De todas las pasiones a las que el hombre está sujeto el narcisismo constituye la pasión del alma por excelencia, aquella que ilusoriamente le lleva a creerse dueño de su destino y por ende capaz de domeñar esas otras “pasiones del cuerpo” de las que no quiere ser siervo, pues obstaculizan la consecución de sus ideales. Lo que de este modo se desconoce, es que cuanto más se entrega el hombre a la ilusión narcisista de dominio, más esclavo se hace de ella, pues el anhelo de libertad conlleva en sí mismo el germen de la esclavitud.
Sin embargo, nadie escapa a los espejismos del narcisismo, y de ahí se deduce una ley general que nos muestra cómo el hombre está afectado por esa especie de locura gracias a la cual se cree idéntico a sí mismo. Este ideal de autonomía puede presentarse de muy diversas maneras, a menudo toma la forma del discurso de la libertad, mencionado por Lacan en el Seminario III, y al que califica de delirio, aunque no por ello lo sitúa del lado de la psicosis, sino más bien como característico de la posición del hombre moderno: “El discurso de la libertad está presente en el interior de cada quien y es siempre, imperceptiblemente o no, delirante”.
En ocasiones, esta idea de dominio es llevada un poco más lejos y su connotación delirante cobra entonces un alcance que nos hace cuestionar la estructura psíquica del sujeto. No siempre es fácil discernir la locura general, que hace del yo de todo hombre un alienado, de aquella otra que afecta a algunos de manera particular, más aún en aquellos casos en los que, salvo el delirio de identidad, no encontramos ninguno de los otros signos que acompañan a la psicosis, pero que por la consistencia misma de ese delirio nos plantean una duda en cuanto a su estatuto clínico.
A medida que Lacan avanza en su enseñanza se ve obligado a repensar su planteamiento inicial de la forclusión en consonancia con las variaciones que introduce en su concepcióndel Otro. El NP sufre un cierto rebajamiento en la teoría, pues pasa de ser el significante privilegiado de la ley, a ser un complemento, una suplencia a la falla estructural del Otro, no conservando siquiera el privilegio de ser la única. La pluralización del los nombres del padre inaugura un campo clínico basado en las modalidades de suplencia . Lo interesante es que la idea de suplencia es correlativa a una clínica universal del delirio, que parte de una forclusión generalizada donde lo que se trata de dilucidar es el punto en que la estructura ha fallado y la manera en que ese fallo ha sido suplido.
Me propongo hablarles del caso de una joven de 19 años, en el que tras un síntoma de anorexia vemos desplegarse un “delirio de identidad” que por ahora escribo entre comillas, pues se trataría precisamente de saber si corresponde a un fantasma neurótico en el que el yo cobra una especial consistencia, o si por el contrario podríamos entenderlo como un suplencia egótica a una falla estructural en el anudamiento de lo imaginario tal y como Lacan plantea respecto a Joyce.
Irene acude a su primera cita con bastantes reservas pues, como tantas otras cosas, la siente como una imposición materna. Como de entrada me aclara que su presencia se debe a una indicación de la madre, le respondo que el psicoanálisis sólo es necesario para aquellos que tienen algún problema. Mi intervención produce una primera rectificación en una transferencia que anticipaba su relación a la demanda del Otro. Rápidamente depone su actitud inicial y yo diría que en las dos primeras sesiones se decide con claridad una demanda personal y se establece un lazo de transferencia.
La cadena asociativa se pone en marchadesde el principio, delimitando sus temores , sus elucubraciones en torno al paso del tiempo, a lo efímero de la vida y a lo inapelable de sus condiciones. ¿Por qué la vida tiene consecuencias?, se pregunta. Hasta hace poco creía que la vida funcionaba como los dibujos animados, que uno se cae por un precipicio, le aplasta un tren, etc, pero finalmente no pasa nada, es decir lo real queda metabolizado en lo imaginario. Cuando empezó a captar que la vida tiene consecuencias irreversibles, lo que antes era divertido se le tornó inquietante. Esta imagen tan gráfica muestra la insuficiencia del fantasma para alojar el encuentro con lo real, que toma aquí la forma de las condiciones de la vida. “La adolescencia –dice- fue lo peor que me pudo pasar y por eso ha tenido este colofón: mi anorexia”. Sitúa con esta afirmación el momento de desengaño y la caída de la vida de dibujitos.
