha difundido luego de su feliz hallazgo en la obra de Víctor Hugo, permite concebirla como la salida de la pubertad en la lógica del discurso y no como una simple etapa del desarrollo biológico.
Freud compara la metamorfosis de la pubertad con “la perforación de un túnel comenzada por sus extremos simultáneamente” : un agujero, pues, que horada, por un lado, la autoridad, el saber, la consistencia del Otro, y en el otro extremo, perturba la vivencia íntima del cuerpo. El modo en que Freud formula la metáfora permite deducir que construir el túnel es equivalente a atravesarlo, porque la solución va a depender del contorno y de la correcta localización de los agujeros: el que afecta al saber y el que concierne al goce. Si nos mantenemos firmes en el principio psicoanalítico de que no hay sujeto sin Otro y lo aplicamos a este trayecto particular de la vida, puede esta proposición tomar un carácter axiomático: “no hay adolescente sin Otro”, esto es, sin sus padres, profesores o tutores, la institución o el analista. Las respuestas, la posición de los adultos que vendrán a investirse o no con la función del Otro, adquieren una relevancia fundamental, decisiva, en la entrada y en la salida del túnel.
De ahí que sea más pertinente hablar de adolescencias en plural, porque cada adolescencia se vincula a una experiencia subjetiva y a una historia particular y, por lo tanto, no puede generalizarse ni estandarizarse su modalidad “crítica” o la forma que tomará su conclusión. Desde una perspectiva estructural, el sujeto que se encuentra en esta travesía de la vida se sitúa en dialéctica con el Otro y su inconsistencia o, por el contrario, en ruptura con él, en una vivencia errática de ser abandonado a su suerte, desamparado en su desconcierto ante lo que le toca vivir.
Como consecuencia de la experiencia a lo largo de estos años, es posible afirmar que en la clínica de la adolescencia es preciso operar una subjetivación de la dificultad estructural con la que el jovencito o jovencita están confrontados. Pero entonces conviene admitir que esta operación, en muchos casos, requiere un trabajo de elaboración, una participación decidida de sus adultos de referencia. Habitualmente es necesario mantener una serie de entrevistas familiares con el fin de otorgar la palabra al sujeto. Ya sea esta palabra titubeante, parca, arrogante, reivindicativa, conciliadora o mentirosa, su alojamiento en el dispositivo analítico suele acompañarse de un efecto de pacificación en ardientes conflictos, en diálogos rotos o imposibles, al cobrar el valor de una enunciación particular que el Otro toma en consideración. En las entrevistas con los padres, en conjunto o por separado, y el adolescente, el analista tiene la oportunidad de colaborar, en acto, en el delicado transcurso de la separación y distinción de las distintas subjetividades comprometidas. Esta práctica dista enormemente de las entrevistas familiares propias de las terapias psicoanalíticas que florecieron en el seno de la IPA. Es fundamental que la adolescencia de un hijo o una hija sea subjetivada por los padres en su verdadera dimensión, -como un duelo libidinal que les afecta y les concierne- en la medida en que la satisfacción que el hijo o la hija otorgaba al narcisismo de los padres se resquebraja, es necesario alojarle en otro lugar. Este nuevo lugar no está diseñado de antemano sino que se va construyendo laboriosamente, a partir de los dos agujeros que se han revelado para el púber, el que afecta al Otro y el que concierne al cuerpo. La labor de educación aún no ha concluido y la nueva situación requiere una delicada alquimia entre, por una parte, el respeto por el territorio y los gustos, la intimidad, los deseos, y por otra, la responsabilidad por los actos de un menor al que no se puede abandonar a su suerte. Y todo ello, aunque las vías en que se afianza el hijo puedan ser contradictorios o distantes de las expectativas o ideales paternos, y aún a pesar de los sentimientos de ambivalencia que el sujeto manifiesta o provoca.
