Hoy vamos a trabajar, la segunda parte del Seminario XI que lleva por título“La mirada como objeto (a)”, ya que como saben tuvimos que alterar el orden de los capítulos en razón de las dificultades que tuvo Jean-Louis Gault para viajar en el momento que nos correspondía ver esta parte del Seminario. Son estos, unos capítulos interesantísimos, fascinantes si me permiten jugar un poco con la función de la mirada en el cuadro, mirada que fascina, que encanta.
Sin embargo a la par de su interés presentan una gran dificultad. Ella proviene no sólo, como siempre, de la riqueza de las referencias a las que acude Lacan, sino también por el reto que entraña haber elegido – para discutir la perspectiva de la filosofía que hace del sujeto de la conciencia su fundamento – para hacerlo a la pulsión escópica. Dice Lacan en el capítulo IX “¿Qué es un cuadro?” “(La mirada es) si la comparamos con los otros objetos pulsionales también ligados a la dialéctica del deseo, el terreno en que el objeto (a) es más evanescente en su función de simbolizar la falta central del deseo (-0)” (pág.112). “Es por ello que es, más que cualquier otro objeto, desconocido, y es quizás por esta razón también que el sujeto consigue simbolizar su propio rasgo evanescente y puntiforme en la ilusión de la conciencia de verse verse, en la que se elide la mirada” (pág.90 abajo).
Lacan busca en estos capítulos explicar cómo el psicoanálisis se opone a la respuesta filosófica de siempre (y que no es diferente en este aspecto a la científica). Lo que está en juego es la importancia otorgada – desde Platón en adelante, es decir en toda la filosofía, al pensamiento, a la conciencia reflexiva a fin de considerar al sujeto que está en juego. Esta perspectiva de la filosofía es por otra parte, asumida por ella como un hecho evidente.
La fórmula “me veo verme”, que es la de la conciencia, promueve a la percepción como fundamental y además lo hace por lo que ésta tiene de ideica, incluso estética. Y aunque la perspectiva que lleva de la percepción a la ciencia le parece a ésta un enfoque enteramente obvio – en la medida en que el sujeto no ha tenido otra manera de experimentar la captación del ser – la experiencia analítica impone una rectificación de la evidencia. El camino de la ciencia, elide, evita el abismo de la castración. Deja completamente fuera, excluye la consideración del goce.
Es por lo que le interesa a Lacan comentar el libro de Merlau Ponty “Lo visible y lo invisible” aparecido de manera póstuma, al mismo tiempo que dictaba el Seminario XI. Lo hace como un homenaje al amigo y colega. Pero no sólo, sino también porque su indagación en el libro y sobre todo en unas notas que indican el programa inacabado de la investigación de este autor, le permiten creer a Lacan -sin poder asegurarlo- que M. Ponty se dirigía a una búsqueda original respecto de la tradición filosófica. Una búsqueda en la que el inconsciente propiamente psicoanalítico estaba presente.
En su apoyo trae como ejemplo una de las notas que conciernen a lo que llama la vuelta de revés como un dedo de guante en la que la conciencia en su ilusión de verse verse encuentra su fundamento en la estructura vuelta de revés de la mirada (página 89). La mirada que está en juego, dice Lacan, es precisamente la mirada de la que habla Sartre, esa mirada que me sorprende, y me reduce a la vergüenza, sentimiento que aparece como el más acentuado. Esa mirada que encuentro no es en absoluto una mirada vista, sino una mirada imaginada por mi en el campo del Otro.
Si os dirigís a su texto, veréis que lejos de hablar de la entrada en escena de esa mirada como de algo que concierne al órgano de la vista, se refiere a un ruido repentino de hojas, oído mientras estoy de caza, a unos pasos que se oyen en el pasillo, ¿Y en qué momento? – en el momento en que él mismo se presenta en la acción de mirar por el agujero de la cerradura. Una mirada lo sorprende como voyeur, lo desconcierta, lo perturba y lo reduce al sentimiento de vergüenza. La mirada de la que se trata es el sentimiento de la presencia del otro como tal, no el otro en tanto sujeto cartesiano, correlativo del mundo de la objetividad sino del sujeto del deseo, que es sorprendido y se avergüenza.