El sentido del síntoma anorexia parece estar sobredeterminado y remite a una serie inagotable de significaciones, que se dirigen en la transferencia al analista, en espera de que éste aporte el saber que desvele la verdad de su misterio. Se inicia así un proceso de desciframiento, para el que Irene muestra una especial disposición. Ahora bien, esta facilidad con la que el material analítico va surgiendo, sin que apenas haga falta mi intervención, no deja de llamarme la atención. En cierto sentido podríamos decir que Irene analiza en pocos meses lo que a otros pacientes les lleva años. Sin embargo se percibe en ello un exceso. Más que apertura del inconsciente se podría hablar de “bulimia mental”, pues la asociación libre es en ella una manera de devorar los significantes que le ofrece el psicoanálisis.
Efectivamente, el correlato de la inapetencia con la comida es una especie de voracidad con el saber. A los 19 años, cuando viene a verme había terminado primero de ingeniería aeronáutica con sobresalientes, lo que no la impedía ser una lectora infatigable de literatura y filosofía.
La anorexia en su vertiente de rechazo para abrir un deseo en el Otro
Desde el inicio se puso en evidencia como el síntoma de la anorexia estaba situado en una relación dual con la madre, que tiene los visos de un callejón sin salida, pues ambas saben que deberían ceder en sus respectivas posturas, pero no pueden evitar mantenerse en ellas. Este enganche del síntoma en el eje a-a´, configura una pareja formada por ella y su madre, en la que es difícil discernir el límite entre una y otra, lo cual por otra parte es casi generalizable en los tratamientos de adolescentes anoréxicas. Ahora bien, lo particular del caso es que para esta sujeto el Deseo del Otro materno no tiene un carácter enigmático, ni opaco, sino por el contrario se muestra sin veladuras como deseo de hacer de ella una mujer. La madre quiere que se haga mujer antes de tiempo, y sus significantes se anticipan a lo que la naturaleza obrará más tarde en su cuerpo; antes de tener pecho ya le compraba sujetadores, de la misma manera le anunció, siendo pequeña, que a los nueve años le vendría la regla. La madre vaticina cómo y cuándo pasarán esas cosas, pues se toma ella misma como parámetro. En ese sentido el cuerpo de Irene es el soporte imaginario del fantasma de la madre, que ve en su hija, aún pequeña, la mujer que será, aplastándola sobre una imagen coagulada que la condena a no ser sino la duplicación especular de su madre. Es por ello que este deseo de que la hija se haga mujer no es la expresión de una separación, sino más bien de lo contrario, pues no le otorga un lugar como sujeto deseante. Aunque Irene tiene dos hermanos más, hay algo que la liga especialmente a la madre, quien en determinado momento le confiesa que ella fue la única hija deseada, y que supone lo más importante de su vida: “su muñequita”.
La anorexia comenzó durante un verano en que sus padres se ausentaron, y ella perdió un poco de peso. Fueron las palabras de la madre a su regreso, las que cuajaron el síntoma: “no pienso consentir a que estés delgada. Comerás siempre lo que yo diga”. El síntoma cobra, en su inicio, el valor de una rebeldía, de un esfuerzo enorme por realizar sus propios deseos y no ceder a los de su madre. “Mi madre siempre se ha metido a saco en lo más intimo de mi ser, en esa intimidad que para mi es un tesoro. Ella, sin embargo, lo arranca, lo abre y lo exhibe delante de todos sin el menor pudor. Necesito defenderme de algún modo de su permanente intromisión. Siempre decide por mi, no se le pasa por la cabeza que yo pueda tener mis propios deseos”. Como veremos más adelante, lo que Irene llama sus”propios deseos”, incluye un secreto que el Otro no ha conseguido franquear.