El adolescente se tropieza con lo real del discurso, con la pregunta esencial del ser hablante acerca de cómo arreglárselas con el goce, y es precisamente el encuentro con este límite del discurso lo que socava la autoridad de la palabra de los adultos y genera una conmoción emocional. Por esta razón aquéllos que creen, equivocadamente, que sólo se trata de informar, de ilustrar, tropiezan con el apabullante fracaso de la educación sexual y de las estrategias de prevención de embarazos y de consumo de estupefacientes. Ante el inevitable deterioro de la autoridad algunos adultos se inclinan a adoptar comportamientos extremos de exagerada rigidez o permisividad, en un desesperado intento de recuperar su debilitada influencia. En algunos casos y debido a una salida en falso de su propia adolescencia, se ven empujados a una desgraciada identificación con el hijo o hija, intentando mostrarse como su “colega”, en la confesión o en la complicidad, a veces obscena, de las dificultades en la que el propio padre o madre encuentran en lo relativo al goce. Los intentos de ser “amigos” borran la disimetría la entre el joven y el adulto y son tan nefastos como aquellos que la ejercen por la fuerza de las normas. Ambos comportamientos justifican que Lacan calificara a los adultos de “adulterados”.
Se puede comprender la importancia de la respuesta de los adultos si se toma en cuenta que, en esta época, se reedita en el inconsciente la pregunta inaugural del sujeto respecto al deseo del Otro: ¿en qué deseo nací? ¿qué valor tengo para el Otro? ¿puede perderme? Este momento alcanza una trascendencia especial en la medida en que se solicita al adolescente, precisamente, que haga frente a la declaración de su sexo : se espera que formule o defina su identidad sexual. La ausencia de una respuesta acabada y concluyente sobre el ser sexuado en lo simbólico toma el valor de una puesta a prueba en relación a lo real. Esta cobra un carácter traumático y angustioso dando lugar a una desintricación pulsional, una crisis del deseo, del goce de la vida, que trae como consecuencia un incremento de la incidencia de la pulsión de muerte.
No existe un manual de instrucciones para garantizar la salida airosa del túnel, en cuyo tránsito el sujeto experimenta fuertemente el sin sentido propio de la limitación del lenguaje para nombrar el sexo como un sin sentido de la vida. Lo cual acarrea una desenfrenada afluencia de sensaciones y afectos, tan fuertes como contradictorios, así como la tentación de la muerte, pensada, imaginada o fantaseada. Una inclinación hacia temas escabrosos sorprende a sus próximos que se percatan de un cierto regocijo en el cultivo de sombríos y siniestros pensamientos e intereses. Por tal razón el riesgo ante conductas peligrosas o los francos intentos de suicidio han constituido una preocupación constante en la clínica psicoanalítica con adolescentes.
Freud mismo fue llamado a intervenir, en 1910, en un Simposio sobre el tema en el que se advertía sobre la responsabilidad que pudiera adjudicarse a los profesores en los pasajes al acto suicida de sus alumnos. En su intervención Freud manifiesta una visión muy aguda acerca de los responsables de la educación en este momento de la vida. Momentos antes de su ponencia un profesor había intervenido intentando exculpar a los docentes de ser la causa de tan trágico final de la vida de ciertos jóvenes, con el argumento de que estos desgraciados actos tenían lugar también en las capas más desfavorecidas (que no estaban escolarizados). “La escuela secundaria – responde Freud con ironía y justeza – ha de cumplir algo más que abstenerse de impulsar a los jóvenes al suicidio: ha de infundirles el placer de vivir y ofrecerles asidero y apoyo en un período de su vida en el cual las condiciones de su desarrollo los obligan a soltar sus vínculos con el hogar paterno y con la familia(…) la escuela nunca debe olvidar que se trata de individuos todavía inmaduros, a los cuales no se les puede negar el derecho de detenerse en determinadas fases evolutivas, por ingratas que éstas sean. No pretenderá arrogarse la inexorabilidad de le existencia; no querrá ser más que un jugar a la vida.”
