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8 de May de 2020
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Séptima sesión del Seminario del Campo Freudiano, a cargo de Araceli Fuentes

Lectura del Seminario XI, “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis” de Jacques Lacan.

25 de abril 2020

Capítulos XVIII “Del sujeto al que se supone saber, de la primera díada, y del bien” y XIX “De la interpretación a la transferencia”

Docente invitado: Araceli Fuentes

Introducción

La hipótesis de que “el inconsciente está estructurado como un lenguaje” es de sobra conocida por muchos de los lectores de Lacan, lo que no es tan conocido son las consecuencias que él mismo sacó de ella y que no siempre se han percibido. Así comienza Jacques Alain Miller su conferencia “Otro Lacan” dictada en Caracas (Matemas I). Esas consecuencias interesan expresamente al fin del análisis y al llamado momento del pase.

El pase será la consecuencia de los desarrollos que hace Lacan en este seminario en el que, a la vez que rinde homenaje a Freud, rompe con él introduciendo el objeto a como restono significante que abre la vía hacía el más allá del padre y permite poner un punto conclusivo al análisis.

Leer un seminario de Lacan necesita tiempo hasta captar el hilo conductor que va siguiendo con sus meandros, sus tanteos, sus idas y vueltas hasta encontrar la formulación precisa que será sobre pasada más adelante sin anularla. Leer un seminario de Lacan implica siempre hacer la experiencia de lo que no se sabe, de lo que no se sabe y empuja a querer saber, a tratar de descifrar.

Invito a los participantes en este seminario a sumergirse en esta aventura en la que esta vez seré yo la docente que les acompañe.

Lecciones XVIII y XIX

Estas dos lecciones son las últimas del apartado titulado: la Transferencia y la Pulsión, en el que Lacan se ocupa de darle a la pulsión el lugar que hasta ese momento no tenía en su enseñanza. Lo hace articulando pulsión y transferencia al definir la transferencia como la realidad sexual del inconsciente. Que la transferencia sea la realidad sexual del inconsciente es un paso fundamental que articula dos órdenes heterogéneos: por un lado, el significante, por otro,  la pulsión, el inconsciente estructura da paso el inconsciente pulsatil que se abre y se cierra con la pulsión. Precisamente cuando Lacan pone el acento sobre la realidad sexual del inconsciente como definición de la transferencia está poniendo de relieve la transferencia como cierre del inconsciente por la presencia del objeto a, mientras que la transferencia articulada al SsS implica la apertura del inconsciente. Lacan había sido criticado por no introducir el dinamismo en la estructura al  definir el inconsciente a partir exclusivamente de la estructura del lenguaje, ahora responde a esa crítica con la introducción de la pulsión y esta nueva definición del inconsciente pulsatil que se abre y se cierra.

Para hacer este pasaje, dejara la lingüística de la que se ha servido hasta entonces, con sus operaciones de metáfora y metonimia, para pasar a la lógica.

Son dos operaciones lógicas la alienación y la separación las que le permiten articular estos dos órdenes heterogéneos, que son el del significante y el del objeto a. En especial la operación de separación le va a permitir formalizar el fantasma lo que dará lugar a una nueva concepción del análisis que tiene un final a partir de lo que más tarde llamará la travesía del fantasma en la que el sujeto hace la experiencia de la pulsión.

Mientras Lacan pensaba a relación entre el sujeto y el Otro sirviéndose de la lingüística (Seminario III), a partir de la fórmula de la Metáfora Paterna (MP), dicha relación estaba por completo sumergida en el campo de la significación, la relación entre el sujeto y el Otro estaba pensada a partir de la significación de una falta.

Pero la formalización con la que nos encontramos en este seminario ofrece algo nuevo que escapa al campo de la significación y está más allá de él, la introducción del objeto a como resto no significantizable.

Con la alienación y la separación Lacan formaliza las relaciones entre el sujeto y el Otro pero articulando el sujeto, no sólo al significante,  sino también al objeto a, como sucede en el fantasma.

El objeto a le llevará a afirmar que no todo es significante en la estructura.

Se ha producido un pasaje en su enseñanza que va de la significación fálica como producto de la MP y, como vía de la sexuación del sujeto por la cual este se hacía representar en el campo sexual,  a considerar el goce a partir de  la idea de un resto no representable en la representación sexual del sujeto en el campo del Otro.