Ahora bien, todos estos significantes maternos sólo alcanzan su valor traumático cuando, efectivamente, su cuerpo comienza a cambiar. Es interesante cómo, pese a las admoniciones de la madre, ella mantuvo un cuerpo infantil hasta muy tarde; parecía de este modo sortear la profecía. Pero, cuando a los quince años le vino la regla y el pecho le aumento “excesivamente”, se vio enfrentada al horror del dominio materno.
Aún así, todavía no se produjo la anorexia, fue necesario que al peligro externo (la madre) se le añadiera un peligro interno (la pulsión oral). Utilizo aquí los términos externo e interno teniendo en cuenta que ambos participan de una topología particular que los conjuga bajo la forma de la extimidad. Es decir, que hay una relación intrínseca entre la pulsión y la demanda del Otro.
La anorexia en su vertiente pulsional
Pues bien, la anorexia fue precedida de un periodo de bulimia que la paciente describe con estas palabras: “Algo se disparaba frente a la comida y no tenía límites, no podía parar de comer. Pero lo curioso –dice- es que la causa no era el hambre, ni tampoco el placer de comer, porque no obtenía ningún placer. Era algo que no controlaba, que me dominaba y al que como fuera yo tenía que ponerle un límite”. Extraordinaria descripción del peligro pulsional que sitúa al sujeto a merced de un empuje que no obedece ni a la ley de la necesidad, ni al principio del placer.
Mis intervenciones iban dirigidas a puntuar el uso que ella hacia de esta intromisión materna, de qué manera estaba implicada en esa batalla y cómo con su síntoma y su rebeldía colaboraba a sostenerla, pues ese goce ligado al capricho del deseo materno sólo existía en la medida en que el propio sujeto lo alimentaba comiendo nada.
Esto la llevo a plantearse la siguiente paradoja: “¿Cómo es posible que, si con la anorexia trato de independizarme de mi madre, al final lo que consigo es justamente lo contrario: ser su centro de atención. ¿No será – se pregunta – que en el fondo yo no quiero perder ese lugar central en la vida de mi madre?”. Estas preguntas la conducen a un recuerdo infantil, en el que se ve a si misma como una niña pegada literalmente a las faldas de su madre, y a reconocer cómo hasta muy mayor no podía separarse de ella, ni quedarse a dormir fuera de casa.
La relación con la madre comienza a pacificarse en la misma medida en que empieza a avergonzarse de ser anoréxica. Ya no quiere ser definida por este significante que la diferencia de los demás (en particular de sus hermanos) y está dispuesta a perder ese lugar privilegiado en el deseo materno. “Yo no soy el único problema de mi madre. Ella tiene sus propios problemas más allá de mi”. Por primera vez puede concebir a la madre como un sujeto deseante.
Podríamos decir que la intervención materna convierte el imaginario de su cuerpo en el lugar donde se encarna el exceso de goce. ¿Cómo separarse de ese goce que ese goce que la condena a no ser más que un objeto para el Otro?. ¿Cómo poner un límite que le permita situarse como sujeto?. La repuesta es la anorexia, que como veremos va unida a toda una construcción teórica que ella misma fabrica y que nos muestra su particular intento por producir una separación del Otro y “procurarse un estado civil”. El síntoma es, entonces, lo que para esta sujeto viene a encarnar la función del padre. Es su manera de decir no a la intromisión materna.
Planteare algunas consideraciones respecto a la figura del padre:
1ª) Es un hombre que ha delegado la tarea de la educación de los hijos en su esposa, absteniéndose de intervenir en el conflicto entre madre e hija.
2ª) En una ocasión el padre la sorprende vomitando en el baño y eso provoca en ella un fuerte sentimiento de vergüenza que la lleva a plantearse la anorexia como un problema a resolver. Este encuentro con el padre produjo una perdida de goce, cumpliendo una función de corte pues a partir de ahí la anorexia pasa a ser algo extraño.
3ª) Al año de tratamiento la madre decide dejar de pagarlo pues considera que ya ha alcanzado la curación. Ella, sin embargo, quiere continuar y para ello apela al padre pidiéndole un préstamo a la vez que busca el modo de pagarse por simisma el análisis dando clases de matemáticas. El padre, oponiéndose a la madre, acepta ayudarla.