La lucidez de la reflexión de Freud nos conmueve sobre todo en nuestra época, en la que cada día vemos alzarse el carácter definitivo que pueden alcanzar ciertos juicios respecto a los jóvenes por parte de sus profesores y evaluadores, que toman la forma de una sentencia inexorable del destino. Muchos son los jovencitos que, ante estos juicios, abandonan cualquier intento de reflotar, declarándose “negados o nulos” a causa de sus fracasos o de sus conductas. Felizmente, en el caso de María pudieron evitarse las nefastas consecuencias que podían atisbarse gracias a que su entrada en el túnel de la pubertad la ha precipitado en una demanda de análisis. Todo comenzó con un gran acting out, un desmayo con crisis convulsivas que acabó en urgencias, con gran susto para todos. Luego de someter a la niña a todo tipo de pruebas se llegó a la conclusión de que “no tenía nada” y gracias a la intervención de un familiar, se cruzó en su vida el psicoanálisis. Las crisis disminuyeron inmediatamente y María consiguió revertir el prejuicio que ya se estaba consolidando respecto a su comportamiento. En el transcurso de las primeras entrevistas surgiría en su discurso la tensión en la que su síntoma se articulaba al discurso del amo. Ella había registrado la incidencia que podía llegar a tener, en el grado de popularidad alcanzado por una chica en su colegio, alguna desgracia que estuviera atravesando en su vida personal. A la manera del contagio histérico de las crisis de llanto en un internado que describiera Freud y en el momento álgido del comienzo de la seducción y de la formación de las alianzas y liderazgos, María detectó que la falta (debida a las dificultades en la vida familiar) de las compañeras “destacadas” cobraba un valor en la consideración del Otro encarnado en una profesora. En el acting-out respondía a una compleja lógica inconsciente que empezó a elaborarse en el curso de las sesiones al tiempo que el síntoma desaparecía de la escena, al descubrir la niña la trama inconsciente en la que estaba atrapada. Este avance no fue sin sus padres quienes, una vez superado el estupor inicial, se vieron obligados a admitir algo nuevo en su niña, dócil y ejemplar. Se operó en ellos un cambio de perspectiva en el modo de ver a su hija, a partir de su comprensión de la peculiaridad del momento que María estaba atravesando y que exigía, entre otras cosas, “distinguirla” con un tratamiento especial, de “chica” respecto de sus hermanos varones, más pequeños. Hasta entonces recibía el tratamiento de hija mayor de una serie sin diferencias precisas. Se puede tener una idea de la alegría de María ante el nuevo lugar que se le concedía cuando consiguió velar su primer secreto (su primer amor). Además, había salido de compras “de chicas” con su madre y su abuela y… se había depilado por primera vez! Así se inscribían, de forma correcta, los agujeros del túnel que se habían hecho presentes en el acting out: por un lado el Otro (sus padres, su profesora) no lo sabe todo. Y, por otro, el cuerpo, marcado por la castración, hace posible habitar un semblante femenino.
El recorrido del túnel
Más allá de la cronología, es preciso el recorrido de un tiempo lógico cuya conclusión funciona como un point de capiton, un hito en la historia subjetiva que toma la forma de salida del túnel, en el mejor de los casos, en la forma de un proyecto vital. Desde la perspectiva de la incorporación de la estructura hemos de decir que reconocemos ciertas invariantes en la encrucijada adolescente. Si bien es cierto que los cambios que estamos atravesando en la civilización respecto a la relación con el goce otorgan a la encrucijada actual su notable peculiaridad, también reconocemos que, si bien teñidas con el discurso de la época, ciertas coordenadas comunes pueden observarse en el transcurso de los tiempos. En lo relativo a los invariantes sigue siendo de sumo interés el libro de Robert Musil que lleva por título Las tribulaciones del estudiante Törless, publicado en 1906. Este libro describe de forma magistral el atravesamiento del túnel en la experiencia de un jovencito, en la que, como antes decíamos, los adultos están concernidos y en la que se muestra en toda su relevancia la dimensión de los pares, de los semejantes, como una extraña y fundamental experiencia de socialización que afecta a la sexualidad y a la violencia sórdida que puede acompañar su desvelamiento y sus tentaciones.
La novela se inicia con una escena en una pequeña estación de ferrocarril en la que los padres despiden a su hijo que viajará con destino a un famoso instituto en el que se daban cita los vástagos de las mejores familias. Aunque él mismo había insistido en conquistar esta escala de su formación, “esta decisión le costó muchas lágrimas (…), comenzó a sentir una vehemente, violenta, nostalgia por su hogar”. No se interesaba en los juegos y distracciones de los internos, “escribía cartas a su casa casi diariamente, y tan sólo en ellas vivía. Todo lo demás le parecía borroso, carente de significación. (…) Lo curioso era que esta tenaz y consumidora nostalgia que sentía por sus padres tenía algo nuevo y extraño. (…) Aquello estalló de pronto, en su interior, como algo elemental, después de haber pasado algunos días en el instituto y de haberse sentido relativamente bien.