No todo del sujeto es susceptible de ser representado en ese campo. Decir que “No todo en la estructura es significante” implica que hay algo en el terreno sexual que escapa a la representación fálica, un resto no representable que es el objeto a.

Con el objeto a Lacan introduce la noción de causa del deseo más allá del NP, lo ha introducido ya en el Seminario anterior, Seminario X La Angustia al hacer equivaler el objeto a al objeto perdido en Freud. Dicho de otro modo, hablar implica una perdida irrecuperable que afecta al propio cuerpo, esta pérdida que toma el nombre de falta en ser en “La dirección de la cura”, es aquí un agujero topológico producido por un corte significante: el objeto que causa el deseo y pone en movimiento su maquinaria.

A su vez esta pérdida inicial pone en marcha un mecanismo de búsqueda de un complemento. Lacan lo llama de distintas formas: búsqueda de “una condición de complementariedad que hace que el sujeto se dirija al Otro”, “una función de contrapartida que hace que el sujeto ponga en juego una parte de sí mismo que le permitirá establecer la conjunción con el objeto a que se localiza en el fantasma”.

En cualquier caso lo importante a destacar es que la búsqueda de un complemento en el Otro lleva al sujeto a poner en juego esa parte perdida de sí mismo, (el objeto a), en el campo del Otro.

El juego del Fort-da

Así podemos entender la nueva lectura que hace del Fort-da, p. 246, a propósito de la Repetición:

En esta nueva lectura lo principal del juego del niño es la bobina y no tanto la alternancia significante Fort-da en la que había puesto el acento anteriormente. Recuerdan el juego del nieto de Freud con un carrete que tira y recoge al mismo tiempo que pronuncia las palabras Fort-da, un juego que el niño hacía en ausencia de la madre.

En 1953, en Función y campo de la palabra Lacan había dado la primacía al orden simbólico poniendo el acento en la oposición fonemática entre el fort y el da y el juego repetitivo se produce en la ausencia de la madre. En 1964 la perspectiva se invierte totalmente: Lacan muestra que el ser del sujeto se define del lado de la bobina con la que el niño juega, es decir del lado del objeto y no del significante, el juego con la bobina que se acompaña del encantamiento del fort-da. Esta inversión topológica muestra que es en la bobina donde se decide lo esencial de la operación: es la bobina lo que está puesto en juego en ese lugar donde se abre un abismo ante la ausencia de la madre.

 Se trata de interpretar el juego a la luz de la operación de separación por la que el sujeto ante el agujero del Otro se separa poniendo en juego algo de sí mismo.

Para Freud el juego repetitivo del niño reproduce la partida de la madre. El niño, asume el rol activo y la bobina es la madre. Para Lacan sin embargo esta bobina no es la madre sino la expresión de eso que de él se separa en esta prueba y esto es homólogo a la estructura del fantasma. Para Freud la condición fundamental de la separación es la ausencia de la madre mientras que para Lacan no se trata tanto de la ausencia de la madre como de la presencia de su deseo que simboliza su ausencia, este deseo escrito DM en la MP, es el deseo del Otro afectado por una falta.

Confrontado con el enigma del deseo del Otro que introduce la pregunta ¿Qué quiere de mí más allá de lo que me dice? Confrontado con un deseo enigmático del que no se sabe ni qué quiere ni qué objeto lo anima el niño habrá de dar una respuesta poniendo en juego algo de sí mismo, de su propio cuerpo, su pulsión. Que el Otro se presente bajo la forma de un deseo enigmático es la condición que tiene que darse para que el niño juegue si quiere. Lacan presenta la separación del Otro como una elección, ocurre si el sujeto quiere, si quiere se separa poniendo en juego un objeto. El estatuto de esta decisión no lo sabemos exactamente.

El sujeto sólo se separa del Otro una vez confrontado al enigma del deseo del Otro a partir del  hacerse de la pulsión. A la pregunta ¿Qué quiere del Otro de mí? El sujeto responde en términos pulsionales: quiere vampirizarme, rechazarme, mirarme, oírme, lo que dará lugar a hacerse de la pulsión en la que el sujeto se compromete, hacerse ver, hacerse oír, etc.

