En boca de todos siempre ha estado lo extraordinario cuando se trataba de abordar un problema de orden común, el de la locura. Pero, como bien dijo Jacques-Alain Miller en la convención de Antibes: “¿Hace cuánto Schreber está para nosotros en cartel? Mientras que aquí tenemos psicóticos más modestos, que reservan sorpresas, pero que pueden fundirse en una suerte de media: la psicosis compensada, la psicosis suplementada, la psicosis no desencadenada, la psicosis medicada, la psicosis en terapia, la psicosis en análisis, la psicosis evolucionada, la psicosis sinthomatizada –si me permiten”. A todos nos interesan las grandes proezas porque de ellas extraemos importantes enseñanzas. Sin embargo, la clínica ordinaria de la psicosis nos demuestra que modestas soluciones también pueden servir para confeccionar grandes remiendos. Por ello la genialidad no es tanto una aspiración a la que el psicótico se encomienda sino, más bien, el reconocimiento que se confiere a los resultados de sus iniciativas. De esta manera, lo que aquí nos interesa subrayar de la psicosis no se consume en alabar la grandiosidad con la que algunos locos son capaces de procurarse una salida a la mortificación subjetiva que padecen. Se trata, mejor dicho, de acentuar el papel que el mismo sujeto psicótico desempeña como creador ex nihilo de su propio destino.Él es quien anticipa una respuesta al vacío en ser que lo habita antes del desencadenamiento y quien, al mismo tiempo, elaborará un remedio tras el retorno en lo real de aquello que nunca fue inscrito en lo simbólico.
La nueva clínica.
Por lo general, regresar a los momentos fecundos de la invención freudiana resulta indispensable para poder comprender los avances del psicoanálisis lacaniano en el estudio de la clínica contemporánea y, por tanto, también los que se circunscriben al terreno de la locura. Para ello me valdré de algunos argumentos con los que Lacan progresó en la lectura de la psicosis freudiana con la intención de procurar una aproximación a lo que a mi entender encierra el interesante concepto de psicosis ordinaria.
Por un lado, el esclarecimiento de este neologismo lacaniano nos demuestra que la nosografía de la psicosis clásica se ha visto desbordada por una teoría psicoanalítica cuya perspectiva clínica ha ampliado el espectro psicótico, tanto en sus formas sintomáticas prototípicas como en las evoluciones tradicionalmente contempladas por otros modelos doctrinales. En este sentido, el concepto de psicosis ordinaria da un salto más allá de la fenomenología tradicional de la locura para tratar de dar cuenta de aquellos sujetos cuyas posiciones subjetivas bordean el desencadenamiento típico o de aquellos otros que presentan descompensaciones parciales, circunscritas y larvadamente sintomáticas. Así hablamos de psicosis no desencadenadas, de psicosis compensadas, incluso de psicosis suplementadas cuando nos referimos a casos concretos que no encajan con el paradigma de la crisis, la ruptura y la discontinuidad de la experiencia psicótica. Esta forma de pensar la psicosis entronca con un problema inmanente y enquistado de la práctica psiquiátrica contemporánea que, a su vez, se hace eco de las dificultades que los mismísimos clásicos de la psicopatología encontraron a la hora de ubicar en sus modelos taxonómicos a ciertos sujetos atípicos que quedaban en los márgenes de la locura. En resumidas cuentas lo que el psicoanálisis aporta es una nueva vía para poder escuchar la locura allí donde otras disciplinas “psi” no encontraron y siguen sin encontrar motivos.
De otra parte, la multiplicidad de posibilidades clínicas que la psicosis ordinaria ofrece nos remite a la denostada pregunta sobre qué es lo que hace estabilizarse a una psicosis. En primer lugar ¿cuales son los elementos que le permiten a un sujeto restablecerse tras el desencadenamiento psicótico?Si tenemos en cuenta la lógica de que el desencadenamiento supone la existencia de algo que previamente estuvo encadenado, la siguiente pregunta sería ¿cuáles son las maniobras con las que ese mismo sujeto evitaba la entrada en la psicosis? Si bien observamos que en algunos casos, como el del famoso magistrado D. P. Schreber, la metáfora delirante logra asegurar cierta restitución subjetiva tras el estallido psicótico, en la clínica diaria también descubrimos otro tipo de estrategias de las que el propio sujeto psicótico se vale para tratar de normalizar su existencia en un lazo pacífico con el Otro, tanto antes como después de su desencadenamiento.