El pequeño Törless lo consideraba como nostalgia por el hogar, como deseo de ver a los padres, pero en realidad se trataba de algo más indeterminado y complejo. (…) no podía representarse la imagen de sus queridísimos padres (…). Y cuando intentaba hacerlo, surgía de él ese infinito dolor cuya sensación, con serle dolorosa, se complacía en retener tenazmente; porque sus ardientes llamas le dolían y al mismo tiempo le deleitaban. El pensamiento de sus padres se le iba convirtiendo cada vez más en un mero pretexto para provocarse ese egoísta dolor que él albergaba con voluptuoso orgullo…” En este pasaje encontramos una ilustración del modo subjetivo en que el túnel va horadándose hasta el momento en que el chico pudo advertir, con claridad, que en realidad en su alma se había instalado “un nuevo vacío (…) algo positivo, una fuerza del alma, algo que con el pretexto del dolor había florecido.” Del otro lado del túnel, el otro agujero, relativo al cuerpo y al narcisismo, se perforaba, dejando aflorar una angustiosa vivencia de fragilidad: “El mismo se sentía empobrecido y desnudo, como un arbolillo que pasa su primer invierno.”
Respecto a los padres del personaje, el escritor describe su posición claramente, al dejar constancia de que ni los penosos afectos del primer momento posterior a la separación, ni la ligereza alegre del segundo, supusieron una comprensión para ellos del trabajoso camino interior que su hijo estaba realizando: “se les escapó por entero que se trataba del primer intento frustrado que hacía el joven por desplegar sus energías interiores.” El eje central del drama indaga en las pasiones que desatan en el joven las primeras experiencias de goce, en sus vertientes heterosexual u homosexual.
Precisamente a la problemática del goce se refiere Jacques Lacan en su breve pero sustancial comentario de la obra: Se alarma ante la posición de los profesores, que dan la espalda, que no quieren saber nada acerca de la -tan atroz como fácil- captura de los chicos en los fantasmas de sus camaradas.
El caso de Juan es ilustrativo en este punto. Siendo un alumno considerado superdotado por sus capacidades auténticamente extraordinarias, había llegado al Instituto sin mayores problemas a pesar de carecer de “habilidades sociales”. Pero en el cenit de la pubertad, acosado por su fracaso en actividades deportivas y gimnásticas que ponían en evidencia el descontrol de su cuerpo, su rendimiento intelectual caía con la misma aceleración con que su mente estaba ocupada con obsesivas ideas por los actos cotidianos de agravio y humillación que soportaba. El desprecio de las chicas fue la gota que colmó el vaso, víctima del ahora llamado buylling, incluso por parte niños de clases de edades menores, se convirtió en un apestado, vituperado y hazmerreír de todos. La apatía y abulia que manifestaba en su casa contrastaba con el estado de hiperactividad que le impedía estarse sentado y en silencio en clase. Las notas y castigos por parte del equipo docente arreciaron, poniendo en peligro el destino de genio que habían anticipado sus padres y para el que trabajaban duramente.
Además de las sesiones con él fue fundamental el trabajo de elaboración realizado con sus padres, que pudieron comprender poco a poco la posición de excepción en la que su hijo se situaba y que había condicionado su exclusión: primero, debido a su insólita capacidad y, luego, como un ser de escarnio. Todo ello vinculado a la ausencia de eficacia simbólica del significante del nombre del padre, que le empujaba al desafío y a la burla de los semblantes de autoridad. En estos casos no es posible la distinción de dos agujeros sino que la alternativa podría formularse así: o no hay agujero o el sujeto cae en él, se encuentra sin salida. En el trabajo conjunto con los padres y profesores de Juan pudimos elaborar estrategias de sostén para impedir su segregación, que parecía inevitable. Al poco tiempo la situación se había estabilizado y el tratamiento continuó hasta el momento en el que se consideró integrado en su grupo y distinguido por el amor de una señorita.