4ª) El padre está orgulloso de las capacidades de su hija por la que, según palabras de la paciente,“tiene una fe ciega”. Así como la madre prima las cuestiones de la femineidad y del cuerpo, el deseo del padre está ligado a lo intelectual.
5ª) No obstante hay un punto donde la relación a este deseo del padre deriva en una idea casi delirante, pues plantea la existencia del Otro garante absoluto de la verdad. A la vez que sostiene que no cree en Dios, está convencida que puede conseguir todo lo que se proponga porque hay algo o alguien que la ha elegido y que impide que nada le salga mal. Este sentimiento la lleva incluso a pensar que sus éxitos en la carrera no son exactamente mérito propio, sino obra de esta especie de instancia protectora.
La teoría del autoengendramiento
Era necesario producir una maniobra en la transferencia que la permitiera salir de la confrontación especular con la madre. Cuando esto se produce en la cura Irene comienza a hablar de lo más íntimo, de ese tesoro que guardaba para si misma. Se trata de una teoría muy elaborada, que obedece a una construcción metódica respecto a lo que transcurre en su cuerpo.
En base a la dialéctica entre determinismo y libertad, Irene establece una escisión entre el cuerpo y la mente; si el cuerpo es un producto de los padres (determinismo), la mente es ella (libertad). No puede resignarse a estar determinada por sus padres, por eso inventa la siguiente teoría : su espíritu existía antes de que ellos se conocieran y lo aleatorio es que fuese a habitar ese cuerpo y en esa familia.
Para potenciar su libertad, y eliminar todo rastro de determinismo es necesario neutralizar lo que procede del cuerpo, empezando por las necesidades que esclavizan al espíritu, como el hambre: “Nunca he sentido el cuerpo como mío, yo sólo soy ese poco de mente que piensa”.
Con pudor confiesa sus fantasías más intimas, sus ideales, en los que ella es un ser elegido para hacer algo grande en la vida, una excepción al común de los mortales. Por eso emprende siempre lo más difícil, en la seguridad de que podrá responder, pues su capacidad de rendimiento intelectual es infinita. Pero para que esa capacidad ilimitada funcione, es necesario someterse a una disciplina férrea que suponga una renuncia a todo lo banal de la vida: ver televisión, salir, comer, etc. No quiere aceptar la ley que le viene del Otro, en su anhelo de libertad inventa su propia ley, una ley mucho más férrea que la de cualquier amo, que ella se autoimpone de manera inflexible, prefigurándose así la instancia del superyo.
La anorexia forma parte de esa vía de perfección que elimina lo banal para quedarse con lo esencial. Si el cuerpo es una servidumbre de la naturaleza, lo verdaderamente humano es poder moldearlo. Ella quiere ser su propio amo, creándose así una identidad que no pase por el Otro. En el fondo de esta concepción subyace la idea de autoengendramiento, consistente en moldearse de acuerdo a sus propios ideales, rompiendo con el determinismo familiar y borrando de su cuerpo todo rastro de filiación. De este modo se revela un intento de separación que sea capaz de transcender la elección forzada, para producirse a si misma como sujeto.
El análisis va provocando un cuestionamiento progresivo de sus ideales. A medida que habla ella misma comprueba lo paradójico de su posición, pues el deseo de libertad la conduce a la esclavitud. Como dije antes se produce una rectificación notable en su relación con la madre. De “el Otro me quiere gozar” pasamos al goce del síntoma. Su propia mente aparece dividida ahora entre dos fuerzas opuestas; una le dice que coma y viva, mientras que la otra le ordena que aguante aún más sin comer hasta aproximarse al límite entre la vida y la muerte. Se da cuenta de que la anorexia ya no depende de su libre albedrío, sino que paradójicamente la enfrenta a esa fuerza ajena y dominante que pretendía neutralizar; la pulsión. Tanto lo simbólico intenta integrar la pulsión que finalmente se convierte en la pulsión misma. Por eso la anorexia, que intenta ser un límite al goce, termina siendo la actuación de la pulsión de muerte que compromete seriamente la vida del sujeto.