El retorno a Freud desde Lacan.
El psicoanálisis nació a la luz de los descubrimientos freudianos tratando de conferir cierta coherencia a la psicopatología decimonónica. Freud desarrolló una teoría general sobre el funcionamiento del aparato psíquico en la cual la palabra, lo representable y el inconsciente pasaron a ocupar un lugar trascendental a la hora de interpretar el pathos y la subjetividad del ser humano. Por ello la mayor contribución del psicoanálisis al esclarecimiento de la psicosis clásica no se deriva de un estudio gráfico de los grandes signos de la locura, sino de su vocación por investigar lo que queda silenciado detrás, en el sujeto y en la palabra de la que éste se hace portavoz. Del mismo modo con que Freud resolvió indagar cuál era la causa última de los trastornos neuróticos, su preocupación por la locura lo condujo a interrogarse por la particularidad que subyacía en el origen de ésta. Así percibió que el fenómeno psicótico y su mecanismo no podían equipararse a lo que había descrito para el síntoma neurótico. El testimonio de la locura y su razón estructural nada tenían que ver con el sentido inconsciente que acompañaba a la emergencia del síntoma en la neurosis. La Verdrängung freudiana representa eso que en la neurosis transfigura el deseo en síntoma, por ello decimos que la represión y el retorno de lo reprimido son las dos caras de una misma moneda, un mecanismo al servicio de los desconocimientos del yo respecto a lo que subyace a nivel inconsciente en lo relativo a la pulsión y el deseo. En oposición a esto Freud describió la Verwerfung como el mecanismo causal específico de la estructura y del fenómeno psicótico. A diferencia de la neurosis, lo que en la psicosis retorna del exterior responde a una lógica distinta. En este caso no se trata de contenidos inconscientes transformados sino de algo que en un momento primordial fue rechazado del interior del sujeto, algo que nunca fue inscrito a nivel inconsciente y por ello ajeno a toda posibilidad de ser gestionado por la represión. Esto es lo que verdaderamente constituye el mecanismo distintivo de la estructura psicótica frente a la neurosis, cosa en absoluto asemajable al fenómeno de la proyección tan ampliamente tergiversado por la comunidad psicoanalítica de la corriente post-freudiana.
Retomando el concepto freudianode la Verwerfung, Lacan formuló el paradigma de la metáfora paterna y la forclusión del Nombre-del-Padre como hipótesis para explicar la causalidad de la psicosis en continuidad con su enseñanza sobre los tres registros: Real, Simbólico e Imaginario. En definitiva lo que éste propuso es que tras el desencadenamiento psicótico lo que retornará en lo Real como inefable se corresponde con aquello que en la estructuración subjetiva no fue simbolizado –sino forcluído- y cuyo impacto sobre el sujeto producirá una disolución a nivel de lo imaginario. Ahora bien, antes de nada conviene aclarar una serie de cuestiones para entender este paso adelante que Lacan propuso siguiendo el pensamiento freudiano. Cuando hablamos de orden simbólico nos referimos a esa dimensión tercera que concierne al Otro del lenguaje, previa al advenimiento subjetivo, en la que significante y significado se articulan para facilitar al sujeto una representación que configure su identidad, es decir, una representación que le nombre como ser hablante, sexuado y para la muerte frente al Deseo del Otro. Esto significa que, en esencia, el sujeto adviene por efecto del leguaje del Otro, si bien en la psicosis lo que se observa precisamente es que algo en ese orden no se incorporó sino que fue expulsado o forcluído, quedando el sujeto carente de un elemento simbólico que le permita hacerse significar frente a la emergencia de la falta y el deseo del Otro. ¿Pero qué es lo que halló Lacan para formalizar que lo que era forcluído en la psicosis tenía que ver con el padre: con el significante del Nombre-del-Padre?