El cuerpo, sexuado
El camino al que hacemos referencia es un complicado trayecto discursivo interrumpido e impulsado por las pulsiones que, en la adolescencia, con renovado empuje, desencadenan potentes afectos y emociones, razón por la cual la dimensión del cuerpo está altamente comprometida. El abandono de un discurso infantil hasta alcanzar un modo nuevo y propio de habitar la palabra que el Otro solicita a la vez que pone en cuestión, devaluando las tentativas o negándoles el alcance esperado, contribuyen a forjar una enunciación propia, que se abre camino a tientas. De ahí que el adolescente pase largas horas en su guarida , no por pereza o desidia, sino porque está llevando a cabo un trabajo de elaboración psíquica, de lenta y gradual subjetivación, de un nuevo modo de ser con el cual presentarse al mundo. Los intelectuales padres de Jorge no podían comprender el cambio operado en su hijo, que había pasado de ser muy social, con diversos intereses por fuera del colegio en el que destacaba por su brillantez. Se tornó abúlico, perezoso, desganado. La ansiedad de los padres crecía con la amenaza que empezó a planear sobre la cabeza del chico porque se negaba a respetar ciertas normas, respondía con salidas de tono a los estímulos con los que intentaban animarle. A este cuadro vino a sumarse las faltas con motivo de enfermedades a repetición que le dejaban baldado y más decaído aún. En el trabajo con los padres llegamos a pensar la posibilidad de un cambio de colegio a un bachillerato de artes, más acorde con la sensibilidad y extravagancias del chico. Esta decisión fue crucial en la resolución del estado preocupante en el que caía peligrosamente desde que le asolaban las ideas de suicidio.
Muchas de las respuestas sintomáticas que el o la joven manifiestan son de orden regresivo, de ahí que la mayoría de los casos de toxicomanía, anorexia, bulimia y adicciones, se desencadenen en este período, como intentos fallidos de cavar el túnel, perforando agujeros que castigan el cuerpo. Amélie Nothomb, escritora belga, describe muy bien la rotunda ruptura con el mundo infantil que le sumió – a través de un marcado transitivismo con su hermana-, en un estado larvario. Pasaban interminables horas tumbadas en el diván, abúlicas, aburridas, deprimidas, solas, lo que en su caso, derivó en un grave estado de anorexia. La salida del negro y mortífero túnel gracias a la escritura tomó la forma de un genial autotratamiento con el que la autora de La biografía del hambre resuelve la fallida solución mediante un grave síntoma de tipo regresivo. Traducida a muchos idiomas A. Nothomb se ha convertido en un importante icono adolescente debido a la crudeza culta e irónica con la que relata los avatares de los años juveniles. En ellos aporta un notable efecto de verdad acerca de la experiencia del túnel que los jóvenes agradecen cuando los semblantes del mundo adulto tambalean, tornándose falsos e hipócritas. Renée, de catorce años, pasó por una encrucijada parecida, aunque sus recursos no fueron tan eficientes como los de A.Nothomb. Identificada al síntoma de una hermana mayor, comenzó a provocarse vómitos a la vez que se apartaba de los intereses intelectuales que hasta el momento la habían capturado. Despertó una obsesión por el cuerpo y las disciplinas de regulación y de ejercicio para obtener el estado perfecto. La grave anorexia en la que desembocó esta pendiente hizo necesario un ingreso durante el que sus padres hicieron un débil movimiento de recurrir al psicoanálisis. Sin embargo, la sugestión antianalítica que encontraron en el hospital desaconsejando ese camino encontró un eco en su demanda inconsciente de rechazar la implicación subjetiva en el síntoma y entregaron su hija a la férrea normativa de la medicina y la terapia cognitivo-conductual. En este caso la influencia de los padres demostró su eficacia pero en el sentido contrario al sujeto.