Lo interesante es que la experiencia analítica muestra  que el sujeto no busca su complemento sexual, no busca su media naranja, como se suele creer y como cuenta  el mito de Aristófanes,  sino que busca la parte perdida de sí mismo constituida por el hecho o de ser hablante y mortal.

Así pues la condición de complementariedad no le viene del Otro sino que se se produce a partir de su propia perdida, efecto de la presencia del significante.

Es en función de esta pérdida de una parte de sí mismo que el sujeto buscará un complemento que nunca va a encontrar. Lo que si va a encontrar es su propia respuesta, la respuesta de su fantasma en el hacerse de la pulsión en la que obtiene una satisfacción.

Una separación alienante

Que Lacan llame “separación” a esta operación no debe llevarnos a engaño pues de lo que se trata es de otro tipo de alienación, no es ya la alienación a la cadena significante al discurso del Otro sino una alienación al deseo del Otro, de la que el sujeto puede salir gracias al análisis.

Diré algo sobre la operación de alienación que se juega a nivel de la estructura mínima del lenguaje S1-S2. La alienación concierne a lo que soy como sujeto, es decir cómo ser situado en la cadena significante. Confrontado al discurso del Otro tengo la posibilidad de elegir: o bien puedo asumir un significante al que me identifico, un “Tu eres” que viene del discurso del Otro y me petrifica, o bien puedo elegir el sentido, ósea lo que ese S1 quiere decir, el sentido que le otorga un S2 cualquiera y que siempre huye. Cualquiera sea la elección que haga habrá perdida, o perdida de sentido o perdida de ser.

El análisis de cualquier sueño ilustra muy bien esta vacilación del sujeto entre el ser y el sentido, entre el sujeto identificado a un S1 o el sujeto representado por un S1 para un S2. Al analizar un sueño el sueño funciona como una unidad enigmática que nos representa como sujeto y también nos fija. Mediante el análisis del sueño éste se conecta con otros significantes  S2 que le dan sentido, sin que encuentre su punto final. Con esta cadena asociativa lo que el sujeto es como sujeto del inconsciente es inatrapable, el sujeto es un ente cuyo ser está siempre en otra parte-dirá Lacan en Aún, p. 172.

Para decirlo sencillamente, la operación de alienación significante no permite atrapar el ser del sujeto. No es en el significante donde el sujeto va a atrapar su ser.

Se trata de una alienación al lenguaje que me viene de aquellos que encarnaron para mí el Otro pero que no me permite atrapar mi ser.

La operación de separación, es la separación de esta vacilación entre el ser petrificado por el S1 al que me identifico o el sentido que huye tras los S2.

La separación apunta a lo que soy, pero lo que soy fuera de la cadena significante, es decir lo que soy en el intervalo entre los significantes, es decir en tanto que objeto a.

Lacan usa la expresión “parirse” cuando habla de la separación aquí porque en la alienación el sujeto no existe como tal fuera de la cadena, no existe fuera del Otro. Solo adviene extrayéndose de la cadena del Otro, de sus oráculos y de sus veredictos.

¿Cómo lo hace?

Pasando por la falta del Otro. Consiste en situarse no por referencia al discurso del Otro, no por referencia a un texto, sino por referencia al deseo del Otro del que no se sabe lo que quiere ni cuál es el objeto que lo anima. En la separación se trata de identificarse a ese objeto desconocido. Esto le permite al ser hablante hacerse representar por un significante bajo el cual sucumbe (Posición del inconsciente, p. 802)

Este es precisamente el significante al que apunta la interpretación en este seminario.

 Paradójicamente, esta separación produce un S1 del sujeto que lo instituye en una identificación estable que detiene la vacilación precedente.

¿De qué tipo de S1 se trata entonces?

Es un significante que no viene del discurso articulado del Otro sino de su falta, de su deseo, eminentemente del significante fálico que condiciona lo que Lacan llama la identificación última.

Esta identificación no está por fuera del lazo con el Otro, le permite al sujeto darse un estado civil en ese vínculo con el Otro,  estar identificado en el Otro del deseo. Esta identificación nos extrae de la cadena del Otro, es una elección, un querer que hace efectiva nuestra identificación en el deseo del Otro. De ella habla Lacan en la página 265 de la lección siguiente, lección XIX.