Es necesario leer esa nota de Merlau Ponty sobre lo que llama la vuelta del revés como un dedo de guante en tanto que allí aparece – observen la manera en que el cuero envuelve la piel en un guante de invierno – que la conciencia, en su ilusión de verse verse, encuentra su fundamento en la estructura dada vuelta, invertida, de la mirada. Entiendo que por una parte se trata de que la vuelta de revés como un guante indica que lo que no es aparente sin embargo sostiene al sujeto y por otra que sólo es posible la inversión, darse vuelta como un dedo de guante porque hay un agujero que el dedo de guante envuelve y por el que puede darse la vuelta. Es este agujero el que el psicoanálisis valoriza – como lo hace Lacan en los capítulos anteriores en los que liga la repetición al encuentro traumático, es decir hace de la falta algo constitutivo.
De ahí el interés del apólogo de Petit Jean, que subraya ese momento en que ya no nos vemos vernos sino que somos mirados desde un lugar que no coincide con el punto desde el que nos vemos. El joven burgués, e intelectual, que es Lacan es mirado por los pescadores que están trabajando – mirada encarnada en el bote de sardinas que flota y brilla en el mar desde un lugar diferente del que él se ve. El se vuelve propiamente la mancha, “un cuadro vivo bastante inconcebible” (pág.103), en el cuadro de la familia trabajadora de pescadores bretones.
Por último quiero aprovechar la contingencia de que estemos ocupándonos de estos capítulos después de habernos ocupado del final del Seminario, porque ella me permite destacar la importancia de la cuestión de la mirada también en relación a la diferencia fundamental que Lacan establece entre la forma de concebir el análisis en el interior de la IPA y la suya. En ese capítulo final ofrece una teoría del final de análisis como la obtención de la diferencia absoluta entre el Ideal del yo y el objeto (a) de la pulsión.
Si la transferencia en su faz engañosa, es decir la que conduce al cierre del inconsciente, lleva a apartar la demanda de la pulsión, el deseo del analista por el contrario, la vuelve a llevar a la pulsión. Lacan utiliza allí el esquema de Freud de la hipnosis, para esclarecer esta diferencia. Afirma que el estatuto de la hipnosis nos lo da Freud al superponer en el mismo lugar el objeto ( a) y esa referencia significante que es el ideal del yo. Añade que nos ha dado los elementos para comprenderlo, al decirnos que el objeto (a) puede ser idéntico a la mirada. Freud designa al nudo de la hipnosis asegurando que el objeto es un elemento difícil de aprehender, pero que indudablemente es la mirada del hipnotizador.
“Recuerden”, añade Lacan, “lo que he dicho de la función de la mirada, de sus relaciones fundamentales con la mancha, de que ya hay en el mundo algo que los mira antes de que haya una vista para verlo, que el ocelo del mimetismo es indispensable como presupuesto al hecho de que un sujeto pueda ver y estar fascinado, que la fascinación de la mancha es anterior a la vista que la descubre. Comprenden al mismo tiempo que la función de la mirada en la hipnosis, puede ser llenada por un tapón de cristal, o cualquier otra cosa, por poco que brille”(pág. 280 abajo).
También se refiere en ese capítulo a que ese esquema le proporciona a Freud la fórmula de la fascinación colectiva, el fenómeno de la masa, que era una temible realidad ascendente en el momento en que escribió el texto del que Lacan extrae esa forma de la identificación. No volveré a referirme a esta cuestión porque ya lo he hecho en nuestra última reunión pero son muy importantes sus repercusiones tanto en relación a los dramas de la historia como a la organización de nuestras instituciones.
Finalmente concluye con una pregunta fundamental ¿Quién no sabe que es precisamente distinguiéndose de la hipnosis como se instituyó el psicoanálisis? Lo hizo en la medida en que el resorte fundamental de la operación analítica, es el mantenimiento de la distancia entre el ideal y el (a).
Miriam Chorne