Presentación del capítulo «Queda por concluir» del Seminario XI
Comencemos por el título “Queda por concluír”, es un enunciado que presenta cierta equivocidad de lenguaje. Como en muchos otros casos, Lacan que tiene un manejo excepcional de la riqueza de significación de los términos que utiliza elige el significante concluir que refiere a dos sentidos diferentes. Descriptivamente corresponde a final, término del Seminario, tras el estudio pormenorizado de los conceptos fundamentales del psicoanálisis. Pero por otra parte la significación de concluir es también la de ofrecer las consecuencias que se deducen de una argumentación.
En esta ocasión tanto en francés como en castellano las significaciones son similares. El Petit Robert por ejemplo ofrece la significación de finalizar, terminar, acabar y por otra parte la de extraer una consecuencia de ciertas premisas. El Diccionario de la Real Academia coincide con estos sentidos.
Ya que he hecho referencia al trabajo del Seminario sobre los conceptos fundamentales del psicoanálisis puedo añadir una pequeña anécdota que tiene su interés. Cuando en 1987 hicimos la presentación de la primera edición del Seminario en Madrid en la Biblioteca Nacional Jacques-Alain Miller nos envió una carta para que la leyéramos en el acto. Entre otras cosas, nos contó que el título original del Seminario no fue el título con el que se publicó. Era inicialmente Los fundamentos del psicoanálisis y que fueron ellos los discípulos de l’Ecole Normale Superiere los que lo rebutizaron como Los cuatro conceptos fundamentales.
Y ya que nombramos los discípulos de la ENS digamos que en este capítulo Lacan retoma lo que había afirmado en el comienzo de este Seminario sobre las circunstancias de la política del psicoanálisis que lo han llevado a hablar ante ese auditorio más joven y no exclusivamente de psicoanalistas y en ese ámbito la Escuela Normal.
Con más distancia que en el inicio del Seminario se refiere a la expulsión de la IPA y vuelve a considerar la relación del psicoanálisis con la religión y con la ciencia y lo hace con la máxima radicalidad. ¿De dónde proviene la certidumbre en la práctica del psicoanálisis? ¿Qué nos permite referirla a la verdad? ¿Qué seguridad tenemos de no estar en la impostura?
Y añade que este cuestionamiento – es decir a la vez interrogación y puesta en cuestión, crítica – es no sólo un permanente amago en la opinión pública como hemos tenido ocasión reiterada de comprobar: en el último tiempo con el intento de prohibir el cuidado de los autistas por parte de los psicoanalistas, por ej. Sino y seguramente más importante, en la vida íntima de cada analista. He tenido oportunidad de escuchar en mi trabajo como supervisora en numerosas ocasiones la sospecha de la propia impostura por parte de los jóvenes practicantes – quizás por eso Lacan apreciaba tanto la frescura frente a la rutinización de los experimentados. Otras veces aparece bajo la forma de la idealización de algunos analistas que sabrían cómo intervenir cuando el analista que presenta su caso no está tan seguro de cómo hacerlo.
Asimismo en la segunda parte de este capítulo nos ofrece una teoría del final de análisis como la obtención de la diferencia absoluta entre el Ideal del yo y el objeto a, la pulsión. Esta concepción culminará tres años más tarde en la Proposición del 9 de octubre de 1967 a la Escuela. Esta teoría se opone explícitamente a la vigente en el interior de la IPA que concibe el final del análisis como la identificación al analista.
Si la transferencia en su faz engañosa, es decir la que conduce al cierre del inconsciente, lleva a apartar la demanda de la pulsión, el deseo del analista por el contrario, la vuelve a llevar a la pulsión. Lacan utiliza el esquema de la hipnosis de Freud para esclarecer esta diferencia lo que lo hace decir que a la inversa en el análisis el hipnotizado es el analista, frase que supongo que a ustedes les habrá suscitado tanta zozobra como a mi.
Ese esquema le proporciona la fórmula de la fascinación colectiva, el fenómeno de la masa, que era una realidad ascendente en el momento en que Freud escribió el texto del cual Lacan extrae esa forma de la identificación. Lacan utiliza este concepto, unido al análisis de que el objeto a es crucial aunque esté oculto, para afirmar de manera crítica que cualquier enfoque puramente histórico fundado en las premisas hegeliano-marxistas fallará su explicación de fenómenos como el nazismo.
Al final del capítulo retoma esta cuestión para referirla a la vez a los dramas de la historia y a nuestras propias instituciones como así también a nuestra práctica. Dice que la crítica de la razón práctica kantiana oculta que no sólo se rechaza, se deja de tomar en cuenta el objeto patológico, en sentido kantiano, es decir como objeto de sentimiento, sino que al ser un deseo en estado puro, desemboca en el sacrificio y Lacan añade en el asesinato de “todo objeto de amor en su humana ternura”. Por eso la verdad de Kant es Sade y por eso Lacan escribió un texto que lleva por título Kant con Sade.
Las implicaciones políticas de estas consideraciones tienen una lamentable actualidad cuando en diversos países europeos renacen opciones en las que vuelve a escucharse la disposición a “sucumbir en una captura monstruosa a ofrecer un objeto de sacrificio “a los dioses oscuros”, hoy en la figura de los inmigrantes.
Asimismo nos hace ver con otra luz lo que relatara en los primeros capítulos acerca de que el propio Lacan fue negociado y ofrecido en sacrificio por algunos de sus discípulos e incluso analizantes, como moneda de cambio a fin de permanecer incluídos en la IPA.
Miriam Chorne