El cuestionamiento que ella misma hace de sus ideales superyoicos, así como la pacificación de la relación con la madre, da lugar a efectos terapéuticos en el análisis; recupera peso y vuelve a venirle la regla que se le había retirado hacia dos años. A la vez se hace novia de un compañero de facultad con el que tiene sus primeras relaciones sexuales. En la medida en que acepta la marca y el límite del goce fálico, empieza a reconciliarse con la imagen de su cuerpo, que ahora puede reconocer como el de una mujer deseable al observarse desnuda en el espejo ante la complaciente mirada de él. Escena esta que nos evoca la constitución del yo en el estadio del espejo.
Sin embargo, no podemos dejarnos convencer por estos logros, pues en el lugar de los antiguos ideales emerge ahora un nuevo ideal: el análisis mismo, como camino de búsqueda de la verdad
aunque la verdad consista en reconocer las bajezas humanas. No hemos de olvidar que Lacan nos advirtió contra la aparente pulsión de saber (Wissentrieb), llegando a afirmar que, en rigor, no hay en el sujeto el menor deseo de saber, sino por el contrario un horror a la castración. En otros términos, el amor a la verdad que Irene manifiesta no puede confundirse con un deseo de saber sobre la castración. Es por ello que su “bulimia de saber” quedará puesta en cuestión desde la perspectiva analítica. ¿Cuál ha sido en Irene el correlato más íntimo y secreto de su anorexia?. La respuesta es : soy un genio, el ideal de un sujeto que pudiera reunir el saber y la verdad.
Mientras Irene creyó que la cura analítica conducía al saber absoluto, el trabajo de desciframiento era incesante, pero empezó a comprobar que por más que fabricara significantes siempre terminaba topándose con un obstáculo. Lo que la desespera del psicoanálisis es percibir que inevitablemente llega a un punto que no la permite continuar, y que para ella siempre remite a lo mismo: la respuesta sobre la causa última o sobre el origen.
Irene comprueba que el saber del inconsciente no responde a las leyes de la matemática, pues los problemas que se ponen en juego no son totalmente resolubles. Los resultados no cuadran, siempre queda un resto que impide cerrar la operación con limpieza. Esto es lo más difícil de aceptar para ella, quien se define a si misma como alguien a quien en la cabeza le falta la pieza de lo imposible.
Nueva confrontación con el límite, no sólo en el cuerpo, sino también en el saber, que le hace intuir que la solución final no existe.
En este punto decide interrumpir el análisis, argumentando que se las puede arreglar por sí misma y que durante las vacaciones del verano ha realizado el proceso de separación sola. Separación fallida, en todo caso, que se salda bajo el modo de una fuga hacia la libertad.
Finalizaré planteando algunos interrogantes para iniciar el debate:
La anorexia abre un campo clínico de investigación que no siempre es fácil de clasificar. La idea inicial que establece el par anorexia- histeria me parece que debe ser revisada pues cada vez encontramos más casos que la contradicen. Dicho de otra manera, la anorexia ¿tiene una causalidad especifica o es un avatar más de la castración?. ¿Podemos considerar la anorexia un síntoma en el sentido de una formación del inconsciente?.
En relación a este caso en particular, ¿Cómo entender la teoría del autoengendramiento?. ¿Se trata de la construcción de una neurosis, que intenta levantar una fortaleza fantasmatica del yo que detenga la emergencia pulsional, o es un delirio destinado a hacer ingresar el goce en el campo del significante?.
Si la anorexia es una respuesta a una falla en lo imaginario ¿Qué estatuto tiene dicha falla?.Hay un acento particular en este caso y es el hecho de que si bien está afectada la imagen femenina, a la vez la anorexia obedece a una idea. Por tanto, se trataría de dilucidar si la construcción del yo que realiza esta sujeto se apoya en la imagen narcisista del cuerpo (como aparece en la escena con el novio) o bien en una idea (la de ser un genio). Esta segunda posibilidad nos aproximaría a la formación de un ego como suplencia a un fallo en el anudamiento de lo imaginario, con lo que se consigue una estabilización durable de la estructura.