Rastreando los textos donde Freud hacía tanto hincapié en el complejo de Edipo como mito estructurante del sujeto y de su eternización deseante, desde una perspectiva estructuralista, Lacan entendió que el Edipo representaba una instancia reguladora de la economía subjetiva en la que la función paterna transmisora de la Ley y la apertura al deseo estaba determinada por efecto del significante.Todo el mundo entiende que ser madre es una cuestión de la naturaleza que se deriva del acontecimiento del nacimiento. Sin embargo la paternidad no dispone de esa comprobación directa del hecho biológico. La madre existe en la realidad, nadie lo duda, mientras que el padre ha de hacerse existir por la vía del significante y lo simbólico. El padre es un efecto de la cultura, de la fe y del reconocimiento transmitido por la palabra de la progenitora. De ahí que Lacan asimilara la función paterna, su metáfora y su forclusión, a un estricto efecto de la palabra: concretamente al significante del Nombre-del-Padre. Pero ¿qué es lo que se articula en el Edipo sino la posibilidad de una coalición entre la Ley del Padre y el Deseo? En este sentido, Lacan observó que la falla simbólica que captura al sujeto psicótico se debe a una ausencia de retroacción del Edipo y la función paterna, quedando el sujeto marcado por una in-consistencia significante frente al deseo del Otro y el goce.
De esta manera la metáfora paterna constituye una formalización estructuralista del complejo de Edipo, basada en el principio de su reducción a un proceso de sustitución metafórica, en la que el significante del Nombre-del-Padre viene a resolver la encrucijada del sujeto frente al enigma del deseo materno mediante su inscripción en la significación fálica:
En la constelación familiar el hijo comparece como el producto del Deseo Materno y ante éste se presenta como su objeto a ser reintegrado en la relación. Sin embargo, el Nombre-del-Padre se instaura como un símbolo que opera en calidad de tercero en el vínculo madre-hijo permitiendo así abrir un hiancia que evite la simbiosis mortífera entre ambos. Es decir, el significante paterno introducirá un más allá en el deseo de la madre haciéndose garante de la falta e impidiendo que el sujeto coagule como objeto del goce materno. De esta manera, atravesar la experiencia de no ser uno el que colma el deseo de la madre le permitirá al sujeto asumir su propia falta en ser y convertirse así en un sujeto deseante –de otros objetos-. La ley paterna nace en los límites de la consecución de un deseo que sólo es satisfecho mediante el reencuentro con un objeto perdido. Esto significa que su instauración equivale a la renuncia del objeto de goce primordial -goce absoluto- y a la promoción de un plus de goce bajo la modulación de la significación fálica. En adelante, si esta operación metafórica es llevada a cabo, el niño no se sentirá asediado por la omnipotencia del capricho materno, dejará de verse sometido al enigma de “¿qué es lo que mi madre desea?” y podrá orientarse respecto al significante fálico que hará de él un sujeto capaz de inscribirse en un discurso que constituya un lazo social. Lo que aquí interesa retener es que el éxito de la metáfora paterna reside en lograr introducir la vía de la significación fálica como cortina para velar el enigma del Deseo del Materno. El significante del Nombre-del-Padre se hace cargo de lo inefable mediante su limitación a la significación fálica, evitando así la búsqueda infinita de sentido frente al deseo del Otro. En este sentido el falo como significante interpreta el deseo en el campo del lenguaje recubriendo la ausencia de saber sobre el sexo y facilitando lo que uno ha de hacer como hombre o mujer.
En el terreno de la psicosis las cosas se deciden en otros términos. Si entendemos que en un momento lógico estructural –no historizable- la metáfora paterna no es efectuada, el resultado teórico esperable es que lo que operó fue la forclusión del Nombre-del-Padre. De acuerdo con esto, el deseo de la madre no será simbolizado y, consecuentemente, el niño quedará habitado por un agujero en ser en lo relativo a lo que él mismo representa para el deseo del Otro. La no inscripción simbólica en las vías de la significación fálica dejará al sujeto sin el velo que recubre el enigma de “¿qué soy yo ahí para el Otro?” corriendo el riesgo de verse enfrentado a la falta y el deseo del Otro experimentándolo como una voluntad de goce ilimitado. Si bien el neurótico se vale del fantasma y el mito edípico como significación que le haga representar-se, el psicótico se verá vacío de toda significación con la que anude una representación como ser sexuado y para la muerte ante lo que el Otro le demanda. No obstante, la expresión vacío o agujereado en el registro simbólico no es sinónimo de que el loco carezca de otras posibilidades para normalizar su existencia en una relación al Otro.