En estos síntomas subyacen incitaciones a la mortificación o tentativas más o menos graves de suicidio o de puesta en peligro que el sujeto y sus próximos, en muchas ocasiones, están lejos de sospechar. La clínica psicoanalítica nos enseña que lo esencial para una salida más o menos airosa del túnel radica en la disponibilidad de los recursos simbólicos e imaginarios para tratar lo real del sexo, que hace patente la inconsistencia del Otro. Lo real, en su definición lacaniana, escapa a la palabra y al sentido y es, por tanto, el verdadero agujero del Otro. Lacan llegó a formularlo como “el gran secreto que ha desvelado el psicoanálisis”: es imposible escribir la relación entre los sexos. Es decir, no se puede escribir la ley de atracción de los cuerpos sexuados como se ha escrito la ley de la gravedad, la ley de atracción de los planetas. Pero esta dificultad estructural se alivia, en parte, si la problemática del goce sexual obtiene la orientación que propicia el significante fálico, eje de la castración. Incluso en aquellos casos en los que el significante fálico no opera en el inconsciente como regulador del goce, se verifican los beneficios de su incidencia imaginaria, como un artificio que permite la diferencia entre los sexos operando una falta sobre el Otro materno. La madre de Oscar, un jovencito adolescente, alarmada por el carácter machista que se revelaba con un carácter siniestro a sus ojos feministas y militantes de izquierdas, pudo llegar a subjetivar su responsabilidad en la conducta del hijo, toda vez que, exagerando su ternura materna por carecer además de pareja. Ella prodigaba una proximidad física difícilmente soportable para su hijo, quien, al disponer de la función que regula la diferencia de los sexos en el inconsciente y funda la barrera del incesto, reaccionaba con violencia y agresividad excesivas hacia el sexo femenino. En esta ocasión las entrevistas mantenidas por separado con los padres divorciados desembocó en un entendimiento sin precedentes. Como consecuencia de ello, la intervención pacificadora del padre, consentida por la madre, le aportó a Pedro un remiendo de la identificación viril, que le permitió acercarse de manera caballeresca a las chicas.
Y el túnel en el siglo XXI?
Entendemos que esta encrucijada y su alcance subjetivo responden a ciertos elementos estructurales que pueden considerarse invariantes y que cada época tiñe de un color peculiar. Sin embargo, es lícito preguntarse por los efectos que pueden ocasionar los cambios que estamos atravesando en la civilización respecto de la relación con el goce. En este sentido el artículo de Serge Cottet aporta una original tesis respecto a la singularidad de las razones del malestar que, de una u otra manera afecta al goce de los seres hablantes, en el estado actual del capitalismo avanzado, productor incesante de objetos de goce. Esto ha provocado que, a los invariantes estructurales, hayan venido a sumarse las consecuencias del empuje al goce debido a la permisividad actual y al relajamiento de los diques que frenaban o desviaban el goce egoísta y cruel propio de las pulsiones parciales. Cottet cita a Lacan cuando, refiriéndose a la complicada articulación entre la ley y el goce proclama lo que le ha enseñado la experiencia analítica: “lo que está permitido se convierte en obligatorio”. Las consecuencias de abulia, aburrimiento y el hartazgo del que se quejan los ahítos del goce revelan, según Lacan, que las ficciones de prohibición, si no existieran, habría que inventarlas, advirtiendo acerca de las consecuencias desastrosas sobre el deseo que acarrea el acceso al goce sin dificultades, sin limitaciones. Cottet detecta que, en la época que estamos viviendo, y a la vez que se desdibujan los roles sexuales, son los sentimientos y no el sexo lo que ha pasado a ser considerado indecente. En razón de la ausencia de recepción de los mismos, de la ausencia de un destinatario verdadero, quien se atreve a confesar sus sentimientos, cae en el ridículo.
Debemos estar advertidos del riesgo que comporta la insistencia de los psicólogos en la conquista de la identidad como modelo de la salida de la crisis de la adolescencia que hoy se ha disparatado por haberse extendido, a nivel planetario, la confusión entre el ser y el cuerpo. Los adolescentes son presa fácil del mercado de la confusión mediático en el que se promueve el imperativo “ser sexy” como el anzuelo para resolver el desconcierto del cuerpo que hace temblar las identificaciones.