Si la operación de separación aliena al sujeto al deseo del Otro, ¿Cuál es la separación que produce el análisis?

Se espera del análisis que produzca los S1 a los que el sujeto está sujetado por la operación de separación. Recordemos que en el discurso analítico el lugar de la producción está ocupado por los S1 de los que el sujeto ha de separase.

Esta identificación enigmática que me permite identificarme al objeto supuesto al deseo del Otro, ¿Cómo se produce, si el objeto no tiene ni nombre ni imagen?

Esto no se produce sin la ficción del fantasma. La ficción del fantasma le da nombre e imagen a es objeto que no tiene ni nombre ni imagen.

Los testimonios de los AE nos permiten saber algo al respecto.

Voy a tomar el testimonio de María Josefina Soto Fuentes, quien en el transcurso de su análisis sitúa el  objeto oral como aquel al que se había identificado en su infancia. A la edad de cuatro años su familia huye del Chile de Pinochet atravesando los Andes hacia Brasil, ella va con  su abuelo y éste aprovechando  un alto en el camino se come una sandía, en ese instante de relax bromea con su nieta diciéndole: ¿sabes para qué sirven las pepas?, las pepas sirven para “botarlas a la basura”. La niña, de nombre Pepita, queda impresionada e identificada con esa pepa que se bota a la basura.

La pepa que se bota a la basura, la pepita intragable, y el síntoma infantil de “horror al vómito”, hacen una serie. La escena: su abuela enferma de cáncer muere mientras vomita, su padre y ella son espectadoras de la escena. El objeto imaginario del fantasma, la pepita que se tira a la basura, formará parte del fantasma de abandono que le hizo sufrir y que pudo  tratar en el análisis. Este fantasma en el que el abandono es también una no mirada de su madre hacia ella, la captura.  Un fantasma que se pondrá  en juego en la transferencia con sus diferentes analistas-mujeres,  da a  este  análisis un tinte pasional próximo al estrago.

El atravesamiento de las identificaciones fantasmáticas, designa la separación,  que se produce en el análisis, la que me libera del deseo del Otro. Esta separación desviste al sujeto de los significantes que lo inscribían en el deseo del Otro y tiene efectos de liberación de desanudamiento. ¿Qué queda entonces? Afectos de duelo o pérdida. El sujeto ha perdido la seguridad que le daba su fantasma, porque un fantasma por muy incómodo que sea asegura al sujeto sobre lo que el Otro quiere de él. Desmantelado el fantasma el sujeto pierde su seguridad y ha de hacer el duelo por el objeto que creía ser para el Otro. Los afectos de destitución del lado del analista producen el deser del SsS.

El sujeto destituido es un sujeto liberado, se sabe objeto pero objeto impredicable, un objeto que falta al saber del Otro, que lo agujerea. A la vez es un sujeto liberado de las preguntas por el deseo del Otro que generan las interminables postergaciones del neurótico.

El analista en tanto objeto

En la pág. 241 del capítulo XVIII, Lacan dice: “El analista, ocupa ese lugar en la medida en que es objeto de la transferencia. La experiencia demuestra que el sujeto, al entrar en análisis no le concede, ni mucho menos ese lugar.”

Más allá de las consideraciones que hace Lacan  aquí sobre el lugar del analista como objeto a,  como algo que no está dado de entrada, es la invención de este objeto lo que permite concebir un final de análisis que no puede hacerse a partir del significante.

Ocho años después (1972-p.511)) en su escrito El Atolondradicho dirá: “El analizante solo termina el análisis al hacer del objeto a el representante de la representación de su analista. Entonces, en tanto dure su duelo por el objeto a al que por fin lo ha reducido, el psicoanalista persiste en causar su deseo. Más bien maniaco-depresivamente.”

El hilo que sigue Lacan en estas dos lecciones es el del deseo del analista que nada tiene que ver con el deseo de ser analista ni con el deseo de un analista concreto sostenido en su fantasma.

Lacan comienza la lección XVIII diciendo que la meta de su enseñanza es formar analistas. Dicha formación se obtiene fundamentalmente del propio análisis, un analista es producto de su análisis y su autorización como analista proviene de sí mismo pero a partir de su análisis llevado hasta el final. No hay ninguna instancia externa que pueda autorizar a alguien como analista.