Una solución múltiple: delirio, suplencia, synthome…
Si Freud marcó un punto de inflexión histórica al reconocer en el delirio una función auto-terapéutica que resalta el trabajo del propio sujeto en su curación, con la enseñanza de Lacan descubrimos otras estrategias que el psicótico pone en juego para tratar de abrochar una estabilización frente al agujero que lo precipita al abismo de la locura.
La psicosis clásica reúne una serie de categorías nosográficas como la esquizofrenia, la paranoia y la melancolía en las cuales se advierte la temporalidad clínica que inicialmente interesó a los analistas orientados por la enseñanza de Lacan. En éstas se observa la lógica marcada por tres tiempos consecutivos: el des-encuentro con un real como momento precipitante, a continuación la eclosión del desencadenamiento y el fenómeno elemental y por último la reconstrucción delirante con la que el sujeto trataría de contener la deriva significante, promoviendo así una significación cuanto menos pacificadora. No obstante, regresando un poco más acá al momento lógico del desencadenamiento, el concepto de estructura psicótica compensada vendría a completar lo anterior sugiriendo la existencia de ciertos sujetos marcados por la forclusión y la elisión fálica que se mantienen en un estado compensatorio mediante el cual tratan de bordear el agujero que supone el encuentro con lo real, con la falta y con el deseo enigmático del Otro. A diferencia de las psicosis claramente manifiestas, en este caso se trata de personas cuyas vidas discurren de una forma más o menos ordinaria, sin la irrupción de grandes fenómenos psicóticos que promuevan una ruptura en su biográfica, aunque algunos de ellos refieran en sus discursos momentos que implican un obstáculo a toda posibilidad de historización o elaboración simbólica y en cuyas posiciones subjetivas -a veces desproporcionadas- se comprueba una tentativa por asir un punto de anclaje que los salve del desencadenamiento.
Ahora bien ¿qué tipo de acontecimientos abocan al sujeto al precipicio del estallido psicótico? Diariamente observamos cómo circunstancias muy distintas promueven la primera crisis psicótica, si bien todas ellas tienen el denominador común de confrontar al sujeto frente a su propio vacío en ser, es decir, frente a la forclusión simbólica que anudaría una significación respecto al deseo del Otro y que supondría un límite al goce. A modo de ejemplo destacan aquellas coyunturas que suponen el encuentro con un goce enigmático que el sujeto se ve incapaz de significar, como puede ser la primera relación sexual o la experiencia inefable del descubrimiento del goce del propio cuerpo. También son frecuentes aquellas situaciones biográficas de envergadura tal que suscitan el llamado al Nombre-del-Padre en posición simbólica al sujeto, como el evento de la paternidad o acontecimientos que emplacen al sujeto a un lugar de cierta promoción social, etc. Otro tipo de coyunturas vitales que podrían actuar como precipitantes de la crisis psicótica son aquellas en las que el sujeto hace la experiencia de la incompletud del Otro y que encarnan la realización de la separación materna imposible de ser simbolizada, o bien aquellas otras que suponen la ruptura de una identificación imaginaria con el objeto de amor o con un grupo de referencia con el que el sujeto venía sosteniéndose imaginariamente.
