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PUBLICACIONES DE PSICOANÁLISIS DE ORIENTACIÓN LACANIANA

El amor en la neurosis. 3 preguntas a Mónica Unterberger

Conversación Clínica del ICF 2010

Texto original aquí

1) Cada sujeto a lo largo de un análisis, formula su condición de amor. ¿Cuál sería la transformación del amor al final del análisis, una vez conocida su condición?

Lacan se ha ocupado a lo largo de toda su enseñanza de examinar en sus diversas articulaciones el fenómeno del amor y su naturaleza. Tenemos ahí ese exhaustivo tratado del amor y sus dramas, esa perla que es “La Transferencia” donde analiza los mitos del amor en El Banquete, en el cual no sólo acentúa lo estructural del fenómeno sino que lo lleva a construir ese espléndido mito del amor en esa mano que al tenderse encuentra otra mano que le sale al encuentro, subrayando que lo que ahí se produce es el amor. Es en tanto metáfora, sustitución del eromenos por el erastes, que se engendra la significación del amor. También subraya que, en su naturaleza profundamente narcisista y por tanto, vinculada a la dialéctica imaginaria en la que se funda el nacimiento del objeto estrechamente ligado a sus investimientos libidinales, no debe desconocerse el objeto que tras el amor pero distinto a él, opera.

Allí se ocupó de esclarecer que la transferencia era la puesta en escena de ese amor cuyas condiciones era el objeto del deseo quien las imponía. Condiciones que a lo largo de un análisis podían ser descifradas en tanto sujetas al inconsciente estructurado como un lenguaje. Dice allí que el deseo, definido a partir de la falta, produce el amor. Pero no hay que confundir que “lo que le falta a uno, no es lo que está escondido en el otro. Ahí está todo el problema del amor”.

Mas tarde en Aún, empieza separando el goce y el amor mientras establece la afinidad del objeto pequeño a con su soporte imaginario, y se pregunta si el amor es hacerse Uno a la vez que afirma que el amor ignora que no es más que el deseo de ser Uno, por la imposibilidad de establecer la relación de los dos sexos. De allí su impotencia.

Constatamos cuantas demandas de análisis resultan formularse en términos de las variantes de las modalidades del amor y sus dramas, por ese deseo de ser Uno, y alcanzar el ser del otro. En ello se sostiene esa creencia, cuya función es la de velar la hiancia entre goce y amor, con la correlativa impotencia que esta empresa conlleva y la clínica verifica. Lo que se llega a obtener en el trayecto de un análisis es lo que resulta de ir hasta lo que condiciona ese goce, opaco al sujeto, debido a ese objeto que es causa, y sostén de la imagen narcisista en la que se ama aquello que el sujeto mismo desconoce de su deseo. Extracción posible por la operación del discurso analítico sobre los significantes amos que configuran el semblante en que se soporta lo más real que tiene cada uno.

Desde esta perspectiva, entonces, la transformación al final del análisis una vez conocida la condición es relativa al saber en tanto éste se revela en su condición de goce y de división del sujeto. Condición, sea cual sea, que el amor se ocupa de velar, suplir la inexistencia de la relación sexual. Es ese efecto de coalescencia entre el amor y el objeto la que sirve de ocasión, frecuentemente, a hacer de pendiente a lo peor.

Me parece importante subrayar que si en la clínica se constata cómo lo que condiciona al amor es correlativo de la modalidad imaginaria del escenario fantasmático, singular y siempre decidido a partir del particular encuentro de cada sujeto con el Otro, en su función de velar la hiancia, su transformación comporta saber qué goce se satisface bajo esa modalidad de significación.

Al transformarse el traje, lo que viste, los semblantes del ser al que se dirige el sujeto en el amor, lo que aparece es un nuevo amor esta vez definido como aquel que establece una inédita articulación con aquello que en el sujeto, es causa y no en lo que lo unifica. No es lo mismo.

Captar la hiancia irreductible entre goce y amor, y saber hacer ahí, no hace desaparecer al amor. Todo lo contrario le da una renovada dignidad.

2) ¿El amor solo puede existir en tanto engañado o el saber es compatible con el enamoramiento? ¿De qué se enamora un sujeto? El amor se dirige al semblante, al que se le supone un ser.

Lacan en “Aún” creyó “deber sustentar la transferencia en cuanto no distinguible del amor mediante la formula del sujeto supuesto saber: aquél a quien supongo el saber, lo amo”. Es interesante que sea el discurso analítico el único que revele y testimonie de un saber que a la vez que se escapa al ser que habla, sea un saber que testimonia del inconsciente, un saber que se articule como un lenguaje y que hace nacer el amor. Y que el estatuto de este saber, que solo se pone en movimiento por esa vía que inaugura la transferencia, se efectúa en tanto que el que viene no sabe lo que tiene y supone que aquel a quien se dirige sabe de eso que él no sabe. Esa suposición de saber produce el amor, con el que nos encontramos en el análisis. Condición que hace posible entredecir las condiciones de amor a las que cada sujeto está subordinado, sin saberlo. De este modo, el saber, se sepa o no lo que allí articula, se presenta desde el inicio afectado, embrollado por la atracción que ejerce el Otro del amor, lugar desde el que se postula el significante y sin el cual “nada nos indica que haya en ninguna parte una dimensión de verdad”.