La formación del analista implica saber en torno a qué se produce la confianza que el analizante deposita en él. Dicha confianza-afirma Lacan- gira en torno a la función del  deseo del analista que opera en el análisis, p. 243

Jacques-Alain Miller en un artículo titulado Acto e inconsciente publicado en Manantial en un libro titulado Acto e interpretación dice de una manera sencilla que la formación del analista consiste en saber, en la experiencia, no ser sujeto del inconsciente.

La posición de Lacan es la opuesta de la de los partidarios de la contratransferencia para quienes el analista podría interpretar a partir de su contratransferencia, es decir a partir de su subjetividad supuestamente purificada en el análisis. Pero sabemos que este no es el lugar del analista para Lacan, que el analista no intervine como sujeto sino como Otro o como objeto a. Para Lacan la contratransferencia no es sino una manifestación sintomática del deseo del analista – había dicho en su seminario anterior, La angustia.

La transferencia está ligada al deseo como fenómeno nodal del ser humano y fue descubierta antes de Freud. Quedó perfectamente articulada en el Banquete de Platón donde Sócrates ejerce de analista, Sócrates el que nunca pretendió saber nada, a no ser sobre el Eros, es decir sobre el deseo. Platón indica de manera precisa el lugar de la transferencia: “En cuanto hay en algún lugar sujeto supuesto al saber hay transferencia”, lo que es indispensable para que haya también interpretación.

La transferencia articulada al SsS permite al analista producir el inconsciente a partir de los dichos de su analizante, es la transferencia articulada a la alienación significante, pero enseguida dará otra definición de transferencia situándola del lado de la separación y del objeto. Encarnar el SsS no es lo mismo que ser objeto de la transferencia, ser objeto de la transferencia significa no sólo que la transferencia se dirija al analista sino que en la transferencia el analista ocupa el lugar del objeto que causa el deseo de su analizante, es decir que con su presencia encarna la pulsión.

Lacan le va a dedicar unos párrafos al tema del engaño en este capítulo, del temor del analizante a engañar a su analista y del de dejarse engañar el mismo

Pero no será hasta la pág. 264 donde Lacan de la razón estructural de un engaño inevitable que se produce en la transferencia y del que el analista ha de estar advertido. El primer tiempo de la transferencia y  la instalación del SsS da lugar al amor de transferencia, en el cual el analizante se propone como amable al analista para así poder ser amado por él. Lacan advierte sobre el carácter narcisista, amar es querer ser amado, y engañoso de este amor tomando las palabras de una niña que dirigiéndose a él, le había dicho: “ya es hora de que alguien se ocupe de mí para parecer amable ante mis propios ojos”. Ser amable a los ojos del Ideal, lugar que ocupa el analista en este tramo de la transferencia, es el origen estructural de un engaño que atañe al amor que por ser en esencia narcisista no busca sino ser amado, ser amable para el Ideal. Esta es la trampa en la que Sócrates no caerá a pesar delos esfuerzos de Alcibiades.

Siguiendo este hilo en la pág. 242, leemos: en torno a ese engañarse se mueve el péndulo, el equilibrio, de ese sutil punto infinitesimal que pretendo fijar… ¿A qué se refiere aquí Lacan?

Luego da una serie de rodeos que van desde cuestionarse el análisis, la infalibilidad que se le atribuye al analista, a preguntarse ¿en qué se basa la confianza que ponemos en el analista, por qué creemos que quiere nuestro bien ya que querer el bien no impide hacer el mal? Va pasando por una serie de cuestiones hasta desembocar en algo de lo que toda la experiencia analítica da fe: de que no querer desear y desear es lo mismo.

Es en este punto donde está citado el analista al que suponemos saber ir al encuentro del deseo inconsciente.

El deseo es el eje gracias al cual se aplica el elemento fuerza respecto a la inercia de lo que se formula en el discurso del paciente como demanda, o sea la transferencia – sigue dicendo…

“…el péndulo, el equilibrio, de ese sutil punto infinitesimal que pretendo fijar” al que se refiere aquí Lacan no es otro que el deseo del analistacomo eje del análisis y como límite a la posibilidad de engañarse en el análisis, un engañarse que implicaría no saber ir en la dirección del deseo del analizante dejándose engañar por su demanda.