Las adolescencias en el campo freudiano
Teniendo en cuenta los avances en la clínica de la orientación lacaniana que ha promovido Jacques-Alain Miller, lo que llamamos salida del túnel es equivalente del hallazgo de una solución sinthomática que se coordina a la conquista de un semblante que vincula al sujeto con un partenaire sexuado. Como hemos visto, tanto la entrada como la salida del túnel están estrechamente vinculadas a las respuestas que los adultos de referencia puedan brindar al sujeto en apuros. Porque, finalmente, se trata de un trabajo de separación que pueda despertar u oficiar de sostén y apoyo del interés de los jóvenes por la existencia en “el gran mundo”.
En época de la vida que Freud situaba entre sus diez y dieciocho años, “plena de presentimientos y desvaríos, de dolorosas transmutaciones y éxitos jubilosos”, ese gran mundo simbólico llegó a ser para él “un insuperable medio de consuelo frente a las luchas de la vida”. En esos años sitúa Freud “el interés por una tarea que surgió primero calladamente para vestirse luego con solemnes palabras de que en su vida quería rendir un aporte al humano saber”.
A partir de La psicología del colegial la lectura de la correspondencia juvenil se torna aún más interesante. Retroactivamente, cobran sentido apasionadas sentencias y confesiones profundas que Freud dirige a sus íntimos amigos. Elegimos la carta a Fluss del 28 de septiembre de 1872. En ella el futuro creador del psicoanálisis dice encontrarse “en el caso del sabio que se interroga sobre el pasado del mundo. Navego a toda vela hacia el futuro (…) he podido acercarme al pasado y refrescar, con qué celeridad, los recuerdos que desaparecen de la memoria cuando sólo se tiene ante los ojos lo puramente objetivo. […]” El editor español de las cartas apunta, con acierto, que en esta frase es posible leer una anticipación de que el valor subjetivo del recuerdo depende de la presencia del afecto. En esta diferencia entre la memoria objetiva y la subjetiva radican las diferentes posiciones que adoptan muchos adultos frente a los adolescentes. Al manifestar una relativa amnesia respecto a lo que fue su experiencia del túnel algunos sólo evocan la memoria “objetiva” de aquellos tiempos. Ello les vuelve intolerantes, pretenden que se termine cuanto antes, olvidan que los menores tienen derecho, como decía Freud, a detenerse un poco en ciertas complicadas e ingratas fases de la vida.
El editor del epistolario también destaca que la preocupación del adolescente Freud no persigue el argumento que responda a la pregunta ¿quién soy? Para conquistar una identidad. El se interroga respecto a lo que sabe y a lo que puede o no llegar a saber. Temprana intuición de que la verdadera salida del túnel se relaciona con el agujero del saber, en el que algo nuevo -elaborado gracias a una enunciación propia e inédita- puede venir a alojarse. Concluye la citada carta preguntándole a su amigo por su madre porque, le explica: “Me gusta mucho reconocer el denso tejido de hilos que nos atan, tejido que el azar y el destino han trazado alrededor nuestro.”
Hacemos nuestras esas preciosas palabras para orientarnos en las condiciones actuales de la adolescencia. Es esencial, a la hora de guiar adecuadamente a los adultos concernidos, colaborar con la difusión de las estrategias institucionales y el vasto saber clínico que aporta el trabajo orientado por el psicoanálisis de orientación lacaniana, especialmente en centros como Courtil o los dispositivos del Cien. Tenemos la responsabilidad de no dejar en la estacada, de proteger a muchos jóvenes que acaban extraviándose inevitablemente. Ellos acaban renunciando a una verdadera realización subjetiva en pos de autosacrificios, ofrecidos, sin saberlo, a “dioses oscuros” y que le condenan a permanecer en la oscuridad del túnel.
Las buenas salidas, las salidas hacia “el gran mundo” y al goce de la vida se deciden en una “ecuación personal”, tejida con el hilo del azar y el destino. Es decir, en un entrelazamiento entre el saber inconsciente y los encuentros contingentes cuya forma aún no está inscripta en la experiencia, por ser, la de cada uno, el resultado de una invención particular, si bien ésta no puede aventurarse en el mundo sin que el Otro le diga: “Sí”.
Vilma Coccoz
Texto elaborado a partir de la conferencia dictada en el ciclo Identitá in movimento, organizada por el Istituto del Campo Freudiano en Italia. En la ciudad de Padua, el día 8 de marzo de 2009.