Pero a ese enamoramiento del cual se desprende un saber hay que hacerle decir lo que lo provoca, provocar la producción de los significantes amos bajo cuyo sentido toma asiento una verdad que conviene indicar como no-toda a los fines de conmover lo que allí se apresa como fijación de un goce que se traduce como malestar, incomodidad, sufrimiento o tantos otras modalidades fantasmáticas de satisfacción a las que sirven. Lo que el discurso analítico en su operación sobre el síntoma muestra en el trayecto de la experiencia, es justamente cómo a partir del saber sobre la verdad del goce, se esclarece el amor en tanto suple como decía antes, la ausencia de relación sexual. Si hay un amor engañado, lo es respecto al desconocimiento de su estatuto mismo de suplencia.

Y si lo tomamos en sentido inverso, el saber que es compatible con el enamoramiento resulta de la elaboración del “ser supuesto al semblante” (Aún).

3) En estos tiempos de la elevación del objeto al cenit social y de la obsolencia de los semblantes ¿se podría pensar que por tratarse del “amor verdadero” del Seminario Aún, el que apunta al objeto pero, ahora, sin mediación de la palabra, nos vemos abocados a ser testigos de la violencia dentro del vínculo que debería ser amoroso?

La cuestión de la violencia tiene muchas y complejas aristas, que evidentemente no se reducen a la cuestión del vínculo amoroso. Pero si hacemos el ejercicio de reflexionar sobre ello, en vista de lo que nos convoca me gustaría abordar la cosa por lo que sigue.

En “La Tercera” nos advertía Lacan que la ciencia nos iba a dar para ponernos en la boca lo que nos falta en la relación, es decir, la ciencia nos iba a dar los gadgets y afirmaba que el porvenir del psicoanálisis dependía de lo que ocurriera con ese real, a saber, de que los gadgets se impongan verdaderamente “que verdaderamente lleguemos a estar animados por los gadgets”. Sin embargo, Lacan mismo se contestaba que lo creía poco probable y que en el fondo, no dejaríamos de considerar el gadgets como un síntoma. En efecto, es un hecho que el discurso del psicoanálisis es un discurso que denuncia las consecuencias sobre la subjetividad del Otro que no existe, y los efectos procedentes del imperio de la ciencia en el horizonte actual.

Es cierto que en estrecha relación con esos objetos “a” que vienen a taponar la falta en todas sus formas, encontramos una multiplicación de los semblantes. No faltan los semblantes, sin los cuales está claro que no habría discurso. Lo singular será el estatuto de estos semblantes. Ya que con lo que nos encontramos en estos tiempos es la proliferación de su pulverulencia, de su fragilidad para hacer de soporte del ser. Y eso se observa en las diferentes formas actuales del síntoma. Hay sujetos que buscan angustiosamente aferrarse a una cuerda que haga la función de lo que anuda lo real, lo simbólico y lo imaginario a los fines de orientar el real imposible de conocer .Y en ese empeño, se abrazan a todo aquello que en el espectáculo del mundo, parece prometer un arreglo a su irreductible división, incluso a su angustia. Es justo allí donde éstos se demuestran en tanto que “falsos” semblantes para organizan el ser, y por ende no pueden sino fracasar en cumplir esa función estructural de sostener el ser, y regular el goce. En este preciso sentido, se produce algo como la rasgadura del velo que protege de lo real. Uno de los nombres de esa rasgadura es la violencia.

Por contra, es la metaforización, operación propia que da lugar a la emergencia de la significación del amor, la que introduce en el lazo con el otro la mediación de la palabra, a partir de la cual puede alojarse la interdicción constituyente que puede hacer no solo nacer el sentimiento amoroso, sino mentir, bajo esa mentira verídica, como figura a partir de la cual se puede saber algo de lo que suple y a la vez, apuntar a lo que no tiene otro modo de acceder al discurso: porque esta irreductiblemente perdido y por su aversión al semblante.

De estos efectos subjetivos, el discurso de una paciente muestra que lo que hizo soportable una durísima ruptura amorosa no fue sino el significante “leal” que al operar como un S1, equivalente en su función a un nombre del padre, ordenaba su relación al deseo, impidiendo la violencia de la deriva pulsional, en tanto ésta tenía un buen refugio en el goce cifrado de su fantasma.

Es un ejemplo de cuando el S1 anuda de la buena manera, haciendo de borde inscrito por el orden simbólico, y sintomatizando un real. Mientras que la violencia es más bien, el signo del fracaso de la palabra, indica el límite del discurso, que deja paso a una punta de real y cuyo nombre es paso al acto. Sin olvidar que bajo lo incondicional de la demanda de amor, que pide más y más, y no deja de pedir, se desliza una deriva pulsional que, si no encuentra la marca significante que organiza su trayecto, desemboca en el paso al acto, o en el acting, por el cual hace pasar a la escena lo que no sabe. En cualquier caso, importa subrayar que hay violencias y violencias, matiz diferencial que conviene mirar de más cerca y hacerle decir las variables que la enmarcan.

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