Si entendemos los dos tiempos de la psicosis –el de la estructura compensada y el del desencadenamiento posterior- según la metáfora del nudo que se desabrocha, nos daremos cuenta quelo importante en la clínica está en prestar atención a cómo se sostiene o cómo se rompió el sujeto para saber qué es aquello que le mantiene en equilibrio. Por ello la pregunta que en cualquier caso debemos hacernos será ¿cuáles son los recursos de los que un sujeto dispone para mantener o re-encauzar su existencia cuando se trata de evitar o bien solucionar el estallido de la psicosis, respectivamente? Aunque marquemos una línea divisoria entre psicosis clásicas y psicosis no desencadenadas, la delgada frontera que las separa no se debe más que a una desigualdad a nivel de la experiencia. Esto significa que, aunque unos hayan llegado a alucinar y otros no, la disposición subjetiva y los recursos que ambos pueden desplegar frente al agujero simbólico que los estructura son exactamente los mismo. Por ello,todas las estrategias novedosas que se extraen de la enseñanza lacaniana respecto a la estabilización de la psicosis se refieren tanto al restablecimiento subjetivo posterior al desencadenamiento como a los modestos apaños con los cuales el sujeto pre-psicótico trata de afianzar una solución a priori frente al angustiante enigma del deseo del Otro, es decir, una respuesta ante al vacío previa incluso a la efectuación del desencadenamiento.
Siguiendo a Freud, el trabajo delirante es el primer artificio que el sujeto pone en marcha para lograr encontrar una solución al insondable que le consume. De este modo el deliro debe ser entendido como una elaboración significante que el psicótico fabrica para poner un límite a la invasión del goce del Otro. Sin embargo, también la clínica diaria nos demuestra que no todos los delirios concluyen con una pacificación entre el yo-objeto y el Otro-perseguidor si en su sistematización no ha sido incluida una tercera dimensión capaz de regular esa estragante relación, como puede ser la inclusión del “Orden del Universo” según nos informa Paul Schreber en sus famosas memorias.
Por el contrario, a veces asistimos a sorprendentes estabilizaciones subjetivas sin la mediación de una creación delirante, incluso previas al desencadenamiento psicótico, gracias a la invención de otro tipo de estrategias que reportan al sujeto una nueva forma de inscribirse en un lazo social y que le permiten una reconciliación con el Otro. Todas estas estrategias van encaminadas a contener o reducir el goce errático y des-localizado mediante una neo-forma de abrochar el desanudamiento de los tres registros: Real, Simbólico e Imaginario. Entre ellas cabe subrayar ciertas maniobras que hacen pasar el goce por el desfiladero del significante, sea a través de la escritura, mediante la ritualización de ciertas conductas y la perseveración en fórmulas verbales obsesionantes, o incluso a través de un nuevo modo de inscribirse en lo social por medio de un axioma significante con el que el sujeto se identifique a un Ideal. Por otro lado también observamos una serie de recursos estabilizadores más claramente vinculados a disposiciones imaginarias o que ponen en juego una forma de tramitar el goce desde la creación de un síntoma que compromete al cuerpo. Así describimos apuntalamientos imaginarios llevados a cabo mediante identificaciones por las cuales el sujeto hace suyos ciertos rasgos o actitudes de otros, al estilo de las personalidades «como si» descritas por Helen Deutsch, y otras compensaciones por las cuales el psicótico se sostiene gracias a síntomas que sacrifican lo real del cuerpo (como es el caso de algunas anorexias) o que conllevan un enganche irreflexivo a un tipo de goce pulsional concreto (esto es lo que ocurre en ciertas toxicomanías o diversas imposturas perversas).
Después de todo lo dicho podemos resumir que el concepto de psicosis ordinaria señala un horizonte más allá de la semiología fenomenológica de la psicosis. En su constitución clínica se enmarcan un amplio abanico de manifestaciones psicótica que van desde las psicosis clásicas de amplia repercusión hasta las estructuras psicóticas no desencadenadas, si bien el rasgo común que las unariza queda reflejado en la metáfora lacaniana del taburete de tres patas. Como decía Lacan, en la psicosis no existe un cuarto elemento –el Nombre-del-Padre- que anude los tres registros: Real, Simbólico e Imaginario y por ello el que hace de tercero (sea éste una suplencia simbólica, una sobre-identificación imaginaria o una compensación desde lo real) adquiere una sobre-dimensión tan notable que su fracaso o vacilación sería el motivo que ocasionaría el desencadenamiento de la psicosis.
Todo lo dicho hasta aquí pone en evidencia dos verdades que pasan inadvertidas para la psiquiatría positivista contemporánea: primero, que existen más locos de los que parece; y segundo, que la psicosis no es un trastorno terminal y estanco frente al cual el sujeto no puede hacer nada sino, más bien, todo lo contrario.