Al dejarse engañar por el amor de transferencia en su vertiente narcisista, o al dejarse engañar por la demanda en lugar de ir en la dirección del deseo es a lo que el deseo del analista pone límite. Tenemos entonces una versión del deseo del analista como límite al engaño y como eje del análisis.

El deseo del analista  es una  función esencial en el análisis, Lacan ya lo ha dicho pero la pregunta que surge es ¿en qué se diferencia del deseo del Otro? dado que Lacan habla de la articulación del deseo al deseo y dado que El deseo del hombre es el deseo del Otro.

Para resolver esta pregunta es preciso ir más adelante en la enseñanza de Lacan porque no será hasta el seminario XVI cuando hable de la inexistencia del Otro.

El deseo del analista está ligado al deseo del Otro, en ambos hay un enigma, una vacuidad, pero el deseo del analista no está articulado al Otro, está es la diferencia.

Lacan conserva “el deseo del analista” más allá del deseo del Otro, después de que haya dictaminado la inexistencia del Otro en su Seminario De un Otro al otro.

Si el deseo del analista fuera equivalente al deseo del Otro el análisis no podría terminar en relación al objeto porque el Otro, incluso incompleto, tiene el falo.

Miller en su curso “Donc” lo subraya: en la medida en que haya Otro, incluso si se trata del Otro afectado por una falta, Otro incompleto, el falo está en juego, pues en la estructura el Otro tiene el falo y en ese caso el análisis no puede terminar por el objeto. El deseo del Otro es esencialmente fálico y la única forma de desanudar la identificación al falo, de manera que el análisis se termine no en relación al falo sino al objeto, es deconstruir el Otro. Para lo cual es necesario extraer el objeto a del lugar del Otro porque es el objeto a el que da consistencia al Otro, el que lo hace existir.

Que el Otro no exista es necesario para hacer la identificación fálica que el deseo del Otro conlleva, caiga.

Si el deseo del analista no se articula al Otro, ¿a qué se articula entonces?

“Del trieb de Freud y del deseo del analista”

Lacan tiene un artículo titulado  “Del trieb de Freud y del deseo del analista”, pág. 832 de Escritos II, se trata de la intervención que hizo en Roma en un Coloquio convocado por el Dr. Enrico Castelli y data de enero 1964, el mismo año del S.XI. De él tomaré su respuesta a la pregunta que el mismo se hace sobre el deseo del analista.

Antes ha dicho: “Esto por la razón de que la pulsión divide al sujeto y al deseo, deseo que no se sostiene sino por la relación que desconoce de esta división con el objeto que la causa. Tal es la estructura del fantasma”.

Y a continuación viene la pregunta de Lacan: ¿cuál puede ser entonces el deseo del analista?, ¿Cuál puede ser la cura a la que se consagra?, ¿Va a caer en el sermoneo que hace el descredito del sacerdote cuyos buenos sentimientos han sustituido a su fe y asumir como él una dirección abusiva?

Luego hace una referencia al deseo de al médico diciendo que no es menos religioso que otros.

Y continúa preguntándose ¿Cuál es el fin del análisis más allá de la terapéutica? Es imposible no distinguir el análisis de la terapéutica cuando se trata de hacer un analista.

El deseo del analista es el que en último término opera en el análisis, pero sino se confunde con el deseo el Otro aunque en ambos haya una vacío, si el deseo del analista no se articula al Otro, ¿a qué se articula?, ¿de qué tipo es ese vacío que caracteriza al deseo del analista?

Mi interpretación puesto que se trata de un artículo en la que Lacan pone el deseo del analista del lado de la pulsión como indica su título, Del trieb de Freud al deseo del analista, es que el vacío que caracteriza al deseo del analista y que está presente en la interpretación,  no es un vacío relativo a la falta que se situaría  a partir de la lógica sino un vacío topológico, un agujero, producido por un corte, el que comparten el objeto que causa el deseo y el objeto en torno al cual la pulsión hace su recorrido. Lacan ya había respondido a una pregunta de M. Safouán en la pág. 251 diciendo que el objeto es la causa del deseo y es el objeto en torno al cual gira la pulsión.

Ese vacío que la causa del deseo y la pulsión comparten.

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